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Mié, Abr
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Bolsonaro logró echar al Ministerio de Salud que proponía un aislamiento social y colocó a uno de su núcleo duro que quiere tests masivos. Mientras tanto, los más vulnerados del país padecen la ausencia del Estado ante la pandemia.

Este jueves en rueda de prensa Jair Bolsonaro anunció el nombramiento de Nelson Teich en el Ministerio de Salud tras el desplazamiento de Luiz Henrique Mandetta, que en las últimas semanas lo puso en tensiones al mandatario con los militares, que querían a Mandetta en el cargo.
Mientras tanto el Coronavirus avanza en Brasil, que ya tiene alrededor de dos mil muertos por la pandemia mundial que agudizó las contradicciones del capitalismo y evidenció aún más su principal paradigma: el desprecio por la vida humana. Y más allá de las estadísticas, el gobierno derechista del país vecino desde un principio planteó la idea de que el Estado debía garantizar que ruede la economía.
Este viernes el nuevo titular de la cartera de salud dejó en claro que coincide con la visión de Bolsonaro sobre cómo afrontar el Covid-19, una mirada que no propone el aislamiento social. La propuesta de Teich es la realización de test masivos. Lo cierto es que en el gigante sudamericano la pandemia profundiza las desigualdades existentes y demuestra los límites de un Estado pensado para priorizar las ganancias de la burguesía.

Un problema de clase

Falta de agua y superpoblación: dos problemas que padecen alrededor de trece millones de personas que viven en las favelas más pobladas y más pobres de Brasil, que ante esta situación en muchos casos ni siquiera pueden comprar los productos esenciales sanitizantes y están en riesgo ante el desamparo del gobierno que solo propuso un pequeño subsidio. Un desamparo que incluso los funcionarios no tienen ningún pudor en señalar, tal como lo hizo Mandetta, que un día antes de dejar la responsabilidad en salud recalcó que para combatir el Covid-19 en las favelas hay que dialogar con los narcotraficantes y las milicias parapoliciales que controlan dichas barriadas.
Vale mencionar que la primera fallecida en Río de Janeiro fue una trabajadora doméstica del barrio de Leblón cuyos empleadores habían viajado a Italia y no le informaron de que podían tener el virus. Por otro lado, Sebastiao Soares, un vendedor local de Ciudad de Dios, la favela que se hizo famosa por la película del mismo nombre de 2002, expresó que habita en una casa de 120 metros cuadrados con otras seis personas. En dicho barrio la gente recolecta suministros de limpieza y comida para los que quedaron desempleados.
La desigualdad se manifiesta también en la cantidad de población negra que ha fallecido ante esta crisis. Se repite en Brasil un cuadro parecido al estadounidense, donde el estado de Illinois tiene quince por ciento de población negra, pero registró hasta ahora 35 por ciento de los infectados y cuarenta por ciento de las muertes por covid-19 entre ese colectivo.
En este contexto, Bolsonaro avanzó con un decreto que autorizó a las empresas a suspender el contrato de sus trabajadores hasta por cuatro meses sin sueldo, una más del presidente para preservar los intereses de los poderosos, amparado en que era para “enfrentar los efectos económicos y preservar empleos”. Un día después, sin dar explicaciones del giro, el mandatario dio vuelta atrás en este sentido. Sin embargo la población brasileña se organiza con protestas desde el hogar -teniendo en cuenta que 27 estados si decretaron cuarentena- exigiendo la renuncia de Bolsonaro.
Planteadas las intenciones del Estado brasileño de ir por cada elemento que ponga en peligro las ganancias ante la pandemia y vaya en desprecio de la preocupante situación de abandono de los pobres en las favelas, el covid-19 avanza en el mundo con distintos matices, pero con una tendencia clara: el carácter criminógeno del capitalismo es una máquina de descarte de los sectores vulnerables. Tal como se ve en EE.UU., donde ya murieron 36 mil personas y en barrios carenciados de Atlanta se hacen fosas comunes.