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Mar, Abr
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A horas de asumir, el presidente electo Joe Biden, anunció que una de sus primeras medidas será la extensión nacional de las restricciones a los desalojos, ante la posibilidad cierta de que millones de personas sean desalojadas por mora en el pago de los alquileres. ¿Crisis actual?

En Estados Unidos casi cuarenta millones de personas, poco menos de la población total de la Argentina, corren riesgo de quedarse sin vivienda a partir del 1 de febrero, según informó la National Low Income Housing Coalition (Nlihc), una ONG estadounidense que alertó también sobre una eventual profundización de la crisis habitacional en el país del norte junto a una agudización de los vaivenes económicos, motivados estos por la pandemia del Covid-19, según el reporte.

Desde que el Sars-CoV-2 arrecia en todo el mundo, con especial énfasis en los países del capitalismo “desarrollado” o de “primer mundo”, se ha vuelto sentido común la idea de que la pandemia provocó y sigue provocando profundas crisis económicas. Se escamotea, así, la profunda crisis económica, social y ambiental que atraviesa el capitalismo desde al menos el 2008 cuando sobrevino la crisis financiera e inmobiliaria en Estados Unidos y que arrastró a la Unión Europea, sin mencionar los cimbronazos económicos que tienen lugar desde la década del setenta, cuya resolución se patea hacia delante con la refinancierización de una economía por demás financiarizada, lo que agudiza la hipertrofia del capitalismo en el núcleo mismo del sistema.

La crisis del capitalismo, al menos hasta el 2019, se caracterizaba, en parte, por la hegemonía de lo que Marx denominó el capital ficticio, esto es, el capital que no existe en la actualidad pero que potencialmente en el corto y mediano plazo podría existir, y por el que se realizan inversiones a futuro. El capital ficticio funciona como combustible para la circulación del capital, necesidad primordial para el capitalismo, que necesita de la circulación para su reproducción.

Pero la hegemonía del capital ficticio, que sin dudas constituye en la actualidad un pilar del sistema financiero internacional, choca de frente con la crisis sanitaria, ambiental y económica provocada por la pandemia. Si en los últimos años, especialmente desde la crisis desatada por las hipotecas subprime en Estados Unidos, el sistema financiero internacional se volvió cada vez más inestable y “menos confiable”, en este contexto es dado suponer cierta imprevisibilidad en el corto plazo, al menos mientras dure la pandemia, lo que lleva a las principales potencias económicas a ajustar clavijas puertas adentro, al calor de cierto proteccionismo que marca el ritmo de las relaciones internacionales.

En este contexto, una buena parte de la población de los Estados Unidos atraviesa una crisis habitacional que, salvando las distancias, posee puntos en común con los problemas de vivienda en Argentina. Así, al igual que los inquilinos en nuestro país, una parte de la población yanqui espera que una de las primeras medidas del nuevo presidente, Joe Biden, que asumirá este 20 de enero, sea extender las restricciones nacionales a los desalojos. Así lo prometió el presidente electo en su cuenta de Twitter, ya que más de catorce millones de personas presentan mora en el pago del alquiler y corren riesgo de enfrentar un desalojo.

Es que según el director de Nlihc, Paul Kealey, “en diciembre de 2020 casi uno de cada cinco inquilinos estaba atrasado en su alquiler; los expertos estiman que estos hogares ya deben entre 34.000 millones y 70.000 millones de dólares y hay entre treinta y cuarenta millones de inquilinos en riesgo de perder sus hogares”. En este marco, no sorprende que entre los principales afectados por la crisis habitacional se encuentre la población afroamericana y los trabajadores de origen latinoamericano: “más del 29 por ciento de los inquilinos negros y el 26 por ciento de los inquilinos latinos estaban atrasados en el pago del alquiler, en comparación con el 14 por ciento de los blancos”, informó Kealey.

A pesar de las diversas implicancias de la crisis habitacional a uno y otro lado del continente, el nudo gordiano de la problemática sigue siendo el mismo. Ya en 1872 Engels se había visto obligado a escribir un folleto sobre el problema de la vivienda en Alemania, que a su vez polemizaba con las soluciones propuestas en Francia, ante la misma cuestión, por la escuela de Proudhon. Por ello, en 2021 sigue siendo acertado plantear el problema de la vivienda como un problema estructural del capitalismo, que afecta, tal como alertaba Engels en 1872, tanto a la clase obrera como a la pequeña burguesía y que, anteriormente, Marx había vinculado al antagonismo entre el campo y la ciudad promovido por el desarrollo de la industria capitalista, que trajo tanto progreso para el desarrollo de las fuerzas productivas como pauperismo entre las condiciones de hábitat de los trabajadores. No hace falta más que echar una mirada sobre los alrededores de Skid Row, Los Ángeles, a 500 kilómetros de Silicon Valley para encontrarse con miles de personas acampando en la calle tras haber sido desalojados. Una foto que también es previa a la pandemia y que vincula, a pesar de los escamoteos del caso, la vinculación entre la crisis actual y el desarrollo del capitalismo en las últimas décadas.