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Política
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Debutó Lacunza con recetas viejas y muy padecidas por los argentinos ¿Cómo fue que llegamos hasta aquí? Cosas de La Grieta, la democracia y el capitalismo...uffff ¿Se podrá hacer otra cosa?

Con el agua al cuello como consecuencia del escenario que construyó, y después de que la misión del FMI le dijera que en las actuales condiciones no iba a hacer el desembolso de 5.400 millones de dólares previsto para el 14 de septiembre, el Gobierno Cambiemos bajó otra de sus banderas y, ayer, reconoció –eufemismo de por medio- que metió a Argentina en zona de default.

Para hacerlo, echó mano a una fórmula que está en su propio ADN: todos los esfuerzos que plantea esta reestructuración presentada como “reperfilación”, se dirigen a garantizar el cobro a los grandes tenedores de deuda.

Este mecanismo no tiene mucho de nuevo. Se parece demasiado al megacanje y, como la operación financiera de 2001, es un paraguas protector para que aquellos actores de la timba global puedan retirarse -más o menos ordenadamente- tras haber hecho inmorales ganancias.

La idea de máxima es modificar los plazos previstos para los bonos emitidos con legislación extranjera, y renegociar con el FMI para prolongar la cancelación del acuerdo.

Otro segmento alcanzado por la iniciativa es el envío al Congreso de un proyecto que permita al ejecutivo, habilitar la extensión voluntaria en los plazos de pago de los bonos regidos por la legislación argentina.

Y, asimismo, se propone posponer por –al menos- seis meses, los vencimientos de los títulos de corto plazo (Letes, Lecaps, Lelinks y Lecer) para los tenedores institucionales.

Aquí vale advertir que uno de los tenedores de este tipo de títulos es la Anses. El sesenta por ciento del Fondo de Garantía de Sustentabilidad (FGS), está en títulos públicos que con la decisión gubernamental es muy probable que vean afectada su cotización.

Vale citar que desde que Mauricio Macri es presidente, el FGS perdió 4.400 millones de dólares: en 2015 duplicaba las reservas del banco Central, hoy representa algo así como la mitad.

¿Será casualidad? Para un gobierno que –explícitamente- tiene al sistema público y universal de jubilaciones en la mira, nada de esto suena azaroso. Pero, además, es otra mina en la Tierra de Nadie en que la Presidencia Macri intenta convertir el escenario post 10 de diciembre.

Mientras tanto, tal como pasó con el paquete de 2001, los anuncios de ayer ni siquiera mencionan a los perdedores de la Era Cambiemos, esto es, los actores de la economía real -pobres y sectores medios- que es donde más duro pega la última megadevaluación que el gobierno provocó y trasladó a precios, más rápido que en cualquiera de las anteriores.

Todo, pese a que esa misma tarde miles de personas, integrantes de cooperativas, colmaron las calles de la Ciudad para reclamar que una agenda basada en la declaración de la emergencia alimentaria.

Desde La Rosada dejaron trascender que el fin de semana podría haber anunció de medias sociales pero, por ahora, la ministra Carolina Stanley dice poco y nada.

Algo similar a lo que pasa con Hernán Lacunza, que en la breve ronda de prensa que sucedió a los anuncios, quedó pedaleando en el aire cuando le preguntaron cómo piensan parar la escalada del precio del dólar, la espiralización de la inflación, el retiro de depósitos, el nivel que alcanzan las tasas de interés y la fuga de divisas.

Ayer el Banco Central siguió liquidando divisas para intentar frenar el precio del dólar que cotizó a sesenta pesos, al tiempo que para la venta a tres meses nadie le ponía un precio menor a los noventa pesos. Al cierre de esta edición, ya se negociaba a 63.

En lo que va de la semana, el Central ya reventó 678 millones de dólares.

Y todo con un telón de fondo en el que, durante las últimas dos semanas, se fugaron del sistema financiero formal alrededor de cuatro mil millones de dólares. 

Está de más decir que esto le echa más leña al fuego de la inflación, lo que esmerila todavía más a una economía real que a esta altura no tiene precios.

Todos estos índices siguen batiendo récords, pero el ejecutivo sólo parece focalizarse en el intento por resolver un problema financiero, que involucra a un segmento de especuladores muy concentrado y transnacionalizado.

Es que, acorralado por vencimientos de casi doce mil millones en el corto plazo, al gobierno no le quedó otra que avanzar en medidas que reconocen que la deuda que él mismo contrajo, entró en default.

Por eso, nadie puede sorprenderse cuando default -la palabra tan temida por el Staff Cambiemos- se instaló en las portadas de los principales diarios financieros de Europa y EE.UU.

 

Macri lo hizo

 

Mauricio Macri le sigue echando la culpa de todo esto a las Paso y a Alberto Fernández ¿Pero será tan así la cosa? ¿Cuál es el camino que se transitó desde diciembre de 2015, para hundir tanto a Argentina en tiempo récord?

Más allá de los eufemismos gubernamentales, la situación que construyó para llegar hasta el default, tiene un componente clave en el sobreendeudamiento; pero también otro fundamental que ancla en la característica de país que –como se dijo reiteradamente en NP- el Gobierno Cambiemos vino a construir.

Alrededor del 96 por ciento de las empresas argentinas son pyme, sector que representa casi la mitad de PIB y basa su actividad en el mercado interno, que la Presidencia Macri agrede con políticas que fomentan la reducción de consumo, asociadas a estrategias que esmerilan –aceleradamente- el desarrollo de base industrial con la destrucción de varias cadenas de valor.

Pero esto no es todo. El rediseño socio-económico que impulsó La Rosada desde diciembre de 2015, tiene sus pilares en el agronegocio, el sector financiero, el área de servicios -con las energéticas a la cabeza- y algo de megaminería.

Además de la brutal transferencia de riqueza que esta mirada propicia, profundiza falencias estructurales que tiene Argentina.

Es que con la Presidencia Cambiemos, el Estado supeditó el abordaje al problema que representa la restricción energética, a una puja entre facciones corporativas internacionales y otras más ligadas a los tradicionales capitanes de la industria local.

Dan cuenta de ello las indefiniciones en Vaca Muerta, los negociados en los parque eólicos y las trabas a la construcción de las represas hidroeléctricas Cóndor Cliff y La Barrancosa; así como los aprietes judiciales a empresarios locales ligados a la obra pública.

Pero también la forma en que el círculo íntimo de Mauricio Macri, como Marcelo Mindlin, Nicolás Caputo o Rogelio Pagano se quedó con gran parte del negocio energético, cuya rentabilidad creció exponencialmente a caballo de la dolarización de las tarifas.

Algo similar se verifica al repasar qué se hizo para enfrentar una problemática que precisa de una fuerte presencia estatal: la cuestión vinculada a la restricción logística.

El ejecutivo priorizó el spot de campaña por sobre obra pública y recortó planes de inversión preexistentes, lo que contribuyó a que el país pierda competitividad sistémica. El impacto ya se ve en la calamitosa situación que presenta la abrumadora mayoría de economías regionales.

Todo esto aportó a que Argentina produzca menos, lo que suma a la situación un combo dramático que tiene la frutilla del postre en la restricción externa.

Porque todo este descalabro aportó bastante a desestabilizar –todavía más- al peso, pero también a pulverizar cualquier meta de equilibrio fiscal. Y sin esto, es imposible imaginar cualquier táctica cambiaria, capaz de brindar la estabilidad que permita que crezca la producción y se diversifique lo suficiente como para exportar y generar divisas genuinas.

Para resumir: el Gobierno Cambiemos juntó en una pieza al equilibrio fiscal, la estabilidad cambiaria y monetaria, arrojó una granada y cerró la puerta. Así era muy difícil que se pudiera conseguir estabilidad macroeconómica y, muchos menos, aquella que garantice trabajo y un plato de comida sobre la mesa.

 

La Grieta

 

Así las cosas, uno a uno fueron cayendo los fetiches del “capitalismo moderno” (¡como si existiera tal cosa!), que prometió Macri y Miguel Pichetto repite como loro barranquero.

En muy poco tiempo, el “mejor equipo de los últimos cincuenta años”, sepultó el sueño del equilibrio fiscal, además del de la estabilidad monetaria y la cambiaria. Y con ello, la fantasía de tener una economía competitiva.

Pero también reventó el crédito que Argentina tenía al 10 de diciembre de 2015, le pidió a todo el mundo hasta que nadie le prestó más, nos llevó al FMI y, finalmente, al default.

Por eso y más allá de las bravuconadas de Macri, no le quedó otra cosa que volver a tirar la escupidera y apoyarse en el capital político que pudo contener.

Esto explica por qué -tras las Paso- la Presidencia Macri se vuelca cada vez más en lo más sórdido de lo que siempre representó Cambiemos. Y, desde una suerte de Bonapartismo del Siglo 21, trabaja para profundizar contradicciones preexistentes.

La exhibición de masa de maniobra que hizo el sábado y la radicalización del mensaje, busca –entre otras cosas- generar un clima que empuje a los ganadores de las Paso a aceptar una “transición”, que garantice –tras el 10 de diciembre- la prosecución de los ejes de gestión actuales.

A esto le bajó la persiana Alberto Fernández cuando –esta semana- recibió a la delegación del FMI.

Pero el intento continúa. Después de una introducción más que sugestiva, Lacunza anunció que la parte del paquete inherente a la reestructuración de la deuda con el FMI, va a ser puesta a consideración del Congreso.

“Así lo establece la ley”, decía en mayo de 2018 Marcos Peña, al explicar por qué La Rosada evitó someter al debate del Congreso, el acuerdo con el FMI. La postura de Peña fue avalada por un amigo de la casa (la de Los Cardales), el juez federal Julián Ercolini, quien sin mucho trámite desestimó la imputación del fiscal Jorge Di Lello contra Macri, por los delitos de abuso de autoridad y violación de los deberes de funcionario público, por haber firmado el acuerdo con el FMI.

Un año después el ejecutivo busca involucrar al conjunto de la oposición, en la reestructuración de una deuda que tomó unilateralmente. Y, además, pretende que el Congreso se expida con celeridad,

 

Cosas de la crisis

 

En este punto es preciso volver a recalcar que, en todos los casos y con particular énfasis en el de la Era Cambiemos, la aceptación de cualquier forma de asistencia -mucho más la toma de deuda- con el FMI, es un acto de delegación de soberanía económica, financiera, política y nacional hacia un organismo multilateral, que es brazo ejecutor de lo más concentrado de la banca y las finanzas transnacionales.

Está claro que el sistema capitalista está inmerso en su Segunda Crisis de Larga Duración a la que, por supuesto, no puede escapar una formación estatal capitalista de segundo orden como Argentina.

Pero es más evidente todavía que, con ese telón de fondo, el Gobierno Cambiemos fabricó una crisis local que, por supuesto, desata casi todo su peso sobre los sectores de mayor vulnerabilidad socioeconómica.

Y, si para muestra alcanza con un botón: el precio de la canasta básica de alimentos, se catapultó durante el último año un cien por cien.

¿Pero por qué? La respuesta remite a una policausalidad de factores, que encuentran su explicación en los propios límites que tiene el desarrollo del capital, algo que quizás pueda resumirse en el concepto de que la crisis se alimenta de la propia crisis.

Porque a esta altura del desarrollo capitalista, la maximización de tasa de ganancia, concentración de los ingresos, la renta y riqueza en pocas manos es tan contundente que necesita –inexorablemente- de transformaciones cada vez más regresivas en las relaciones productivas. Y también en las relaciones financieras y laborales.

¿De qué va todo esto? Una clave la brinda el filósofo Jürgen Habermas cuando habla del desmantelamiento de la democracia. Pero si se tira de este concepto, necesariamente, se va a llegar a otro más claro aún: la democracia es incompatible con el capitalismo.

¿Pero será tan así? Para responder a esta pregunta, sólo alcanza con volver a repasar lo expresado en este artículo y advertir cuáles son los principales objetivos de destrucción del Gobierno Cambiemos.

Los sistemas público, universal y gratuito de educación, salud y jubilaciones son extraños al capitalismo, de alguna manera son expresiones que anticipan una sociedad no capitalista. Por eso unos pretenden destruirlos y otros se muestran permeables a revisarlos, como gesto de agiornamiento a una presunta modernidad.

Y el otro gran objetivo: el proletariado, al que se pretende reemplazar conceptual y fácticamente por precariado, con la ilusión de desarticular el núcleo de resistencia e identidad de la clase trabajadora.

Por eso, a la hora de surfear sobre los virulentos ciclos neoliberales y los más amables reformistas que plantea la Crisis de Larga Duración Capitalista, nada como diseñar agenda propia.

Entonces, está claro que aunque un ciclo político de singular crudeza esté acabando, la abolición del capitalismo es algo de mayor complejidad.

Esta es la verdadera transición. Una transición que no se ve por televisión, pero que está de forma germinal atravesada en la misma tripa del capitalismo que  –y esta es una buena noticia- lleva su fecha de caducidad escrita en el propio ADN.

Todo esto está presente en la construcción –desde abajo- de modelos alternativos a la lógica de producción, consumo y realización en la mercantilización que impone el capital.

Por eso, además  de defender aquellas expresiones de avanzada no capitalista, aún dentro de los límites que impone el Estado Liberal Burgués, es preciso desacralizar la idea de que para salir del actual esquema –y crisis- la única respuesta es reforzar la mecantilización y la propiedad privada.

Porque, además de esa agenda, se puede avanzar en la construcción de otra que desmercantilice los diferentes aspectos de la vida y el trabajo. Ya que, afuera de esto, sólo hay más crisis, de esas que siempre pagan los pobres.