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Vie, Abr
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Política
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 Siempre es un buen momento para una crisis ¿Será verdad que todo esto es excepcional? ¡Y encima el coronavirus! Deuda y petróleo, la vida en clave capitalista.

Al cierre de esta edición el gobierno esperaba reunirse con las petroleras que operan en el país, con el objetivo de convencerlas que no aumenten el precio de los combustibles. Es que las multinacionales del rubro que operan en Argentina abrieron el paraguas y en medio de la jornada de ayer deslizaron que -para quedar cubiertos- irían por el aumento o, al menos, pedirían más subsidios estatales.

Sí, aunque ayer el precio del barril de crudo cayó un treinta por ciento, en otro gesto de patriotismo, los empresarios amagaron con aumentar.

Pero no es eso lo que más preocupa al ejecutivo que –estallido por medio- tuvo un gesto de audacia y por medio de un decreto presidencial le puso nombre y apellido a lo que se dispone a negociar con los acreedores externos: 68.842 millones de dólares de deuda externa es el valor nominal que se espera reestructurar.

Pero eso no es todo. Es que el desplome del precio del petróleo le abre la puerta a una situación que también enciende luces amarillas al esquema de inversión que el gobierno venía tejiendo para Vaca Muerta.

Nada está acabado, pero desde ayer, todo es más difícil.

En este contexto se conocían los primeros datos del estallido producido en las principales bolsas europeas (cayeron promedio once por ciento) y en Wall Stret.

Con ese telón de fondo, pese a que el Central vendió más de cien millones para contener el precio de venta local de la moneda estadounidense, el Contado con Liqui (CCL) y el Dólar Bolsa (MEP) tocaron máximos, mientras que el precio del blue alcanzó su mayor valor en lo que va del año.

Por su parte, el riesgo país taladré el techo de los últimos quince años y, en promedio, los bonos se desplomaron hasta un catorce por ciento.

¿Pero por qué todo esto? Los que creen y abonan los mitos basales del capitalismo dirán que, como consecuencia del coronavirus y el derrumbe del precio del petróleo, “los mercados entraron en pánico” ¿Pero será tan así la cosa?

Hay dos datos que son concretos: el Covid 19 viaja por el mundo y, para colmo el precio del petróleo registró su peor caída en tres décadas cuando se hundió 25 por ciento.

Lo primero está bastante claro, según la Conferencia de la ONU sobre Comercio y Desarrollo que evalúa que, durante enero, el coronavirus provocó una contracción del dos por ciento en la producción manufacturera de la República Popular China (RPCh), esto es una pérdida de alrededor de cincuenta mil millones de dólares para la economía mundial que -en esta situación- está condenada a ralentizarse, al menos, durante lo que resta del año.

¿Y qué tendrá que ver esto con lo del precio del petróleo? ¿Hasta dónde será verdad, como desde la massmedia se presenta, esto es una especie de pelea de semifondo que tiene subidos al ring a Vladimir Putin y Mohamed bin Salmán?

Para ubicar la cosa, hay que recordar que –en un marco de desaceleración de la economía global- el mes pasado, la Agencia Internacional de Energía estimó que se consumiría 435 mil barriles diarios menos como consecuencia del Covid 19.  La Opep coincidía en el diagnóstico aunque lo moderaba, ya que su estimación habló de una caída en la demanda del 19 por ciento para el período enero-marzo.

En este contexto, ayer Arabia Saudí decidió multiplicar su producción diaria de petróleo, lo que hizo que se desplome el precio del crudo. Así, el barril West Texas Intermediate (WTI) se depreció un treinta por ciento y el Brent un 26.

Todo parecía encarrilarse cuando -para mantener el precio- durante el fin de semana la Opep acordó recortar la producción unos 1,5 millones de barriles por día. Pero Rusia cantó las cuarenta al anunciar que sus empresas van a continuar extrayendo sin restricción.

Por su parte, Aramco anticipó que pasará de producir nueve a doce millones de barriles diarios. Esta petrolera “estatal” pertenece a la familia real saudí, es la más grande del planeta y, según Moody´s durante 2019 tuvo ingresos de 355.900 millones de dólares.

De esta forma, las empresas saudíes y rusas parecen anunciar que superaron la situación de la última década, que sus cuentas fueron saneadas y que –entre otras cosas- en base a las ventajas comparativas que le propone un esquema de costes de explotación más reducidos, se pueden plantar y arrastrar a otros miembros de la Opep, pero también torcer el impulso de las empresas que operan en el mercado del fracking de EE.UU.

Todo esto tiene –todavía- un final abierto. Por un lado promete reeditar la situación vivida seis años atrás. Esa vez, la industria del fracking resistió el pustch.

Mientras tanto, las empresas rusas y saudíes estiman que pueden compensar la pérdida resultante de la decisión adoptada, vendiéndole más a la RPCh que –confían- va a recuperarse rápidamente del cimbronazo producido por el coronavirus.

 

La timba

 

Hasta aquí todo claro: la oferta y demanda de barriles (la unidad productiva del crudo) funcionan tal como lo señala el mito capitalista ¿Pero será que es así la cosa? ¿Qué tendrán que ver en esta historia los contratos a futuro que se suscriben en metrópolis financieras ubicadas lejos, muy lejos, de los pozos petroleros?

En este punto vale recordar que –también en el caso del petróleo- la producción, circulación y el mercado es hegemonizado por multinacionales que conforman un oligopolio imbricado con el capital financiero transnacional más concentrado.

Para clarificar: por más soberanía que reclame, a una formación estatal capitalista de segunda línea como Argentina, no le da el cuero para afrontar por sí sola el desarrollo de Vaca Muerta.

De ahí que resulta ingenuo desligar las fluctuaciones en el precio del petróleo, de  la especulación financiera en la que –entre otros- por medio de apuestas a futuro, intervienen la banca y fondos de inversión de diferente ralea que buscan maximizar su tasa de rentabilidad.

Por eso, para tener una mirada más exacta de lo que está pasando, quizás sea mejor fijar el ojo en algunos viejos conocidos antes que en la Opep, Rusia o incluso en la Casa Saúd.

Goldman Sachs, Morgan Stanley o Bank of America son algunos de los que –acollarados a petroleras- aparecen en primera fila de los jugadores fuertes que mueven los hilos desde la Bolsas del Petróleo de Londres y el New York Mercantile Exchange (Nymex). Quizás jamás vieron una gota de crudo ¿pero eso acaso importa?

Goldman Sachs y el Bank of America integran el tándem que el gobierno argentino contrató para encargarse de la tarea de colocar los papeles de su reestructuración de deuda. Si les va bien en eso, se repartirán una comisión de algo así como setenta millones de dólares.

 

Fantasía

 

Así las cosas, también en esto, la fantasía supera a la materialidad. La manipulación por medio de la venta de futuros, hace que –por ejemplo- el Nymex registre cuatro veces más que la cantidad real de barriles que se producen.

¿Disparatado? ¿Rocambolesco? Sí, pero para nada extraño a la dinámica y ADN del capitalismo que está construido y desarrollado sobre una matriz de imposible sustentabilidad económica, pero también como relación social basada en la explotación humana y medioambiental. Y, sobre todo, desde el papel que el capital tiene como  forma de reproducción social.

EE.UU. consume más del veinte por ciento del crudo mundial y su población, algo así como el cinco por ciento de la planetaria, utiliza uno de cada dos litros de las naftas y gasolinas que consume todo el mundo.

Entonces, si el principal insumo de la economía planetaria depende ya no de formaciones estatales y ni siquiera de emprendedores que, como John Rockefeller, aportaron a forjar los mitos del capitalismo ¿Por qué los dejan actuar?

Desde hace más de tres décadas, el Banco Internacional de Pagos realiza un trabajo en el que da cuenta del volumen anual del comercio de divisas, sus productos derivados y aquellos que a su vez derivan de tipos de interés extrabursátil. Es decir, un relevamiento acerca del funcionamiento del mercado financiero global.

De la lectura del correspondiente a 2019, se desprende que –otra vez- la economía real perdió por goleada, ya que el volumen del comercio de divisas fue 65 veces superior al de bienes y servicios, pero asimismo veinte veces más que el PIB global.

¿Entonces cabe sorprenderse por esta nueva crisis? ¿Será nueva?

Lejos de eso, la crisis está inscripta en el propio ADN del capitalismo y, ahora, ya alcanzó un rango civilizatorio que lleva a estadios cada vez más patológicos, aquello que viene haciendo desde que -de la mano de la economía mundo- convirtió al planeta en un campo de batalla donde sus facciones pugnan por explotar recursos naturales, personas y mercados.

Hasta ahora de cada ciclo de su propia crisis, logró salir hacia adelante, recomponiendo a partir de ciclos de moderada redistribución de la riqueza con los que intenta exhibir una “cara democrática”. Pero también el keynesianismo –en todas sus formas- sólo puede funcionar en base a energía, trabajo e insumos provenientes de la periferia. Y, además, es inviable como experiencia global porque su dinámica productiva sigue siendo capitalista.

Así, la inestabilidad del precio del crudo se traslada al resto del universo del capital y esto incluye al mercado de reestructuración de deuda. El ejecutivo argentino ve en eso una oportunidad para fortalecer su posición, ya que –estiman en La Rosada- la caída del precio promedio de los bonos puede aceitar el cierre de la negociación.

Pero también se encienden luces de alarma porque, como otras veces, en este tipo de río revuelto aparecen fondos más buitre que los que ahora concentran la mayor parte de papeles argentinos, siempre dispuestos a comprar cuando los precios están en picada, lo que podría obturar la activación de la cláusula de acción colectiva.

Es aquí donde vuelve a quedar expuesto el carácter multidimensional de la fase que atraviesa la Segunda Crisis de Larga Duración Capitalista. Ya que con sólo rascar un poco la superficie, se encuentra que en el caso de la deuda o del precio del petróleo, los invitados al banquete son los mismos.

Pero también los que pagamos, porque el capitalismo privatiza beneficios, pero siempre y en todas sus formas, socializa el pago de deudas y los riesgos, algo de lo que pueden hablar las más de seis mil millones de personas a las que se les cercena la posibilidad de una vida digna.

Entonces si es imposible que el capital se vuelva bueno, lo sensato es pensar que la solución debe ser no capitalista.

Pero esto también implica romper mitos, entre ellos, el que habla de la “excepcionalidad de la crisis”. Y para ello, nada mejor que hablar y actuar sobre lo que es evidente, desde la recuperación de la capacidad de construir espacios de organización –simbólica y concreta- siempre desde una mirada y concepción colectiva.