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Política
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Sí, se Puede y Argentina Debate, la derecha se galvaniza y endurece. Un gobierno que deja un escenario minado y el papel de los comunistas.

El fin de semana mostró el punto culminante de la Marcha del Sí, se Puede y la segunda cita del Argentina Debate, que tuvo como escenario el aula magna de la Facultad de Derecho de la UBA.

En ninguno de los dos casos se vio nada nuevo, lo que habla de una campaña electoral en la que ya está casi todo dicho y que, a su vez, anticipa un resultado a priori previsible para el domingo venidero.

“Si ganamos, iremos en la misma dirección, pero lo más rápido posible”, aseveraba Mauricio Macri en una cena organizada por la Fundación Libertad, entre sonrisas e intercambio de cómplices con Mario Vargas Llosa.

Pasaron siete meses y desde un palco que miraba hacia la avenida Libertador, el mismo Macri repitió su letanía de campaña prometiendo que –esta vez- va a hacer todo lo que prometió hace cuatro años y no hizo. Sí, parece un trabalenguas, pero así de complicado se presenta el mensaje de un individuo al que, por primera vez en su vida, le va mal mintiendo.

Como en toda la campaña, desde una mirada abstracta, Macri volvió a homologar al gobierno que encabeza con valores como “honestidad” y convocó a “decirle definitivamente basta de impunidad”, tras lo que habló de trabajo y educación como caminos para “progresar”. Además, se puso como ejemplo de gobernante “al servicio de los ciudadanos” y recalcó que está convencido que “la Justicia tiene que ser independiente”.

Pero nada de esto resiste la más mínima constatación empírica ya que detrás de cualquiera de estos enunciados, se esconde el verdadero rostro del “cambio cultural” que pregona el Gobierno Cambiemos.

Es que desde que Macri es presidente, el poder adquisitivo de los salarios se contrajo alrededor del treinta por ciento, al tiempo que en el caso de los jubilados la caída es del 17 por ciento.

Por su parte, se derrumbó el empleo registrado real, en tanto que creció el trabajo informal y, por supuesto, la desocupación que taladró el techo del diez por ciento.

La obscenidad del crecimiento de la pobreza e indigencia, sólo se compara con la que significa el de la deuda externa contraída por la Presidencia Cambiemos, que asociada a tasas de interés exorbitantes,  favoreció mecanismos de fuga de divisas en beneficio del propio staff gobernante y sus amigos.

Así, el Stad-by con el FMI, lejos de ser un efecto indeseado, es parte de una estrategia de depredación sistemática que permitió que la corrupción traspase límites, al tiempo que estableció una peligrosa delegación de soberanía económico-financiera, política y nacional.

La apertura indiscriminada y la extrema contracción del mercado interno fueron letales para la producción pyme, especialmente en el sector industrial: desde que asumió Macri y hasta antes de las Paso, habían cerrado 15.424 pymes.

Esto, sumado al tarifazo que sólo en el caso del servicio eléctrico ascendió al 125 por ciento, se convirtió en una piedra atada al cuello del sector productivo, pero también para la economía de millones de hogares.

Asimismo, los sistemas públicos, universales y gratuitos de educación, salud y jubilatorio; así como el complejo de ciencia y tecnología, están entre los principales objetivos a los que apuntó la destrucción sistemática que perpetró el Gobierno Cambiemos.

Por su lado, la política exterior apuntó a desarticular herramientas regionales como la Celac, Unasur y Mercosur, espacio al que se pretendió asociar a un acuerdo con la Unión Europea que, tal como se lo plantea, es letal para Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay.

Otro de los objetivos fue la desmalvinización y la agresión constate a Venezuela que, ya en el estribo, tuvo su capítulo más rocambolesco con el reconocimiento oficial como “embajadora” de la delegada de Juan Guaidó, que hizo la Cancillería.

Y, en sintonía con todo esto, destruyó aquello en lo que se había avanzado en el terreno de los Derechos Humanos, convirtiendo el punitivismo y el gatillo fácil en política de Estado: los crímenes de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel son solo dos hechos terribles que señalan la dirección que el gobierno sostuvo.

Lo dicho es sólo un escueto resumen ¿Alguien imagina qué puede pasar si se va “en esa misma dirección, pero lo más rápido posible”.

 

Legado y legatarios

 

En su proceso constitutivo, como pocas veces antes en Argentina, la derecha logró interpelar a un sujeto social que por su propio individualismo tiende a la dispersión, para convertirlo en un bloque identitario bastante homogéneo.

También consiguió construir una mística, estética y cierto carácter epopéyico en torno a esto, algo que se puede sintetizar en denominaciones como “los defensores del Cambio” y en las movilizaciones del Sí, se Puede en las que –ya con carácter orgánico- la derecha exhibió capacidad para mover masas.

Esto supera el diseño de laboratorio que -con particular eficacia- supo darle al PRO/Cambiemos, el tándem integrado por Durán Barba y Marcos Peña. Y lo excede a punto tal que es ese sujeto galvanizado identitariamente, el que llega a imponer condiciones al propio liderazgo.

La postura adoptada durante el último tramo de campaña sobre temas como el aborto, hablan de ello pero también de las características que puede esperarse tenga -al convertirse en oposición- este bloque en el escenario de representación política que puede inaugurarse el 10 de diciembre.

Así las cosas, conforme avanzaba la campaña, sobre todo tras las Paso, la gestualidad de Juntos por el Cambio, se fue despojando del alarde de modernidad que declamaba, para correrse hacia una derecha de rasgos cada vez más primitivos.

Es decir, volvió a sus orígenes de la violencia cacerolera con que los autoproclamados republicanos, salieron a la calle -con singular violencia- para exigir la renuncia de la entonces presidenta Cristina Fernández. Esto lo hicieron a los tres meses de su primer mandato y cuando apenas iban cuatro de su segundo mandato.

¿Pero le alcanzará con eso para dar vuelta el resultado de las Paso? Difícil. Pero sí está claro que la Presidencia Cambiemos va a dejar un terreno minado para el próximo gobierno y que después del 10 de diciembre, la ventanilla de reclamos va a cambiar de titular.

En ese escenario, este núcleo protofascista que está en el propio ADN del macrismo, vale su peso en oro para cualquier aspiración política futura del propio Macri, pero -sobre todo- para los actores del poder real que se instalaron en La Rosada en diciembre de 2015.

Es difícil advertir qué pasará con Macri y Cambiemos después del 10 de diciembre, cómo se reagrupará y cuáles serán los nuevos liderazgos.

Pero lo cierto es que, como legado, el macrismo deja fuertes consecuencias políticas, económicas y sociales. Y que su capacidad de causar daño, va a ser todavía peor entre la semana próxima y el 10 de diciembre.

Por eso, entre otras cosas, la ratificación del voto a la fórmula Fernández-Fernández, significa para los comunistas un momento más de la lucha de clases.

Y no es cualquier momento, ya que el universo del trabajo va a tener que exhibir cohesión, fortaleza y capacidad de movilización para evitar las encerronas que deja el Gobierno Cambiemos.

Pero también a la hora de enfrentar su legado y a sus legatarios.

“Esto va a tener que suceder con quien quiera que venga”, recalcaba cuatro días antes de las Paso el vicepresidente de la UIA. Se trata de Daniel Funes de Rioja, quien también es titular de la Coordinadora de las Industrias de Productos Alimenticios (Cipa), una corporación que reúne a uno de los sectores más hiperconcentrados de la economía.

La Cipa tiene una terrible capacidad de fuego a la hora de determinar qué precio se paga por los productos de la canasta básica, algo que va a estar en el centro de la discusión del acuerdo de precios y salarios con el que piensa arrancar su presidencia Alberto Fernández.

Por eso, el domingo los comunistas tenemos claro por qué votamos, pero también qué es lo que votamos.