Política
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La historia de un partido no se determina tanto por sus conmemoraciones internas sino, y más que nada, por su incidencia real en la lucha de clases del país. Es lo que plantea en estas reflexiones el camarada Rogelio Roldan.

Por eso, más allá de que el 5 y 6 de enero de 1918, en el salón Verdi se fundó el Partido Socialista Internacional, desde 1921 Partido Comunista de la Argentina, algunos pensamos que hay que situar los orígenes del partido en la década del 80 del siglo 19. En particular desde la fundación del Club Vörwarts, de los obreros de origen alemán, el 1 de enero de ese año. Los cuadros del club lograron una seria inserción social y política que les permitió dirigir al naciente movimiento obrero argentino, más tarde fundaron el Partido Socialista y luego el Partido Comunista.

Otro momento destacado se da en 1929, en la conferencia sudamericana de partidos comunistas y obreros. Lamentablemente en ella se generaliza el proyecto “etapista”, que podemos describir como reformismo socialdemócrata, ya que en los debates prevaleció la posición de la mayoría de la Komintern por sobre los enfoques del peruano, José Carlos Mariátegui. Es decir, se impone el criterio de “culminar la revolución democrático-burguesa para dar paso al desarrollo de la clase obrera, de modo que esta pueda cumplir su misión internacional de sepulturera del capitalismo”.

Dichas posiciones, basadas en la dogmatización del leninismo y no en su desarrollo, llevaron a una definición incorrecta del peronismo como “fenómeno social”, no como realidad política, y a la participación en la Unión Democrática, motivada por la traslación mecánica de la situación europea de lucha contra el nazifascismo sin un análisis más riguroso de las particularidades nacionales. Después, pese a la inmensa solidaridad concreta con la Revolución Cubana, ese criterio nos llevó a caracterizarla como “excepcionalidad histórica” en lugar de ver que se iniciaba la época de transición revolucionaria, socialista, al comunismo en Nuestramérica.

Aún con esta visión errónea del proceso revolucionario continental, el partido supo construirse como una fuerza importante en el movimiento obrero y estudiantil, además de crear varios movimientos sociales aún vigentes, de hacer serios aportes a la cultura popular y nacional y de sostener una férrea lucha por la unidad antiimperialista del campo popular. Todo esto en el marco de la represión más pertinaz contra su actividad, sus cuadros y sus militantes. Vayan de muestra los cinco mil cargos sindicales que perdimos en la primera semana del golpe de estado de 1976, los centenares de presos y exiliados y los casi doscientos compañeros asesinados y desaparecidos por la dictadura terrorista, incluidos los ocho asesinados ya en gobiernos constitucionales posteriores.

Luego de la dictadura terrorista, en 1985-86, realizamos un proceso de serias reflexiones sobre la derrota sufrida por el campo popular y se abrió paso la idea de producir un replanteo estratégico de toda la izquierda, de producir un viraje en la política revolucionaria argentina, no solo en el Partido Comunista. Viraje que resolviera lo que la izquierda nunca logró: “constituirse en una alternativa política popular real, conducida por el movimiento obrero y popular, apoyada en la cultura de la rebeldía y con explícita voluntad de luchar por el gobierno y el poder”. (CC de febrero del 2000).

Con este marco conceptual se gestó el 16° Congreso, culminado en noviembre de 1986. El viraje partió de una honda y sincera autocrítica. Hacerse cargo de la desviación socialdemócrata significó asumir un compromiso con la verdad y una ruptura con visiones dogmáticas que en política se traducen en doctrinarismo y sectarismo. El hacerse cargo y romper con el positivismo permitió que el partido como fuerza organizada incorpore un enfoque y una perspectiva amplia de la realidad con una profundidad que asimila y recrea todo el conocimiento producido por el sujeto popular en su conjunto, además de aportarle nuestra producción política y teórico-práctica.

El punto nodal del viraje es el recupero de la vocación de poder, de la decisión y voluntad política de luchar, a como dé lugar, por todo el poder del Estado para liquidar la dependencia, transformar las relaciones de propiedad explotadoras e iniciar la transición socialista en nuestra Patria y el continente.

La riqueza de esta centuria, no exenta de avances y retrocesos, de contradicciones y aciertos, excede el espacio concedido para esta nota, por eso quiero ceñirme a dos elementos que considero esenciales: la construcción de una remozada identidad comunista -que es la del “Manifiesto…” y a la par, de modo dialéctico, también es la de un actualizado análisis de los nuevos problemas, incluida su correspondiente respuesta, causados por la descomposición del sistema capitalista, ya en fase de crisis civilizatoria- y el desarrollo teórico y práctico de nuestra cosmovisión del poder popular.

Dicha identidad comparte varios rasgos comunes con otras pertenencias ideo-políticas populares y tiene también rasgos propios. A saber: Definición por el socialismo y el comunismo como forma cualitativamente superior de organizar y reproducir la vida social, económica, política y cultural de la humanidad.

Vocación revolucionaria, en el sentido más acabadamente marxista del término, es decir, de liquidar el aparato estatal de la dominación y fundar nuevas relaciones de propiedad y nuevas relaciones humanas, desalienadoras, base de una sociedad realmente humanista, de “productores libres en una sociedad libre”.

Visión clasista. Somos parte íntima y activa de la clase obrera, del sujeto pueblo. No desde la defensa del “bien común” dentro del sistema capitalista, sino desde la afirmación de los intereses de la clase como motor de toda la lucha liberadora.

Internacionalismo. La lucha de clases no es nacional sino por su forma, y el análisis y la acción en el proceso político argentino queda parcial si no vemos en él la incidencia de esta confrontación a nivel mundial. Asimismo, y acorde a la época, es el contenido y la proyección nuestro americana de la política internacional de los comunistas.

Enfoque de la unidad como cuestión teórica y práctica estratégica para constituir al sujeto social pueblo en bloque político de la revolución. Se trata de la unidad por el contenido, no solo por la forma. En la Argentina no hay una vanguardia, construirla en base a la unidad de proyecto, a la unidad de todos los revolucionarios, es aún una tarea pendiente.

Estos rasgos, integrados dialécticamente, no de uno en uno por separado, ni contrapuestos entre sí, pienso que conforman la esencia de la identidad comunista.

Un componente medular de nuestra visión y, por ende, de la línea política partidaria, es la cuestión cardinal de la revolución: la cuestión del poder. Entendemos que hoy esta es una discusión de plena vigencia. En el país hay crisis de hegemonía y crisis de dominación. Están en pugna el proyecto de regresión neoliberal que se impuso en los últimos cuatro años empujado y el proyecto de un capitalismo “serio”, “humano” y sus etcéteras, que no existe ni puede desarrollarse por causa de la dependencia, como tampoco existe ninguna burguesía “nacional” capaz de plasmarlo. Entendemos que el rol de la clase no pasa por ser funcional a estos proyectos ni en erigirse en vanguardia autoproclamada, sino por la construcción de contra-hegemonía a partir de una política de acumulación de fuerzas asentada en la creación de bases de poder popular.

Dichas bases de poder popular sólo pueden desarrollarse en la lucha cotidiana por las reivindicaciones más sentidas, articuladas en una iniciativa política unificada de poder alternativo, vale decir por la construcción de un nuevo bloque político histórico. Se trata de una política de acumulación enfilada a gestar una identidad política de envergadura tal que llegue a constituirse en representación política histórica del pueblo trabajador argentino, que incorpore a su acervo un enfoque nuestroamericano, internacionalista y antiimperialista.

Semejante fuerza se construye en un proceso no lineal, desparejo y para nada espontáneo, de alta complejidad por lo multifacético de su contenido y funciones, y durante un período más o menos prolongado. Ese proceso requiere de continuidad, coherencia y persistencia, aún por momentos -debido al accionar del enemigo de clase, que no se quedará como simple espectador- se torne difícil. En él cada actor político-social adquiere responsabilidades a tono con su incidencia en el sujeto popular. A esta creación de subjetividad revolucionaria organizada en fuerza autónoma apostamos los comunistas.