Política
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Una jornada de movilización precedió al 1º de mayo. A instancias del poder real, el Gobierno Cambiemos busca compromiso entre el arco que se ofrece como alternancia ¿Ante eso, puede el universo del trabajo construir contrapoder?

La Rosada acusó recibo de lo que pasó durante la jornada del martes, pero también lo hizo el sector más recalcitrante de la burocracia sindical. Así, todavía medio atontado por el golpe que le significó ver el paro y la contundente jornada de movilización que lo recorrió de punta a punta, ayer el ejecutivo dio a conocer su oferta de un nuevo “pacto” antidespidos.

El plan del Gobierno Cambiemos es ambicioso e incluye la propuesta de un acuerdo de diez puntos de compromiso político, para el que ya se anotó -al menos para la foto- el eterno Miguel Ángel Pichetto.

El decálogo, una especie de seguro para el universo del capital por si Cambiemos se tiene que ir en diciembre, vuelve a recorrer generalidades -algunas se contradicen entre sí- pero insiste en algo que es medular para el ejecutivo: “cambios en la legislación laboral”.

No es la primera vez que el Gobierno Cambiemos ensaya alquimias de este tipo. Ahora, las urgencias que enfrenta de cara a la elección, lo obligan a intentar que quienes se anotan en la lista de alternancia, se comprometan con aquello que para el tándem de poder que gobierna deben ser políticas de Estado.

Tampoco es original en esto de exhibir acuerdos entre los universos del capital y el trabajo como ya lo hizo dos veces y, en ambos casos, el codo borró lo que la mano todavía no había terminado de escribir. Sólo durante el trimestre inicial de este año casi veinte mil trabajadores fueron despedidos o suspendidos.

Para tomar una dimensión de qué quiere decir esto, vale citar datos recientes que publicó el Centro de Estudios de Ciudad. Este instituto de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, señala que con Mauricio Macri presidente, la brecha entre los que tienen mayores ingresos y los que menos perciben se incrementó más del 33 por ciento y que, en términos reales, más del noventa por ciento de la población sufrió reducción de sus ingresos. Por eso, en relación a diciembre de 2015, hay 1,4 millones de nuevos pobres y trescientas mil personas cayeron en la indigencia.

Queda claro que al gobierno le encanta ponerle títulos rimbombantes a proposiciones inconsistentes y vacías de toda posibilidad de prosperar. Para muestra de ello, ahí está también el “pacto de caballeros”, que hace menos de un mes anunció entre bombos y platillos, pero que ya queda claro es poco más que una cáscara vacía (Ver en NP digital La inflación no encuentra techo, La Tregua, “Un gurú a la derecha...por favor” y ¿Cambiemos controla precios?).

Así las cosas, lo que queda de la CGT heredera del Triunvirato, va a intentar seguir poniéndole precio alto a sus acciones a la hora de seguir negociando prebendas con un gobierno que -lo saben bien en Azopardo 826- los necesita.

Pero más allá de esto, la jornada del martes y también la del 1º de mayo, dejaron claro que el universo sindical está sustentado, hoy por hoy, sobre una especie de placas tectónicas en constante movimiento.

Esto es así como consecuencia de la crisis capitalista que -también- en su capítulo local, descarga todo el peso sobre la clase trabajadora. Y, a su vez, exhibe que el modelo sindical diseñado a mediados del siglo pasado, va quedando escaso de herramientas para enfrentar los problemas que impone esta etapa de la misma crisis capitalista.

Esta suerte de colisión de placas tectónicas, se fue precipitando conforme el tándem de poder que se instaló en La Rosada en diciembre de 2015, avanzaba con su agenda que -en lo inherente al universo del trabajo- persigue como objetivos básicos ubicar el salario siempre por debajo de la inflación, flexibilizar la relación capital-trabajo, destruir los convenios, a los sindicatos y las obras sociales lo que va concatenado a la destrucción del sistema público, gratuito y universal de salud.

Pero también pretende la desaparición del sistema público y universal de jubilaciones.

Y, fundamentalmente la transformación del proletariado en precariado, algo que es funcional a los procesos de financierización y deslocalización que la actual etapa de desarrollo de la crisis capitalista, reserva a una formación estatal de segundo orden como Argentina.

Todo esto habla de una espeluznante transferencia de riqueza desde el universo del trabajo hacia aquel del capital, pero no sólo eso. Y esto lo dejó en claro el Gobierno Cambiemos cada vez que anunció que su objetivo es el “cambio cultural”.

La Cepal -organismo dependiente de la ONU- señala que más de dos millones de personas padecen hambre en Argentina, país que produce alimentos para 440 millones, esto es, diez veces su población.

Como se ve, las primeras consecuencias de este “cambio cultural”, están a la vista.

 

La buena noticia

 

En este escenario, además de los espacios ligados al sindicalismo de liberación -entre ellos la Conat y el MTL- y sectores combativos alineados en la CTA, fueron diferentes expresiones enroladas en la CGT las que, en muchos casos desoyendo a sus dirigentes, se plantan para construir resistencia.

Lo que en principio salió al cruce de despidos y cierres de unidades productivas, en los sectores público y privado, fue transformándose en espacios de toma de consciencia que impuso una particular dinámica organizativa a la lucha.

Un claro ejemplo de esto es lo que -a poco de comenzar el Gobierno Cambiemos- fue tomando más fuerza en el corredor norte bonaerense, con la conformación de un espacio plural de organizaciones sindicales y territoriales, que protagoniza lucha y resistencia con una presencia destacada de la Conat y el MTL.

Esta característica fue la que atravesó las jornadas del 30 de abril y el Día de los Trabajadores. La contundente movilización y el paro del 30 se nutrieron de los espacios convocantes, pero también de seccionales, regionales y sectores de base de sindicatos enrolados en la CGT, que le dieron la espalda a su conducción y salieron a la calle.

El caso del transporte público es paradigmático. Ahí la conducción de UTA que lidera Roberto Fernández no adhirió al paro del 30, pero la Agrupación Juan Manuel Palacios sí lo hizo. El resultado fue claro y ese día casi no circularon colectivos.

Es verdad que en esta historia también talla la interna existente hacia adentro de ese sindicato entre la Palacios -cercana a Hugo Moyano- y el oficialismo. Pero esto sólo no logra explicar la contundencia que tuvo el paro en el transporte público de pasajeros.

¿Pero cómo decodificar todo esto? Una clave está en aceptar que para avanzar en la dinámica de la construcción de lucha popular capaz de articular relaciones sociales diferentes a las que impone el capital y de representarse algo distinto -y mejor- que el Estado Liberal Burgués, se requiere de la integración de lo diverso y antagónico para convertirlo en parte del esquema que propende la emancipación.

Diferentes culturas y prácticas comunitarias están en el ADN del movimiento obrero y su lucha, así como la aptitud de crear institucionalidad capaz de autorregular espacios de vida, de manera democrática y sensata. De esto va la tarea de construcción de contrapoder, esto es, formas de autorganización referenciadas en la propia clase obrera. Es decir, poder popular.

Este proceso de autodeterminación que antagoniza y no se integra al mandato del Estado Liberal Burgués, tiene su paradigma en la construcción de la revolución proletaria, pero es múltiple y se manifiesta en un abanico amplio que incluye momentos aparentemente disímiles como la lucha en el territorio, la reivindicación de género y la pelea por el salario y el trabajo, entre otras.

Todas ellas son instancias que se construyen desde abajo y permiten visualizar escenarios de lucha de clases.

Es que en un momento como el actual, las consecuencias de la profundización de la Segunda Crisis de Larga Duración Capitalista, exponen mucho más a las contradicciones existentes entre el capitalismo, su carácter criminógeno y la propia vida humana y del planeta en general.

Queda claro que el capitalismo que prometió producir -de forma creciente- bienes y servicios baratos, de calidad y para todos, sólo puede exhibir un estado de guerra permanente, hambre y miseria.

Y es aquí donde esta misma situación permite -con más facilidad- hablar, pero también actuar sobre lo evidente. El salario que no alcanza y el miedo a perder el trabajo que se instala entre los sectores medios, los hace mirar de reojo a quienes ya se cayeron. Este tipo de situaciones cotidianas pone en crisis la cosmovisión que el capitalismo construyó durante -al menos- doscientos años y esto deja brechas para actuar.

Hoy y aquí, parte del movimiento obrero, aquel identificado con el sindicalismo de liberación, vuelve a exhibir que el ADN está vivo y plantea desde abajo, una idea de contrapoder que cuestiona al gobierno, a la estructura sindical-burocrática, pero también al Estado Liberal Burgués y las relaciones capitalistas de producción.

Y esto, además de ser una buena noticia, es otro ejemplo de que la lucha de clases está viva y de que -pese a flujos y reflujos- sigue más vigente que nunca aquello de que la emancipación de los trabajadores debe ser obra de los mismos trabajadores.