Se cumplen hoy dos siglos de un momento clave para la Primera Independencia Nuestroamericana y para reflexionar sobre él, pero también acerca de qué mensaje transmite para nuestros días, presentamos esta columna del historiador Paulo Menotti.
Hace 200 años, el 9 de diciembre de 1824 en la Pampa de Quinua, a 37 kilómetros de la ciudad de Ayacucho, Perú, el Ejército Unido Libertador del Perú, comandado por el mariscal Antonio José de Sucre, venció a las tropas realistas del virrey José de la Serna. Ésta, que fue una de las batallas más grandes de la Guerra de Independencia de las, hasta entonces, colonias del Imperio español en Sudamérica, marcó el final de la misma. Cien años más tarde, en otro contexto, cuando los estados nación sudamericanos ya tenían varias décadas de vida, Leopoldo Lugones, un antiguo socialista y devenido nacionalista de derecha, reclamó que era “la hora de la espada”, es decir, pedía una dictadura militar que haga retroceder las pocas conquistas sociales que se habían logrado desde la ampliación del voto con la Ley Sáenz Peña y claramente se oponía al ejemplo que brindaba la Revolución Rusa. Un siglo más tarde, otra vez la voz de la extrema derecha azota a nuestro pueblo con el ímpetu, el frenesí de recortar los derechos conquistados con cien años de luchas de la clase trabajadora y, por qué no expresarlo, también el deseo de un gobierno de características fascistas en nuestro país. ¿Qué elementos podemos recordar de la batalla de Ayacucho para reflexionar acerca de nuestro presente y nuestro futuro? ¿El antiimperialismo?, ¿el anticolonialismo?, ¿la perspectiva revolucionaria? En estos tiempos en los que la extrema derecha tiene la voz y marca nuestra agenda, es momento de repensar y volver hacia nuestra historia para imaginar un futuro mejor.
Los tres momentos claramente marcan sus diferencias. Es claro que están inscriptos en un tiempo en el que la modernidad dio su gran paso de la mano del capitalismo que entraba triunfante en Europa y conquistaba el mundo a lo largo del siglo XIX. Para el campo de la izquierda, de los sectores populares, de la clase trabajadora, ese largo tiempo tuvo sus claras variantes.
Al momento de la batalla de Ayacucho, apenas se esbozaban las primeras ideas socialistas a las que Carl Marx llamó “utópicas” y se estaba dando forma a la clase trabajadora de Inglaterra, el primer país donde se produjo la Revolución industrial y se expandía de esa manera el capitalismo. Unos 24 años separan esa batalla del Manifiesto Comunista en 1848 que marcó los lineamientos principales de la izquierda internacional con las palabras de Marx y Federico Engels. Muy lentamente en el medio siglo restante se fueron gestando las organizaciones anarquistas y socialistas que impulsaron la idea de revolución social, de un cambio profundo del sistema capitalista que claramente ya mostraba su rostro empobrecedor de las mayorías sociales.
En lo que hoy es nuestro país, la batalla de Ayacucho fue una noticia aliviadora porque significaba que el poderío del Imperio español no se iba a volcar más sobre las Provincias Unidas del Río de la Plata y, ni siquiera sus representantes locales podrían afectarlos, pero los debates ya pasaban por otro lado. Desde 1820 cada provincia se autogobernaba mostrando su soberanía y se reunían a pedido del creciente Imperio británico como una república bajo la denominación de República de las Provincias Unidas del Río de la Plata (aún no se llamaba Argentina), presidida por Bernardino Rivadavia. Los sectores populares, la emergente clase trabajadora, los campesinos pobres, es decir, los gauchos y chinas vivían su tiempo de libertad ganada a partir de participar en la Guerra de Independencia. La participación en el conflicto bélico les había brindado autonomía y la Revolución de Mayo les había hecho ganar derechos que no tenían en la época colonial. Los que habían dejado de ser esclavos, o las esclavas que podían soñar que sus hijos serían libres, los pueblos originarios que habían dejado parte de su sometimiento al no pagar por el uso de la tierra, la posibilidad de hombres y mujeres principalmente en el espacio pampeano de habitar y vivir con su rancho, sus cultivos y sus animales tal como lo expresa el tiempo feliz del gaucho al inicio del Martín Fierro. De hecho, el grueso del Ejército del Norte se desprendió y se acantonó en Arequito (Santa Fe) negándose a disolverse ni a formar parte del ejército de trabajadores de los nuevos empresarios estancieros o saladeros. Aunque sin conciencia revolucionaria, el anticolonialismo y el antiimperialismo estaba presente entre los propósitos de estos sectores populares.
Sin embargo, el creciente capitalismo fue sometiendo esas libertades ganadas en la Revolución de Mayo a partir de leyes como la de “vagos y mal entretenidos” que buscaban disciplinar a esa mano de obra díscola que prefería la libertad y la auto subsistencia de la pampa. El propio Martín Fierro relata cómo, al cruzarse con la “Ley” (que no es otra cosa que la superestructura señalada por Marx) fue enviado a pelear contra el indio y a su regreso se había quedado sin su compañera y sin sus hijos que habían debido someterse al trabajo planteado por los empresarios capitalistas. A los pueblos originarios no les fue mejor. Una vez terminadas las luchas de las élites, se dio forma a la cuestión indígena y triunfó el proyecto de Julio A. Roca de arrasar con estas comunidades, sometiendo a los pocos sobrevivientes de los miles de asesinados por el avance del Ejército Argentino. Nos queda la duda de si los que llegaron a ocupar sus lugares tuvieron mucho mejor destino que estos anteriores. Para eso que llamaron “desierto”, el establishment de esa época, la oligarquía propuso la convocatoria de millones de inmigrantes de Europa y Asia. Entre 1870 y 1930, nada más, llegaron a nuestro país unas seis millones de personas de las que se quedaron alrededor de cuatro millones. Se conformaba así, hacia fines del siglo XIX el Estado nación y la clase trabajadora argentina.
Está claro que, de este encuentro también se afirmaron las ideas revolucionarias de ese proletariado de hombres y mujeres, muchos de ellos extranjeros, así como muchos de ellos eran criollos.
Unos siete años antes del centenario de la batalla de Ayacucho, irrumpe en el mundo la Revolución Rusa que conmueve a los proletarios del planeta brindando un ejemplo y mostrando que la utopía podía hacerse realidad. La clase trabajadora de nuestro país estaba consolidada y luchaba por sus derechos y por la revolución en base a organizaciones anarquistas y a partidos socialistas y comunista. Eran tiempos difíciles en los que las familias obreras debían trabajar la totalidad de sus integrantes para alcanzar el sustento de todos. Sin embargo, y aunque no estaba convencida la mayoría de la clase trabajadora, la idea, la posibilidad de revolución social estaba a la vuelta de la esquina. Claramente, eso era lo que le preocupaba a personas como el tránsfuga de Lugones quien atemorizado por las masas obreras y el cambio revolucionario, pidió en el centenario de Ayacucho “la hora de la espada”. Esa hora llegó apenas seis años más tarde mostrando que era lo peor que le podía pasar a la clase trabajadora, al igual que las demás dictaduras. Pero está claro que el objetivo de la revolución, de un mundo mejor empujó a muchas y a muchos a resistir y sobreponerse a esas dictaduras. De hecho, a lo largo del siglo XX, la clase trabajadora fue avanzando en la conquista de derechos que, aunque no eran el socialismo soñado, permitieron una mejor vida que la que tenían hacia fines del siglo XIX.
Ese siglo XX, sin embargo, demostró ser corto como afirmó Eric Hobsbawn y una nueva era surgió a partir de la Caída del Muro de Berlín. Con el Socialismo real o de Estado, también se desvanecía el sueño revolucionario que había permitido caminar a miles y miles, a luchar, a sufrir derrotas y a sobreponerse para poder volver a luchar. El fin de la historia de Francis Fukuyama y la instauración del neoliberalismo se impusieron a nivel mundial como el único relato posible ubicando en un callejón sin salida a la izquierda, aunque también a la clase trabajadora, a los sectores populares. Frente a esto, la crisis de 2001 en Argentina, las cíclicas coyunturas críticas mundiales desde 2008 a nuestro tiempo, señalan claramente los límites de este nuevo relato neoliberal. Está claro que el sujeto revolucionario ya no es más el proletariado industrial y aparecieron nuevas figuras dentro de este espectro. Sin desmerecer la importancia de trabajadoras y trabajadores industriales, nuevos motivos, el reclamo de antiguos derechos denegados aparecieron en escena y parecen tomar las banderas del cambio social. Las mujeres se pusieron al frente junto a otros grupos que pusieron en tensión a las nuevas caras que va mostrando el capitalismo porque, junto al reclamo de derechos sociales también aparece la necesidad de reformar sus lugares como trabajadoras y trabajadores.
La complejidad de la sociedad actual y la sensación de que el avance de esos derechos no trajo aparejado la concreción de los mismos, permitió el avance de formas agresivas de la extrema derecha. Un ejemplo entre otros es la situación de desamparo que aún siguen sufriendo mujeres frente al maltrato o la imposibilidad de la igualdad de oportunidades en los puestos de trabajo marcado por el “techo de cristal”.
¿Un paso para adelante y dos pasos para atrás, sería la frase que refleja nuestro tiempo, parafraseando a Lenin? Estos últimos cuatro años, y en especial durante 2024, vimos el avance de la extrema derecha que hizo retroceder o pretende hacernos desandar el camino, la conquista de derechos que logramos hasta acá. Al igual que hace 200 años, el avance capitalista busca robarnos lo que fuimos consiguiendo en nuestra lucha, pero, a diferencia, no está claro en la conciencia de los sectores populares del presente el anticolonialismo y el antiimperialismo. Al igual que hace cien años, las voces filofascistas buscan eliminar las conquistas sociales alcanzadas, pero, a diferencia, el ímpetu revolucionario no está claro.
Los elementos históricos que nos muestra la batalla de Ayacucho, a doscientos años, son el anticolonislismo, el antiimperialismo y la propuesta revolucionaria. Las preguntas para la izquierda y los sectores populares apuntan hacia cómo repensarnos a 200 años, cómo recuperar las ideas de anticolonialismo y antiimperialismo y cómo recrear la idea de revolución social sin caer en una mirada melancólica que nos permita mirar hacia el futuro.