Política
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MACRI BAILA EN NUEVA YORK - Después del “si me vuelvo loco les puedo hacer mucho daño a todos ustedes”, ahora el presidente dice que está enamorado. Un paro contundente que reclama un plan de lucha. Caputo se fue del Central, mientras el dólar y la inflación siguen con su danza macabra.

El lunes 24, en Nueva York, Mauricio Macri bailó con la vicedirectora ejecutiva de Atlantic Council, la fundación que acababa de premiarlo por “su profundo compromiso de implementar las reformas necesarias para poner a Argentina en un camino más próspero y sustentable”. Ahí, el presidente reconoció que tuvo “un flechazo con Christine hace algunos meses atrás” y añadió: “espero que esto funcione bien y que todo el país se enamore” de la titular del FMI.

Macri viajó hacia esa ciudad para hablar en la Asamblea de la ONU donde hizo de telonero de Trump y sus amenazas contra Venezuela pero, básicamente, para intentar conseguir que el FMI habilite más dólares para su gobierno que, en sólo seis meses, permitió que se fugaran del país16.676 millones, cifra similar a la que ese organismo multilateral habilitó por medio del acuerdo de abril.

Pero ocho mil kilómetros al sur la cosa es diferente. Es que durante la misma jornada, se llevaba a cabo una contundente movilización que tuvo su epicentro en Buenos Aires y se replicó en todo el país.

En la capital de Argentina, la marcha que se dirigió hacia Plaza de Mayo estuvo convocada por las dos CTA, junto a la Corriente Federal, Camioneros, Canillitas y la Ctep, entre otros sindicatos y organizaciones sociales. Ahí dijo presente una contundente columna del Partido Comunista, la Fede, el MTL y la Conat.

Al día siguiente, el resto de los sectores del sindicalismo nucleados fundamentalmente en la CGT, se sumaron a la protesta con un paro general que se hizo sentir en todo el territorio nacional.

Durante esa misma jornada, mientras Macri seguía en la capital financiera mundial intentando pescar más insumos para alimentar a la bicicleta financiera, en Buenos Aires renunció el titular del Banco Central, Nicolás Caputo. Y lo hizo después de que se conociera que a los veinte mil millones que Macri le pidió al Fondo, le respondieron con un “quizás cinco mil”.

El “Messi” del “mejor equipo de los últimos cincuenta años”, tal como lo caracterizó Marcos Peña, va a ser reemplazado por un pollo del gallinero del jefe de Gabinete. Guido Sandleris, fue quien acompañó a Nicolás Dujovne cuando -a último momento- bajaron a Caputo del avión que conducía a la misión gubernamental que iba al FMI a pasar la gorra, hace menos de un mes.

El flamante titular del Central tiene la mitad de su importante fortuna depositada en EE.UU., fue jefe de asesores del secretario de Finanzas del Ministerio de Economía durante el año 2000, cuando su titular era José Luis Machinea, y el gobierno de Fernando de la Rúa apretaba el acelerador que lo llevaría a estrellar en diciembre del año siguiente, previo paso por el Blindaje.

También asesoró a María Eugenia Vidal en la Gobernación bonaerense, fue investigador en el FMI, organismo cuya anuencia lo llevó al sillón preferencial de Reconquista 266, así como el Banco Interamericano de Desarrollo, el Banco Central de Chile y la Reserva Federal de Minneapolis.

En este escenario, se pone en cuestión el equilibrio que, durante los últimos días, el Central buscó establecer entre la tasa de interés de referencia -que sigue por encima del sesenta por ciento- y el precio del dólar que empuja al alza al resto de los precios de la economía, especialmente el de los productos que consumen los sectores de más vulnerabilidad socioeconómica.

Así las cosas y sin que esto tenga nada de elogio hacia Caputo en cuya gestión de sólo tres meses el dólar se disparó diez pesos, su salida del Central augura la ratificación de la irracional búsqueda de la meta del déficit cero que se fijó el Gobierno y, por lo tanto, más ajuste y delegación de soberanía económica, financiera y política hacia el FMI. Como se ve, con Cambiemos, lo peor siempre está por venir.

En lo que va de 2018 el peso perdió la mitad de su valor, esto en un contexto de paritarias devaluadas y con sectores cuyos salarios todavía están congelados en cifras de 2017.

Esto con el telón de fondo que impone el sobreendeudamiento que -en menos de dos años- ascendió a 160 mil millones de dólares, sumado a la desregulación de flujos de capitales que viabiliza la bicicleta financiera y la liberalización de la adquisición de divisa que en el mismo lapso de tiempo llevó a que Argentina drenara 55 mil millones, pero también la apertura irrestricta de importaciones y la autorización para que los dólares provenientes de exportaciones no sean liquidados e ingresados al circuito económico del país.

Esta estrategia basada en el tridente sobreendeudamiento-especulación-fuga, lleva a que todo esté dolarizado en Argentina...todo menos los salarios. Y todo es también combustibles y tarifas de servicios que empujan irremediablemente a otros precios de la economía.

 

Contexto

 

En este contexto resulta lógico que en lo que va de Presidencia Macri la inflación se catapultara más del 120 por ciento y la devaluación sea del trescientos. Y que, sólo durante los siete meses iniciales del año, el déficit acumulado ronde los seis mil millones de dólares.

Pero también que la tasa de desocupación supere la barrera del diez por ciento, que el salario mínimo se desplomara de 573 a 256 dólares y la jubilación mínima de 441 hasta los 177, pero asimismo, que en términos de participación en el ingreso nacional, el veinte por ciento más pobre cayera del 4,9 al 4,6 y el diez por ciento más rico subiera del 30,3 al 32,2.

¿Pero entonces de qué habla el gobierno cuando habla de déficit cero? El Proyecto de Presupuesto que envió al Congreso prevé que se destinen 598 mil millones a la deuda, esto es casi trece veces más que para Ciencia y Técnica, cuatro veces lo destinado a Salud y 2,6 veces más que para Educación. Y encima, como la deuda está nominada en moneda estadounidense, conforme se siga devaluando el peso, va a crecer la erogación prevista y por lo tanto el ajuste.

Por eso, mientras Macri se enamora de Lagarde, en Argentina la cosa es diferente. Y lo es -vale recalcarlo- más allá de actitudes sindicales que en lo que va de la Presidencia Cambiemos, fueron de lo timorato a la abierta connivencia.

La movilización y paro que atravesaron Argentina, se comprenden por el ataque que el tándem de poder que gobierna desde 2015 perpetra contra el pueblo, pero básicamente, desde la presión que a partir de acciones unitarias, se ejerce desde la base de la clase trabajadora que enfrenta conflictos en todo el país, pero también reclama la construcción de un espacio que las coordine.

Macri fue a EE.UU. para reafirmar que con su Presidencia, Argentina va a avanzar en el “cambio cultural” que pregona, esto es, un camino que comenzó por una feroz transferencia regresiva de riqueza y siguió con la destrucción de derechos laborales, sociales, ciudadanos y humanos ganados a lo largo de décadas de lucha. Pero también para dar testimonio vivo de que está dispuesto a transformar todo esto en un cuerpo de leyes.

Y, fundamentalmente, para insistir en que la particular mirada de clase que posee su gobierno, coincide en términos geoestratégicos, geoeconómicos y geopolíticos con la que la facción del capitalismo financiero reserva para Argentina. Esto es, el de una economía reprimarizada, abierta -en el mejor de los casos- a la deslocalización industrial y sobre todo al flujo del capital financiero. Es decir, un país al que le sobra más de la mitad de sus habitantes.

Hasta ahora, en lo que va de la Presidencia Cambiemos hubo cuatro paros generales. En todos los casos, fueron más funcionales a la descompresión del mal humor social que a la construcción de masa crítica para enfrentar el proyecto que encabeza el Gobierno Cambiemos y amenaza, seriamente, con proyectarse más allá de las presidenciales de 2019, sea cual fuera su resultado.

Esta vez, la medida de fuerza fue contundente, pero queda claro que debe articular con un plan de lucha y una mirada planteada desde una perspectiva no capitalista, ya que con sólo recorrer los conflictos que se multiplican, se advierte que sobra insumo para construir esa masa crítica.

Porque pensar un plan de lucha no es quedarse sólo en la fase reivindicativa, sino apuntar a lo evidente, a aquellas contradicciones insalvables para el sistema capitalista que, en momentos como este, son imposibles de ocultar. Y esto vale para el que se quedó sin changas y tuvo que volver al carrito, pero también para los sectores medios que cancelaron la prepaga y ya no saben cómo hacer para pagar sus facturas.

Es cuestionar la característica básica que el capitalismo le impone a la relación entre capital y trabajo que, indefectiblemente y por más buena voluntad que se le ponga desde miradas que propician un “capitalismo bueno, humano y productivista”, no pueden terminar en otra cosa que en precariado.

Porque, a fin de cuentas, si la esencia del capitalismo está en su propia realización, esto es la mercantilización de todo -comenzando por las relaciones humanas-, entonces es imposible evitar que entre sus principales tareas históricas esté la destrucción del proletariado como espacio social de referencia, reflexión, resistencia y lucha de la clase obrera.

De ahí que sea preciso insistir con que, más allá de la táctica, el despliegue de línea y de las demandas de coyuntura, se vuelva necesario tener claro que las reformas -cualquiera sea su naturaleza- siempre terminan en algo parecido a las que celebra el Atlantic Council ya que, medularmente, de eso va el capitalismo aunque pretenda ser honesto, bueno, generoso, productivista e incluso, nacional y popular.