Política
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“El rival hizo mejor las cosas y punto. Tenemos que darle el mérito a Bolivia que nos superó en todos los aspectos del partido”, fue la respuesta del DT de Argentina que acababa de perder 6 a 1 -en La Paz- contra el local.

Fue en la conferencia, tras la goleada, para responder a un representante del grupo massmediático que hegemoniza las transmisiones de fútbol en Argentina que, por entonces, era uno de los protagonistas de una campaña global, que pretendía impedir que Bolivia jugara en el Estadio Siles.

Ese intento estaba encabezado por la FIFA que, junto a otras de las principales multinacionales del planeta, se montaban en esa campaña para pasarle una factura al gobierno que encabezaba Evo Morales.

El reportero volvió a la carga para insistir con una pregunta retórica. “Se puede jugar en La Paz”, dijo esperando la respuesta negativa, pero el “sí” de Diego Maradona fue contundente.

Para ponerlo en contexto: la selección de fútbol Argentino se comió una paliza así sólo en dos partidos oficiales y, a diferencia de lo que pasó en Suecia 58’, esta vez estaba lo de la altura, que era una excusa que nadie hubiera reprochado, al menos desde la massmedia hegemónica y el mundo futbolero.

Pero en un gesto de inusual claridad política, Maradona no dudó y se quedó en el lado correcto. Porque eso fue quien acaba de partir, un tipo que eligió pararse en el lado correcto y que, además, tuvo el extraño privilegio de ser el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos.

Es que para Maradona esa claridad política era usual y se ponía en acto desde una diáfana pertenencia de clase. No era un intelectual ni un teórico, pero supo tener claro quiénes son los malos en este asunto de la vida y nunca se lo perdonaron.

Por eso, aunque era Maradona, siempre le hicieron sentir que era una especie de sapo de otro pozo para el establishment de esa multinacional en que convirtieron al fútbol. Y cada vez que pudieron le pasaron factura, porque castigar a Diego y a su rebeldía, tenía un sentido pedagógico: no sea cosa que otros pobres se animen.

Pero como sabía quiénes son los malos, también tenía claro quiénes son los buenos y, por eso, eligió estar donde tenía que estar.

Era 1979 y Diego la rompió en el equipo que trajo la Copa Sub-21 del Mundo, desde Japón. Apenas después de que Jorge Videla se pavoneara para las cámaras de TV junto a los jugadores, Diego, un pibe que había zafado de lo peor de la colimba porque estaba en la Selección, le mandaba su camiseta albiceleste autografiada y dedicada a un preso político. Cuando alguien cercano se lo recriminó, sonrió y dijo “¿pero cómo no se la iba a mandar?”. Sólo eso, no hacía falta más.

Todavía estaba fresca la imagen del cebollita que cuando apenas levantaba un metro y medio del suelo, deslumbraba haciendo jueguitos con la pelota en los entretiempos de los partidos que jugaba como local Argentinos Juniors.

Era apenas un pibito pobre, de piernas delgaditas que un día se puso La Diez para no dejarla jamás. Ese día, Argentinos recibió a Talleres, y Maradona entró al comenzar el segundo tiempo. Ni bien pisó la cancha, metió un caño ¡qué locura!

Con la camiseta del Bicho y ya con La Diez estampada sobre su cuerpo, fue goleador del campeonato por tres temporadas seguidas. Después vino Boca, Barcelona y su segundo amor: Napoli. Porque su primer amor indiscutido y absoluto fue con la Selección.

Y precisamente con la albiceleste Diego expresó, mejor que nadie, que el fútbol es alegría, compromiso, lealtad, amor y pasión, cosas del pobrerío que el mediopelo jamás comprendería.

Es que difícilmente se pueda encontrar tanto amor y pasión comprimido en un monosílabo como el que entra en la palabra gol.

Y todo esto, en La Zurda de Maradona se transformó en arte, hermoso, sólido, rico y consistente que se fue galvanizando hasta traspasar las fronteras de la cancha, para transformar a Diego en un sujeto de una inusual coherencia y contundencia política.

Plantado contra la FIFA de João Havelange –que no era joda- militó para intentar la sindicalización de los jugadores. Diego había comenzado a recorrer un camino del que nunca se iba a apartar.

Después vino su primer viaje a Cuba donde se entrevistó con Fidel: el jugador de fútbol se iba transformando en algo más. Y esto quedó claro en el Mundial EE.UU. 94.

“La FIFA no podía permitir que Diego Maradona levantara la Copa del Mundo y se la dedicara a Fidel Castro”. La cita, que es de un periodista de una abierta postura y militancia de derecha, ayuda a comprender por qué cuando todavía estaba festejando el triunfazo contra Nigeria, apareció una mujer de blanco que arrancó de la cancha al capitán de la Selección.

La frase “me cortaron las piernas” con que Maradona explicó su sentimiento por haber sido sacado del Mundial, reflejaba lo que –en ese mismo instante- nos pasaba a miles de hinchas que comenzábamos a comprender que el fútbol se estaba convirtiendo una porquería multinacional, que poco tenía que ver con lo que sentimos desde el potrero.

Ese sentimiento y actitud de potrero que Diego floreó por canchas de todo el mundo ¡Si hasta hubo una universidad yanqui que quería estudiarlo, porque no comprendían cómo podía deslizarse como lo hacía, saltando de gambeta en gambeta!

Ese potrero, todo sentimiento, que lo llevó a putear a los que silbaban el Himno Argentino en la final del Mundial 90, en el Olímpico de Roma. Ese pibe de potrero que siempre estuvo vivo en Diego Maradona.

Incluso cuando ya era un hombre, un hombre que con actitud militante y política, se subió junto a Evo Morales al Tren del Alba, para viajar a Mar del Plata y abrazar a Hugo Chávez para gritar “Alca….al carajo”.

Fue el hombre de largas trasnoches de charlas con Fidel, escuchando, aprendiendo, opinando. El tipo amigo de Cuba y la Revolución que se hizo estampar en un brazo con un tatuaje del Che.

Y ese tipo que nunca perdió la sensatez y frescura de chico pobre, para muchos, pasó de ser El Diez a El D10s. Y algo de eso tenía, en realidad algo de dios pagano, de esos del Olimpo que cada dos por tres se andaban metiendo en quilombos, porque son demasiado propensos a sucumbir a la sensualidad de los placeres terrenales.

Y sí, era un dios de esos. Y eso también se lo facturaron desde el tilinguerío. Pero haciendo propias palabras de Roberto Fontanarrosa, para qué meterse con cosas que Diego hizo con su vida, si lo importante es lo que le hizo a la vida de millones de personas a las que nos dio muchos momentos de felicidad.

Ahora se fue ese tipo que siempre eligió pararse en el lado correcto y que, además, fue el mejor jugador de fútbol que jamás haya existido. Un tipo que con una pelota hacía magia, uno de esos tipos que cuando se van nos lo hacen sentir, porque sin ellos nos quedamos medio solos.

Se fue Maradona. Y lo hizo porque, como buen D10s pagano, sabe que esto de vivir es un instante, pero también sabe que lo que queda es la eternidad, que es el todo. Quién sabe, quizás este hacedor de imposibles, este demiurgo de las canchas lo logre y, ahora mismo, ya esté ahí vivo, ahí, en la eternidad.