Sergio Massa se mostró sólido y contundente en el debate llevado a cabo ayer en el auditorio de la Facultad de Derecho.
Pocas cosas se decoloran y ajan tan rápido como los afiches de campaña y seguramente no va a ser la excepción, cuando dentro de siete días ya quede puesto el resultado de una elección en la que como nunca durante los últimos cuarenta años, se puede ver una línea divisoria tan clara entre las dos posiciones en pugna. Y esto pese a que el que se juega es un partido que está en un escenario ubicado entre el centro y la extrema derecha.
Unión por la Patria, con Sergio Massa, promete llegar al Gobierno para estabilizar una economía que durante los últimos ocho años fue agredida por la Presidencia Macri, básicamente por medio del mecanismo apertura indiscriminada-deuda-fuga, a lo que se sumaron la pandemia, las distorsiones que provocó la guerra en Donbás en un buen segmento del comercio exterior de Argentina y la sequía que dejó pérdidas por algo así como veinte mil millones de dólares. Pero asimismo los problemas derivados de la restricción externa, que se incrementaron por una administración demasiado generosa a la hora de repartir entre actores de la clase capitalista los escasos dólares que poseen las arcas nacionales, algo que pasó sobre todo durante los dos primeros años de la actual gestión gubernamental.
Por otra parte, Massa anuncia que se propone trabajar para la reconstrucción de un tejido social, que aparece crispado por varios años de un maceramiento massmediático que se amplificó con la irrupción de las redes sociales y está atravesado por un antiperonismo irracional, que la clase capitalista que actúa en el país interpela utilizando esas herramientas.
Y también por la desazón que provoca entre vastos sectores populares y capas medias un sistema económico, social y político que no brinda demasiadas soluciones a problemas materiales básicos vinculados a la movilidad social ascendente. El recorte crónico en el consumo de bienes y servicios, lo traumático que se presenta el acceso a la vivienda y la incertidumbre que rodea al futuro mediato e inmediato, que son algunos de los datos de la realidad cotidiana que aparecen como insumos clave para comprender por qué Javier Milei está en el balotaje.
Massa sabe que si se convierte en Presidente, sin resolver estos problemas difícilmente pueda lograr gobernabilidad. Pero también lo sabe Milei, porque resulta evidente que no estamos ante una crisis más del sistema, de esas que se producen a raíz de un desequilibrio que se emparcha con la reestructuración de las distintas fracciones del capital y la reorganización de hegemonía social con nuevas fuerzas políticas y pactos sociales. Porque esta vez, la crisis no es sólo económica ni coyuntural, sino estructural. Y, en este contexto, las dos recetas que se presentan distan bastante, sobre todo a la hora de advertir qué costo va a pagar la clase trabajadora.
El gobierno de unidad nacional que propone Massa, habla sobre la necesidad que va a tener una gestión surgida del balotaje, de construir rápidamente volumen político a lo que deberá sumar mucha pericia a la hora de tomar decisiones ya que si algo está claro, es que en este caso la luna de miel postelectoral va a ser extremadamente corta.
Así las cosas, mientras Massa intenta exhibir que la alternativa que encarna es la más confiable, y para eso se muestra como el más apto para saltar cercos y ampliar las fronteras de su propio espacio. La Libertad Avanza radicaliza sus posturas de ultraderecha y anticipa que su búsqueda por construir legitimidad política, se va a sustentar en el retorno a un Estado Policial que no se ve desde diciembre de 1983.
Y este no es un dato menor. Cualquiera sea el ganador del balotaje, el próximo presidente va a ser por primera vez un hombre que no votó en 1983. Este recambio generacional se puede ver también, en buena parte de la línea dirigencial que va a asumir cargos legislativos nacionales y provinciales, como así gobernaciones e intendencias.
Paradójicamente, de una elección en la que preponderan personas que se criaron y formaron en democracia, puede surgir un gobierno de corte abiertamente fascista. Y quizás por eso es que desde hace algunos días desde diferentes colectivos, muchos de ellos abiertamente opositores al esquema que referencia a Massa, se suceden manifestaciones públicas que instan a evitar que Milei pueda llegar a La Rosada y otras que apoyan la idea que propone el candidato de Unión por la Patria, vinculada a un cambio en la cultura política a partir de la construcción de acuerdos básicos capaces de trascender las estructuras partidarias y corporativas.
El 10 de diciembre cuando asuma el próximo presidente, ese mismo día, se van a estar cumpliendo cuarenta años del momento en el que Argentina recobró su vida institucional plena. Durante esa jornada Raúl Alfonsín juraba como presidente y probablemente ninguno de los que en Plaza de Mayo o por una pantalla de televisión asistieron a ese momento, sospechaban que cuarenta años después podría tener chance de ser presidente alguien que reivindica a la dictadura y el genocidio esa jornada venía a cancelar.
Ayer en el debate quedaron en claro algunas cosas. La reivindicación del genocidio y los elogios de Milei a Margaret Tatcher, apuntan a la médula de dos pilares fundacionales del camino institucional que comenzó a construirse en 1983. Algo se hizo mal desde entonces y quedan pocos días para ver si, a la hora de la verdad, prevalece la racionalidad o acaba por desatarse la pulsión autodestructiva.
Lo que exhibió Milei en ese debate es lo mismo que viene mostrando desde su irrupción en la escena pública, sólo que esta vez lo hizo ante una pantalla que tuvo un encendido sólo homologable al de la final de la Copa del Mundo. Lo que mostró fue muy pobre, pese a que desde el 22 de octubre sus principales voceros decían que estaba recluido en una situación casi monacal “estudiando y coacheado” para el debate. Esto también expone la preparación que tiene la banda que rodea al candidato de La Libertad Avanza y permite anticipar lo que podría ser una gestión presidencial con esos equipos a cargo del Estado Nacional.
Pero más allá de las percepciones particulares que se pueda tener, es evidente que en el auditorio de la Facultad de Derecho Massa fue mucho más sólido que su contrincante, pero ganar un debate no significa ganar la elección y lo que queda es redoblar el esfuerzo militante para que el lunes 20, las imágenes que vimos ayer no queden ajadas y decoloradas.