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Mié, May
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Política
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Javier Milei consiguió que Diputados votara en general su proyecto de Ley Ómnibis, mientras que Victoria Villarruel dilata el tratamiento del DNU ¿Y ahora qué hacemos?

Quizás mañana martes cuando comience a tratarse en particular, parte de lo que se pueda decir hoy quede avejentado, pero lo cierto es que con la votación favorableen general del proyecto de Ley Ómnibus, Javier Milei salió bastante bien parado del primer examen que planteó como presidente, en un contexto en el que las maniobras de Victoria Villarruel en el Senado, hacen que el tiempo siga corriendo a su favor en lo inherente a la aplicación del DNU 70/2023. 

Pero fundamentalmente y más allá del destino que pueda correr durante el tratamiento en particular, la insistencia en sacar sí o sí el proyecto, además de hacerlo en tiempo récord y salteando algunas de las normas que indica la dinámica de Diputados, aportó a que se acelere el proceso de reconfiguración del esquema de representación política que ya había comenzado incluso antes de la definición del balotaje 2023.

Y como en todo proceso de reorganización de ese esquema, lo que se discute aquí (también y sobre todo) es liderazgo. Esto es lo que saben olfatear tempranamente los principales actores de los partidos liberal-burgueses y también sus aprendices. Y en esto, no se diferencian demasiado los que tienen una mirada neoliberal, de los que creen que existe un “capitalismo bueno”, así como los recién llegados liberticidas que como se ve, son recibidos sin demasiados cuestionamientos por el universo de La Casta. 

De todos modos sería sumamente injusto suponer que unos y otros son la misma cosa. Esto quedó expuesto durante el breve recorrido que la Ley Ómnibus tuvo en el plenario de comisiones de la Cámara Baja, donde aunque en algunos casos la cosa está todavía difusa, se estableció una línea divisoria por lo menos en tres aspectos: privatizaciones, delegación de poderes y el tema fiscal. Nada de esto es menor. El proyecto al que le dio luz verde Diputados, permite que el gobierno brinde concesiones sin plazo de vencimiento pero con rentabilidad garantizada, lo que además de ser un pésimo negocio para los argentinos, también representa resignar soberanía sobre aspectos estratégicos como pueden ser rutas terrestres o hídricas con el consiguiente impacto en aspectos clave como la logística, pero asimismo en lo inherente a cualquier servicio público. Y, fundamentalmente, condiciona seriamente toda posibilidad de reclamo posterior.  Otro de los tantos aspectos muy preocupantes es el régimen de estabilidad tributaria, que pone en desventaja a las empresas radicadas en el país respecto de aquellas que se acojan al nuevo beneficio, que quedarán exentas de tributar impuestos a las importaciones y a las exportaciones.

Ante esto puede resultar llamativa la posición adoptada por la Asociación Empresaria Argentina (AEA), que es la que nuclea a las firmas más fuertes que actúan en el país, que hizo público su apoyo a la aprobación en general de la iniciativa que, indicó, “representa un paso muy importante” y “contribuye a despejar la incertidumbre ya que, como lo hemos afirmado reiteradamente, es el sistema representativo republicano y federal de gobierno”.

Pero lo que en principio puede aparecer como llamativo, comienza dejar de serlo cuando se advierte que Diputados también dio luz verde a la derogación de la Ley de Defensa de la Competencia, que beneficia a los monopolios en detrimento de usuarios y consumidores, al tiempo que aceita el camino para que se privaticen empresa estratégicas.

Como se recordará, el presidente de AEA es Jaime Campos y sus vicepresidentes son Polo Rocca, Héctor Magnetto, Sebastián Bagó y Alfredo Coto, al tiempo que entre los vocales figuran Marcelo Argüelles y Martín Migoya. Y su Directorio, está plagado de empresarios que representan entre otras a Arcor, Techint, La Anónima, Clarín, Grupo Miguens, Grimoldi, BGH , IRSA, Sidus, Mercado Libre, Droguería del Sud, Molinos Río de la Plata, Ledesma, Adecoagro, Santander, Accenture, Roemmers, Toyota y PwC.

Pero estos puntos son nada más que un botón de muestra de un paquetazo gubernamental que lleva a cabo modificaciones legales de tal volumen y profundidad, que sólo podrían hacerse mediante un proceso de reforma constitucional por decreto.

Por eso, por el carácter fáctico que tiene la norma aprobada en general, es que nadie debería sorprenderse al ver que el tratamiento y la votación en el recinto tuvo lugar en un Congreso cercado por fuerzas policiales, de Prefectura y Gendarmería que perpetraron una represión que, en lo que va desde 1983, sólo tiene antecedentes en las lúgubres jornadas de diciembre de 2001.

Así las cosas, en poco más de un mes, Milei se dio el lujo de ningunear al Congreso, insultar a los legisladores incluso a muchos que después votaron su proyecto de Ley Ómnibus y hasta de burlarse con particular desparpajo del mismo sistema institucional liberal burgués. “Lo estamos logrando, con fe vamos a salir adelante”, dijo el presidente a la hora de celebrar la votación en general de Diputados, en un contexto de espiralización inflacionaria que licua salarios y ahorros, pero también con el telón de fondo de miles de despidos y caída de la actividad productiva y comercial. Y lo hizo desde su tribuna preferida: durante el show de su novia Fátima Flórez en el Teatro Roxy de Mar del Plata, donde Milei volvió a subir al escenario para saludar a su novia por su cumpleaños.


Después de las actuaciones


Entonces cuando se apagan las luces del hemiciclo parlamentario, más allá de actuaciones y grandilocuencias, lo que queda es una vuelta de rosca más de una historia que expresa el carácter del capitalismo como sistema que se materializa en un modelo económico, social, ideológico y político, así como una organización social diseñada para beneficiar a un conjunto de sectores en concreto, que no es otro que el que compone la reducida clase capitalista.

Porque una de las cosas que se siguen dirimiendo es qué papel pretende jugar Argentina, en tanto formación estatal, en un escenario tan dinámico como el que plantea la globalización que, vale recalcarlo, no es otra cosa que una suerte de eufemismo para señalar a la nueva fase del imperialismo que surgió tras la disolución de la Unión Soviética.

Y, en este sentido, quizás como pocas veces antes, pero también de forma absolutamente explícita, el Estado Liberal Burgués pone casi todas las herramientas de que dispone al servicio de la tarea de garantizar la acumulación de la riqueza y legitimar por la vía electoral los intereses y a la propia clase capitalista que actúa en el país.

Por eso el DNUU 70/2023 y el proyecto de Ley Ómnibus, no sólo presentan la hoja de ruta de un plan de negocios en beneficio de la clase capitalista, sino que buscan modificar de forma determinante herramientas que actúan sobre el universo simbólico y son capaces de incidir sobre la subjetividad social. En esta línea se inscriben intentos como los de cambiar estructuralmente el sistema educativo público, universal y gratuito, pero también otros como la destrucción del sistema público de medios y la apertura del fútbol a las Sociedades Anónimas Deportivas.

Así las cosas, lo que está pasando en estos días en el Congreso es un intento más de reorganizar un sistema de representación política que reemplace al que, esta vez, la actual etapa de la crisis capitalista devoró rápidamente. Y esto es una necesidad que tiene el propio Estado Liberal Burgués, ya que su papel es resolver los problemas que trae aparejada la acumulación en beneficio de la clase capitalista y, por supuesto, legitimarla ante la sociedad. Y todo en medio de las exigencias que hace el FMI que más allá de cualquier mirada optimista que algunos tuvieron recientemente, nunca dejó de ser una institución construida para resolver los problemas del capital y no los de los pueblos que, a fin de cuenta, son los que acaban pagando la deuda que se contrajo en beneficio de un reducido sector de corporaciones privadas: porque, siempre, el capitalismo privatiza beneficios y socializa riesgos y deuda.

Esto se debe básicamente a que además de ser una ideología, el capitalismo es un sistema económico que se creó por y para beneficiar a la clase capitalista. Y esto resultav clave para comprender de qué hablan sus propaladoras massmediáticas cuando machucan con la palabra “crisis”. Porque de lo que están hablando es de cómo, mediante una nueva ronda de expoliación y sufrimientos para los trabajadores, la clase capitalista puede profundizar su tasa de rentabilidad aún en las condiciones horribles que ella misma provocó. Y para esto se construyen teorías sociales y económicas, y se ensayan nuevas arquitecturas para un esquema de representación política que desde la perspectiva de la clase capitalista, hoy y aquí, tiene como misión apuntalar y legitimar ideológicamente el paquetazo de un presidente que a la hora de recrear una de las fantasías fundantes del sistema, promete que el beneficio colateral que presuntamente alcanzaría a las clases populares (¡y medias!), llegaría en 45 o quizás en quince años.

Y es aquí donde vuelve a aparecer con suma crudeza la relación simbiótica que existe entre la clase capitalista y el Estado Liberal Burgués que, una vez más, parece estar dispuesto a poner sus herramientas institucionales al servicio de este frenesí apropiador del patrimonio público que se construyó con el esfuerzo de varias generaciones de trabajadores.

Entonces la pregunta es hasta cuándo puede funcionar la zanahoria capitalista que promete un derrame de prosperidad cada vez aparece más alejado en el tiempo, pero también cuánto más va a tener que profundizar el garrote destinado a aquellos que “no la ven” o que simplemente no están dispuestos a esperar tanto. Y, asimismo, vale preguntar cómo fue que llegamos hasta aquí. Entonces, además de las necesarias reflexiones autocríticas que nos debamos hacer como clase trabajadora, algo que va quedando en claro es que si en La Rosada está quien está y tiene capacidad para imponer la

agenda que impone, es porque en el actual momento de su crisis, el sistema capitalista con dificultades y contradicciones, corre hacia delante y aunque sea coyunturalmente gana posiciones. Y asimismo que esas mismas dificultades lo vuelven cada vez más temerario, pero a su vez inteligente para legitimarse, incluso en un contexto en el que en términos económicos la tiene bastante difícil, porque la desmesurada expansión del capital financiero es tal que cada vez tiene mayores complicaciones para sostener una maximización constante de la tasa de rentabilidad. Sencillamente, porque el dinero no produce nada y entonces se vuelve difícil cubrir beneficios, e incluso en los casos en los que el capital produce bienes tiene una creciente dificultad, porque con los salarios en picada, cada vez cuesta más vender.

Este cuello de botella que exhibe las crecientes contradicciones que presenta el capital a escala mundial, se muestra sin pudor en el paquetazo que pretende imponer Milei, como hoja de ruta de un gobierno que también es consecuencia de las fragilidades y torpezas de quienes no pudieron o no quisieron ver a tiempo cuáles son los límites reales que tiene aquello que llaman “capitalismo bueno”.

Así las cosas, cualquiera sea su resolución parlamentaria, el DNU y el proyecto de Ley Ómnibus ya tiene su primer efecto en la precipitación de una reconfiguración del esquema de representación política que, quizás a pesar de algunas cosas que hace el propio Milei, busca dar gobernabilidad a su Presidencia. Pero también consolida la vieja idea de una clase capitalista sumamente parasitaria que actúa en el país, que no es otra que la de convertir a Argentina en una factoría. Todo con un telón de fondo en el que, al parecer, nadie tiene nada asegurado en un escenario global sumamente dinámico en el que -vale reiterarlo- al capitalismo le cuesta cada vez más ocultar sus propias y crecientes contradicciones.

Y, en este derrotero, es donde algunas de las consecuencias necesarias de las relaciones que impone el capital se vuelven más epidérmicas, lo que las hace más vulnerables al cuestionamiento y a la acción política que se pueda hacer sobre ellas y sus causas. Porque el “capitalismo bueno” dejó a la clase trabajadora agarrada del pincel y, encima, aparece el otro y dice que de la mano de “las fuerzas del cielo” hay que esperar como mínimo quince años para, quizás, poder comer asado algún que otro domingo.

Por eso es que va quedando claro que el capitalismo no es un sistema humano, ya que no incluye al ser humano en su escala de valores y sólo lo hace con una minoría que es la propietaria del capital. Y como pese a sus contradicciones, va a intentar seguir corriendo hacia delante cargándose a quien sea en el intento, vale la pena ayudarlo a que en esa misma vorágine tropiece y caiga. Pero para hacerlo es preciso construir una alternativa que sin perder de vista las necesidades que impone la coyuntura, sea capaz de actuar con mirada táctica y sentido estratégico. Y, sobre todo, sin automatismos que lleven a recorrer caminos que, tarde o temprano, acaban en un lugar como este en el que estamos hoy los argentinos.