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Vie, Abr
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Política
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Dujovne alardea entre amigotes. El Senado aprueba el Presupuesto que exigió el FMI. La crisis, diferentes miradas y la trampa capitalista.

“Nunca se hizo un ajuste de tal magnitud sin que caiga el Gobierno”. La jactancia expuesta por el ministro Dujovne, ante un auditorio reunido para festejar el medio siglo de la Comisión Nacional de Valores, habla de la confianza de un gobierno que reconoce lo barato que le salió todo desde el momento mismo en que asumió.

Ahí, Dujovne alardeó con los logros de la política fiscal: la eliminación de subsidios y de Fútbol Para Todos, y recalcó que “Cambiemos va a ganar las elecciones”.

Cómo entre amigotes, el titular de Hacienda soltó la lengua para vanagloriarse cuando señaló: “Argentina, entre este año y el próximo, está haciendo un ajuste fiscal de casi tres puntos del PBI. El déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos va a caer de cinco a 1.5 del PBI, un ajuste externo de casi 3.5 puntos. El tipo de cambio mostró un ajuste de casi cuarenta puntos porcentuales”.

Pero, más allá de su orgullo, el ministro se quedó corto porque el ajuste es todavía más drástico que lo que aceptó.

Y este ajuste tuvo ayer un nuevo capítulo cuando, tal como viene ocurriendo desde diciembre de 2015, la connivencia de facciones feudales provinciales y una parte sustancial del peronismo, le entregaron al oficialismo los votos que nunca poseyó en un Congreso donde sigue estando en minoría.

El proyecto del ejecutivo se convirtió en Presupuesto 2019, cuando por amplia mayoría, el Senado lo sancionó esta madrugada.

No hubo demasiadas sorpresas. Algunos pases de último momento, no alcanzaron para mermar el potencial de los acuerdos que ya tenía abrochado el Gobierno Cambiemos con mandatarios provinciales que –por muy poco- le dieron los votos que necesitaba en ambas cámaras.

Ayer por la tarde, la gobernadora de Catamarca, Lucía Corpacci, recibía a Mauricio Macri, que voló hasta su provincia con la promesa de algunas obras. El caso de la catamarqueña no es exclusivo: sólo alcanza con revisar la lista de quienes votaron positivamente, para advertir que –quizás como nunca- ahora funciona la lógica garrote o chequera.

Por eso Dujovne estaba seguro y su alegría se reflejó al señalar que, “más allá de haber recurrido a impuestos transitorios, es muy importante que no recurrimos a controles de capitales, cepos, confiscaciones ni represión financiera”.

Este postulado es una verdadera declaración de principios que lleva implícita la otra cara de la moneda, donde se ve el énfasis puesto para controlar la expansión de la economía productiva. Pero también que se le puso cepo al trabajo y el salario y se confiscó la riqueza de cientos de miles de personas cuyos ingresos cayeron drásticamente respecto a la inflación, mientras que la represión profundizó su sentido de clase y se objetivó contra la protesta social.

Pero el ministro fue más allá y, en un anticipo de lo que será el Relato Cambiemos versión 2019, reflexionó: “como las sociedades no vuelven al pasado, vamos a ganar las elecciones. Cuando terminemos el siguiente mandato, en 2023, va a ser antipopular proponer cambios radicales a los que venimos haciendo”.

 

La mentira y la verdad

 

Del texto aprobado esta madrugada, sólo queda afuera del universo de la fantasía el brutal recorte de trescientos mil millones de pesos que se sacan –entre otros- de subsidios al transporte, energía y obra pública.

Esto aporta a empeorar la situación de las provincias que, en algunos casos, se la verán en figurillas para afrontar recortes por cien mil millones, algo que también va pegar debajo de la línea de flotación de los municipios.

De ahí en más todo es cuestión de fe. Es que, por citar algunos datos, el Presupuesto 2018 hablaba de inflación de diez puntos que -una semana después de votado- pasó a tener una previsión de 15,7 por ciento, pero en diciembre –en el mejor de los casos- estará en un rango de 45 por ciento.

También previó que el PIB iba a aumentar 3,5 por ciento, pero este año la caída va superar el 2,5; mientras que en el caso del precio del dólar, lo colocó en 19,30 pesos, cuando después de trepar por encima de los cuarenta, ahora ronda los 37.

Otro tanto sucede con la previsión de consumo que, en lugar de crecer el tres por ciento prometido, va a cerrar 2018 con una caída de alrededor de 6,2 por ciento. Y ni que hablar de la relación PIB/deuda que el Presupuesto 2018 fijó en 38 por ciento y va a culminar este año en un rango superior al ochenta por ciento.

¿Entonces, alguien puede creer que las previsiones del Presupuesto 2019 son serias?

Más allá de los dibujos del Indec-Cambiemos, analistas locales y extranjeros coinciden en que la inflación 2018 no va a ser menos del cincuenta por ciento ¿Será creíble que, con este arrastre, los precios se incrementarán un 34,8 por ciento el año que viene?

Y, aunque se quede corta por el porcentaje de la merma, el escenario recesivo explica la caída del consumo previsto en casi dos puntos y la de la inversión que se estima en casi diez.

Con este telón de fondo hace ruido el aumento de 38,39 por ciento que se anticipa para la recaudación tributaria. El Presupuesto dice que donde más se va a recaudar es por el IVA, incluido el consumo de bienes y servicios, al tiempo que el segundo rubro va a ser el Impuesto a las Ganancias.

Queda claro que a lo que se le dio luz verde es la hoja de ruta que trajo el FMI, pero también la del diseño sociopolítico que vino a imponer el tándem de poder que ingresó a La Rosada en 2015.

Cuando Macri termine su Presidencia, la actividad económica habrá perdido seis puntos. La reprimarización de la economía sigue destruyendo trabajo: en septiembre, la industria argentina volvió a caer, esta vez, 11,5 por ciento en lo que significa la mayor contracción en casi una década.

Prometieron que Argentina volvería “al mundo”, pero nadie les preguntó a qué mundo. Esta caída pone al país en el segundo escalón del podio de aquellos que más destruyen su industria. Sólo es superada por Burundi, pero se coloca por encima de Estados como Togo, Benin y Jordania donde la aplicación de la aplicación de un programa económico similar al que impone Cambiemos, se cargó al gobierno que encabezaba Hani al Mulki, en junio de este año y después de que movilizaciones populares lo reclamaran en Amán y otras ciudades del país.

Por eso, parece que es verdad que “nunca se hizo un ajuste de tal magnitud sin que caiga el Gobierno”. Dujovne y sus cómplices pueden estar contentos.

 

Desnaturalizar

 

La aprobación del Presupuesto 2019, pone sobre el tapete diferentes niveles que adquiere la dinámica de crisis que atraviesa el capitalismo y que afecta a todos los aspectos del Estado Liberal Burgués.

Asimismo, pone en superficie lo falaz de las miradas y, por lo tanto, las recetas que se propone desde el liberalismo y la economía clásica, pero también desde las posturas reformistas de saga keynesiana.

Los primeros encienden velas a Adam Smith y, desde su versión más gurkha -el neoliberalismo-, cabalgan sobre la idea de que el sistema económico se autorregulará para superar la situación de crisis que no atribuyen al mercado, sino a conductas inadecuadas de actores económicos, fundamentalmente, al universo del trabajo y al Estado. Con ellos en caja -insiste- la mano invisible del mercado va a estar liberado para actuar.

De la vereda de enfrente, pero en el mismo barrio, keynsianos, neokeynesianos y protokeynesianos de diferente pelaje, le apuntan banqueros y financistas, que se habrían deschavetado aprovechando la mirada gorda de gobiernos que liberalizan la timba del crédito y las finanzas.

Por eso –al menos desde el discurso- se presentan como una suerte de cruzados que combaten a la extrema  financierización que fagocita a la economía real y productiva. Desde su perspectiva, alcanzaría con poner en caja a ese “capitalismo malo”, para que se produzca el advenimiento de otro “bueno”.

El debate –y su ausencia- que rodeó al Proyecto de Presupuesto 2019, estuvo atravesado por la tensión entre estos dos campos, que también disputan el imaginario social -hoy y aquí- en el prolegómeno de un año electoral.

En las posturas que se exhibieron en ambas cámaras, estuvo ausente una mirada que ubique a la crisis de la que ese proyecto es consecuencia y componente central, como epifenómeno de la propia dinámica del capitalismo.

¿Qué quiere decir todo esto? Que la crisis sólo se puede explicar si se revisan los propios fundamentos del capital, a la vez que es hija de las contradicciones inherentes al proceso de acumulación capitalista. Por eso, aquí, allá y en cualquier parte, el capitalismo es sinónimo de crisis: de tipo periódica y de larga duración.

Pero para poder advertirlo y poder avanzar hacia una toma de consciencia crítica, es preciso desnaturalizar orden social burgués.

Esto quiere decir que no alcanza con sentirse la izquierda del sistema, sino que es preciso colocarse por afuera de las relaciones que establece el capital, esto es, el sistema capitalista. Esto no es otra cosa que pensarnos desde la posibilidad de construir mecanismos capaces de reorganizar -bajo formas no capitalistas- la producción, la generación de riqueza y la distribución de bienes, pero también la vida social de forma de que se cubra las necesidades.

Porque por las características del momento que atraviesa la propia crisis capitalista, no estamos ante una situación en la que al actual descalabro, vaya a sucederle otro momento en el que –con facilidad- se consiga una estabilización a partir de nuevos pactos sociales y actores políticos que -desde la burguesía- sean capaces de reestructurar a las diferentes facciones del capital para construir una nueva hegemonía social.

De esto va lo que pasó esta madrugada en el Senado. Esto lo sabe Dujovne y, por eso, le envía un mensaje tan claro a los que sepan leer entre líneas: no se preocupen, porque el ajuste es sólo el comienzo.