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Vie, Abr
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La pandemia provocada por el Covid-19 se expande en Brasil, en gran medida, por la política adoptada por el gobierno de ese país. Bolsonaro se niega a decretar la cuarentena para no resentir las ganancias de los grandes empresarios y para que estos no tenga que asumir los costos que implicaría el parate de la actividad económica.

La pandemia global provocada por el Covid-19 está poniendo a prueba los Estados y gobiernos del planeta y expone la desidia y despreocupación de los gobiernos de derecha neoliberal en materia de protección sanitaria, económica y social de la población. Estados Unidos, Reino Unido, Chile, Ecuador y Brasil son algunos de los países en los que los mandatarios decidieron resguardar las ganancias de los grupos económicos y desproteger la salud de la población. En algunos países de América Latina la situación es especialmente riesgosa; en muchos de ellos los trabajadores no solo están obligados a asistir a sus lugares de trabajo, sino que además viven en condiciones de hacinamiento, ideal para la propagación del virus, y además deben recurrir a sistemas de salud deficientes y cuando no privatizados o semiprivatizados.
Entre los irresponsables del momento, destaca sin dudas el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien calificó al Covid-19 como una “gripecita” y sostiene que es preferible que mueran “algunas” personas a parar la actividad económica y que se resientan las ganancias empresariales. En Brasil, el presidente eligió ceder a las presiones del establishment, similar a las que por estas horas sufre el gobierno del Frente de Todos por ejemplo en manos del Grupo Techint, desde un primer momento. Por eso, no dudo en afirmar ante una consulta periodística que “algunos van a morir, lo siento, pero así es la vida”.
El manejo de la crisis sanitaria derivó en una fuerte crisis política en Brasil. A tal punto que 25 de los 27 gobernadores del país se reunieron por teleconferencia para coordinar acciones frente a la postura del gobierno nacional, conscientes de que la pandemia recién está tomando impulso y que cuando se produzca el pico la situación puede ser realmente calamitosa. Hasta ayer domingo 29 de marzo, en Brasil se reportaban 4.362 infectados confirmados, 141 muertos y tan sólo 6 pacientes recuperados.

Incluso, en las últimas horas, el ministro de Salud brasileño manifestó públicamente que se torna necesario el aislamiento social obligatorio en todo el territorio nacional. Pese a ello, el mandatario se mostró caminando por las calles de Brasilia, sin barbijo y sin la distancia recomendada por la Organización Mundial de la Salud.
Mientras tanto la sociedad brasileña manifestó ayer una vez más su repudio al gobierno de Bolsonaro con la etiqueta #ForaBolsonaro y desde los balcones de San Pablo, Estado que dispuso la cuarentena a pesar de la política nacional, se proyectaron miles de imágenes de rechazo al presidente.
Frente a esto, Bolsonaro volvió a insistir con su postura a través de su cuenta de Twitter —que al igual que Trump privilegia este canal de comunicación— y dijo, de forma temeraria, que la cuarentena no servía para nada. La publicación de estos mensajes primero fueron censurados por la compañía Twitter, que consideró “ofensivas” y “peligrosas” las opiniones del mandatario. Luego, decidió directamente suspender momentáneamente la cuenta. Más allá de las consideraciones sobre la compañía norteamericana Twitter, y su prerrogativa de regular un espacio de expresión, que mayoritariamente tiende a acallar determinadas voces como las del gobierno de Venezuela y Cuba, lo cierto es que el rechazo internacional al manejo de la crisis que están realizando los gobiernos de Brasil, Chile, Ecuador, Estados Unidos y Reino Unido tiene su contracara en el reconocimiento a la solidaridad internacional que por estas horas reciben en distintas partes del mundo los gobiernos de Cuba y China, que están desplegando una labor de solidaridad internacional que se fundamenta en la larga tradición humanista del comunismo.