Con Voz Propia Rogelio Roldán reflexiona sobre lo que describe como un momento intenso y complejo de la lucha de clases, que a su vez “pone a la luz del día la crisis de alternativa política de poder popular”, algo que considera un tema crucial para el movimiento popular, y en particular para las fuerzas revolucionarias.
Por ti sabemos, Lenin,
que la mejor cuna del partido
es el fuego.
Por ti comprendemos que el partido puede aceptar
cualquier clandestinidad
menos la clandestinidad moral.
Roque Dalton
El accionar del gobierno de ocupación, subordinado lacayunamente a la política exterior belicista y agresiva del imperialismo, a los mandatos de la mafia financiera del FMI y de los fondos buitres, evidencia con toda nitidez la agudización de varias crisis combinadas, las cuales se potencian entre sí y ya alcanzan carácter estructural.
Este desgobierno, en sólo diez meses, llevó la economía a un descalabro cualitativo, con la consiguiente destrucción sistemática de fuerzas productivas, lo que se proyecta a largo plazo. Se considera que dos trimestres seguidos con caída de la producción, el empleo y el consumo significan la instalación de un proceso recesivo. En el caso de continuar dicho proceso se ingresa en una deflación, lo cual descompone de modo cualitativo la economía del país. Objetivamente es notorio que en la actualidad se asiste a ese desbarranque, a nuestro país en descomposición.
Pese a las maniobras discursivas, incluyendo insultos y afirmaciones soeces del imbécil que cree que nos preside, la sumisión de este cipayo fascista a EE.UU. no trajo inversiones ni “ayudas” del FMI y demás usureros de la timba financiera global. Por el contrario, el gobierno norteamericano, a través de la generala Laura Richardson, agrava los aprietes con la Doctrina Monroe, reforzada por el Corolario Roosevelt de 1904 -la política del “big stick”, “gran garrote” en castellano- y sus actualizaciones en materia de geopolítica y geoestrategia.
El 14 de octubre en Mendoza se cometió la 16 Conferencia de los Ministros de Defensa de las Américas. En ella el radical bulrrichista Luis Petri, ministro de no-defensa, repitió al pie de la letra el guión del Comando Sur yanqui, adoptando su teoría de las “Nuevas Amenazas” y de las “amenazas emergentes”, que vinieron a reemplazar a la desprestigiada “doctrina de seguridad nacional”.En su discurso, coincidiendo con la ¿canciller? entreguista Mondino, no dijo ni una palabra de Malvinas.
Previamente había incluido al país en el grupo Ramstein, de apoyo a los nazis ucranianos; pedido el ingreso a la Otan; pretendido que el Congreso autorice la entrada libre de tropas extranjeras y apoyado el genocidio del sionismo al pueblo palestino, junto con las declaraciones del cipayo mayor en la asamblea de la ONU de terminar con la neutralidad argentina. Vale decir meternos como carne de cañón en guerras ajenas, lo que ya costó dos atentados terroristas.
Añadamos el convenio con un traficante armas checoslovaco, Jaroslav Strnad, de proveer pólvora de Fabricaciones Militares, a los ucronazis. Dicho sea de paso, Fabricaciones Militares está en la mira de privatización para fungir de logística para el militarismo otaniano.
Sumemos lo acaecido en el 60 Coloquio de IDEA, al respecto cito a Alfredo Zaiat en su nota del 20 de octubre en Página 12: “Con el ciclo político de Milei buscan ordenar en forma definitiva la matriz socioproductiva para enterrar el modelo de desarrollo con organización gremial de trabajadores, que ha estado en tensión permanente en la relación capital y trabajo desde hace varias décadas”.“Los sectores dominantes identifican una oportunidad virtuosa para llevar a cabo un ciclo de acumulación ampliada de capital, sustentada en la apropiación de las materias primas y el consiguiente declive de los procesos de industrialización”.
Vale decir que la burguesía nativa, en su miopía política y su mediocridad ideológica, prefiere liquidar el modelo productivo para recibir algunas migajas que “derrame” el extractivismo, junto a creer que podrán seguir como prebendarios del Estado, al que el topo vendepatria intenta “destruir desde adentro”.
En este marco es útil advertir el alto impacto de la crisis de “gobernabilidad”, vale decir el acuerdo entre los partidos patronales para mantener el sistema capitalista en el país, disimulando su crisis civilizatoria como sistema planetario. Este problema es insalvable pues contiene la crisis de representación política y social. Las instituciones, tanto de gobierno como las antaño “populares”, están inmersas en una incapacidad total de expresar a quienes dicen representar. Ni el congreso representa a las provincias y al pueblo de la Nación ni, por mencionar un ejemplo de burocratización aguda, la CGT no representa al movimiento obrero -los jerarcas hace décadas que son la pata patronal en el movimiento sindical-.
El andamiaje institucional del aparato de estado, conocido como “república democrática”, actualmente vegeta entre los crujidos de su crisis terminal. Sin legitimidad de origen, esta democracia cautelada se vació de contenido político y mutó en agencia de colocaciones, rosca y carrerismo.
Este momento intenso y complejo de la lucha de clases también pone a la luz del día la crisis de alternativa política de poder popular. Este tema, crucial para el movimiento popular, y en particular para las fuerzas revolucionarias, es el objeto de este escrito.
Hoy es visible el reacomodamiento de partidos, grupos y sectores ante el atropello de un gobierno que comienza -recalco, sólo comienza- a perder aceptación popular, pero que su plan de motosierra y ajuste -más allá de los individuos que circunstancialmente lo ejercen, los cuales son descartables- tiene todo el respaldo de las clases dominantes y, en especial, de los fondos buitres y de la embajada yanqui, que son quienes realmente dirigen su accionar.
Por ahora el debate de alguna franja popular está orientada, desde su dirección nacional-populista burguesa, al tacticismo electoralista e internista, ubicando como objetivo central, casi excluyente, las próximas elecciones, lo cual lleva a entretenerse en debates en torno al mayor o menor límite de alianzas, en torno a futuras candidaturas y cuestiones similares.
Ese enfoque parte de la ilusión posibilista de instalar un llamado “capitalismo humano en un régimen de consensos democráticos”, como exclaman los politólogos de todos los partidos patronales. Esa visión es una grave traba para construir alternativa de poder popular. Ese capitalismo, que nunca fue humano, ya no existe ni volverá a existir, lo absorbió la financiarización.
Esto objetivamente, distrae, desmoviliza e impide apreciar la real dimensión y gravedad de la crisis y, lo más importante, impide dar cuenta de la magnitud de la oportunidad abierta para cortar el círculo vicioso de gobiernos reformistas que incluyen sectores populares pero no tocan la matriz dependiente, ya neocolonial, de la economía. Gobiernos luego desplazados por administraciones neoglobalistas que hacen tabla rasa de lo logrado y, peor, apuntan a naturalizar culturalmente la negativa del derecho a una vida digna, incluido el peligroso tránsito a un Estado policial, antesala de una dictadura abierta.
Cabe preguntarse qué iniciativa puede -y debe- generarse desde las fuerzas revolucionarias y el sujeto pueblo, nucleado en torno a la clase obrera, para afrontar esta situación y aprovechar la oportunidad histórica de terminar ya, y no en un hipotético “triunfo” en 2025 y 2027, con este virreinato.
Algunas fuerzas postulan la lucha por sí sola, como solución casi mágica, “luchismo” que se agota en sí mismo. Otras plantean formas asociativas con la institucionalidad estatal sin lucha, derivando en el posibilismo de las oenegés. De estas visiones surge la contraposición entre lucha política y lucha social, que en la vida real están interrelacionadas de manera muy compleja, en movimiento, y se influyen y absorben mutuamente en forma continua.
Claro está que sin luchar no se logra ni siquiera la reivindicación inmediata dentro del sistema. Pero, la lucha sola, sin poner en cuestión el estado de cosas existente, no puede construir la necesaria alternativa política. El electoralismo como objetivo principal tampoco puede resolver la crisis. La alternativa mencionada debería constituirse como una fuerza política popular de alcance integral, creadora de una nueva identidad del pueblo trabajador, capaz de protagonizar la lucha de clases, y no ser mero testigo de la puja por el poder en las alturas. Tanto el posibilismo como el luchismo quedan como espectadores, reducidos a disputar una mayor porción de las políticas clientelistas.
La experiencia histórica enseña que si los pueblos no construyen su propia política de clase, su decisión y voluntad de vencer y su organización para tomar el poder y construir un nuevo sistema social, esas situaciones o se descomponen hacia formas autoritarias y fascismo -como ahora-, o son asimiladas por el poder real para mantener la dominación, como lo logró la estrategia desplegada por el poder real para absorber la crisis de diciembre de 2001.
Considero que, en nuestra realidad, la tarea central que la época nos reclama a los revolucionarios es construir una nueva -en sentido de reformulada- representación política del sujeto de la revolución. No mejorar o fortalecer de modo organicista o administrativo, la actual institucionalidad popular, ya insuficiente, sino recrear un pensamiento y un proyecto político -o sea una estrategia y sus tácticas correspondientes- que exprese, de modo históricamente independiente, en el contexto actual del mundo y del país, al sujeto de la revolución para que logre avanzar a constituirse en Bloque Político Histórico de Poder.
Un bloque anticapitalista, alternativo al modelo y al sistema, anclado en la lucha cotidiana, capaz de golpear fuerte en los nudos de contradicción del poder, generar conflictos a su interior, agravar la crisis de representatividad y ponerlo a la defensiva. Dicho proyecto deberá ser clasista, antiimperialista, anticapitalista y socialista, con capacidad de accionar político en ofensiva, profundamente democrático, autónomo, no basista ni asambleísta, que con ese contenido y estrategia se nutra y cree los grados de organización que se hagan necesarios.
Alternativa
La construcción de alternativa política es, obligatoriamente, un plan de poder, y el camino para lograrlo hoy es una política de insurrección popular, lo cual excluye el seguidismo y la subordinación a las direcciones reformistas burguesas y pequeño burguesas, muy impregnadas de posibilismo.
Ese plan se basa en la independencia de clase y la autonomía, en la iniciativa revolucionaria, que cree las condiciones subjetivas para su plasmación. Subjetividad es conciencia, voluntad, organización, capacidad ideológica, capacidad de crítica del mundo en que vivimos y capacidad de proponer un mundo distinto, alternativo.
Por lo tanto, se parte de un enfoque integral: político, teórico, práctico y organizativo del proceso de acumulación de fuerzas. Este proceso implica construir contrahegemonía, factor subjetivo, en cada momento. Es construir siempre poder popular mientras, con la lucha diaria -por reformas-, se limita a la dominación, se la cuestiona, se la erosiona y se la pone en defensiva.
Dicho de otro modo, la acumulación consiste en un sistema de relaciones y mediaciones político ideológicas articuladas dialécticamente en todas sus partes: la lucha de masas es el factor cuantitativo, la construcción de frente de liberación y vanguardia unificada a su interior es el factor cualitativo, es decir, la acumulación se edifica en la confrontación con la política del sistema capitalista en su conjunto. Ella se verifica cuando incorporamos sectores y grupos organizados y con objetivos políticos, lo contrario se limita a la instalación de referentes personales.
Otro interrogante es qué tipo de partido es el apto para militar estos objetivos. Al respecto es necesario adoptar una visión no abstracta ni descontextualizada del tema, no se trata de tener una línea apta y una herramienta partidaria insuficiente, sino de la inaptitud de la orgánica ante la exigencia de la lucha de clases hoy, al punto que las debilidades en materia organizacional nos dificultan acumular fuerzas, aun cuando se tomen posicionamientos correctos. El contenido y la forma del partido están en relación directa con la coherencia entre iniciativa política y desarrollo organizativo. Nuestra línea requiere de un partido de acción, lo cual es incompatible con el liberalismo organizativo. Por ello insisto en el concepto de partido movilizado, que no es una consigna militarista, sino que apunta a conocer el estado orgánico, y a intervenir para su mejoría, para que podamos resolver un problema político, no técnico. Actitud ésta a la que le ayuda el compromiso militante y mucha audacia.
De ningún modo podemos desconocer la influencia “porosa” -es decir, ideológico cultural- de esta época posmoderna sobre nuestra fuerza y el conjunto de fuerzas populares. No vivimos en una isla. De allí que por esos “poros” se nos introducen enfoques no leninistas, como la sustitución de los cuadros militantes y dirigentes por los llamados, en el movimientismo pequeño burgués, “referentes”.
La historia reciente confirmó lo erróneo de esa “política de referentes” como método de dirección. También comprobó que las carencias en cuanto a planificación, control y balance en los organismos, lleva a sustituir la política integral por la actividad de comunistas sueltos que no tienen vínculo efectivo, generan políticas propias y no rinden cuentas a nadie, todos rasgos propios de un movimiento espontaneísta y no de una representación política organizada. En ese sentido planteo la pertinencia y urgencia de lograr una armonía político-ideológica entre el accionar de los individuos y el del colectivo militante.
La integridad del partido se funda en la unidad ideológica y organizativa y su cohesión se asienta en principios programáticos, políticos y organizativos únicos, y en normas de vida partidaria obligatorias para todos sus miembros. Esas normas son el centralismo democrático, que cumple el rol de factor aglutinante, asegurador del funcionamiento y desarrollo de nuestra fuerza.
Esto permite la correlación entre el partido como magnitud política íntegra y sus organismos como partes componentes del mismo, es decir, plasma la organización partidaria como un todo único y plasma una dialéctica de articulación entre las partes y el todo. De su aplicación efectiva surge el partido como complejo único de organizaciones con una calidad nueva en comparación con sus partes integrantes tomadas por separado. Esto multiplica sus fuerzas. Además, la aplicación consecuente del centralismo democrático es el más efectivo antídoto ante cualquier manifestación de burocratismo o desviaciones similares.