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Jue, Abr
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Política
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En tiempo record, el jefe de Gabinete anunció que Macri derogó la Emergencia Tarifaria aprobada en la madrugada ¿Desde dónde se puede pensar el escenario abierto? ¿Será verdad que hay sólo una salida posible?

“Hace setenta años que estamos cagando al mercado”. Esta es la frase que, según trascendió, dijo la semana pasada Mauricio Macri ante el grupo de senadores del interbloque Argentina Federal, a los que convocó a La Rosada para intentar convencer de que voten en contra del proyecto que buscó atemperar el tarifazo que, anoche la cámara alta convirtió en Ley.

El intento buscó licuar aquello del “costo político” –un concepto tan indefinido como aceptado- que traería aparejado el veto que, finalmente, el presidente perpetró a menos de ocho horas de la sanción.

La aseveración presidencial es coherente con todo lo hecho por su gobierno desde diciembre de 2015, lo que incluye otros siete vetos, entre los que están los de las leyes de Emergencia Ocupacional, Doble Jubilación Mínima para Ex Combatientes de Malvinas, Salario Mínimo Profesional y la expropiación del Hotel Bauen.

Pero también fija una clara reivindicación de clase que, entre otras cosas, parte del reconocimiento de que el escenario no es el de un desequilibrio del que el sistema capitalista pueda salir reestructurando con facilidad a las diferentes facciones del capital.

Y que, esta vez, tampoco alcanza con echar mano a las habituales herramientas que garantizan la naturalización de la reproducción del orden social que impone el capital para organizar y –cuando fuera necesario- reorganizar la hegemonía social, con formaciones políticas que legitimen pactos sociales.

Es que es esta la primera vez, en lo que va de su mandato, que Macri encuentra dificultad para recomponer la urdimbre del pacto social que lo llevó a La Rosada.

Y si para muestra alcanza con un botón, durante los últimos dos meses tuvo que pagar un importante “precio político” por concesiones que –más allá de lo acordado- tuvo que hacer con sectores concentrados del capital financiero que mejicanearon algo así como diez mil millones de dólares en una corrida que no estaba en los planes gubernamentales, pero también de otro aliado clave, “el campo”, que con sólo mostrar la vaina hizo recular al ejecutivo en su intento de desacelerar el camino que prometió llevaría a retenciones cero.

Así, a la hora de evaluar daños, el anuncio del veto corrió por cuenta de Marcos Peña, que lo hizo mientras el presidente viajaba a Salta, territorio seguro desde donde Juan Manuel Urtubey garantizó el voto negativo de sus senadores al proyecto.

El gobernador, que tuvo su primer paso por la gestión pública como vocero de su antecesor, Juan Carlos Romero, parece cómodo al presentarse como uno de los principales emergentes de ese “peronismo serio” que el propio Macri reclamó.

Sabe que el tiempo juega a su favor, pero también que el bloque de alternancia que se pueda constituir de cara a 2019 no puede prescindir de nadie, algo que –significativamente- también le pasa al oficialismo, lo que lleva a que sus acciones coticen en alza y no sólo en el Multiverso PJ.

Volver al mundo

Así las cosas, la dinámica que se precipitó durante los últimos dos meses, deja en claro que aquí no está en cuestión el mecanismo de reproducción del orden social, sino quienes son los actores más eficientes para su relegitimación, en esta etapa atravesada por las tensiones que –necesariamente- presenta la imposición del lugar que Argentina debe ocupar de acuerdo al esquema previsto por el orden global imperante en la actual etapa del diseño capitalista.

¿Qué quiere decir todo esto? Algo simple que se resume en esa frase que hasta el hartazgo repiten, como verdad revelada, el gobierno y sus propaladoras massmediáticas. “Volver al mundo”, desde esta perspectiva, no es otra cosa que atender a la necesidad que tiene la clase capitalista para surfear sobre la tempestad de esta crisis que, hay que repetirlo, nada tiene de coyuntural.

Pero más aún: tiene que ver con la forma en que se las ingenia esa misma clase capitalista para reorganizar la dinámica de la economía real y financiera -esto es, costos, precios, etc.- al esquema de estabilización sumamente frágil, que logró la economía mundial a costa, entre otras cosas, de la terrible delegación de soberanía que significa el endeudamiento estatal.

Es que esta estabilización no es otra cosa que el blindaje de la dinámica que permite la constante maximización de la tasa de ganancia y la lógica de acumulación que está en el ADN del capitalismo que enfrenta su propio limite interno a la propia acumulación de capital.

Para no irse mucho por las ramas. Aparecen límites ecológicos, así como aquellos derivados de la relación entre niveles de productividad y revolución tecnológica que potencian la tasa de beneficio, pero también la expulsión masiva de mano de obra que –a su vez- provoca efectos negativos sobre la demanda efectiva, lo que conlleva sobreproducción de mercancías.

Pero no se agota aquí el dilema, ya que aparece otro límite, esta vez colateral a la dinámica de acumulación del capital y de carácter político. Porque este tipo de reproducción social no es viable sin la aplicación de fórmulas autoritarias derivadas de la espiral en la que entra la explotación de los trabajadores.

Sobre esto habla la existencia de presos políticos, la criminalización y represión de la protesta social, así como la transformación de todo el territorio nacional en una zona liberada, en la que la justificación policial al gatillo fácil pasó a ser una verdad canónica, tal como lo sentenció la ministra Patricia Bullrich.

Pero, asimismo, la intención de autorizar que las Fuerzas Armas intervengan en tareas de seguridad interior y la utilización de un formidable -y cada vez más hegemónico- aparato massmdiático que promociona la salida autoritaria, pero también la búsqueda de chivos emisarios, un concepto que comienza por objetivarse en determinadas minorías sociales, para extenderse sobre toda la clase trabajadora.

En este contexto la CGT anticipaba que, si había veto, había paro, algo que desde un lugar mucho menos contaminado por la connivencia con las patronales y el gobierno, pero con idénticos resultados concretos, se viene amenazando desde el espacio que integran las CTA, movimientos sociales y el sector cegetista que sintetizan Hugo y Pablo Moyano, y Sergio Palazzo.

Está claro que el tándem de poder que ocupa La Rosada transitó –al menos hasta ahora- por un territorio demasiado plácido y que esto fue así por complacencia, connivencia o incapacidad de un arco opositor que desde diferentes tradiciones, historias y hasta grados de combatividad caracteriza que el Gobierno Cambiemos y todo lo que representa es sólo un accidente, una especie de disrupción en el escenario –desde esa mirada virtuoso- del Estado Liberal Burgués y su democracia.

Desde esta perspectiva, vale la pena poner todas las expectativas en las presidenciales de 2019 y, por lo tanto, cabe la especulación que atravesó hasta ahora –y sigue atravesando- la toma de decisión de adoptar medidas tácticas de oposición a un gobierno que, desde que asumió, transitó exclusivamente el sendero del beneficio de la clase capitalista.

Pensar desde ese lugar es imaginar que, todo esto, es consecuencia de una desviación del capital que se reduciría sólo a una cuestión de disciplina del mercado financiero, organización productiva y calidad de gestión estatal.

¿Pero será tan así la cosa? Aquí es prudente recordar que, por encima de todo esto, el capital es una forma de relación social –y como tal- se extiende sobre todo el ciclo de su producción, circulación y realización, es decir, el mercado.

Por eso no estamos ante una crisis coyuntural, sino metidos en medio de un verdadero berenjenal, una crisis estructural del capitalismo y, por lo tanto, de la pertinencia con que podamos caracterizar este momento, resultará la posibilidad de que se pueda construir una respuesta no capitalista.

Y esto es necesario porque cualquier respuesta que se busque desde adentro del corsé que impone el capital, en tanto relación social, sólo va a favorecer la reproducción social y, por consiguiente, la de las condiciones materiales que esta relación impone.

Esto no es otra cosa que superar la relación social del capital desde la autoconstitución en tanto clase que antagoniza, que enfrenta al capital y al mercado, esto es, a esta naturalizada normalidad capitalista.

Queda claro que esto es algo que ni el reformismo político que sueña con la regeneración del capitalismo bueno, ni el sindicalismo de concertación -aún el no burocratizado- están en capacidad de pensar y mucho menos de construir.

Esto es tan evidente como que hay otras formas de asociación social, diferentes a las que plantea el mercado en su más amplia concepción. Y, así como es posible seguir construyendo un sindicalismo de confrontación y clasista, también lo es pensarse y constituir alternativa, pero no desde un espacio que se imagine como la izquierda del sistema capitalista -esto es de las relaciones que impone la lógica del capital-, sino como la fuerza de la clase que se plantee desde afuera del sistema de relación capitalista.