Leandro Moglia es profesor de la Historia Universidad Nacional del Noreste y doctor en Cs. y Humanas de la UNQui, además de titular con dedicación exclusiva de Historia Económica de la Facultad de Cs. Económicas de la Unne, donde es director del Instituto de Políticas para el Desarrollo Regional. Es profesor titular en la cátedra Política Agropecuaria y Organización Rural en la UTN, y desde una mirada aguda reflexiona sobre los factores comunes que articulan la gesta de la Primera Independencia con la tarea de construcción de la que debe ser la Segunda y Definitiva.
A meses de celebrar el Bicentenario de la Batalla de Ayacucho (1824-2024) la reflexión sobre una verdadera independencia y emancipación definitiva nos invita a reflexionar sobre los procesos políticos, económicos y sociales de una Latinoamérica que, incluso antes de 1824, generan tensiones y desigualdades.
Adentrarse en los análisis históricos y pesarnos en el presente nos invita a reconsiderar las continuidades y rupturas que se fueron gestando desde dicho evento. Cuestionar el pasado reprensando si los procesos políticos anteceden a los económicos o viceversa y que lo social se presenta transversal a los análisis es adentrarnos en un intercambio sin fin y hasta sin sentido. Pues la realidad es la que debe ser interrogada desde diversas perspectivas y siempre en interdisiciplinariedad.
En este sentido, reflexionar sobre la batalla de Ayacucho y su significado desde la historia económica es abrir el debate respecto de algunos términos políticos que se cuelan entre las herramientas que la historia económica utiliza para explicar ciertas situaciones. Términos como Independencia y Emancipación suelen ser sinónimos, pero en su semántica son conceptos diferentes, aunque subsidiarios.
La Independencia política que los gobiernos locales fueron construyendo a partir de los procesos iniciados, en su generalidad para 1810, finalizaron con el surgimiento de nuevos estados, donde las luchas entre clases y la presencia de las oligarquías locales, terminaron por definir los modelos de acumulación y perfilaron los modos de inserción el sistema capitalista en expansión y consolidación. Por su parte hablar de Emancipación, nos induce a reflexionar sobre el camino gestado luego de la independencia y a plantearnos si verdaderamente nos hemos constituido en países soberanos de nuestros recursos y con modelos económicos de desarrollo y crecimiento endógenos.
Al momento de gestarse la Batalla de Ayacucho, los procesos económicos generados como consecuencia de las revoluciones políticas ya estaban consolidados: fragmentación de los espacios comerciales, desintegración monetaria, nuevas rutas comerciales y por sobre todo nuevos poderes económicos que aprovecharon el vacío de poder español para reemplazar un monopolio por otro y profundizar la exclusión de algunos sectores.
Desde la Historia Económica los procesos independentistas son explicados como el inicio de procesos de construcción de un poder económico que halló los caminos para el desarrollo de un país, asentado en la explotación de los recursos naturales de escasa capitalización y con acceso restringido solo para una burguesía nacional que se iba formando; con un comercio externo visto como único elemento de desarrollo y en estrecha dependencia de las economías europeas que emergían como las más desarrolladas; con un domino casi absoluto de los sistemas financieros internos y gran dependencia de los ciclos económicos externos. Dicho camino nos llevó a insertarnos en una división internacional del trabajo como espacios de enclave económico, donde la explotación de nuestros recursos servía para la consolidación de un sistema capitalista de inclusión forzosa, a costa de la explotación, del asalariado rural y urbano.
La incorporación al mercado mundial por parte de los nuevos países latinoamericanos fue desigual en virtud de las potencialidades de cada espacio y sus características geográficas. No obstante, en su mayoría las oligarquías nacionales que fueron emergiendo, en el proceso de consolidación política, estrecharon lazos con capitales ingleses que ubicaron a Latinoamérica como su gran mercado abastecedor y comprador de sus manufacturas. Ésta relación acrecentó las desigualdades no sólo entre los países, sino hacia el interior de estos por cuanto hubo regiones que se expandieron más que otras en virtud de la inversión de capital.
De este modo, fue como Latinoamérica que constituyó como un gran espacio de periferia, rezagado y en permanente desigualdad social.
Si nos posicionamos en ciertas corrientes históricas y económicas que conciben al desarrollo económico de países o regiones en la capacidad de articular, integrar y combinar las actividades rurales con las urbanas (industrialización) y lo trasladamos a Latinoamérica, debemos decir que sólo a partir de algunas coyunturas puntuales fue que los países de la región pudieron generar dicha coexistencia.
Lamentablemente los desarrollos industriales fueron modelos implantados y sin un proceso de base previo. Dicha cuestión generó que los procesos de industrialización por sustitución de importaciones sean inconclusos y con un grave problema de balanza de pagos y comercio. Es decir, nuestra industria se enfrentó con serios problemas de consolidación que de modo frecuente finalizaban en ciclos de recesión económica.
En varias ocasiones se buscó resolver el problema de la dependencia externa y fomentar el desarrollo endógeno; sin embargo, la falta de capitales nacionales o la convivencia de las clases gobernantes con el capital extranjero hicieron que dichos procesos queden truncos y la emancipación siga siendo más un deseo que una realidad.
Como hemos visto, los ideales independentistas se alcanzaron en cuestión de lo político, aunque de modo permanente nos preguntamos que interesen mueven las políticas externas de nuestros países. Sin embargo, la emancipación económica sigue siendo una vacante de nuestra realidad cotidiana. El capital siempre se ha impuesto y ha manejado el rumbo del desarrollo económico.
Las clases trabajadores, siempre y cuando se reconozcan como tal, deben comprender volver hacer suyos los ideales de independencia y emancipación con un análisis coherente de las realidades y con propuestas plausibles de cumplir. La Revolución es posible si nuestros ideales parten de análisis acertados y con formación renovada.
Sigamos apostando a la emancipación, que será el camino para lograr la verdadera independencia.