Política
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¿Quién encendió la llama? Bolsonaro, Macri, Trump y la civilizada Europa. Las lecciones de un señor de barba y el Che Africano.

Más de quinientas mil hectáreas siguen ardiendo en la Amazonia. Mientras que las llamas se extienden vertiginosamente hacia el sur, otros focos importantes se registran en Bolivia y Paraguay, y el humo ya llega hasta Argentina, Perú y Uruguay.

En este punto hay que señalar que el propio Estado brasilero, por medio del monitoreo que hace su Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales, reconoce que en lo que va del año se registraron en la zona 73 mil los focos de quema. Pese a esto, el presidente Jair Bolsonaro mutiló el presupuesto destinado a combatir el cambio climático al achicarlo un 95 por ciento.

La expansión del negocio agropecuario lejos está de ser inocua y el resultado de la falta de controles, sumado al desinterés y falta de comprensión de la cuestión medioambiental en beneficio de ese negocio, es un claro ejemplo de la simbiosis entre el  Estado Liberal Burgués y el poder corporativo, pero también del carácter criminógeno del capitalismo.

En América Latina, el proceso de acumulación capitalista originaria -durante la primera mitad del siglo 20- se caracterizó por la expansión de la frontera agropecuaria, sobre todo en Brasil y Argentina.

Sobre el final de ese siglo, la innovación tecnológica de la mano de corporaciones como Monsanto, llevó a una nueva ronda en ese proceso de acumulación y maximización de tasa de rentabilidad, que perforó esas fronteras sin que ningún poder estatal le pusiera límite.

Es evidente que esta es una expresión característica del desarrollo capitalista en los albores del siglo 21, pero también está claro que exhibe -como pocas- a uno de los límites que tiene el propio capitalismo.

Mientras tanto, las explicaciones de Bolsonaro pivotean sobre la acusación abierta a una suerte de confabulación de ecologistas que  -vaya a saberse por qué- prendieron fuego al Amazonia.

Nada dice del papel nefasto que en esta historia tiene el complejo agroganadero, que  fue uno de los principales sostenes de su candidatura y, ahora, lo es de su presidencia.

Y no menos ridículo es la oferta de su socio, Mauricio Macri, quien por medio de Twiter, “alarmado y conmovido”, ofreció colaboración a Bolsonaro ¿Será verosímil la proposición si quien la hace es el mismo que degradó de Ministerio a Secretaría al área de Medioambiente y a su cargo sigue Sergio Bergman, quien ante una situación mucho menos difícil señaló que “lo más útil que podemos hacer es rezar”.

Pero todos estos argumentos ven opacada su ridiculez, cuando se los compara con la reacción que están teniendo ante esta crisis los mandatarios de las principales formaciones estatales del capitalismo central.

Ni lerdo ni perezoso, Emmanuel Macron aprovechó la volteada para dar un paso hacia afuera del preacuerdo alcanzado por la UE y el Mercosur. Como explicó varias veces NP, el presidente de Francia nunca quiso ese acuerdo y ahora tiene la oportunidad para volver a postergarlo.

¿Acaso los europeos precisaban que incendie media Amazonia, para darse cuenta de que Bolsonaro mentía cuando les decía que estaba preocupado por el medioambiente? Más coherente con el ADN criminógeno que tiene el capitalismo, Donald Trump eligió la misma red social para ratificar su apoyo a Bolsonaro.

 

Cosas de la crisis

 

El capitalismo se sigue presentando como un sistema exitoso a la hora de transformar trabajo asalariado en mercancías y plusvalía. Pero también a la de constituirse en una forma de relación social que exhibe una formidable capacidad de superar las crisis que su propia dinámica fabrica.

Ahora, en el que quizás sea el momento más profundo de su Segunda Crisis de Larga Duración, se intenta imponer la tesis que indica que estamos en un escenario de crisis global estrictamente financiera.

Pero queda claro que esta fase de la crisis opera en múltiples niveles y que cada uno tiene un efecto multiplicador sobre los restantes.

El cambio climático, progresivo agotamiento de agua potable, combustibles y material primas, pero también la crisis alimentaria crónica que afecta a una sexta parte de la humanidad y la profundización de los conflictos bélicos de baja y media intensidad que abren la puerta a modelos de gobierno autoritarios, son síntomas que constituyen un combo en el que es difícil desentrañar cuál es la consecuencias y cuál la causa.

Estas causas y efectos son inherentes a la dinámica  económica y vincular que impone el capitalismo. Esta sinergia conforma un escenario capaz de provocar trastornos irreversibles en el orden anterior, ya que el volumen de la crisis es tal que puede provocar la desaparición de instituciones preexistentes y las ideologías en que se sustentaban.

Es que el capital no sólo antagoniza con la clase trabajadora. Por eso, además del límite interno que le plantea la propia acumulación de capital, se presentan límites externos de tipo político, ya que la reproducción social se vuelve imposible sin que se apele a fórmulas cada vez más autoritarias.

Pero también otros de carácter social, porque la forma que necesariamente adquiere la intensificación de la explotación perfora fronteras, lo que provoca terribles consecuencias verificables en patologías individuales y sociales.

Y este combo –necesariamente- se cierra con los límites ecológicos, que derivan de la necesidad que tiene el capitalismo de compensar su tasa de maximización de la productividad y la ganancia, por medio del crecimiento de una forma de economía amenaza al ecosistema.

 

Fidel te avisó

 

El problema es que, en esta fase, cualquier modificación que se operara sobre la matriz productiva del capitalismo, iría contra la propia dinámica expansiva del sistema capitalista.

Esto es que, como oportunamente advirtió Fidel Castro, el capitalismo se encuentra con el límite ecológico planetario, al tiempo que su propia rapiña le provoca cada vez más dificultad para obtener beneficios de su nutriente primordial, el trabajo asalariado porque –sobre todo por la financierización creciente- cada vez tiene más dificultad para crear trabajo.

Esto pone en tensión la idea de que el capitalismo pueda salir bien parado de este momento de su crisis, tal como lo hizo otras veces. Pero también impone la necesidad de advertir que, si no lo logra, de ninguna manera va a tirar la toalla con facilidad.

Algo de esto ya se puede advertir en este escenario atravesado por el autoritarismo y el acaparamiento -por parte de una minoría- de los reducidos recursos, que presenta un claro índice en lo que ahora mismo está pasando en la Amazonia.

Este escenario de ecofascismo, sostiene que la apropiación de los recursos naturales puede ser infinita, pero también que al planeta le sobran personas y –por lo tanto- se debe suprimir el remanente recortando los recursos a esos segmentos de población o exterminándolos en guerras.

Esta mirada eugenética y necropolítica se naturaliza en cosas como el Muro de Trump, la destrucción de formaciones estatales como en los casos de Libia y Yemen, pero también con la actitud de la UE echando al mar miles de inmigrantes. Y, asimismo, se verifica en el rediseño social que avanza en nuestra región y tiene a Bolsonaro y Macri como sus principales campeones.

Como se ve, lo que pasa en la Amazonia no es un problema local, pero tampoco es nuevo.

“Nuestra lucha por los bosques es, ante todo, una lucha popular y democrática. Las conciencias conmovidas y hasta sinceras y plausibles de múltiples foros e instituciones, no podrán reverdecer el Sahel cuando falta dinero para excavar pozos de agua potable a cien metros y sobra para excavar pozos de petróleo a más de tres mil metros. Esta lucha por los bosques es, sobre todo, una lucha antiimperialista, por el imperialismo es el piromaníaco de nuestros bosques y sabanas”.

Esta frase fue pronunciada por Thomas Sankara durante la Conferencia para la Protección de los Bosques, celebrada en París en febrero de 1986. En octubre del año siguiente, el presidente burkinabé fue asesinado por los protagonistas de un golpe de Estado instigado por Francia y EE.UU.

El colapso medioambiental al que nos empuja exhibe la cara más criminógena y genocida del capitalismo. Pero paradójicamente, en el mediano plazo afectaría a las corporaciones y al entramado que tienen con el Estado Liberal Burgués y sus instituciones.

En su libro “Colapso. Capitalismo terminal, transición ecosocial, ecofascismo”, el profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, Carlos Taibo, aporta el concepto de transición ecosocial, término genérico con el que describe realidades heterogéneas que serían espacios para prepararnos para el escenario post-colapso.

Los resume en cinco verbos que, a su vez, representan tareas: decrecer, desurbanizar, destecnologizar, despatriacalizar y descomplejizar nuestras sociedades. Lo que hace es plantear condiciones sine-quanon para avanzar hacia relaciones sociales diferentes y fórmulas de construcción política que profundicen la descentralización, autogestión y democracia directa.

¿Qué hacer en el mientras tanto? Aquí es fundamental defender, internalizar e incluir en la agenda propia la construcción –a la escala posible- de espacios de economía popular y autogestión desmercantilizados y despatriarcalizados.

Esto, no es otra cosa que avanzar en el camino de señalar lo evidente y actuar sobre lo evidente. En este caso eligiendo construir formas alternativas de organización de la producción, consumo y comunidad social que vayan por un camino que no sea la forma mercantilizada que impone el capital.

La Amazonia incendiada exhibe el verdadero carácter genocida del capitalismo, pero metafóricamente señala que de sus cenizas puede y debe surgir algo mejor.