El secretario de Relaciones Internacionales del Partido Comunista, Jorge Kreyness, fija su postura respecto a la decisión anunciada días atrás por la cancillería. A continuación su columna.
La decisión oficial argentina de retirarse de las negociaciones externas del Mercosur con la República de Corea, Canadá, Singapur y otros países y con los integrantes de la Asociación Europea de Libre Comercio (Islandia, Liechtentein, Noruega y Suiza) es una señal política sumamente importante en términos de independencia política.
La postura de proteger la industria nacional y los puestos de trabajo dentro del país adquiere contornos que deben ser valorados.
Más que originada en un parecer ideológico, esta determinación, adoptada en momentos de recesión y readaptación económica y comercial global, aceleradas por la pandemia Covid 19, nos posiciona sanamente lejos del pensamiento prevaleciente en EE.UU. y en Brasil y nos coloca más cerca… de la realidad.
Y es coherente con el tipo de políticas nacionales adoptadas desde marzo ante la emergencia sanitaria que consiste en proteger la vida por sobre las ganancias empresariales, incrementar el rol del Estado, atender a los más humildes y reforzar los lazos solidarios de la sociedad.
El Mercosur ha tenido varias etapas desde su fundación, siempre influenciadas por el contexto global. Desde sus inicios como unión aduanera, pasando por su gran momento durante los gobiernos de Lula y Dilma, Néstor y Cristina Kirchner, Tabaré y Mujica, cuando sumó a Venezuela, hoy lamentablemente excluida, para asegurar la ecuación energético – alimentaria en la región, lo que a su vez nos posicionó en el mundo como un fuerte espacio de integración. Objetivamente, la ausencia de Caracas deja debilitado tanto al grupo como a la nación hermana.
Ahora, ante la pandemia y sus duras consecuencias, que apenas comienzan a avizorarse, parece abrirse una etapa distinta y muy compleja.
Quedan a la vista las diferencias, más que simples matices, entre los gobiernos de Alberto Fernández y Jair Bolsonaro, así como la inclinación de Lacalle Pou y Abdo Benítez hacia las posiciones del Planalto.
Se trata, al menos en este tema, de la opción entre el “libre comercio” neoliberal que desnuda un capitalismo más “revuelto y brutal” que nunca y la preservación del principal acervo de un país soberano: su pueblo, sus trabajadores, sus capacidades productivas y culturales.
Desde este punto de vista no cabe otra postura que la de apoyar la decisión adoptada por el gobierno argentino.
El conjunto de circunstancias, y no otra cosa, es lo que ha puesto otra vez sobre la mesa el debate del 2005. Recordemos: seguir al hegemón y entrar indefensos al Acuerdo de Libre Comercio desde Alaska a la Patagonia que proponía Washington para someternos, o decirle NO AL ALCA y sostener una línea de soberanía e integración independiente.
La retirada de una parte del proceso de negociaciones externas del Mercosur no implica que el asunto esté terminado. Como bien se ha aclarado desde la esquina de Esmeralda y Arenales, el Mercosur debe seguir. El asunto es cómo debe hacerlo.
Queda pendiente si vamos a revisar o no lo avanzado por el macrismo-bolsonarismo en los acuerdos con la Unión Europea y con Israel, por ejemplo, ambos teñidos completamente por los mismos colores opacos que los que hoy nos preocupan.
Y además resta establecer una ruta de acción en el Mercosur real y concreto con que nos toca lidiar. Las cuatro economías están íntimamente vinculadas y ello compromete intensamente al trabajo argentino.
El artículo 37 del Protocolo de Ouro Preto exige el consenso de los cuatro países para avanzar en acuerdos con terceros países o grupos de países. ¿Alcanza pues con retirarse de estas negociaciones?, ¿o es mejor negar, esta vez nosotros, el consenso y promover así el desarrollo del comercio intrarregional, que hoy resulta el más beneficioso para nuestros pueblos?
Todo parece indicar que esto último es lo que más favorece al sector laboral y de pymes, que son la base progresista de nuestras economías. En cambio, todo lo extra Mercosur viene de la mano de corporaciones transnacionales, más que de los pueblos de esas naciones.
Está claro que la composición actual de los gobiernos del Mercosur no resulta favorable a este enfoque. Y que la cosa no es sencilla.
Pero un paso se ha dado.