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Opinión
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El historiador marxista inglés Eric Hobsbawm definió al siglo veinte como el “siglo corto”, que se inició con la revolución socialista en 1917 y terminó con su colapso en 1989/90. Este estudio da muestra del contenido central de la época. Sin embargo, en los sesudos análisis realizados al respecto, poco se habla de la ideología guía y directriz de aquel “asalto al cielo” como dijeron los poetas. Creo que no se puede analizar esta bisagra de la historia sin estudiar a fondo el papel del dirigente principal de esa revolución, de Vladimir Ilich Lenin, del leninismo. Al aserto de Hobsbawm es útil completarlo con la idea de que el siglo veinte fue el siglo de Lenin.

Por Rogelio Roldán

Lenin, a diferencia de la mayoría de los luchadores de su tiempo, comprendió a Marx y Engels en profundidad, jamás fue dogmático, lo que le permitió visualizar de manera acabada el problema clave de la revolución: la cuestión del poder. Ligó dialécticamente esa mirada con su convicción de la actualidad de la revolución socialista, esto es el enfoque de todos y cada uno de los problemas particulares del momento en su concreta relación con la totalidad histórico-social, su consideración como momentos de la liberación y desalienación del proletariado.

 

Lenin a futuro: repetirlo al pie de la letra es traicionarlo 

Junto a su producción en el terreno de la dialéctica materialista y de la economía política socialista, estimo como sus principales aportes la elaboración de una teoría del imperialismo, una teoría del partido revolucionario y una teoría de la revolución proletaria, que se plasmó en 1917. A esto último me referiré en particular, tomando las enseñanzas que extrajo de ese proceso, a las que considero como regularidades históricas.

Lo haré recurriendo al maestro desde Nuestramérica y nuestro país, con ojos de militante del proceso liberador en curso -aún con todas sus contradicciones y problemas- en Sudamérica y el Caribe, de modo de precisar el contenido de dicho proceso, el tipo de revolución necesaria y el carácter y la vía de la misma.

A su regreso a Rusia, en abril de 1917 comprende rápidamente la situación que se vivía, que es, de hecho, una suerte de “rareza” histórica. De febrero a octubre de ese año es el período de la dualidad de poderes, el poder del gobierno provisional burgués de Kerensky coexistiendo en simultáneo con el poder de los soviets.

Lenin, con su profunda percepción de la época, da un viraje a fondo en la táctica -plasmado en las Cartas desde lejos, las Cartas de un ausente y las Tesis de abril-, asunto este que al partido bolchevique le costó comprender y aplicar, y apuesta al rol de las masas organizadas en los soviets. Es así porque valora la experiencia del “ensayo revolucionario” de 1905-1907, la lucha contra la reacción ultraderechista hasta 1910 y la oposición a la guerra interimperialista de 1914-1918, lo que perfeccionó el rol de los soviets como instrumento de la autonomía obrera y el del partido como partido de clase, que asume la función de guía del sujeto social pueblo para ayudar a su transformación en bloque político de la revolución, con centralidad en el proletariado, entendido este como relación social y no como corporación sindicalista.

Concluida la dualidad de poderes, Lenin exige convocar al congreso de los soviets y, a la legitimidad política y cultural de masas, a la legitimidad dada por la construcción de la voluntad política de poder y de la herramienta necesaria que éstos ostentan, la apuntala con la insurrección general para tomar todo el poder estatal y liquidar el aparato burocrático militar y cultural del capitalismo dominante. Ante las vacilaciones de una parte de la dirección, en especial de Zinoviev y Kamenev, nuevamente Lenin compromete todo su esfuerzo de argumentación y su prestigio político para fundamentar que “la historia estaba llamando a sus puertas”.

De este complejo período data su elaboración en torno a la situación revolucionaria. Al definir el carácter y la vía de la revolución, Lenin encaró este problema central desde la teoría, resultando decisivo su aporte para la práctica: lo hizo desde el ángulo de la organización. Al definir los rasgos característicos de una situación revolucionaria, entre ellos destacó que “las capas inferiores de la sociedad no quieran vivir como antes y que las clases dominantes no puedan vivir como hasta ahora” (…) “la revolución no es posible sin una crisis de la nación entera, que afecte tanto a los explotados como a los explotadores”.


Acerca del partido
En la lucha ideológica en desarrollo en el mundo actual, uno de los temas centrales en discusión es el rol de la política y, más específicamente, del partido político. Las derechas de todo pelaje, más los medios monopólicos de desinformación, baten el parche contra el pensamiento crítico y la acción política, en especial la de la clase obrera. También un grupo de teóricos autollamados populistas desestiman a Lenin dándolo por “superado”, niegan la totalidad histórica y soslayan la lucha de clases, lo que los lleva a descartar la forma partido en aras de una supuesta recomposición del tejido social y del horizontalismo basista, el cual no va más allá del espontaneísmo. Por eso reviste suma importancia conocer el gran aporte de Lenin a esta cuestión. Al contrario del reformismo señaló la imposibilidad de la evolución económica del capitalismo al socialismo. Aquel ya ni siquiera logra -allí donde lo intenta- volver al estado de bienestar. El espontaneísmo afirma que con la sola lucha reivindicativa las masas podrían generar autoconciencia y resolver el problema de la explotación, la dependencia y la opresión ideo-cultural.

El actual gobierno del cipayo fascista y su troupe generó un agravamiento cualitativo de las crisis combinadas de nuestro país. En esta situación sin objetivos, sin decisión, sin voluntad política y sin organización es imposible darle orientación y direccionalidad a la lucha de la clase. Toda la praxis leninista demostró que ese contenido solo se logra con la forma partido revolucionario. Su concepto de partido es integral y se basa en el rol histórico de las masas y el poder popular.

Anotemos también que fundamenta la legitimidad de la violencia revolucionaria en defensa de los derechos populares y como elemento de disputa contra el “orden” burgués, es decir la negación de todo derecho y la violencia contra las masas que pretenden cambiar la vida. De ahí que Lenin pusiera el centro de su enfoque y de su actividad en el papel de los soviets como instrumento de la autonomía obrera y el del partido como partido de clase. A la par, este enfoque de Lenin sobre el poder soviético es una innovación histórica.

Cambia por completo la relación entre los participantes de una revolución, entre lo que se consideraba dirigentes y dirigidos. Es decir, no se trata de una supuesta vanguardia aislada que “baja línea” a las masas como sujeto pasivo, sino de la dialéctica entre ambas organizaciones como fuerzas activas, como protagonistas. Ilich ve a los soviets como elemento importantísimo en la producción de la nueva democracia socialista.

Estos arrancan como comité para coordinar el movimiento huelguístico masivo; logrado esto -que es un salto de calidad respecto del economicismo sindicalista- se transforman en representación real de la clase; después devienen en unidades insurreccionales y poder popular, luego el poder soviético constituye la forma y el contenido del nuevo Estado socialista, proletario y campesino.

Vale decir, de herramientas de lucha se transforman en órganos de poder estatal, pero -esto me parece esencial- debían seguir siendo órganos de combate, no solo contra la reacción interna e internacional, que es el rol de todo Estado, sino contra el peligro de burocratización y autonomización del aparato estatal, que luego la vida confirmó que era el peligro más letal. Lenin los concebía como un poder que también cumplía el papel de control de sí mismo, como un poder realmente democrático, con un sentido explícito de clase.

Los que “simpatizan” con la revolución pero, de hecho, la niegan, apuestan al capitalismo “serio” y “humano” Veamos a Buenaventura da Souza Santos, escribió en Página/12: “El triunfo de la Revolución Rusa consiste en haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se enfrentan hoy. Su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Excepto uno.(…) ¿Puede el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo? Este fue el problema de que la Revolución Rusa resolvió, y la respuesta es no.

La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy especialmente a las europeas, que el capitalismo no era una fatalidad, que había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario. Pero la Revolución Rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa y Lenin era plenamente consciente de que el éxito de la revolución socialista mundial y de la propia Revolución Rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con sólida base industrial y amplias clases trabajadoras. En aquel momento, ese país era Alemania”.

Luego habla del fracaso de la revolución alemana, de la socialdemocracia y el estado de bienestar y de la consolidación del reformismo como supuesta alternativa a la revolución, “el camino gradual y democrático hacia una sociedad socialista que combinase las conquistas sociales de la Revolución Rusa con las conquistas políticas y democráticas de los países occidentales”(sic). (…) “Quedó claro que la socialdemocracia nunca caminaría hacia una sociedad socialista, pero parecía garantizar el fin irreversible del capitalismo salvaje y su sustitución por un capitalismo de rostro humano”.

Continúa aseverando que con el colapso de Octubre, el capitalismo volvió a su esencia explotadora, que mientras no haya una alternativa ¿creíble? al mismo, las masas populares y las clases medias, “siempre al borde de la caída abrupta en la pobreza no mejorarán de manera significativa. Obviamente que la alternativa no será (no sería bueno que fuese) del tipo de la creada por la Revolución rusa. Pero tendrá que ser una alternativa clara.

Mostrar esto fue el gran mérito de la Revolución rusa”. ¿En qué quedamos Da Souza, en sí pero mejor que no a la revolución socialista de liberación nacional y social? Veamos a Jorge Alemán en uno de sus tantos escritos posibilistas, este en Página/12 del 7-11-2017: “dado que la partida se juega en el terreno del Otro neoliberal es muy determinante poder pensar en el acto instituyente, en su lógica discursiva y en el sujeto que fuera capaz de sostenerlo. Ya no habrá insurrección ni corte revolucionario ni ruptura con la realidad constituida. Pero sí rendijas por donde se cuele la historia, la memoria, y aquellos recursos donde un nuevo sujeto se articule a una sensibilidad colectiva distinta al circuito del desprecio por lo humano propio del neoliberalismo. La articulación de estas sensibilidades que, en determinadas encrucijadas, encuentran un deseo que las relanza a un proyecto, es la tarea mayor de una izquierda que no se deje seducir ni por el parque temático, ni por la tribu testimonial”.

Según parece, para ambos el capitalismo es malo, pero la revolución socialista sería peor. Ante estas vacilaciones, ¿cómo está el continente y nuestro país?, ¿qué necesitamos ante la amenaza del capitalismo en decadencia, en crisis civilizatoria? Creo de mucha importancia analizar y comprender el gran aporte teórico de Lenin en cuanto a las regularidades de la revolución.

Esas cardinales enseñanzas son de total pertinencia hoy, ya que el cipayaje proimperialista avanza, sin freno por ahora, por el camino de destrucción sistemática de toda conquista popular y de la identidad y la soberanía nacional.

Para acabar con esta hecatombe urge resolver problemas graves como la crisis de alternativa de poder en el país, definida por la falta de autonomía del movimiento popular, la crisis del proyecto político de acumulación de fuerzas y la carencia de vanguardia revolucionaria, cuestiones estas que reclaman y ponen en tensión la función  revolucionaria o seguidista de opciones burguesas, de “terceras vías” del campo popular y revolucionario del país.

Precisamente en el rol de los soviets como poder popular - y del partido de clase como orientador del mismo- se basó la estrategia de Lenin para dirigir el proceso de transición socialista, tarea que quedó trunca al momento de su muerte en 1924. A partir de ahí la directiva dogmática licuó el protagonismo obrero y popular subsumiéndolo en un aparato estatal burocrático que vació de contenido a la revolución y terminó por llevarla al colapso siete décadas después.

La actitud ante el contenido profundo del leninismo sigue siendo la piedra de toque para definir la herencia a la que renunciamos: el reformismo; y la que reivindicamos: la actualidad y vigencia del poder popular; el rol de la clase obrera entendida como centralidad del sujeto popular; el papel del partido revolucionario, concebido como concentración de fuerza subjetiva que se constituye en el seno de las masas y convierte a la conciencia en fuerza material organizada para la toma del poder y la destrucción del estado opresor; y el internacionalismo revolucionario. Vale decir, el gran aporte teórico en cuanto a estas regularidades de la revolución.