“Él construyó su praxis revolucionaria desde su honda capacidad crítica y rechazo a toda expresión de dogmatismo, economicismo y practicismo, manifestaciones de determinismo histórico, de positivismo antidialéctico”, plantea Rogelio Roldán al sumar su mirada certera a la sección Seremos como el Che.
Se cumplieron 57 años de aquel 9 de octubre en La Higuera, cuando Ernesto Che Guevara fue herido, apresado y después asesinado a mansalva por orden de los yanquis. Una fecha que es preciso no olvidar, como tampoco debemos hacerlo con la absoluta vigencia y pertinencia que tiene recurrir al legado de su inmenso aporte teórico. Su propuesta: “Decir lo que se piensa y hacer lo que se dice” expresa sus valores de ética y moral combativa, su calidad de militante que nunca eligió el camino más fácil, sino el camino revolucionario para resolver cualquier objetivo, fuera éste grande o pequeño. Por eso su pensamiento y su práctica tienen absoluta actualidad.
El Che construyó su praxis revolucionaria a partir de su honda capacidad crítica y su rechazo a toda expresión de dogmatismo, economicismo y practicismo, todas ellas manifestaciones de determinismo histórico, de positivismo antidialéctico.
Claro ejemplo de ello es el hecho que cuando todos los enfoques de la supuesta “ineluctabilidad del progreso”, se montaban en las cifras de producción material del llamado “socialismo real” -en verdad irreal-, y vaticinaban que iba a alcanzar y superar al desarrollo económico del imperialismo -sin reparar que se entraba en una competencia en base a criterios capitalistas- el Che percibió, cuando nadie lo veía, que se había abandonado el marxismo creador y se marchaba a la decadencia.
Su aguda visión de la lucha de clases le hizo encarnar con su vida una estrategia, un programa y un estilo de lucha por el poder para construir una sociedad alternativa, a partir del rol de las masas populares, quienes a la vez que transforman las relaciones de propiedad se autotransforman, desalienándose y construyendo el Hombre y la Mujer Nuevos, dando sentido y razón a la lucha por el poder.
De ahí su originalidad de concebir al marxismo con un enfoque integral, regresándolo a su verdadero lugar: teoría crítica del capitalismo y práctica revolucionaria creadora. Por eso su denuncia de las visiones en las que predominaba el fatalismo histórico, el cual refiere todo el problema del proceso social al mayor o menor desarrollo de la base material, del factor objetivo.
Una contribución principal de su pensamiento es el reafirmar -como determinante- la cuestión del factor subjetivo: acción conciente y organizada de las masas populares, que cambian al mundo con la revolución, sin esperar la “maduración gradual de las condiciones materiales objetivas” y sin sacralizar las “relaciones de fuerza desfavorables”, como se justifica el posibilismo.
El demostró que el despliegue del factor subjetivo, esto es el rol conciente de las masas, exaspera todas las contradicciones y acelera la maduración de la situación revolucionaria, aun cuando la base material -económica- no haya llegado al punto culminante de la crisis, como lo confirmaron con su compañero de pensamiento y lucha, el Comandante Fidel Castro. Dicho sea de paso, en nuestro país la crisis de la base material ha llegado ya a punto más que de madurez, de pudrición.
Creo que la época reclama pararse sobre su legado ideo-teórico y práctico para desplegar la creatividad del marxismo en la situación concreta de hoy, ante los nuevos problemas y desafíos que plantea la crisis civilizatoria del sistema capitalista con toda su secuela de guerras, miseria, explotación, genocidio, destrucción del ecosistema planetario y, más que nada, de opresión ideocultural y miseria moral con que ahoga a franjas muy extendidas de los pueblos del mundo.
Aún en plena decadencia del capitalismo como sistema, uno de sus planes principales ha sido cooptar a vastos sectores de la intelectualidad progresista para constreñirla a especulaciones abstractas, separando y contraponiendo la ciencia a lo político-social, poniendo la academia al margen de la vida real, vale decir al margen de la lucha de clases.
De ahí que se puso de moda decretar la supuesta crisis y obsolescencia del marxismo, reducir el leninismo a un “fenómeno asiático ya perimido”, declarar desaparecidas las clases y la lucha de clases, mandar las categorías izquierda y derecha al desván de la historia y, en el caso de nuestro país, atribuirle una supuesta particularidad nacional a la que nada de la ciencia política universal sería aplicable. Vale decir reduccionismo y mediocridad al palo.
Semejantes “argumentos”, incluida la “necesidad del cambio” como un fin en sí mismo, aislándolo de la doble y aguda crisis combinada -institucional y de representación- que se verifica en el planeta, están impregnados de un tufillo al “fin de la historia”.
Lo realmente dañino no es la catarata de estupideces e insultos contra el socialismo y el comunismo que vomita a cada rato el imbécil que se cree que preside nuestra Patria.
La verdadera traba para construir una alternativa de poder popular es la ilusión posibilista de alcanzar un llamado “capitalismo humano en un régimen de consensos democráticos”, como exclaman los politólogos adscriptos a todos los partidos burgueses.
El andamiaje institucional del aparato de estado, conocido como “república democrática”, actualmente vegeta entre los crujidos de su crisis terminal. Sin legitimidad de origen, esta democracia cautelada se vació de contenido político y mutó en agencia de colocaciones, rosca y carrerismo.
Dicha democracia restringida, aceptada y asumida por los partidos patronales luego del repliegue pactado de la dictadura terrorista, no solo fue incapaz de encarar y resolver los problemas estructurales de nuestra Argentina ni, mucho menos, de garantizar la liberación nacional y el bienestar popular, sino que ya ni siquiera le sirve a las clases dominantes y a su instrumento, el neoliberalismo, para garantizar el crecimiento sin cesar de la tasa de ganancia media. Por eso se empeñan a fondo para convertirnos en factoría neocolonial extractiva por medio de la liquidación de esta seudo democracia y de su capitalismo “humano”, en verdad capitalismo repartidor de migajas.
La aprobación de la ley “Gases”, en medio de una trama de falsas promesas, coimas y traiciones, en el marco de la represión más brutal, da acabada cuenta del colapso de esta institucionalidad, imposible de resolver dentro de sus propios límites.
A mi criterio ser guevarista hoy es pararse sobre los hombros del Comandante para desplegar creatividad política y organizacional y desarrollar los recursos inagotables del marxismo, del leninismo, para elaborar subjetividad, construir bases de poder popular, erigir el antiimperialismo como eje de la política internacional del país, privilegiando la unidad nuestroamericana, contra la actual subordinación lacayuna al belicismo imperialista de EE.UU. y del genocida estado sionista.
Considero tarea esencial del momento revalorizar el papel estratégico de la unidad de la izquierda, en el marco y como parte de la unidad férrea del campo popular, entendiendo dicha unidad como un gran aporte a lograr el ascenso de vastas masas a una política propia, históricamente independiente y con una perspectiva explícita de lucha por el poder: “ahora, los explotados y vilipendiados del mundo han dicho basta y han echado a andar”.
En simultáneo, en ese proceso, retomar su enfoque de la necesidad histórica de construir un partido revolucionario de combate para representar políticamente a los oprimidos, tomar todo el poder del Estado y hacer la revolución para construir el socialismo, dando a un lado las propuestas de solo “reconstruir el tejido social” y la prédica del apoliticismo y la desorganización.