Primera vuelta en Brasil, ganó Bolsonaro - Para el gobierno argentino, el candidato del Partido Social Liberal es sólo “de centro derecha” y su victoria significa que el vecino país “mira hacia el futuro y no al pasado” ¿Tendrá razón?
Al cierre de esta edición, con casi la totalidad de las urnas escrutadas, Jair Bolsonaro aventajaba por alrededor de 16 puntos al candidato del PT, Fernando Hadad, y de esta manera se posiciona con serias posibilidades de convertirse en presidente de Brasil, en la segunda vuelta electoral que tendrá lugar el 28 de octubre.
Pero esto no es todo, la jornada de ayer dejó como saldo un duro golpe para el PT que, entre otras de sus principales candidaturas, sufrió la derrota de Dilma Rousseff que aspiraba a obtener una banca por el Estado de Minas Gerais, donde quedó cuarta.
En la otra cara de la moneda está el amplio triunfo logrado por la fuerza de Bolsonaro –el Partido Social Liberal (PSL)- en San Pablo y Río de Janeiro, donde la postulación de su hijo, Eduardo se convirtió en la más votada en la historia de Brasil.
De la lectura inicial del resultado electoral se desprende que, al menos del lado de la derecha, los electores sintonizaron con el escenario de polarización que propuso la campaña del PSL, lo que sepultó opciones como las de la otrora abanderada de la versión brasilera de la amplia avenida del medio, Marina Silva, que logró sólo el uno por ciento.
Pero también al candidato del Social Democracia Brasileña (Psdb), Gerardo Alkin, quien con 4,8 por ciento, confirmó el camino declinante de la fuerza que en su momento logró ganarse el apoyo de la burguesía local, de la mano de Fernando Henrique Cardoso.
Esos tiempos quedaron lejos y, ahora, fue la candidatura de Bolsonaro la que consiguió el apoyo de la fuerte comunidad de negocios brasilera, se hizo imbatible entre los sectores medios del sur del país y logró fortaleza entre los de más vulnerabilidad socioeconómica, tal como se desprende de sondeos previos a los comicios.
Para el universo de las finanzas, fue fundamental la nominación anticipada del ex banquero Paulo Guedes como ministro del área si Bolsonaro llega al Palacio Planalto.
¿Pero será que sólo esto alcanzó para convencer a ese universo de que este ex militar, que hasta hace pocos años no ocultaba su postura económica conservadora-nacionalista, es el mejor candidato para interpretar el libreto extremo de defensa del libre mercado?
Nada de esto se puede comprender si no se tiene en cuenta lo que las Fuerzas Armadas significan en el universo político de Brasil, país en el que –a diferencia de lo que pasó en Argentina- el retorno a la vida institucional burguesa, fue profundamente condicionada por una dictadura que estuvo dos décadas en el gobierno y que diseñó la “salida democrática”, por medio de elecciones parciales que precedieron a la presidencial que consagró a la fórmula Neves-Sarney, en 1984.
Esas FF.AA. nunca se replegaron totalmente, esto pese a que durante la segunda Presidencia Lula, se les intentó otorgar un papel diferente al que devino de la doctrina de la Escuela de las Américas, cuando Brasil pretendió liderar una nueva doctrina de defensa regional, basada en hipótesis de conflicto que retiraba de la mira al enemigo interno, para objetivarla sobre aquellos que pretenden apoderarse de recursos naturales, entre otras cosas.
Esto las ponía en la vereda de enfrente de los intereses estatales y de multinacionales estadounidenses en la región, pero también de aquellos de las élites brasileras.
Vale recordar que, en 1964, las FF.AA. de Brasil inauguraron una dictadura que –a diferencia de la Argentina de 1976- articuló la Doctrina de Seguridad Interior con una estrategia desarrollista.
Pero ahora, son esas mismas FF.AA. las que están en la génesis de una candidatura que promueve que Brasil ingrese de lleno en la trampa de la financierización global y que el Estado se desprenda de posiciones estratégicas como PetroBrás.
Queda claro que la influencia corporativa de las FF.AA. se mantuvo durante estos años y que, otra vez, están llamadas a hacer el trabajo sucio que la burguesía local no acepta hacer abiertamente.
Por eso e independientemente de los casos de corrupción que afectaron al Gobierno PT, era necesario acelerar el proceso de deterioro institucional que llevó al amañado proceso de destitución de Dilma Rousseff y al encarcelamiento de Lula.
Un proceso que contribuyó a abroquelar sectores medios alrededor de la candidatura de Bolsonaro, pero también a ganar voluntades entre aquellos de mayor vulnerabilidad socioeconómica que –paradójicamente- se vieron beneficiados por la política de distribución de excedentes llevada a cabo por los gobiernos del PT.
Así las cosas, en menos de un mes el liderazgo del PT enfrenta la dura tarea de intentar articular un frente político, pero sobre todo social, capaz de levantar los casi diez puntos que según las principales encuestadoras, separan a las candidaturas de Bolsonaro y Haddad de cara a la segunda vuelta. Una tarea para la que, indudablemente, va a tener que hacer concesiones.
Deterioro
Sin dudas, la jornada de ayer exhibe crudamente el estado de deterioro que presenta el sistema institucional burgués de Brasil, al tiempo que hace indispensable plantear la pregunta de si es posible evitar tal degradación.
Las candidaturas del PT debieron enfrentar a una que fue construida meticulosamente por las FF.AA., lo más concentrado de la burguesía local y Washington, desde donde al menos –esto es público- recibió apoyo logístico.
Pero también –y sobre todo- tuvo que lidiar con el peso de una gestión de poco más de tres períodos de logros, pero también de corrupción, respuesta militar a la crisis social y, sobre todo a partir de la última Presidencia Russeff, una política socioeconómica de corte neoliberal.
Entonces, más allá de los errores forzados, resulta prudente reflexionar sobre los errores propios.
Si en la génesis misma del Estado Liberal Burgués (ELB) está el carácter simbiótico que posee con el poder corporativo empresarial-financiero ¿es realista imaginar que, aún en una versión reformista como la que intentó el PT, puede ser posible evitar la corrupción que deviene de la mercantilización que impone ese mismo poder corporativo?
¿Se puede eludir infinitamente la influencia de ese poder corporativo y, así, evitar caer en políticas que, como las neoliberales, garanticen la maximización de su tasa de ganancia?
Y, en tal caso, con los límites que esto trae a la posibilidad de expansión de políticas de distribución de excedente ¿es inevitable la profundización de la crisis social y hasta dónde se puede desatender la demanda de militarizar esa crisis?
Queda claro que más allá del pustch de la massmedia dominante y el Poder Judicial, la embajada de EE.UU. y las FF.AA. –lo que en su conjunto no es poca cosa- los propios límites ideológicos y metodológicos que se autoimpuso el PT, coadyuvaron a provocar esta situación que aunque extrema, no es extraña a la que recorre buena parte de la región durante los días que corren.
La pregunta vuelve a ser quién gana y quién pierde en esto de buscar recetas que permitan convertir en humano y saludable al ELB y, más aún, al propio capitalismo.
“No hacen nada, creo que ni para el procreador sirven. Más de mil millones de dólares al año estamos gastado con ellos”, dijo Bolsonaro al referirse a la población afrodescendiente. También aseveró que está “a favor de la tortura”, “si veo a dos hombres besándose en la calle, les voy a pegar” y “ella no merece ser violada porque ella es muy fea”.
Esto es sólo una parte del glosario de quien puede convertirse en presidente de Brasil, pero también es como una especie de espinel que desde el poder real se arroja en una sociedad proclive a picar.
Una sociedad con el importante nivel de miedo y frustración que, inexorablemente, provoca el modo de producción capitalista, un sistema en cuyo pedestal está la desigualdad.
Así, en esta dinámica de opresor y oprimido, alternativas como Bolsonaro se presentan como viables para resguardar valores que desde hace más de dos siglos construye el capitalismo.
“Libertad y progreso individuales” son conceptos inducidos, internalizados y funcionales a un sistema político y económico que necesita de la desigualdad para sustentarse.
Y para institucionalizar eficientemente a este sistema, está el ELB que señala con claridad cuáles son los límites de la cancha.
“El deber del gobierno es defender los intereses de la minoría opulenta frente a los de la mayoría”. La frase honesta y cruel, pertenece a James Madison, el cuarto presidente y uno de los “Padres Fundadores” de EE.UU., cuya influencia alcanza el diseño institucional y doctrinario de la mayoría de los Estados de Latinoamérica.
Lo que dice es claro para resaltar que esto de la “libertad y el progreso” que fundamenta la naturalización del ELB, no es otra cosa que una herramienta para apuntalar la exclusión de los trabajadores de la propiedad de los medios de producción, al tiempo que otorga a los propietarios la libertad para avanzar en las estrategias que necesiten para maximizar tasa de ganancia y ejercer los métodos de cohesión. La variable de ajuste es, siempre, la felicidad, el hambre y la vida de los trabajadores.
¿Entonces, puede sorprender la irrupción de alguien que como Bolsonaro representa una especie de compendio de mucho de lo horrible, patético y peligroso que vemos en otras expresiones de la política liberal burguesa?
Lo urgente en el caso de Brasil y casi toda la región, es evitar que este tipo de alternativas prosperen. Pero eso no puede soslayar la necesidad de deconstruir la mirada que lleva a imponer la naturalización del ELB y de que dentro de él todo es aceptable.
Hacerlo es señalar que libertad política no alcanza si no está acompañada de libertad económica, algo que pone en tensión el concepto de propiedad y la legitimación de la desigualdad.
Pero hacerlo, es también poner negro sobre blanco en que esta es una tarea imposible si se tienen miradas que pretenden la conciliación de clases y confían en que el ELB puede volverse bueno, porque es viable un capitalismo desarrollista y nacional que derrame sobre los trabajadores.
Lejos de eso, esta es una tarea que sólo podrá hacer la clase obrera a partir de su propia cosmovisión y estrategias de lucha, construidas a desde su consciencia de clase.