Política
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Juntos por el Lobby presentó el Proyecto Pfizer. Una puja geoestratégica y geopolítica protagonizada por multinacionales de primera línea en la que se meten algunos lobistas de cuarta. Un bien escaso es caro, aunque esto cueste muchas vidas, así funciona el capitalismo.

El bloque de Diputados de JxC adelantó que espera presentar un proyecto, tendiente a que se revise la legislación vigente para que el Estado pueda aceptar las condiciones que impone la multinacional farmacéutica Pfizer para que el país le compre dosis de su vacuna.
De esta manera, la bancada desde la que se atacó a la Aspo, se propició la autorización de hidroxicloroquina para “prevenir” casos de Covid-19 y se hizo una denuncia penal contra el Gobierno por envenenamiento a raíz del acuerdo firmado con el Instituto Gamaleya, ahora se hace abiertamente lobby a favor de Pfizer.
Vale recodar que esta multinacional no cerró acuerdos con diferentes países de la región, entre ellos Argentina, como consecuencia de las exigencias que impuso, que incluían que se ponga activos del Estado como garantía, así como inmunidad ante cualquier consecuencia que pudiera traer la aplicación de su vacuna.
La que picó en punta con esto fue Patricia Bullrich, quien la semana pasada reclamó la venta libre y al mejor postor de la vacuna contra el coronavirus. Y, detrás de sus declaraciones el bloque de JxC explicitó su intención de “legislar en la materia para adquirir” las dosis que produce “el laboratorio Pfizer” (Ver No es personal, sólo son negocios).
La tarea de Bullrich como lobista no es nueva. Todavía está fresca la adquisición de lanchas artilladas tipo Shaldag a Israel, que eran unidades que el Astillero Río Santiago pudo fabricar mejor y más barato. Y ahora, sin disimulo, encabeza la cruzada para favorecer a Pfizer, cueste lo que cueste.
De esta forma, el bloque de JxC se pone la camiseta de uno de los jugadores más fuertes de una industria farmacéutica, una marca que tiene un valor de bolsa de casi 3.600 millones de dólares, que actúa en un negocio global que factura más de 1,43 billones de dólares al año.
Los diputados de JxC sienten fascinación por ese universo, en el que las soluciones para la salud de millones de personas, son sólo mercancía en manos de pocos financistas que valoran a esta industria de acuerdo a la cotización que sus productos tengan en la bolsa y la posibilidad que les brinden para imbricarlos con otros negocios.
Por eso nadie debería sorprenderse por las exigencias que una multinacional como Pfizer hizo para vender su vacuna contra el Covid-19 a Argentina. Es que la pandemia es –para pocos- una oportunidad que deben aprovechar. Y esto se pone de relieve en la industria farmacéutica.
¿Pero cómo le fue a esta industria durante la pandemia en nuestro país? Mientras la actividad general caía en un rango de diez puntos, la facturación de la industria farmacéutica en Argentina creció 50,3 por ciento respecto a 2019, lo que le valió para sumar algo así como 332.175 millones, tal como revela un informe del Indec que da cuenta del desempeño de las 58 empresas del sector que constituyen el núcleo de las que actúan en el país.
Pero pese a esto, en un escenario en el que la inflación de 2020 fue del 36,1 por ciento, el precio de algunos medicamentos aumentó hasta 1300 por ciento.
Ante esto el Observatorio de Costos de la Salud, advierte que “el incremento de los insumos y los medicamentos son impuestos por una oferta muy concentrada frente a la que no hay ninguna posibilidad de negociación y van en desmedro del ingreso de sanatorios y honorarios profesionales”. Y recalca que sobre todo en los productos de precio más elevado, hay una manifiesta relación con la variación del dólar, “un valor inabordable para la mayoría de las empresas de salud, tanto financiadores como prestadores”.
Algunos datos son más que alarmantes: mientras que el precio de los medicamentos de habitual uso hospitalario fue aumentado -en promedio- un 278 por ciento, en el caso de Propofol que se utiliza para pacientes graves con Covid-19, el precio se catapultó 335 por ciento.

Business are business

Durante 2020 el valor de capitalización bursátil de las 25 firmas líderes de la industria farmacéutica del mundo creció 194,360 millones de dólares, impulsado por la expectativa del desarrollo de vacunas contra el Covid-19.
Incluso antes de que sus respectivas vacunas estén autorizadas, en la Bolsa de Nueva York, los papeles de la estadounidense Moderna ya habían subido un 245 por ciento a mediados de 2020 y las de BioNTech y Jonhson & Jonhson 88 y once por ciento respectivamente. Mientras que en Londres, las acciones de la británica Astra Zeneca crecían casi veinte puntos y en la bolsa de Hong-Kong las de la china Cansino Bilogics cotizaban con alzas de más de doscientos por ciento.
Más moderado venía siendo el rendimiento de la cotización de otras empresas que estaban en carrera, entre ellas la suiza Roche Holding, la estadounidenses Biomarin, las alemanas Bayer y Pfizer.
En este contexto, los contratos que cada conglomerado farmacéutico tejió para la venta a futuro de las vacunas contra el Covid-19 que estaban desarrollando, fueron aceleradores tanto para sus ingresos como para la cotización de sus acciones.
Esto fue así el año pasado, cuando las vacunas eran una prometedora perspectiva y lo es más ahora que ya son una realidad ¿Será por eso que lo que ya antes se tejía ahora se teje con más énfasis? Es que de lo que va todo esto, no es de otra cosa que una guerra entre multinacionales que lejos de preocuparse por abordar estrategias que permitan suministrar rápidamente la vacuna a todo el mundo, retacean, especulan y buscan correr del escenario a los productos que, como la Spitnik V, se desarrollaron por afuera de ese circuito.
Y en esta guerra obscenamente especulativa, está claro, hay jugadores de primera y lobistas de cuarta. En ambos casos coinciden en que, para ellos, la vacuna que puede ser la llave para vencer a la pandemia, es una mera mercancía.
Por las características de lo que producen, las multinacionales farmacéuticas están acostumbradas a cazar en el zoológico y, encima, se trata de una de las actividades más monopolizadas del planeta: 25 corporaciones acaparan la mitad de las ventas de fármacos. Y de ellas, las seis que tienen más peso son Merck, Bayer, Novartis, Roche, Glaxo y Pfizer que –en todos los casos- poseen una cartera diversificada en actividades como biotecnológica y agroquímica, pero también se desempeñan en la industria financiera donde es difícil seguirles el rastro.
Y si para muestra alcanza con un botón, ahí está BlackRock como accionista privilegiado de Pfizer. Se trata del fondo especulativo que gestiona activos por más de seis billones de dólares en todo el planeta. También uno de los beneficiados por el mecanismo de endeudamiento y fuga que fomentó el Gobierno Cambiemos, y no hace mucho intentó impedir la reestructuración de deuda con fondos privados que emprendió el ejecutivo a partir de diciembre de 2019.
¿Tendrá algo que ver todo esto con la pasión que exhibe JxC a la hora de presionar, para que el Estado argentino conceda beneficios a esta multinacional?

Así es el capitalismo

Con este nivel de concentración y las características de la globalización que impone el sistema capitalista en su actual etapa de desarrollo, unas pocas multinacionales farmacéuticas deciden qué enfermedades y qué enfermos se van a atender. Pero asimismo, dónde, cuándo y a qué precio. Y esto del precio no alude sólo a lo que pague –quien pueda hacerlo- por tal o cuál medicamento.
Queda claro que la cosa va más allá, tal como se exhibió en el caso del apriete que hizo Pfizer a varios estados y las exigencias que puso a cambio de incluirlos en su lista de entrega de la vacuna contra el Covid-19.
Estas multinacionales operan con una tasa de beneficio bruta que va del setenta al noventa por ciento. Pese a esto, dedican sólo el diez por ciento de su presupuesto para la investigación y el desarrollo de nuevos medicamentos, destinados a enfermedades diferentes a las que padece el diez por ciento de la población mundial.
Así las cosas, todo parece indicar que dentro de un año la provisión de vacuna ya va a comenzar a dejar de ser un problema y que la pandemia empezaría a ser cosa del pasado. Ante esta perspectiva es evidente que para las multinacionales farmacéuticas, ahora es el momento de restringir la producción y distribución, entre otras cosas, como mecanismo para subir el precio y asegurarse mercados.
Pero como también tienen intereses en otras áreas de la economía y las finanzas, buscan aprovechar esta coyuntura para avanzar en la toma de posiciones de tipo geoestratégica y geopolítica. Y si a alguien le quedan dudas, que revise las exigencias que planteó Pfizer.
Con este telón de fondo se profundiza el lobby, aunque esta multinacional ni siquiera está cumpliendo –en tiempo y forma- con las entregas de dosis que comprometió en los contratos que suscribió, por ejemplo con Chile.
Difícil es saber qué porcentaje hay de lobby y cuánto de mero intento de molestar a La Rosada, en el Proyecto Pfizer que la bancada de JxC va a intenta que avance en el Congreso.
Pero hay más certeza sobre la forma en que el sistema capitalista genera premeditadamente escasez, porque en su lógica, un bien escaso es un bien que se vende caro. De esto va la carta que ahora mismo juega un puñado de multinacionales, junto a algunas de las principales formaciones estatales del universo capitalista.
Por eso pese a lo que desde hace más de un año reclama la OMS, las vacunas siguen sin ser consideradas un bien público, la vacunación es cualquier cosa menos masiva y mientas algunos países acaparan, otros se las ven en figurillas para conseguir las dosis que precisan y a muchos sólo les queda rezar.
Y aquí hay que destacar que con excepción de Rusia y la República Popular China, los laboratorios multinacionales y las principales economías capitalistas, cierran las puertas a cualquier posibilidad de que se pueda producir y distribuir rápidamente la vacuna, algo que garantizaría precios accesibles y, sobre todo, que la pandemia acabe rápido y en forma pareja para todo el mundo. Lejos de eso, apuestan por profundizar la escasez que garantiza que unas pocas transnacionales sigan cazando en el zoológico.