Política
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

Lacunza, el estabilizador. Corrida cambiaria ¿Corrida bancaria? Fetiche tras fetiche, el capitalismo corre para adelante ¿Será hora de hablar y actuar sobre lo evidente?

“Nunca un gobierno aguantó con medidas así”, se jactaba Nicolás Dujovne al reconocer que, “entre este año y el próximo, Argentina está haciendo un ajuste fiscal de casi tres puntos del PBI. El déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos va a caer de cinco a 1,5 del PBI, un ajuste externo de casi 3,5 puntos y el tipo de cambio mostró un ajuste de casi cuarenta puntos porcentuales”.

Lo decía hace apenas nueve meses durante una exposición en la Comisión Nacional de Valores, donde el entonces ministro de Hacienda vaticinaba: “Cambiemos va a ganar las elecciones”.

Pero nada de eso pasó y Mauricio Macri se quedó sin reelección –entre otras cosas- porque una parte importante de la sociedad le dijo basta al ajuste que implementó, el mismo del que se vanagloriaba Dujovne.

El titular de la cartera de Hacienda es el primer fusible que salta tras la apabullante derrota que Macri sufrió en las Paso ¿pero será verdad que sólo él es responsable?

Dujovne fue el hombre del FMI, designado y bancado por Macri, Marcos Peña y el resto del staff que festejó cada medida en que se avanzó por medio de ese ministerio.

Pero si Dujovne ya es pasado, lejos está de serlo el FMI y el acuerdo que con ese organismo nos metió el Gobierno Cambiemos.

Y con este telón de fondo, esta semana debería visitar nuestro país una delegación del FMI encargada de llevar a cabo la revisión trimestral de las cuentas argentinas, como paso previo al último desembolso de 5.400 millones de dólares correspondientes al préstamo de 57 mil millones anunciado en aquel lejanísimo abril de 2018.

Ese préstamo es el mayor de la historia concedido por el FMI, pero desde entonces algunas cosas cambiaron. Christine Lagarde dejó de ser directora del organismo, la reemplazó temporalmente David Lipton, a quien sucederá Kristalina Georgieva.

Y, en Argentina, Macri está de salida, Dujovne ya no es ministro y poco queda de los 57 mil millones que, de la mano de Cambiemos, se fueron por la cloaca de la timba financiera que favoreció a los amigotes e integrantes del propio staff gobernante.

Para que quede claro: el Gobierno Cambiemos llevó al país al default a principios de 2018, entonces tomó más deuda –en este caso- con el FMI y, a menos de dos años, vuelve a poner a Argentina en situación de default y con más deuda.

Queda claro que la renegociación va a ser dura y quedará en manos del próximo gobierno, pero para el mientras tanto, La Rosada ya tiene nuevo ministro de Hacienda.

Al elegido para esta coyuntura, Hernán Lacunza, lo tuvieron que ir a buscar al exclusivo centro de esquí Cerro Bayo. Lacunza era todavía titular de la cartera de Hacienda de la provincia de Buenos Aires y, como tal, es corresponsable del ajuste perpetrado por María Eugenia Vidal.

“Escuchamos a los bonaerenses”, improvisaba Vidal al día siguiente de perder por casi veinte puntos, mientras su ministro de Hacienda estaba esquiando. Toda una definición de la Era Cambiemos.

La designación de Lacunza puede hablar de un intento por darle racionalidad –siempre desde la mirada capitalista- a un gobierno que está deschavetado, lo que queda claro con algunas de la últimas medidas que tomó, antes de designarlo.

Es que con una inflación que puede rondar el 64 por ciento para este año, la vertiginosa caída de la actividad y un déficit del cinco por ciento en relación al PBI, a esta altura puede aseverarse que el acuerdo con el FMI está caído y que -por lo tanto- el Gobierno Cambiemos perdió la herramienta que vertebraba su política económica.

Esto, aunque el ejecutivo se niegue a aceptarlo, lo coloca en el universo de la transición. Es que más allá de la pulsión criminógena que posee, aquellos factores de poder que resumen los “mercados”, de ninguna manera están dispuestos a acompañar a Macri hasta el infierno.

Por eso, mientras aceitan los canales de comunicación con su sucesor, pretenden favorecer condiciones que minimicen el daño que profundizó, en estos días, el Gobierno Cambiemos y que amenaza rozar sus propios negocios.

Es que, tras las Paso, los manotazos de ahogado de La Rosada rompen la lógica económico-financiera que –a instancias del FMI- sostenía el ejecutivo, pero además hacen lo propio con su racionalidad política.

Las medidas adoptadas sobre el Impuesto a las Ganancias y el IVA, no traerán consecuencias relevantes para aliviar la crisis descargada sobre los sectores populares y medios, pero si acarrean serios problemas para las provincias, incluso para aquellas que tienen sus cuentas ordenadas.

Es que como son dos impuestos coparticipables, quienes pierden en este caso son las provincias, incluso las gobernadas por los amigos del gobierno que, como Juan Carlos Schiaretti, deben estar poniendo las barbas en remojo.

 

Cuestión de equilibrio

 

El precio de venta del dólar se catapultó la semana pasada un 26 por ciento y sólo pareció encontrar un poco de calma cuando Alberto Fernández señaló que el precio de “equilibrio” estaría en sesenta pesos.

Entre los efectos colaterales de la corrida cambiaria de esos días, está el retiro de 1.200 millones de dólares y el crecimiento de la demanda de cajas de seguridad. El riesgo de que la corrida cambiaria se convierta en corrida bancaria está a la vuelta de la esquina.

En este contexto el riesgo país se catapultó por encima de 1.897 puntos. En la Bolsa de Nueva York, con un 8,4 por ciento, el Bonar 2024 lidera el hundimiento de títulos públicos y ADR de empresas argentinas.

Todo esto representa un combo de malas noticias, para un país al que la Presidencia Macri sobrendeudó y encorsetó con compromisos financieros de algo así como 25 mil millones de dólares, sólo para 2020. Una cifra que de acuerdo a datos de la Secretaría de Finanzas, se eleva a cerca de cuarenta mil millones cuando se suman los vencimientos de Lecap y Letes, papel que tiene un vencimiento de doce mil millones antes de fin de año.

Y, si esto fuera poco, vale recalcar que después de la corrida de la semana pasada, la deuda representa casi el cien por cien del PBI.

Estos datos y lo errático de las medidas gubernamentales de la semana pasada, explican por qué, para qué y quién decide que Lacunza se haga cargo de Hacienda.

Y también connotan otras cosas. Es evidente que el que eligió Macri, lejos estuvo de ser el mejor equipo de los últimos cincuenta años.

Aunque también es cierto que Argentina tuvo 127 ministros del área, desde que comenzó a constituirse institucionalmente como un Estado liberal y burgués, que puso su paradigma en la modernidad y el progreso infinito que –ya por entonces- prometía el capitalismo.

Esto habla de la crisis que lleva estampada en su ADN el capitalismo, que se profundiza y pega más duro cuando se trata de una formación estatal capitalista periférica.

 

Legitimidad

 

La cosa es clara. Las Paso le retiraron la legitimidad a Macri y la depositaron en Fernández, pero la paradoja es que el actual presidente es quien aún tiene la llave para instrumentar las herramientas de gobierno que dispone el Estado Liberal Burgués.

Esto es un problema, sobre todo, cuando el poseedor de esa llave es y se comporta como un niño caprichoso cuando le toca perder -por segunda vez- en medio siglo en que disputa espacios en la esfera pública.

Pero, pese a esto, el Gobierno Cambiemos es exitoso. Su mayor legado reside en la forma en que condiciona a su sucesor, todo lo que hizo desde que asumió y, aún, lo que hace en su caída.

Ayer, en declaraciones públicas, Gustavo Grobocopatel, confió en que una Presidencia a cargo de Fernández, transite en el camino de un “apertura inteligente, que permita defender el interés nacional” y añadió que esto permitiría atender a aquello “que pasa en el mundo” y a los “intereses de la gente”.

Claro que el titular de Los Grobo, habla desde su mirada de clase cuando selecciona qué es lo virtuoso que pasa en el mundo y quién es “la gente”.

Quizás por eso y en este contexto, la prudencia del ganador de las Paso sea un mérito. A la demanda emotiva que reclama “que se vaya ya Macri ya”, su respuesta tiene bastante de pragmática y, más que el cumplimiento de los plazos institucionales, exige que sea el Gobierno Cambiemos quien –al menos- pague el costo de estabilizar lo que desestabilizó, sobre todo durante la semana pasada.

De esto también va la designación de Lacunza y los cambios que puedan seguir produciéndose en el Gabinete durante los días venideros.

Pero más allá de esta tensión propia de las relaciones que establece el Estado Liberal Burgués, vale tener claro que lo que pasa con bonos, títulos, deuda, riesgo país, precio del dólar, calificadoras y todos los etcéteras que vengan al caso, se termina saldando en los precios de la canasta básica de alimentos.

Esto no es otra cosa que maximización de la tasa de ganancia para poquitos y más penurias para muchos, es decir, la lógica que establece –indefectiblemente- las relaciones de capital.

Pero también, todo eso forma parte de ese fetichismo de la mercancía en que se construye y produce falsa conciencia: ese mundo invertido al que aludía Carlos Marx que provoca una conciencia invertida y falsa.

Y es aquí donde cobra más relevancia aquello de la praxis de los sujetos sociales que, a partir de su propia organización, puede gambetear el hechizo que se intenta imponer desde categorías económicas que producen falsa conciencia.

Por eso es preciso repensar los mecanismos que pueden permitir reorganizar la producción y la distribución de bienes, esto es, la vida social, bajo formas no capitalistas.

¿Suena demasiado demodé? Quizás. Pero es evidente que la dinámica de revalorización, acumulación y búsqueda de beneficio del capital, ya está encontrando sus propios límites.

La que atravesamos –y no sólo en Argentina- no es una crisis más provocada por desequilibrios del sistema, de la que el capitalismo se pueda recuperar reestructurando sectores económicos y facciones del capital en base a una reorganización de hegemonía social con la participación de nuevas fuerzas y actores políticos, y pactos sociales.

Es que –como explicó varias veces NP- esta crisis no es coyuntural y, el sobrendeudamiento y la consiguiente delegación de soberanía, son apenas parte de sus subproductos.

Pero también es en momentos como este, cuando las contradicciones necesariamente se agudizan. Cuando resulta más fácil poder hablar y actuar sobre lo evidente, esto es, instar a la reflexión de hacia dónde va el sistema capitalista.

Porque lo evidente es que quien hace poco tenía una changa, ahora empuja un carrito para competir con otros que revuelven la basura. Aquel que soñó con que tendría un techo propio, hoy ni siquiera puede pagar lo que pidió prestado para no caerse del crédito UVA. Y el que creyó que iba a disfrutar de su retiro, ve que su jubilación ni siquiera alcanza para comprar los medicamentos que tiene que tomar.

Entonces, es más fácil hablar sobre lo evidente, explicar de qué va toda esta ristra de fetiches capitalistas que invaden cualquier charla en estos días que corren y señalar –sin temor a equivocarse- que, después de todo, la culpa no es de Dujovne.