Para cerrar el semestre de la sección, escribe el coordinador del Secretariado del Partido Comunista, Jorge Alberto Kreyness, quien en este artículo, traza un hilo conductor entre las tareas que emprendió la Rusia Revolucionaria en los albores del siglo 20 y las que hoy enfrentamos los comunistas en Argentina. También pone sobre el tapete tres elementos del poder popular y propone ideas a debatir en el campo popular para enfrentar al capitalismo ya sea en su cara "humana" o "desnuda".
Entre los legados de Lenin podemos destacar la política de construcción de poder popular. A los efectos de unificar a los revolucionarios en un Partido de nuevo tipo, propuso como primer paso la salida de un periódico nacional para todo el territorio de la inmensa Rusia.
Y este fue el promotor, no sólo de la construcción de la fuerza política de la clase obrera, sino además de los consejos de obreros, campesinos y soldados que a la hora de la situación revolucionaria permitieron lanzar la consigna finalmente triunfante de “Todo el poder a los soviets”.
Esos consejos, comités de base, como los prefiramos denominar por estas pampas, fueron la clave cuando a las condiciones objetivas de hambre y miseria generada por el zarismo y la guerra hubo que sumar el factor subjetivo para terminar con el viejo régimen.
Esa conciencia de la necesidad de los cambios estructurales fue producto de la labor incansable del Partido, muchas veces en polémica con otros luchadores, para lograr que en los soviets primero prevaleciera la mirada bolchevique y una vez lograda esa hegemonía en ellos, transformar la sencilla y sentida consigna de “Paz, Pan y Trabajo” en bandera de un poder alternativo.
El Poder Popular entonces quedó plasmado en la Revolución de Octubre y a la hora de analizar la derrota de 1990 cabrá observar si una de sus causas pudo haber sido el deterioro de los soviets en la base social y su reemplazo por un poder ejercido especialmente desde el Estado y los ministerios.
Enseñanzas, experiencias del movimiento de los trabajadores en otras épocas y en otras tierras, que no deben ser copiadas ni calcadas, pero que son de utilidad a la hora de pensar en la construcción de poder popular en nuestra dolida Argentina de hoy.
El Partido Comunista tiene como tarea decisiva promover la unidad y la organización de los que sufren y de los que luchan. Y al calor de ese esfuerzo le corresponde también, y esto es políticamente decisivo, explicar la necesidad de superar al capitalismo y desarrollar un nuevo modo de organización de la sociedad.
Las burguesías no regalan nada a los trabajadores y al pueblo. Debemos conquistarlo todo. Desde la más pequeña demanda, hasta la más avanzada.
Y en la tarea de luchar y organizar, el Partido es el que explica, el que argumenta, el que genera conciencia.
Dijimos entonces, organización: juntar, reunir, preparación para movilizar.
Dijimos también explicar, concientizar.
Y hay un tercer elemento importante para el poder popular: la capacidad de autosostenerse con autonomía, la que sólo se alcanza cuando a través de iniciativas diversas, el grupo o colectivo resuelve sus necesidades de lucha, e incluso de supervivencia, por su propia cuenta, sin necesitar de aportes que no provengan de su propia fuerza, sino que surjan de propios emprendimientos y de la práctica de la solidaridad popular.
Hoy vivimos en Argentina el desastre social producido en pocos meses por un gobierno que prescinde por completo de la inversión social y de los planes asistenciales de “contención de la pobreza” que utilizaron administraciones anteriores para atenuar las lacras del capitalismo. Ahora no sólo no crean trabajo. Tampoco otorgan subsidios a los desempleados y a los excluidos. De la falacia del “capitalismo humanizado”, hemos pasado a la dictadura inhumana del capitalismo desnudo, que se presenta con toda su crueldad antisocial.
El movimiento social se ve ante la necesidad imperiosa de pensarse con autonomía de organización, de ideas y de autosostenimiento para desarrollar la supervivencia de las familias, para mantener unida a la gente y para lograr la independencia política que le permita construir la mayor unidad para salir del atolladero ultraliberal y, al hacerlo, poder avanzar por caminos nuevos que nos acerquen a una sociedad donde prevalezcan la justicia, la belleza y la alegría. La perspectiva socialista, y no la oscuridad y el dolor del capitalismo real que hoy soportamos.