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Lenin: un siglo, doce voces
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Rocco Carbone nació en Cosenza, al sur de Italia y se doctoró en Filosofía por la Universität Zürich en Suiza y también en Letras por la Università degli Studi della Calabria. Este lúcido pensador se ocupa de filosofía de la cultura y filosofía del poder, al tiempo que trabaja en la Universidad Nacional de Quilmes y es investigador del Conicet. Ahora es una de las doce voces que se suman a las páginas de Nuestra Propuesta para ayudarnos a reflexionar sobre Lenin, pero sobre todo acerca de la vigencia de su pensamiento en la Argentina actual.

Por Rocco Carbone

En la Argentina, desde el 10 de diciembre de 2023 el Estado nacional -que es la organización del régimen de clase- se ha vuelto insatisfactorio ¿Qué hacer ante una institución cuando se vuelve insatisfactoria? ¿Qué hacer cuando se es la parte subordinada de esa institución? Una institución se vuelve insatisfactoria cuando su inherente equilibrio (social) se rompe. Y ante una crisis social de magnitud -como la que atravesamos en la Argentina- es posible activar la memoria de un fenómeno peculiar: la cuestión del doble poder o de la dualidad de poderes. “En la gran Revolución francesa, la Asamblea Constituyente, cuya espina dorsal eran los elementos del ‘tercer estado’, concentra en sus manos el poder, aunque sin despojar al rey de todas sus prerrogativas. El período de la Asamblea Constituyente es un período característico de dualidad de poderes, que termina con la fuga del rey a Varennes y no se liquida formalmente hasta la instauración de la República” (Trotsky, Historia de la revolución rusa).

Lenin reflexionó sobre esta categoría revolucionaria en El poder dual, traducido también como La dualidad del poder (dvoevlastie, en ruso), texto publicado en el número 28 de Pravda, del 9 (22) de abril de 1917. “Este poder es del mismo tipo que el de la Comuna de París de 1871”: estas son las palabras de Lenin que importan. La Comuna se apoyó en las capas inferiores del “tercer estado” y disputó, cada vez con mayor audacia, el poder de los representantes de la nación burguesa, instalados en la administración del Estado y en los municipios. Encarnó los esfuerzos de los sectores populares para alzarse del subsuelo, de las catacumbas sociales y entrar a la palestra de la política y de la historia (ambas vedadas para ellos), en un campo de fuerzas marcado por Versalles y el gobierno de Defensa Nacional instaurado por Adolphe Thiers y la guerra franco-prusiana ganada por von Bismarck. Sobre la propia categoría de doble poder, pero en nuestra geografía y en nuestra lengua, reflexionó también el Che Guevara en Guerra de guerrilla. Y en el ámbito de la Comuna de París, Louise Michel, una revolucionaria anarquista-feminista, también identificó la condición necesaria del dvoevlastie.

Con el despliegue del doble poder se disputó la legitimidad y el poder del aparato oficial del Estado en Petrogrado, en Sierra Maestra o en el corazón comunero parisino porque esa institución se había vuelto insatisfactoria. La temporalidad del doble poder es siempre transitoria y acotada. Su condición es la de un instante, hasta tanto se logre constituir la base de una nueva forma de poder estatal popular. Puesto que la dualidad de poderes implica un momento de desorden, su temporalidad debe ser la de un parpadeo, que luego de transcurrido debe implicar la derrota de la reacción y la afirmación del nuevo proyecto popular que tiende su mano para conducir el Estado.

Entre el 23 y el 27 de febrero de 1917 en la ciudad de Petrogrado se verificó la revolución de febrero. Ese magno evento, que constituye la primera fase de la revolución rusa de 1917, provocó la abdicación del zar, Nicolás II, el fin de la dinastía Romanov, del imperio ruso y de la autocracia. Con la revolución de febrero se forma un gobierno provisional, compuesto por burgueses, liberales y moderados de izquierda. Inicialmente fue encabezado por el príncipe Lvov y luego por Kerenski.

Paralelamente al gobierno provisional emerge una nueva institución: el Soviet: la asamblea de soldados y diputados obreros, que fue especialmente relevante en Moscú y Petrogrado (las dos ciudades más grandes e importantes del país). Lenin lo explica así: “¿En qué consiste la dualidad del poder? En que junto al gobierno provisional, junto al gobierno de la burguesía, se ha formado otros gobierno, débil todavía, todavía en forma embrionaria, pero existente sin duda alguna y en vía de desarrollo: los soviets de diputados obreros y soldados”. El Soviet era una organización de masas que reclama para sí el poder público, tenía capacidad de acción política y administrativa y cuestionaba la existencia misma de un gobierno provisional. Durante ocho meses, de febrero a octubre, Rusia fue gobernada con tensiones crecientes por estos dos poderes. Ocho meses después, con la revolución de octubre, los bolcheviques asaltan el Palacio de invierno y deponen al gobierno provisional.

Con el doble poder surgen dos centros gubernamentales porque el poder del que hablamos necesita una expresión visible -geográfica- que en Petrogrado se expresó a través de dos edificios: el Palacio de invierno y el instituto Smolny: “cada poder se atrinchera y hace fuerte en su territorio y lucha por conquistar el de su adversario; a veces, la dualidad de poderes adopta la forma de invasión por turno de los dos poderes beligerantes, hasta que uno de ellos se consolida definitivamente” (Trotsky, Historia de la revolución rusa). La sede del gobierno provisional fue el Palacio de invierno, una antigua residencia de los zares, un edificio suntuoso diseñado por el arquitecto Francesco Bartolomeo Rastrelli, con una estilística tardobarroca y que hoy forma parte del Museo del Hermitage, con vistas al río Neva. El Soviet de Petrogrado en cambio se juntaba en el instituto Smolny. Este es un edificio en estilo palladiano, construido entre 1806 y 1808 para alojar el Instituto para Doncellas Nobles; fue la primera institución de enseñanza femenina en Rusia, exclusiva a la aristocracia local. El Smolny fue el centro del Soviet de Petrogrado. John Reed en Diez días que estremecieron al Mundo describe el edificio “como una colmena gigante”, “una dinamo sobrecargada”. Y agrega: “El Soviet de Petrogrado se reunía ininterrumpidamente en Smolny, el centro de la tormenta, con los delegados cayendo dormidos al suelo y levantándose para reincorporarse al debate, Trotsky, Kamenev, Volodarsky hablando seis, ocho, doce horas al día”.

Y de ese edificio que representaba una nueva institucionalidad Aleksandra Kollontái escribió: “Lenin está aquí. Lenin se encontraba entre nosotros. Ese hecho nos proporcionaba confianza y seguridad en la victoria.

Lenin está tranquilo. Lenin es resoluto. Y semejante claridad y fuerza se encontraban en sus órdenes, en sus decisiones, como ocurre con un capitán experimentado en una tormenta. Y la tormenta no tenía precedentes: la tormenta de la mayor revolución socialista”. Durante ocho meses, entre febrero y octubre de 1917, Rusia fue gobernada con tensiones crecientes por estos dos poderes.

En los días posteriores a la abdicación del zar, el Soviet tenía el poder efectivo. Trotsky, que había presidido el Soviet de Petrogrado en 1905, en Historia de la Revolución rusa, escribe: “desde el momento de su aparición, el Soviet empieza a obrar como poder. Para evitar que sigan a disposición de los funcionarios del antiguo régimen los recursos financieros, el Soviet decide ocupar inmediatamente con destacamentos revolucionarios el Banco de Estado, la Tesorería, la fábrica de moneda y la emisión de papeles del Estado”. En otro pasaje recuerda que un diputado de la Duma, Schidlovski, se lamentaba de que “el Soviet se apoderó de todas las oficinas de Correos y Telégrafos y de Radio, de todas las estaciones de ferrocarril, de todas las imprentas, de modo que, sin su autorización, era imposible cursar un telegrama, salir de Petrogrado o escribir un manifiesto”. El arco de las acciones políticas del Soviet abarca desde el banco hasta la imprenta. Si estas acciones indican algo es que el gobierno de la vida material debe ir de la mano de la vida simbólica.

Las citas de Trotsky nos indican una cosa evidente: que el Soviet estaba disputando la legitimidad del gobierno provisional y del Estado oficial. Esa situación se organizó para generar un doble poder. Si se quiere, una doble soberanía o, mejor, la escisión de la soberanía. La organización del doble poder implica organizar una doble estatalidad y una doble soberanía. Se trata de una lucha de clases que tiene como trasfondo el extremo de la guerra civil: “sólo surge allí donde chocan de modo irreconocible las dos clases; sólo puede darse, por tanto, en épocas revolucionarias, y constituye, además, uno de sus rasgos fundamentales” (Trotsky, Historia de la revolución rusa).

La categoría leninista del doble poder -sin la necesidad de apelar a los modos de la violencia, aunque ésta sea siempre una latencia- entre nosotrxs y en la Argentina que habitamos puede constituirse en estímulo para luchar contra un poder de gobierno que desconoce el antagonismo democrático. En la base de ese antagonismo está el reconocimiento mutuo de clases antagónicas. Ese antagonismo se opone a la guerra, la rechaza, en tanto acontecimiento atroz. Luego de una elección general y antes de una de medio término el antagonismo se activa cuando la clase privada de poder aspira a hacer variar a su favor los derroteros del Estado.

La actitud de las clases oprimidas ante el Estado democrático depende del reconocimiento que la clase dominante les da a sus interpelaciones. Si lo que debería ser reconocimiento se convierte sistemáticamente en denegación, se desconoce la condición democrática y se abre así una de las compuertas siempre semicerradas del doble poder.

Cuando el aparato oficial del Estado está en mano de una clase dominante insensible que lleva la insensibilidad política y social a extremos inaceptables, una “nueva” clase se moviliza para postular un nuevo sistema social y, sin pretender dirigir el Estado, reúne en sus manos parte considerable del poder estatal. Se dispone a compartir el dominio político de la nación. Esa disposición implica escindir el poder sin aceptar la guerra planteada por ellos, afirmando la paz y los derechos humanos universales.

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Rocco Carbone nació en Cosenza, al sur de Italia y se doctoró en Filosofía por la Universität Zürich en Suiza y también en Letras por la Università degli Studi della Calabria. Este lúcido pensador se ocupa de filosofía de la cultura y filosofía del poder, al tiempo que trabaja en la Universidad Nacional de Quilmes y es investigador del Conicet. Ahora es una de las doce voces que se suman a las páginas de Nuestra Propuesta para ayudarnos a reflexionar sobre Lenin, pero sobre todo acerca de la vigencia de su pensamiento en la Argentina actual.

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