El gobierno nacional anunció la semana pasada que el Mercosur y la UE habían llegado a un acuerdo para pactar un tratado de libre comercio que se viene negociando hace veinte años. El acuerdo es nocivo para la economía argentina, especialmente para la industria nacional, a la que el macrismo se empeña en destruir. “Es parte de la inserción inteligente de la Argentina en el mundo”, dijeron desde el gobierno.
Ante la incertidumbre electoral, el gobierno nacional quema las naves y anunció un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea (UE) que agita, nuevamente, los fantasmas del Alca que habían sido enterrados en la Cumbre de los Pueblos de Mar del Plata en 2005.
Como si fuera poco, y envalentonado por el anuncio -que como veremos hasta ahora es más un acto electoral que un tratado sellado- el gobierno nacional echó a circular que se encuentra negociando junto a Brasil un tratado de libre comercio con EE.UU.
Ambos movimientos expresan, a las claras, la intención del gobierno de consolidar uno de los cambios estructurales que viene impulsando desde que llegó a La Rosada: reeditar el modelo agroexportador en un contexto en el que las principales economías toman medidas de carácter proteccionista.
Nuevamente queda demostrado cómo se compone el bloque de poder real en Argentina y a qué intereses sirve. Si la fracción agroexportadora es una de las más fuertes -junto al sector financiero y las prestadoras de servicios públicos-, se entiende el servilismo que exhibe el país en manos del macrismo. La Argentina del primer centenario y del Pacto Roca-Runciman es el norte que guía las acciones del bloque hegemónico.
De esta manera, si quedaba alguna duda, el gobierno nacional expuso ante el mundo la pretensión de reprimarizar la economía nacional y reeditar el modelo agroexportador, uno de los sueños húmedos de la oligarquía terrateniente. Esto quedó claro luego de que el gobierno y sectores patronales -tanto del agro como de la industria transnacional instalada en Argentina- celebrasen los anuncios. Acuerdo que, al día de la fecha, no solo no se conocen términos, condiciones ni letra chica sino que, además, Francia anunció que rechazará. “Por el momento, Francia no está lista para ratificar el tratado”, enfatizó la vocera de Macron, Sibeth Ndiaye.
Sin conocer los detalles -apenas un borrador con algunos puntos, distribuido por Cancillería-, es fácil aventurar ganadores y perdedores. Como se sabe, todo acuerdo de libre comercio solo beneficia a los países con mayor grado de desarrollo industrial y soberanía económica. Y por tanto, afecta a aquellos que cuentan con una pequeña o mediana industria que, para expandirse, necesita de medidas de corte proteccionistas para que las grandes empresas multinacionales no acaparen los mercados locales y regionales. La larga historia de los siglos 19 y 20 entrega decena de ejemplos sobre cómo estas desigualdades, lejos de superarse, son profundizadas por acuerdos de este tipo que solo fortalecen las posiciones e intereses del capitalismo industrializado.
Por ejemplo, hace 25 años que México ingresó en el Nafta, un acuerdo de libre comercio de América del Norte (con Canadá y EE.UU.) y desde entonces el ritmo de la economía mexicana nunca más logró siquiera igualar uno de sus períodos más notables de crecimiento, como lo fue la etapa 1940-1985.
Que a ambos lados del Atlántico hay grandes interesados en que el acuerdo entre el Mercosur y la UE se concrete, no quedan dudas: las elites locales, históricamente constituidas en torno a la producción de alimentos y la exportación de productos primarios, de este lado; del otro, las grandes empresas productoras de manufacturas -de medio y alto valor agregado- y tecnología, como así también empresas de servicios. Por eso no es casualidad que la noticia sobre los avances conseguidos en Bruselas haya sido celebrada tanto por Macri -presidente y empresario-, como por Grobocopatel o Ratazzi.Algunos puntos
El “Resumen informativo” distribuido por el gobierno es tan autocelebratorio como carente de precisiones sobre los beneficios concretos que el acuerdo podría tener para la economía nacional, especialmente para el sector industrial y las exportaciones de productos con valor agregado.
Empero, el documento repite los mismos latiguillos con los que periodistas afines y funcionarios justifican la apertura comercial “al mundo”.
Expresiones como “se trata de un hito trascendental en la inserción internacional de la Argentina” o que “promoverá la llegada de inversiones, aumentarán las exportaciones de las economías regionales, consolidará la participación de nuestras empresas en cadenas globales de valor, acelerará el proceso de transferencia tecnológica y aumentará la competitividad de la economía”.
El gobierno se ufana de liderar un acuerdo regional, que colocaría a Macri como un estadista de fuste internacional, y que redundaría en la creación de un mercado “competitivo” de más de ochocientos millones de personas a “precios competitivos”.
Pero, la historia se ha encargado de demostrar que la competencia en desigualdad de condiciones solo favorece al más fuerte.
Esto queda claro en el siguiente punto del acuerdo, en lo que respecta a la exportación e importación de bienes: “la UE elimina los aranceles para el 92 por ciento de las exportaciones del Mercosur y otorga acceso preferencial para otro 7,5 (cuotas y otras modalidades de acceso que no implican eliminación total de aranceles). Menos del 1 por ciento quedó excluido. En contrapartida, el Mercosur eliminará aranceles para el 91 por ciento de las importaciones desde la UE y dejará excluido un nueve por ciento de productos sensibles de nuestro bloque”.
¿Cómo es posible que una eliminación de aranceles recíproco entre dos bloques desiguales beneficie a ambas partes? No es necesario ser un experto en economía ni poner sobre la mesa una cantidad enorme de estadísticas sobre cada uno de los sectores para entender lo que esto implica.
Otro punto sensible del documento de Cancillería se encuentra en la sección “desarrollo económico”. En este punto, el borrador promete que “las empresas del Mercosur aumentarán su competitividad gracias a un abastecimiento de insumos a menor costo desde la UE, la atracción de nuevas inversiones productivas y el acceso a las últimas tecnologías”.
Si por un lado la importación de insumos puede ser letal para la sustitución de importaciones –no se aclara que insumos gozarán de estos beneficios– por el otro tampoco se especifican las condiciones que incentivarían las “inversiones productivas” y, mucho menos, el “acceso a las nuevas tecnologías”.
¿Esto implicará la aniquilación definitiva del desarrollo científico y tecnológico nacional? Un breve repaso por la política del gobierno al respecto en los últimos años respondería a las claras el interrogante.
A medida que van pasando los días, las posibilidades de un “acuerdo cerrado” se diluyen ante las oposiciones internas a ambos lados del Atlántico. Mientras, con Macri en el gobierno, la UE y EE.UU. tienen un aliado estratégico como nunca antes en lo que va del siglo 21 y lo quieren aprovechar.
Un acuerdo contra la Argentina
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