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Vie, Dic

Lenin: un siglo, doce voces
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Se suma a la sección Lenin: Un siglo, doce voces, Federico Nanzer, quien preside el PC de Córdoba y es miembro del Comité Central del Partido Comunista de la Argentina. Y lo hace para reflexionar con una mirada actual, sobre aquel Lenin “implacable, intransigente, que con dureza dio pelea al enemigo de clase”.

Hagamos un esfuerzo de situarnos 103 años atrás. Imaginemos que somos parte de uno de los procesos más importantes de la cultura e historia de los comunistas en el siglo 20: el proceso revolucionario de los soviets en Rusia, cuyo desenlace primero fuera en octubre del ‘17… En los cuatro años que le siguieron, la lucha de clases para consolidar el poder soviético y abrir paso a la primera experiencia socialista de la humanidad fue turbulenta, alborotada. Se fueron creando y descubriendo los cómo y los de qué manera; nada estaba escrito, nada estaba dicho, nada está probado. La creatividad revolucionaria era la actitud permanente; la pasión, la vehemencia en las tareas y en los debates. Solo había una certeza: la convicción de que Revolución era cambiar todo lo que debía ser cambiado, y de que lo único que no se iba a discutir era que había que demostrar a los obreros del mundo que la tierra podía ser el paraíso de toda la humanidad.

Lenin, Trotsky, Bujarin, Kameniev, Stalin, Kollantai y miles de bolcheviques sostenían profundos y encarnizados debates sobre cuál era el camino y cuáles las mejores decisiones para garantizar el rumbo de la revolución. Y además sabían que el enemigo también jugaba (como bien sintetizó Carlos Salvador Bilardo, en México del ‘86: “Ojo… ellos también juegan”). Los Guardias Blancos, apoyados desde Alemania y Polonia, las bandas al servicio de las burguesías locales, los resabios zaristas y también los confundidos, los que proponían que había que retrasar procesos, que había sido un error el 7 de noviembre del ‘17, que las etapas y demás…

El 8 de marzo de 1921 arranca en Moscú el 10 Congreso del Partido Comunista de Rusia (bolchevique). Dos temas eran los que se iban a debatir: la unidad del Partido y la Nueva Política Económica (NEP). En realidad, como un solo bloque de ideas y conceptos; no era posible la NEP sin la unidad del Partido.

Recordemos brevemente el marco del debate. Se habían ido desarrollando al interior del Partido tendencias que agrupaban a los que planteaban una y otra cosa (casi setecientos delegados y delegadas en pleno debate en una revolución en curso, nada que envidiar eh…). En ese marco hubo que tomar una decisión, y de allí salieron trescientos delegados, encabezados por León Trotsky y Mijail Tujachevski, a enfrentar con vehemencia revolucionaria la Rebelión del Kronstadt, una sublevación de marinos de la Flota del Báltico, fogoneada por la Triple Entente, sobre la cual no me voy a detener en este artículo que tiene como objeto otra arista del Congreso.

Lenin presentó un informe denominado “Proyecto preliminar de resolución del 10 Congreso del Partido Comunista (Bolchevique) de Rusia sobre la unidad del Partido”. Vayamos a los porqué de este informe; algo esbocé más arriba, se habían desarrollado al interior del Partido algunas tendencias en torno a los ritmos y las profundidades que debía tener la revolución. La “oposición obrera” y los “centralistas democráticos” eran las principales, cada cual sostenía posiciones que iban desde el cuestionamiento de las características y de los miembros del Comité Central, hasta poner en duda el juego dialéctico entre centralización de decisiones y democracia partidaria (en el debate somos una mano con los dedos abiertos, pero una vez que resolvemos, un solo puño con los dedos cerrados). Y sostenían que las dificultades económicas y las carestías cotidianas o pérdidas de cosechas y de producciones estaba ligadas a que no había trabajadores “puros” en los puestos de decisión, o que no había discusión permanente sobre todo, o que (parte de esto fueron los planteos de los Rebeldes de la Flota del Báltico) había que permitir que las representaciones políticas de los campesinos, de los pequeños propietarios o los anarquistas o socialistas moderados tengan representación entre los soviets.

Lenin en su presentación fue claro y duro: “El Congreso llama la atención de todos los miembros del partido acerca de que la unidad y la cohesión de sus filas, la garantía de la absoluta confianza entre los miembros del partido y de la labor verdaderamente armónica, auténtica encarnación de la voluntad única de la vanguardia del proletariado, son particularmente necesarias en estos momentos en los que por una serie de circunstancias aumentan las vacilaciones entre la población pequeñoburguesa del país (...) Sin embargo, en el partido se habían revelado, ya antes de la discusión entablada en todas sus organizaciones acerca de los sindicatos, algunos indicios de fraccionalismo, es decir, la formación de grupos con una plataforma especial y con la tendencia a aislarse hasta cierto punto y crear su propia disciplina de grupo. Síntomas de esta naturaleza se han puesto de manifiesto, por ejemplo, en una de las conferencias del partido en la ciudad de Moscú (en noviembre de 1920) y en Járkov, y se han revelado tanto por el grupo llamado Oposición Obrera, como también en parte por el grupo llamado Centralismo Democrático”.

En ese Informe (en mayúsculas por la importancia que revestía), Lenin propuso aniquilar toda tendencia internista en el Partido en dos momentos: primero, en el debate congresal y luego, en sus resoluciones. Es así como el 10 Congreso suprime y prohíbe las tendencias al interior del Partido, y lo hace diciendo que en el contexto de guerra permanente de las potencias extranjeras y los derrotados por Octubre del ‘17, más las especulaciones de los sectores vacilantes o de aquellos que apuestan a que se obture el proceso revolucionario y fracase, ninguna de estas posibilidades podían permitirse los bolcheviques, porque en lo que ocurriera en las calles de Moscú, Petrogrado o en las estepas siberianas, no solo se jugaba el curso y posibilidad de construcción de otra sociedad en la Rusia post zarista, sino -y era entendido como principal y estratégico por Lenin- la perspectiva de la revolución mundial.

Es por eso que cada decisión no sólo se pensaba en sus impactos locales, sino en cómo esto serviría de imán e invitación a la clase obrera de los distintos países del globo. Por ello es que Lenin dedicó tantas horas de trabajo y militancia a la consolidación de la Rusia Soviética, como a la conceptualización de cada paso (55 libros más agregados son sus Obras Completas); porque entendía que la única perspectiva de desarrollo real del socialismo en Rusia era si la revolución sucedía en los países del centro del capitalismo europeo, fundamentalmente Alemania e Inglaterra.

A la espera o para ganar tiempo en esa perspectiva, se elabora y pergeña la NEP y el impuesto en especie, y una forma de capitalismo de Estado como salida al comunismo de guerra y antesala del socialismo como modo hegemónico de producción y distribución de bienes, servicios y formas socioculturales de la sociedad rusa. Pero así, en esas transiciones, no como etapas estancas sino como proceso dialéctico.

Para poder ejecutar esas directrices, los Bolcheviques necesitaban un Partido fuerte y unido (la mano y el puño otra vez); que en momentos de debate, se debatiera (células, conferencias y congresos), pero una vez agotado el debate -porque se construye síntesis o acuerdos o se impone la mayoría- se saliera sin escenitas ni lugar para libre-hablantes o libres-nada. Es la causa y su necesaria justeza la que ordena, no las vanidades personales ni el goce ante el espejo de la pureza o la convicción de los argumentos personales.
¿Y entonces qué? Podrían estar pensando estas ideas, en borrador y garabateadas (ya no se garabatea, pero es la sensación al escribirlas)... “¿y entonces qué?”. ¿Para qué traer el 10 Congreso del PC ruso? ¿Para qué ocuparse del Informe sobre la Unidad del Partido, para qué irse más de un siglo atrás?

Primero, porque somos materialistas históricos.

Segundo, Francia.

Tercero, porque la historia se nos presenta como posibilidad de aprendizaje y relectura permanente, como prisma que cataliza, como caleidoscopio que nos refleja y amplía. Es relativo aquello de que los que no conocen la historia la repiten, sobre todo porque los acontecimientos están plagados de repeticiones históricas; lo esencial no es no repetir, sino ir viendo cada acontecimiento y ciclo como una capa que se va sedimentando arriba de otra y genera un acumulado ideológico, político y práctico (volvemos a Vladimir y su “nada más práctico que una buena teoría”, como superación de lo escrito por Marx en la Crítica al Programa de Gotha: “más vale un paso del movimiento real que cientos de teorías”). Entonces podemos decir que es verdad, siempre la práctica es develadora de la justeza de los postulados, pero para que haya un paso firme del movimiento real fueron necesarias cientos de teorías.

Y hoy la humanidad se bate en combate. Hay una guerra mundial en dosis homeopáticas, en Siria, en Gaza, en Cisjordania, en Líbano, en Ucrania; el Occidente colectivo y su dispositivo político militar, la Otan, buscan expandir fronteras para sus necesidades de sobreacumulación y vorágine especulativa.

En Argentina se lleva adelante un experimento anarco-capitalista que no es improvisado ni fruto solo de las limitaciones de los procesos reformistas anteriores, aunque el no haberlos podido radicalizar sí impidió el avance hacia estadios post capitalistas en nuestro país y la región. Para enfrentar este proceso en curso, esta guerra del capital en su versión concentrada trasnacional financiera, son necesarias dos tácticas (ajá, sí, suena a “Dos Tácticas de la Socialdemocracia”; otra vez Lenin…): por un lado, la más amplia unidad del pueblo y sus representaciones para debilitar, desacomodar y desbaratar los planes aniquilantes del proyecto libertario; y, por otro, construir una fuerza revolucionaria anticapitalista y antimperialista (no se puede una sin la otra en el Sur Global) que dispute hegemonías con los sectores moderados y vacilantes del campo popular, para lograr que la nueva oleada del pueblo (Linera dixit) sea con mayor radicalidad, así sedimenta y consolida cada oleada.

Y volver a Lenin en su Informe sobre la Unidad de 1921 no es cosa de raros ni de excéntricos, sino para entender por qué en un Partido Comunista no son posibles ni tolerables las tendencias, y cuando estas suceden hay que extirparlas de raíz, con medidas duras, vehementes, elocuentes y disciplinadoras hacia quienes las generaron, pero también hacia los que miran y nada hacen o los que miran y no saben qué hacer. Quienes las promuevan deben saber que, una vez desbaratadas, como en este 10 Congreso, solo queda la disciplina revolucionaria y sus medidas: la separación de las tareas de dirección y los lugares de representación política.

Y acá me detengo brevemente. No es que no haya que debatir ni dar pelea encarnizada, pero… (el “pero” como recurso de la lengua que nos permite la maravilla de afirmar y poner en parcial negación) las ideas y propuestas más adecuadas y justas, si son acompañadas por la estructuración de facciones o grupos más o menos permanentes con códigos, tarara, roles y formas propias (divergentes) de ir sumando a otros militantes partidarios, no solo dejan de ser justas sino que además dejan de contribuir a la síntesis partidaria.

Entonces pues, de nada sirve proclamar con encendida verba programas revolucionarios y amaneceres rojos, si para demostrar que “tal grupo tiene razón”, se constituye un nuevo grupo o agrupamiento. El debate creativo y profundo se da en las células y ahí, una vez pueden tres o cuatro opinar tal cosa y otros cuatro otra, y luego dos de acá opinan igual que dos de allá y así. En los procesos congresales donde las células y sus asambleas debaten programa y estrategia del Partido, son los Congresos de los Delegados de las células y sus Conferencias Regionales quienes toman las decisiones centrales para transitar la coyuntura y sus devenires.

Comité Central y Célula; el resto, cotillón. Eso es un Partido leninista de combate.

Y por eso hoy, que los y las comunistas de la Argentina acabamos de salir de nuestro 28 Congreso Partidario, con una idea clara de contra qué y quiénes, y dotamos al CC electo, de forma unánime, con la potestad de definir los cómo y los por dónde es que traemos al mejor Lenin, al implacable, al intransigente, al que con dureza dio pelea al enemigo de clase, y con la misma dureza combatió los ismos al interior del Partido. Traemos al Lenin que cerró ese Informe diciendo: “Por las razones apuntadas, el Congreso declara disueltos y prescribe disolver inmediatamente todos los grupos, sin excepción, que se hayan formado a base de una u otra plataforma (a saber: “oposición obrera”, “centralismo democrático”, etc.). El incumplimiento de este acuerdo del Congreso acarreará la inmediata e incondicional expulsión del partido. (…) Con el fin de implantar una disciplina rigurosa en el seno del partido y en toda la labor de los organismos soviéticos y lograr la mayor unidad y la eliminación de todo fraccionalismo, el Congreso concede al Comité Central atribuciones para aplicar, en caso de infracción de la disciplina o resurrección o admisión del fraccionalismo, todas las medidas de sanción al alcance del partido, incluso la expulsión de las filas del mismo; en lo que se refiere a los miembros del CC, serán pasados a categoría de suplentes, y, como medida extrema, expulsados del partido. Para aplicar esta medida extrema a los miembros del CC y a los suplentes, así como a los miembros de la Comisión de Control, es condición previa la convocatoria de una reunión plenaria del CC a la que se invitará a todos los miembros suplentes del CC y a todos los miembros de la Comisión de Control. Si esta asamblea general de los dirigentes del partido de mayor responsabilidad llegase a reconocer por dos tercios de votos la necesidad de pasar a suplente a algún miembro del CC o su expulsión del partido, esa medida será aplicada inmediatamente”.

Nada más que agregar, diría yo.

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Ante el reverdecer de las teorías reaccionarias, volver a Lenin, Marx y Engels es “central para lograr la construcción de una fuerza revolucionaria asentada en el poder popular”, recalca Marcelo F. Rodríguez, quien es director del Cefma y secretario de Relaciones Internacionales del Partido Comunista.

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¿Cómo es que se construye un revolucionario? Esta es una de las preguntas que analizando el recorrido político hecho por Lenin, nos ayuda a responder Hernán Randi, quien es director del Cefma, además de ser el responsable nacional de Formación Política del Partido Comunista que lo tiene también como integrante de su Comité Central. Lenin no sólo dedicó su vida a analizar y entender el mundo sino que usó toda su vida a transformarlo, tarea que empezó por su madre patria Rusia.

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“Lenin usa una maestría histórica-dialéctica: Al reconocerle a la filosofía que es capaz de cambiar según conocimientos de las causas, según posibilidad y necesidad, según su libertad misma de expresión”, reflexiona Günter Pohl, autor de la trilogía filosófica Von der Ordnung der Welt (Acerca del Orden del Mundo, ver http://www.vdodw.de/), dirigente del Partido Comunista Alemán y creador del bello vitraux que es el que ilustra esta columna.

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Rocco Carbone nació en Cosenza, al sur de Italia y se doctoró en Filosofía por la Universität Zürich en Suiza y también en Letras por la Università degli Studi della Calabria. Este lúcido pensador se ocupa de filosofía de la cultura y filosofía del poder, al tiempo que trabaja en la Universidad Nacional de Quilmes y es investigador del Conicet. Ahora es una de las doce voces que se suman a las páginas de Nuestra Propuesta para ayudarnos a reflexionar sobre Lenin, pero sobre todo acerca de la vigencia de su pensamiento en la Argentina actual.

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