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El (no) debate a propósito del sistema prostituyente. Estos son los detonantes que la abogada feminista e investigadora de la Unlp, Silvina Perugino, utiliza para reflexionar y aportar en un tema central.

En los últimos días, tuvimos en Argentina la visita de la teórica feminista Silvia Federici, quien ha venido a nuestro país a presentar su último trabajo “El patriarcado del salario”.

A salas repletas, Federici reflexionó sobre diferentes temas políticos, como los contextos internacionales y regionales, sobre las organizaciones populares, sobre el feminismo; en el particular, y al menos en la charla a la que asistí, una vez abierta la ronda de preguntas -que previamente se debían entregar a las organizadoras- dinámica que impedía la re-pregunta, la primera inquietud que surge de cientos de participantes que colmaban el gimnasio perteneciente a la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, fue ¿por qué se posiciona en contra del abolicionismo de la prostitución?

Federici responde: “No sé de dónde ha salido esa idea, yo estoy a favor de la descriminalización que no significa la regulación”. La teórica allí, y desde una posición enmarcada en el anarquismo, plantea la negativa ante cualquier tipo regulación por parte de Estado, por lo tanto tampoco acuerda con el regulacionismo en este caso.

Luego, a partir de un análisis netamente filosófico, plantea que dentro del capitalismo todas somos explotadas, que no deberíamos vender nada, ni nuestro conocimiento, ni nuestro cuerpo, realizando un paralelo -por ejemplo- entre el trabajo que hace una docente con la actividad de la mujer, travesti y trans y la situación de prostitución.

Después, y aquí nos detendremos dice: “No quiero hablar de temas que nos dividen, las feministas debemos estar unidas con un mismo objetivo”.

Independientemente de la posición, más o menos clara, acerca del sistema prostituyente y del análisis que podamos hacer en otros artículos acerca de cómo la idea de “descriminalización” -en varios países- terminó favoreciendo al proxenetismo, vamos a detenernos en la idea de que ciertos temas “dividen” al feminismo.

Esta apreciación es compartida por muchas feministas que, ante la posibilidad de disenso y contradicción, resuelven no tomar postura acerca del tema o, en el caso de tenerla, no hacerla pública.

 

Historia y contradicciones

 

La historia del feminismo ha sido la historia de las contradicciones. Podríamos remontarnos -por ejemplo- al arduo debate que llevaron adelante las feministas marxistas enmarcadas en la Revolución Bolchevique, con las feministas inglesas y estadounidenses de un corte más liberal.

Podríamos pensar en los debates acerca del feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia. Más aquí en el tiempo y en el territorio, el activismo travesti en Argentina y en el marco de los Encuentros Nacionales de Mujeres, ha tenido que disputar y discutir acerca de su incorporación en los debates, en claro enfrentamiento a un feminismo de corte biologicista que mostraba su oposición a ello.

Hoy se encuentra en pleno debate dentro del feminismo, el sujeto político de la Ley por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito. De hecho, la incorporación en el Proyecto de Ley impulsado por La Campaña del término “personas gestantes” es, en cierto punto y hasta el momento, la síntesis de ese debate.

La lucha del feminismo negro es también histórica. Enfrentadas a un feminismo blanco, las activistas buscan darle a nuestro marco de lucha, la impronta racial.

¿Podrá haber feminismo si no terminamos con el racismo? se preguntan. De la misma manera que las activistas negras se enfrentan a un feminismo hegemónico que no se ha hecho carne de las luchas por la raza, un feminismo de corte anticapitalista también se enfrenta a la concepción del feminismo liberal.

Nos preguntamos entonces: ¿Podrá haber feminismo si no terminamos con el capitalismo? Podríamos ahondar en ejemplos históricos, donde las contradicciones, no sólo no fueron negadas por el movimiento, sino que puestas en la mesa nos ayudaron a avanzar en contenido y estrategia.

Así, los disensos han sido parte central de nuestra construcción como movimiento político disruptivo. Sucede que las contradicciones son propias de la vida política.

¿Cómo pensar un movimiento político que no las tenga?

En los últimos años, en Argentina, este movimiento -el feminismo- ha crecido exponencialmente. Las nuevas generaciones fueron interpeladas por una construcción política, que ha tomado una forma organizativa única en el mundo como el ya mencionado Encuentro Nacional de Mujeres que lleva 34 años de vida.

Y no sólo se han sumado al mismo a partir de las individualidades, sino que en muchos casos han interpelado a sus propias organizaciones políticas, las que se vieron en la obligación de aggiornar, al menos, sus discursos.

Este proceso de crecimiento, no necesariamente debe encuadrarse en un marco ideológico definido, ya que ello ni siquiera sucede en procesos políticos generales, incluso de gobiernos progresistas, donde el auge y acompañamiento popular no necesariamente responde a una profundización en ideas de fondo que pongan en tensión, por ejemplo, al sistema económico causante de las penurias que esos procesos políticos populares contrarrestan.

Luego, y a partir de campañas mediáticas de las derechas, muchos de esos procesos son negados por gran parte del electorado, incluso por quienes se beneficiaron con las políticas de inclusión, quienes concluyen votando a sus propios verdugos.

 

Zona de disputa

 

El feminismo no escapa a ese fenómeno, conformándose entonces como una identidad en disputa.

Frente a un feminismo que se presenta como anticapitalista, otro feminismo sostiene que es posible, en un proceso neoliberal de gobierno, realizar conquistas en pos de los derechos de las mujeres, las lesbianas, las travestis y las trans.

Feministas que, por ejemplo, asumen cargos en un  gobierno de derecha y lo mantienen después de un plan de endeudamiento, ajustes y represión: represión justamente inaugurada en las manifestaciones feministas.

Cabe a esta altura interrogarnos acerca de si se puede ser feminista y liberal. Algunas de las mencionadas más arriba dirán que sí o, sin decirlo, defenderán desde el Feminismo, premisas liberales.

Entonces: ¿existe un feminismo de derecha? Nuestra respuesta es negativa, un feminismo de derecha es una negación del propio feminismo. Sin embargo, sabemos que la teoría de las derechas -el liberalismo- también disputa sentido dentro del feminismo.

Las políticas punitivistas, como resultado de la lucha contra la violencia de género, son un claro ejemplo de ello. La idea de enmarcar nuestros reclamos en el sentido liberal de mi cuerpo es mío, también es parte del avance discursivo del liberalismo.

Así, feministas asumen cargos en gobiernos neo-fascistas, otras brindan con champagne por esos nombramientos y vamos a tener que entrar en las contradicciones, porque pensar una unión entre tan dispares ideologías, será imposible.

Parte de ese feminismo liberal regulacionista, hoy gana -pocas- adeptas dentro del feminismo popular y muchas dentro del feminismo mediático o el que se demuestra únicamente en redes sociales.

La resignificación del lema “mi cuerpo es mío” -que si bien tiene un corte conceptual liberal- y que fue levantado como bandera por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, y su uso para justificar la “elección” a someterse a uno de los institutos más violentos y de control de los cuerpos de las mujeres, las niñas, las travestis y las trans, que nos ha dado el patriarcado, es al menos contradictoria.

Estamos entonces frente a una disputa de sentido. Pretender vaciar de contenido luchas históricas es parte de dicha disputa, como por ejemplo cuando se reformulan lemas como “Sin clientes no hay trata” en “Sin clientes no hay plata” con los pesos simbólicos que ello implica.

Bajarle peso a las consignas, vaciarlas de contenido, pretender con ello quitarles dramatismo y configurar un escenario donde todo vale lo mismo y nada resulta ser tan terrible, minimizando así las voces de las sobrevivientes, son prácticas que se despliegan en esta disputa.

Prácticas más propias de sistemas comunicacionales y de marketing, que del debate de ideas. Es decir, estas luchas por el sentido se enmarcan en campañas en redes sociales, con frases de impacto que a simple vista resultan disruptivas, pero que están alejadas del debate ideológico, de la profundización, de las conceptualizaciones y de la militancia territorial, cuestiones estas últimas tan propias del feminismo.

Entonces no sólo es necesario, es urgente colocar la disputa en un lugar central. Debemos darnos un debate serio con las organizaciones que aconsejan a las jóvenes estudiantes de los sectores populares practicar sexo oral con el profesor, para conseguir el apunte o el dinero para comprarlo, argumentando que es una forma de empoderamiento.

¿Qué tipo de organización ve mejor venderse por sexo a organizarse políticamente para conquistar los derechos? ¿Qué tipo de organización, sino la que es aliada de quienes dice combatir? ¿Cómo comprender estas premisas, sino a la luz del liberalismo? ¿Cómo comprenderlas, sino en una clara intención de generar sentido que legitime un sistema de opresión?

Un sistema conformado en los albores del patriarcado y que se ha perfeccionado, luego, con el advenimiento del capitalismo. Un sistema que ha buscado formas de legitimación a lo largo de la historia, así como la violencia los ha buscado.

Formas de legitimación que encuentran un lugar propicio para desarrollarse, en un presente de retroceso en materia de derechos humanos y de reconfiguración de las derechas en términos continentales y mundiales.

Esto sumado al uso de las instancias de redes de sociales, donde despliegan un mecanismo discursivo perverso, menospreciando luchas históricas, pretendiendo colocarlas en lugares anacrónicos con respecto al momento histórico.

Y sí. Es anacrónico, en momentos de macrismo, posicionarnos por el derecho al trabajo, por el derecho a no prostituirnos, precisamente en momentos de formalización de la cultura que afirma que todo puede comprarse y todo puede venderse.

El sistema prostituyente configura uno de los sistemas de control más violentos del patriarcado. El proxenetismo pugna por ganar una batalla cultural en tanto aceptación de la prostitución como liberadora.

Nuestro feminismo es tozudo, tanto ha resistido los embates que aún hoy, en tiempos de las derechas reconfigurándose, en medio del fracaso de las democracias, pretende exigir hasta lo imposible.

Nuestro feminismo no le teme a no ser políticamente correctas, no le teme a no formar parte de los estrados de las academias, no le teme a las contradicciones y enfrenta los avances de la derecha por sobre un movimiento, cuya razón de ser es lo insurrecto.

Nuestro feminismo, no va a ocultar las contradicciones, es nuestra intención ponerlas arriba de la mesa y busca autoexigirse un debate serio y en profundidad.

Nuestro feminismo es revolucionario y encuentra en el concepto de “explotación”, no la justificación de sistemas más perversos de esclavitud, sino la razón de ser de las revoluciones que vamos a protagonizar.