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A la medida de fuerza convocada por las CTA, movimientos sociales y Camioneros para mañana, se sumó el que decidió el Triunvirato de la CGT para el lunes 25 de junio.

Sólo durante 2017, el año sobre el que el Gobierno Cambiemos puede exhibir mejores resultados de gestión, se registraron 2.265 protestas laboralesy, de ellas, 778 fueron paros de actividad.

Así se desprende de un trabajo del Observatorio de Conflictividad Socio-Laboral del Centro de Economía Política Argentina (Cepa) que da cuenta que, durante ese período, más de un tercio de las acciones de reclamo provenientes del universo del trabajo, terminaron en paros.

Asimismo, el relevamiento del Cepa revela que en algo más de la mitad de los casos, la huelga fue activa y estuvo acompañada por diferentes formas de movilización, pero también que el 65 por ciento correspondió al sector público.

Por su parte, los trabajadores del ámbito privado fueron quienes más cortes de calles y rutas efectuaron, ya que protagonizaron casi el 63 por ciento de este tipo de acciones.

Pero esto no es todo. Cuando al escenario de la protesta se añaden aquellas de tipo social, 2017 acumula 3.974 episodios de conflictividad socio-laboral. Todo esto señala que durante ese año y en promedio, cada día hubo once hechos de este tipo lo que da 331 al mes.

Y otro dato más: el 44 por ciento de las protestas fue motivada por demandas de tipo salarial, un cuarto respondió a situaciones de despidos, el doce a reclamos vinculados a condiciones de trabajo y el diez por ciento a la reacción contra el ajuste.

Estos datos son sólo un recorte que permite advertir, sin demasiada dificultad, cuáles son las características que tiene la relación entre los universos del trabajo y el capital, de acuerdo a la dinámica que le imprime el tándem de poder que gobierna desde diciembre de 2015.

Este recorte corresponde al año en el que el Staff Cambiemos puede mostrar mejores resultados macroeconómicos pero, así y todo, exhibe datos horribles desde la perspectiva del interés del pueblo y los trabajadores.

2017 fue terrible, pero mejor que el primer año de Gobierno Cambiemos, y mucho mejor que lo que va y lo que las proyecciones más optimistas plantean para el presente. Y en todos los casos, la peor parte se la llevan los trabajadores activos, jubilados y desocupados.

Cooptación, mezquindad, oportunismo, identificación política con el proyecto gobernante e incapacidad son algunas de las características que llevaron a la CGT a una situación de cuarto intermedio crónico, sólo interrumpida por algún acto de morigerada rebeldía forzado por la presión de las bases.

En este contexto y cuando el desplante del Ministerio de Trabajo fue inocultable, el Triunvirato de la CGT decidió avanzar hacia un paro general para el lunes 25 de junio.

La medida de fuerza, que va a ser acompañada por los sectores díscolos de esa central y las dos CTA, ni siquiera se plantea la posibilidad de que se convierta el punto de partida de un plan de lucha.

El otro verde

Lo del sector que –al menos hasta el 22 de agosto- hegemoniza la CGT es claro ¿Pero qué pasa con aquellos que dentro de esa central ya expresaron su desacuerdo con el tipo de relación que el Triunvirato construyó con el Gobierno Cambiemos?

Sin dudas, desde ese espacio el que tiene capacidad de mover el amperímetro es Camioneros, un sindicato que después de más de dos años de coquetear con el macrismo, pegó el volantazo y se convirtió en un centro de atracción de mucho de lo que, desde el universo de la CGT, venía pataleando contra el gobierno y los triunviros.

Pero también para las CTA, donde la posición va desde los que rápidamente se enamoraron a los que comprenden que una CGT que se anime a confrontar –aún desde una perspectiva moderada- con el ejecutivo, es fundamental para romper con la inercia en la que el movimiento obrero organizado está inmerso desde más de dos años.

Aquí hay que ser claro en destacar el papel que los gremios de transporte pueden jugar en un esquema de resistencia-confrontativa y ofensiva.

Es que con el salto que supuso pasar del sistema fordiano a la descomposición productiva que se lleva a cabo mediante la cadena de subcontratación y deslocalización, la unidad productiva y aún el parque industrial, dejó de ser el centro de concentración de la producción que –ahora- suele estar dispersa en diferentes territorios e incluso países.

Lo que en los años 60 se fabricaba en el parque industrial que rodeaba a la ciudad de Córdoba, ahora está repartido en unidades productivas ubicadas en otros puntos del país y, aún, en el extranjero.

Esta característica productiva fue adoptada por el capital en su búsqueda de maximizar tasa de ganancia a costa de mayor extracción de plusvalía y automatización, pero también en su intento de destruir a la unidad productiva como núcleo de resistencia y espacio –por excelencia- de la proletarización.

Pero, así las cosas, esta característica le dio mayor relevancia a la logística y, fundamentalmente, al transporte que debe trasladar cada parte del producto a la ensambladora.

Aquí debe recalcarse que, en esta perspectiva, para el ciclo de producción, circulación y realización del capital, la logística-transporte reviste un carácter central para que se concrete la cadena de valorización del capital que precisa reproducirse sin interrupción.

Por eso, la relevancia que puede jugar el sindicato que lidera Pablo Moyano, en un país en el que el 84 por ciento de las mercancías, productos primarios, insumos industriales y bienes de consumo se transporta en camiones.

Al respecto y si para muestra basta con un botón, es prudente recordar el reciente paro de transportistas que puso en vilo al gobierno brasilero que, antes de acordar, amenazó con reprimir con las Fuerzas Armadas a quienes cortaban rutas y caminos.

También en España donde, en 2008 y durante casi una semana, una huelga de transportistas se alzó contra el aumento del precio de los combustibles. Esa vez, plantas deslocalizadas como Renault, Seat y Mercedes Benz se vieron obligadas a discontinuar su producción por falta de insumos, al tiempo que en grandes ciudades como Madrid y Barcelona, la falta de nafta se hizo sentir en las estaciones de servicio. Sólo faltó que la demanda sindical pudiera derivar en un cuestionamiento político.

¿Qué quiere decir esto? Ni más ni menos que la organización que -en esta etapa- el propio capitalismo diseña en su intento por fortalecerse, sumando cada vez más eslabones a la cadena productiva, lo vuelven vulnerable en la medida en que cualquier desequilibrio en sólo un eslabón de esa cadena, puede ponerla en crisis por el serio impacto que provoca sobre el conjunto de la economía.

Por eso a nadie debe sorprender el énfasis que pone la ministra Patricia Bullrich a la hora de bravuconear con las consecuencias que –para los sindicalistas- tendría profundizar su oposición al gobierno.

Mirada de clase

¿Pero alcanzará sólo con oponerse? Con grados que van desde la connivencia y complicidad, al mero corsé que –incluso a las buenas intenciones- le impone la propia ideología, hacia adentro del universo de la CGT, no se plantea con seriedad la posibilidad de avanzar en la construcción de un centro coordinador de todas las luchas que se están dando por abajo, con importantes niveles de acuerdo en lo inherente a la unidad en la acción.

Y este déficit debe hacerse extensivo a parte de las organizaciones territoriales y a las propias CTA.

El Triunvirato aceptó ir al paro cuando el gobierno no accedió a darle ni siquiera una migaja que le permitiera estirar la negociación. Camioneros pide 27 por ciento de recomposición salarial y sabe que tiene con que pelear para liderar una nueva hegemonía hacia adentro de la CGT.

Los que ahora se sientan en la cabecera del despacho de Azopardo 802 y aquellos que comienzan a probarse su ropa, están entre los que fueron más privilegiados por el gobierno que administró el breve interregno económico que nació en 2004 y ya estaba agotado en 2015.

Durante esa década, a caballo de la expansión liderada por el precio de las comodities y la moderada política de distribución progresiva del excedente acumulado, la satisfacción de la demanda sindical opacó cualquier tipo de cuestionamiento.

Es preciso dar batalla –y en serio- por la recuperación de las fuentes de trabajo caídas, la preservación de los derechos sociales y laborales que la lucha consiguió hace más de medio siglo, así como por la recomposición del salario.

Pero, como pocas veces antes, en el contexto del actual ciclo –que excede a la Presidencia Macri- es imposible lograr cualquiera de esos objetivos si no se plantea una profunda reflexión sobre la necesidad de que la fase resistencia-lucha deje su carácter espasmódico. Esto es, que no se agote en el plano reivindicativo sindical, sino que avance hacia el político que es donde realmente se dirime la contradicción trabajo-capital.