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Mié, Nov

Ayacucho: La puerta a la Segunda Independencia
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“Ayacucho como punto de inflexión en la guerra de independencia” es el detonante desde el que el ensayista, novelista e investigador en temas históricos Horacio A. López, reflexiona sobre un recorrido atravesado por la lucha, que los pueblos de nuestra región vienen protagonizando desde hace dos siglos.

El año 1824 fue decisivo en el triunfo de los ejércitos patriotas en Sudamérica contra las fuerzas realistas de ocupación. En agosto Simón Bolívar venció a los godos en la batalla de Junín, y poco más de cuatro meses después el mariscal José Antonio de Sucre hizo lo propio en la batalla de Ayacucho, en la pampa de Quinua en Perú, asestando así el golpe definitivo a la dominación colonial española en esta parte de América. La composición del ejército patriota en esta gesta fue una demostración más de que la guerra por la independencia y la libertad era una guerra protagonizada por todas las regiones del subcontinente: en ella participaron, tanto entre los oficiales, como en suboficiales y soldados, combatientes de casi todos los actuales países del mismo. A partir de allí se daban las condiciones para bregar por la unidad de todas las regiones, que llevara a un proceso de unificación institucionalizada.

Nueve años antes, en la famosa Carta de Jamaica, Simón Bolívar en su autoexilio provisorio en la isla que lleva ese nombre, expresaba: "Es una idea grandiosa pretender formar de todo el mundo nuevo una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una religión debería, por consiguiente, tener un solo gobierno que confederase los diferentes Estados que hayan de formarse… ¡Qué bello sería que el istmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!(1)". El Libertador tomaba, para concretar su proyecto unificador, la experiencia de la llamada “Anfictionía” de la Grecia antigua, que era la reunión anual en Corinto de los representantes de los Estados- ciudades, para tratar sus asuntos comunes a falta de un Estado único.

 

Otros patriotas con iguales ideas

Al haber terminado en Ayacucho con el poderío militar español en Sudamérica, se daban esas condiciones que soñaba Bolívar. No era el único que lo planteaba: el hondureño José Cecilio del Valle, intelectual propiciador de la educación y la ciencia, en su periódico El Amigo de la Patria, escribía en 1822: "Yo quisiera: 1°. Que en la provincia de Costa Rica o de León se formase un Congreso general… 2°. Que cada provincia de una y otra América mandase para formarlo sus diputados o representantes con plenos poderes para los asuntos grandes que deben ser el objeto de su reunión… 6°. Que formasen la federación grande que debe unir a todos los Estados de América y el plan económico que debe enriquecerlos…(2)"

Y un año después, en Quito, el tucumano Bernardo Monteagudo, en su Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los estados hispanoamericanos y plan de su organización, planteaba la idea de una Liga Americana contra el común enemigo: Esta obra pertenece a un congreso de plenipotenciarios de cada Estado que arreglen el contingente de tropas y la cantidad de subsidios que deben prestar los confederados en caso necesario. Y agregaba más adelante: Sólo aquella misma asamblea podrá… mitigar los ímpetus del espíritu de localidad que en los primeros años será tan activo como funesto(3).

En la entrevista de Guayaquil de junio de 1822, entre San Martín y Bolívar, de quienes Monteagudo había sido colaborador directo en distintos momentos, ambos libertadores coincidieron en la necesidad de constituir una Federación como la planteada.

 

Congreso de Panamá

Desbrozado el camino que marcara el triunfo de Ayacucho, Simón Bolívar activó, con la colaboración de Monteagudo, la convocatoria al que sería el Congreso anfictiónico de Panamá, al que el tucumano concurriría como diputado designado por el Libertador, representando al Perú.

En Panamá deliberan, desde el 22 de junio hasta el 15 de julio de 1826, los delegados de Colombia (que comprendía a Venezuela,  Colombia, Ecuador y Panamá), de Perú, que incluía Bolivia; de Centroamérica (Guatemala, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador, Honduras) y México. Chile no llegó a nombrar a sus delegados y las Provincias Unidas del Río de la Plata, si bien nombró representante, este nunca llegó a Panamá. Hubo observadores de Gran Bretaña, Holanda y Brasil.

Bernardo Monteagudo fue asesinado en Lima,  antes de la realización de dicho Congreso. 

Estados Unidos instruyó a sus agentes diplomáticos para que en cada república tratasen de boicotear la realización del Congreso. Si bien los delegados hispanoamericanos firmaron un Tratado de Unión, Liga y Confederación perpetua y una Convención sobre contingentes militares que debería aportar cada república, esos acuerdos nunca fueron ratificados por los parlamentos de los diversos gobiernos representados en Panamá, dado que los “espíritus de localía” que denunciara Monteagudo en su ensayo, no tenían ningún interés en delegar sus poderes en un organismo supranacional.

Intentos Integracionistas post-Panamá

Los sueños de construcción de la Patria Grande por los que lucharon tantos patriotas seguían vigentes; lo motivaban las presiones políticas y comerciales de Estados Unidos e Inglaterra. Se desplegaron entonces iniciativas diplomáticas conducentes con Centroamérica, Perú y Chile durante 1831 y 1832, pero sin llegar a concretar nada. Hubo que esperar ocho años para que surgiera una nueva iniciativa, esta vez desde el Perú. Las gestiones se prolongaron a lo largo de los años (1840-1842). Aceptaron concurrir Brasil, Buenos Aires, Bolivia, México, Ecuador, Perú y Chile. Pero los planes naufragaron en las turbias aguas de las contradicciones políticas domésticas. En 1846 Perú retoma la iniciativa, esta vez acuciado por la amenaza de una expedición de reconquista organizada por la monarquía española. Lograron reunir en 1847 en Lima, a Chile, Bolivia, Ecuador y Nueva Granada, pero las luchas intestinas y los celos de poder en cada joven república terminaron por frustrar de nuevo esas intenciones.

Dos pactos se firmaron en 1856: el Tratado Continental en principio entre Chile –el anfitrión-, Perú y Ecuador, al que luego se adhirieron Bolivia, Costa Rica, Nicaragua, Hondura, México y Paraguay; y el Tratado de Alianza y Confederación entre Nueva Granada, Guatemala, El Salvador, México, Perú, Costa Rica y Venezuela. Las buenas intenciones de estos pactos quedan en eso: se levanta el espíritu del Congreso Anfictiónico de Panamá, pero luego se diluyen esas intenciones, en parte por las contradicciones de los firmantes pero también por las efectivas acciones diplomáticas de Estados Unidos.

Hubo un intento más en 1864 en Lima que no llegó a mayores. El último intento de unidad en ese período fue el impulsado por el ecuatoriano Eloy Alfaro convocando al Congreso Internacional Americano que debía reunirse en México en 1896 para desarrollar una doctrina americana que viniera a reemplazar a la nefasta doctrina Monroe y lograr el reconocimiento conjunto de la independencia de Cuba. Apenas concurrieron siete países. Esta tentativa fracasada le dio argumentos a Estados Unidos para, de una vez por todas, tomar ellos en sus manos la conducción de los países latinoamericanos y caribeños, lo que se consumó con la primera Conferencia Panamericana, realizada en Washington en 1889, inicio de la diplomacia panamericana que hegemonizaría la política en el continente durante lo que restaba del siglo 19 y gran parte del 20.

 

Manejos imperialistas e intentos progresistas

Las Conferencias panamericanas terminaron transformándose en 1948 en la Organización de Estados Americanos (OEA), un instrumento más adecuado para acompañar a EE.UU. en su política de dominación en América en el clima de guerra fría instalado luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial; en la primera conferencia Interamericana de 1954 en Caracas, predominó el espíritu de lucha contra el comunismo internacional y se dio el visto bueno para que la CIA organizara y ejecutara el golpe de Estado en Guatemala en ese mismo año contra el presidente Jacobo Árbenz, quien proponía una reforma agraria y había iniciado un proceso de nacionalización de empresas extranjeras. A partir de allí la OEA fue funcional a las políticas de intervención del imperio del norte en el continente; por ese rol es que la nueva organización terminó siendo denominada popularmente como “Ministerio de Colonias”.

Como contrapartida a esas políticas, a partir de finales del siglo y comienzos del siglo 21 aparecen nuevos actores preanunciando políticas progresistas y, en alguna medida, antiimperialistas. En una coincidencia histórica, de esas que sorprenden al devenir humano, surgieron líderes como Hugo Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, Rafael Correa, Néstor Kirchner, dispuestos a construir otra realidad. Quizá el caso más impactante fue el “No al Alca” de Mar del Plata.

Hugo Chávez, quien prácticamente asume la presidencia en Venezuela cuando comienza el nuevo siglo, es el primero quien, en soledad, porque el resto de los nombrados aún no existían como presidentes, comienza a plantear medidas como el Banco del Sur, el ferrocarril del sur, el oleoducto del sur; concreta la creación de la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América (Alba), en 2004, junto al comandante Fidel Castro, instrumento que es la cara opuesta al Alca y propone un comercio de beneficios mutuos entre los países americanos, y entre otras medidas revolucionarias crea Petrocaribe, con una política petrolera que beneficia a los pequeños estados caribeños.
En una visita que como Congreso Bolivariano argentino le hicimos al comandante Chávez, al poco tiempo de asumir como presidente, en cuya delegación participamos por el Partido Comunista Athos Fava y yo, recuerdo que nos dijo, al mencionarnos todas las medidas que tenía en carpeta, que si la revolución que planteaba no trascendía las fronteras de Venezuela, estaba destinada a perecer. Ese desafío todavía está vigente.

 

Hacia un nuevo orden multipolar

En Nuestra América tenemos vigente la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), creada en 2011 por Chávez y Lula, que tiene la particularidad de que no la integran ni Estados Unidos ni Canadá, lo cual es una superación de calidad en relación a la vetusta y obsoleta OEA. Tenemos la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) creada en 2008, que debemos revitalizar. En el mejor momento de su existencia, Unasur tenía un Comité integrado por funcionarios de los seis países que la integraban, con rango de embajadores, funcionando en Buenos Aires, con el objetivo, por vez primera en la historia, de construir una hipótesis de conflictos para enfrentar las políticas imperialistas. Tanto se había avanzado en relación a la OEA.

A nivel mundial tenemos la existencia de los Brics, foro político y económico de países emergentes, fundado en 2009, integrado inicialmente por China, Rusia, India y Brasil y hoy por más de veinte países, como una alternativa al grupo imperialista del G-7.

Evidentemente el mundo está cambiando y Nuestra América intenta, a pesar de retrocesos y avances, asimilarse a esa nueva situación. Sin dudas nos esperan batallas importantes para continuar la brega por la integración y la segunda y definitiva independencia.

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“Ayacucho como punto de inflexión en la guerra de independencia” es el detonante desde el que el ensayista, novelista e investigador en temas históricos Horacio A. López, reflexiona sobre un recorrido atravesado por la lucha, que los pueblos de nuestra región vienen protagonizando desde hace dos siglos.

Leer más…Anfictionía en América, la lucha por la Patria Grande

‏En la actual República del Perú, hace 200 años, dos proyectos políticos se enfrentaron en cercanías del pueblo de Quinua. El proyecto de los realistas era el de la permanencia del viejo régimen colonial y el proyecto de los Libertadores era revolucionario y liberador, el proyecto de la Patria Grande. Enfrentamiento que continúa hasta hoy en todo el territorio de Nuestramérica, concluye E. Antonio Gianotti en esta que es la tercera entrega del especial Ayacucho: la puerta a Segunda Independencia. "La crisis civilizatoria abarca a todo el sistema capitalista mundial", recalca el autor. 

Leer más…Aniversario de la batalla de Ayacucho

El autor de esta columna, Roberto Deibe, dio sus primeros pasos como periodista en la edición de papel del semanario Nuestra Propuesta tras lo que su vida laboral lo llevó a la República Bolivariana de Venezuela a continuar con la labor. En la actualidad se desempeña como profesor de historia e investigador del Centro Cultural de la Cooperación "Floreal Gorini" y está trabajando en la realización de su tesis de licenciatura en la Universidad Nacional de Tres de Febrero.

Leer más…La batalla de Ayacucho y su importancia histórica

Leandro Moglia es profesor de la Historia Universidad Nacional del Noreste y doctor en Cs. y Humanas de la UNQui, además de titular con dedicación exclusiva de Historia Económica de la Facultad de Cs. Económicas de la Unne, donde es director del Instituto de Políticas para el Desarrollo Regional. Es profesor titular en la cátedra Política Agropecuaria y Organización Rural en la UTN, y desde una mirada aguda reflexiona sobre los factores comunes que articulan la gesta de la Primera Independencia con la tarea de construcción de la que debe ser la Segunda y Definitiva.

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Con este artículo de Cristian Poli inauguramos esta sección en la que, de cara al 200 aniversario de la Batalla de Ayacucho, invitamos a reflexionar y debatir sobre este hito de la Primera Independencia y su proyección hacia lo que deberá ser la Segunda y Definitiva Independencia. Es un orgullo que el puntapié inicial lo dé Cristian Poli, quien es profesor de historia, integrante de la Corriente Agustín Tosco, también es un protagonista de las luchas que son claves para el Sindicalismo de Liberación.

Leer más…Pensar la revolución hoy. Acción de masas y lucha de ideas

Con este título inauguramos esta sección de Nuestra Propuesta, que reflexionará sobre este momento clave para la Primera Independencia Nuestroamericana, del que en diciembre se cumplirá el segundo centenario. Pensar en las luchas que confluyeron en el proceso de la Primera Independencia de Nuestra América, vuelve necesario posar la mirada sobre la Batalla de Ayacucho que constituye un hito determinante para ese momento, al tiempo que establece su capítulo final.

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