Sidebar

[Offcanvas] Navegación superior

19
Vie, Abr
82 New Articles

Política
Typography
  • Smaller Small Medium Big Bigger
  • Default Helvetica Segoe Georgia Times

¿Bordaberryzación del siglo 21? Dos millonarios y un traidor. Los tanques en la calle a la vuelta de la esquina del modelo elegido por Mauricio Macri.

“Si les molesta tanto el precio del metro, levántense más temprano”. La frase exhibe el brutal desprecio de clase del presidente de Chile, Sebastián Piñera, quien la dijo cuando en las principales ciudades de su país, se multiplicaban las movilizaciones para protestar contra el tarifazo, que subió el precio del boleto de ochocientos a 830 pesos chilenos.

Así, la tarifa se fue al equivalente a 68 pesos argentinos, lo que la coloca como una de las más caras de la región. Para ponerlo en la dimensión correcta: con este tarifazo, buena parte de los trabajadores deberán destinar un tercio de su salario para trasladarse hacia sus lugares de trabajo.

Todo esto en una economía en la que el acceso a los servicios públicos es un lujo, y en la que a los asalariados no les queda otra que vivir sobreendeudados con los sistemas financieros formal e informal, para poder acceder a la salud, la educación y a un mínimo nivel de consumo.

Por eso, el aumento de la tarifa de transporte fue sólo el detonante de una situación estructural, que hace de Chile uno de los países más desiguales de la región y de los más desiguales del planeta.

Esta situación empeoró considerablemente con el segundo mandato de Piñera, que retrocedió en las tibias reformas progresistas que la Presidencia Bachelet implementó en el sistema educativo.

Pero esto no es todo: por medio de la Reforma Tributaria, el Gobierno Piñera transfirió alrededor de ochocientos millones de dólares al uno por ciento más rico del país.

Este contexto explica por qué se multiplicaron rápidamente las protestas contra el tarifazo que -en principio- fueron sólo estudiantiles. Pero también permite comprender por qué la decisión gubernamental fue reprimir con particular violencia y sacar a las Fuerzas Armadas a la calle.

Así, a menos de una semana el saldo es de –al menos- una decena de personas asesinadas y el presidente de Chile decretó el estado de emergencia y toque de queda en Santiago, Valparaiso y Concepción.

Con este telón de fondo -el sábado- Piñera recalcó que “Chile está en guerra contra un enemigo poderoso e implacable” y, en consonancia, el ministro de Defensa Civil, Alberto Espina, sumó ese mismo día 1500 efectivos adicionales de las Fuerzas Armadas, al operativo de represión dispuesto -fundamentalmente- en las tres principales ciudades del país. “Tenemos el respaldo del presidente para utilizar todos los medios y acciones”, advirtió.

 

Desigualdad y límite

 

“Que se escuche en Chile”, vociferó el sábado Mauricio Macri desde el palco ubicado en la 9 de Julio, mirando hacia avenida Libertador.

Alejado de lo que en ese mismo momento pasaba en Santiago, en su principal acto de campaña, Macri no olvidó a aquel país donde -custodiado por las Fuerzas Armadas- se logró imponer el modelo socioeconómico diseñado por Milton Friedman.

¿Pero de qué va todo esto? En Chile, los sistemas de salud y educación están básicamente bajo gestión privada, así como el sistema de pensiones.

Significativamente, aunque durante los últimos años pudo exhibir baja de desempleo y un leve crecimiento de su economía, esto también contribuyó a profundizar las asimetrías sociales.

Con más de cincuenta Tratados de Libre Comercio, el “paraíso chileno” es una de las economías más abiertas y desreguladas del mundo, basada en la exportación de productos con poco valor agregado como la madera, pesca y cobre. Su industria es escasa y el mercado interno también.

Chile es -asimismo- el paraíso de la meritocracia, esto es, del precariado como formalización del zarpazo final que el capitalismo pretende asestar a las relaciones entre los universos del capital y el trabajo.

“Todo lo que ha hecho Macri es lo que hay que hacer y los frutos están a la vuelta de la esquina”. La frase fue dicha por Piñera hace apenas tres meses cuando compartió con Macri una amable charla en el coloquio Oportunidades y desafíos para América Latina.

Sólo con repasar lo que pasa ahora mismo en Chile, va quedando claro cuáles son los frutos que están a la vuelta de la esquina.

Es que la historia reciente se empeñó en juntar los caminos de estos dos multimillonarios cultores de la desigualdad y, también, los de un traidor.

Tal como lo tuvo que hacer -días atrás- el presidente de Ecuador con su paquetazo, ahora Piñera dio marcha atrás con el tarifazo.

Uno y otro caso tienen factores en común. Aunque ambos tuvieron que recular en la medida de origen, lograron establecer un hecho consumado de suma peligrosidad. En Ecuador y Chile las Fuerzas Armadas volvieron a emplearse abiertamente en la represión del conflicto interior.

Pero también estos casos permiten volver a advertir que la angurria del capital es infinita y se precipita con más virulencia, conforme el sistema avanza en la dinámica de su propia crisis.

Por eso, aunque cada caso tiene sus particularidades, no puede soslayarse la imbricación que tienen a partir del carácter regional y global de esa misma crisis que afecta -fundamentalmente- en modo creciente, a las formaciones estatales capitalistas de segunda línea.

Una crisis que por su profundidad, pone en tensión a la propia institucionalidad liberal burguesa.

Pero, asimismo, hay otro factor común que de ninguna manera se debe dejar de considerar. En los dos casos y aún sin direcciones políticas claras, son los propios oprimidos los que comienzan a decir basta.

“El capital es su propio límite”, advertía Carlos Marx y enumeraba que, además de la limitación interna a la propia acumulación de capital, existen otras de tipo político, ya que la reproducción social se acaba volviendo imposible sin formulas autoritarias. Y es aquí cuando -aunque sea un camino largo- la capacidad de los trabajadores para tolerar o rebelarse, es el verdadero límite que tiene el capitalismo.