El IPC de abril superó holgadamente las proyecciones más pesimistas. Policausalidad de razones, una corrida cambiaria y fundamentalmente el apriete del Círculo Rojo ayudan a explicar un fenómeno que no tiene solución de fondo dentro del corset que impone el FMI.
Vivir en el contexto de un régimen de alta inflación es un problema serio que afecta a todas las variables y precios de la economía, pero que fundamentalmente altera la cotidianeidad y la posibilidad de programar la vida de la clase trabajadora. Pero también y aunque esta no es una de las consecuencias más graves de este asunto, nos pone en aprietos a quienes debemos contar de qué va todo esto cada vez que el Indec da a conocer el IPC.
Es que aunque la originalidad no sea el principal objetivo que debe tener un diario y, más aún, si se trata del diario del Partido Comunista, lamentablemente, la pregunta que aparece cada primera semana de mes es qué se puede decir de nuevo acerca del fenómeno inflacionario en Argentina, sus causas y consecuencias.
A la hora de intentarlo y ante un 8,4 por ciento de inflación en abril que hace sentir que los bolsillos tienen cada vez más agujeros, vale recordar la incidencia que en todo esto tiene las restricciones que trajo la pandemia que -a su vez- puso al Estado ante la necesidad de emitir para enfrentar cosas tan urgentes como la puesta a punto en tiempo récord de un sistema sanitario que había sido devastado por la Presidencia Macri. En este contexto, también optó por subsidiar fundamentalmente al universo del capital, lo que hizo por medio de herramientas como los programas Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción y el Ingreso Familiar de Emergencia. Y como el Gobierno Cambiemos acababa de transformar a un país bastante desendeudado en otro al que por su sobreendeudamiento nadie le prestaba un centavo, los agujeros se taparon con emisión y déficit fiscal.
Asimismo, podemos recordar que, tras cartón, la guerra desatada en el Donbás profundizó el momento de crisis que ya atravesaba el sistema capitalista antes de la pandemia, lo que puso el mundo todavía más patas para arriba, haciendo que suban precios de insumos básicos que Argentina importa como es el caso del gas y trastocando el esquema de fletes internacionales con el consecuente encarecimiento de mercancías que son insumos que precisa la industria nacional.
Pero también catapultando hasta límites nunca antes conocidos el precio de commodities como la soja, sus derivados, el trigo y el maíz. Y como quien decide en una economía propia de un Estado Liberal Burgués es la clase capitalista, la resolución de la cuestión fue cobrar en el país lo mismo que por esos productos estaban dispuestos a pagar en formaciones estatales que tienen economías mucho más sólidas que la argentina.
Entonces, como si faltara algo, apareció La Niña con su sequía que hace estragos en una economía que fue empujada sistemáticamente a la reprimarización durante las últimas décadas, en la que además lo más concentrado de la clase capitalista siente particular éxtasis con eso de sentarse sobre los silobolsa, evadir, subfacturar, triangular y transformar el producto del trabajo de los argentinos en capital financiero factible de ser empleado en la especulación, corridas cambiarias y la fuga.
Estos son algunos de los factores que ayudan a explicar el 8,4 de inflación -el peor en lo que va del siglo- con su 31,9 de acumulado para el primer cuatrimestre y el 108,8 por ciento de incremento interanual.
Para no reiterarnos, quien quiera algo más sobre estos tópicos como para entretenerse, puede echar mano al buscador de Nuestra Propuesta y ahí va a encontrar muchos artículos propios que publicamos al respecto durante los últimos meses y años.
Así las cosas, en este punto y a riesgo de hacer lo que acabamos decir que queremos evitar, cabe repasar algunos datos. El IPC de abril fue del 8,4 por ciento, pero en el caso de varios rubros de alimentos, la cosa fue todavía peor. De esto da cuenta un informe que elaboró el Centro de Política Económica Argentina, donde se destaca el caso del precio del tomate que fue aumentado en un 63,4 por ciento y el pollo en un 26,4, pero también da otros ejemplos como el del azúcar con el 21,1, la naranja con casi un veinte, los huevos el 20,8, la merluza con un 19, la manteca el 12,2, el arroz el 11,3, las galletitas dulces el 10,4 y el queso cremoso el once, mientra que las salchichas tipo Viena y la batata fueron remarcadas un nueve por ciento. Como se ve, en todos los casos se trata de alimentos de consumo popular.
Significativamente, mientras esto pasaba en Argentina que -vale recordarlo- es uno de los principales productores de alimentos del mundo, en el resto del planeta el precio de los alimentos está a la baja. Así lo sostiene la publicación mensual de la FAO, que depende de la ONU, donde se indica que en marzo -el último mes con datos publicados- el índice de precios de los productos alimenticios se colocó un 2,1 por ciento por debajo del de febrero en lo que significa la doceava baja mensual consecutiva después del pico de principios de 2022. De este modo, la caída acumulada del último año es en promedio del veinte por ciento.
Por eso nadie debería sorprenderse cuando el informe de Seguridad Alimentaria, que fue elaborado en base a datos relevados entre enero y abril por el Banco Mundial, coloca a Argentina en el segundo lugar entre los países con mayor inflación de alimentos, con un 107 por ciento.
Y tampoco cuando se advierte que mientras la mitad de los argentinos sobrevive a fuerza de tragar fideos y polenta, Aceitera General Deheza y Molinos Río disfrutan de una maximización de su tasa de rentabilidad que es inadmisible en cualquier formación estatal capitalista de primer orden y sumamente obscena en un contexto como el que actualmente atraviesa nuestro país.
Pero también lo hacen firmas como Molinos Cañuelas, Molinos Río de La Plata y Tanoni Hermanos que completan el tándem oligopólico que mediante una integración vertical controla el camino que va desde una abrumadora mayoría de las hectáreas de la zona núcleo hasta las principales exportadoras de maíz y aceites de soja y girasol.
Para que quede claro, basta con citar que el precio del aceite de girasol que forma parte central de la mesa de los sectores más empobrecidos por el sistema, fue aumentado en 145 por ciento desde abril de 2022. Y, en este punto, vale advertir que se trata de un producto que está subvencionado por medio de un fideicomiso y que además se vio beneficiado por las tres ediciones del Dólar Soja.
Vienen por todo
Programa de Asistencia de Emergencia al Trabajo y la Producción, recurrentes exenciones impositivas que el Estado otorga mediante la declaración de emergencia agropecuaria, fideicomisos y Dólar Soja son sólo algunas de las formas con todos los argentinos subsidiamos durante los últimos tres años a una clase capitalista extremadamente parasitaria que siempre gana.
Con este telón de fondo, durante el fin de semana se conocieron algunas de las medidas con las que el Ministerio de Economía va a salir a partir de hoy lunes, después del 8,4 por ciento y tras un arranque de mayo en el que en sólo en quince días, el precio de los alimentos ya fue aumentado en un 4,8, según explica un relevamiento de la consultora LCG. Pero también en un contexto en el que algunos precios regulados como el de las tarifas de gas, electricidad y peajes impulsan el IPC.
En la cartera que conduce Sergio Massa, coinciden en que el 8,4 se explica, mayormente, por la incidencia que tuvo la corrida cambiaria que fue perpetrada a principios del mes pasado, lo que habría provocado que diferentes sectores aumenten los precios de sus productos, por las dudas.
“Esto requiere redoblar esfuerzos desde la macroeconomía, para poder concentrar políticas que permitan mejorar las cuentas fiscales, la acumulación de reservas y la estabilidad cambiaria, como así también robustecer la política de ingresos, todo a ello a fin de lograr mejores resultados en la lucha contra la inflación”, sostuvo al respecto el secretario de Política Económica, Gabriel Rubinstein, quien fue de la partida en las reuniones del equipo económico que durante el fin de semana presidio Sergio Massa, en las que también estuvo el titular del Banco Central, Miguel Pesce. Rubinstein es un hombre de confianza de Massa, pero también del establishment, además de una pieza clave en la renegociación que viene llevando el Gobierno con el FMI.
En este sentido, se prevé la puesta en marcha de medidas tendientes a apuntalar la actividad, como el ordenamiento de formadores de precios y situación fiscal en el Mercado Central, la conformación de la Unidad de Análisis de las Operaciones de Comercio y un nuevo plan de pago Afip deuda corriente de hasta 84 cuotas, también otras con las que se busca fomentar el nivel de consumo como es la baja de la tasa del Programa Ahora 12.
Asimismo, la cartera económica espera poder acordar en breve con el FMI la renegociación de la renegociación del Stan-By de 2018, aceitar el Swap con la República Popular China hacia donde Massa viaja en pocos días y avanzar en una línea similar con Brasil por medio del Nuevo Banco de Desarrollo del Brics. Otros puntos son seguir ajustando la tasa del Banco Central que a su vez se propone tener una mayor intervención en mercado de cambios y en el control de la administración progresiva de la devaluación del peso.
Como se ve, el gobierno continúa confiando en que si acomoda las variables macroeconómicas, va a poder domar la inflación para ponerle un techo que cada vez aparece como más elevado. Es verdad que en lo inherente ese frente viene haciendo agua y en esto existen responsabilidades de al menos los últimos tres gobiernos nacionales. Pero también lo es, que todo esfuerzo que se haga en tal dirección va a quedar escaso si se lo pretende hacer acomodándolo al encorsetamiento que impone el Stand-By de 2018 y el posterior acuerdo de renegociación suscripto hace un año entre el FMI y La Rosada.
Esto es algo que sabe un gobierno que, en este sentido, es víctima de sus propios límites ideológicos. Pero también lo tienen claro la clase capitalista que opera en Argentina y que, como pocas veces antes, desde hace unos meses viene perpetrando ataques en manada y abriendo foco tras foco, en su afán de generar una situación de estrés social que facilite la aceptación de su propia agenda.
Nada de esto es nuevo: pasó con las hiperinflaciones que alumbraron los ajustes del Plan Austral y el Plan de Convertibilidad y las privatizaciones, entre otros casos. Por eso es que en abril fueron el pollo y el tomate, el mes anterior le tocó a los lácteos, huevos y vestimenta, mientras que en febrero la cosa pasó por las carnes bovinas. Siempre hay algo y si se rasca un poco la superficie, se puede advertir con claridad que existe una tarea en la que el puñado de grupos empresarios que domina el mercado de productos que componen la canasta básica, actúan en tándem y aprovechando una estrategia de integración vertical y horizontal, imponen posiciones dominantes en toda la cadena de precios que acaba en las góndolas.
Mientras tanto esa clase capitalista, el Círculo Rojo como les gusta que los llamen, viene haciendo un casting para elegir cuál es el candidato que más le conviene. Y entonces, como si fuera uno de esos bochornosos concursos de Miss Universo, durante las últimas semanas se ve desfilar a los principales postulantes por citas como el Foro Llao Llao, el Amcham Summit 2023 y los encuentros que viene celebrando la Agrupación Empresaria Argentina.
“Seguridad a fuerza de bala”, “estabilizar la economía aunque se quede afuera el que deba quedarse”, “avanzar en reformas estructurales para transformar Argentina para siempre”, “la indemnización por despido es un robo”, “industria del juicio”, “acabar con el cepo”, “ningún empresario va a poner plata si no le dejan sacar dinero”, “unificar el tipo de cambio” “la Corte está para que respetemos los fallos”, “uso del dólar como moneda de transacción” son algunos de los postulados que los candidatos saben que tienen que repetir en esos foros para retirarse con una esperanza de recibir apoyo.
¿Pero de qué va todo eso? En la mira aparece la destrucción de los convenios colectivos de trabajo, como paso previo al establecimiento de una agenda que deje en manos privadas y transnacionales a recursos estratégicos clave como el litio y Vaca Muerta, pero también para una vuelta de rosca más en la reprimarización de la economía y en el avance sobre sistemas públicos universales y gratuitos de educación y salud, así como sobre el sistema público de jubilaciones.
Y entonces queda claro que hablar de economía es hacerlo de política, pero asimismo que es difícil que este asunto de la inflación se arregle metiendo parches. Porque, a fin de cuentas, esto de la puja distributiva no es otra cosa que un episodio clave de la lucha de clases que se libra aquí y ahora.
De ahí que resulte imperioso que, aunque siga resignado a encorsetar cualquier intento por morigerar el fenómeno inflacionario al acuerdo con el FMI, el Gobierno utilice un DNU para que se otorgue una recomposición salarial de emergencia y que las bancadas oficialistas del Congreso aceleren la búsqueda de consensos y posterior tratamiento, de las iniciativas presentadas por las que se intenta reducir la jornada laboral para mejorar la productividad y generar más empleo.
Porque que va quedando claro que mientras que la clase capitalista tiene ocupado al Gobierno con su fase foquista del pustch, sigue arrancando riqueza de los bolsillos de los trabajadores y de esto va mucho de este episodio de la lucha de clases que se juega ahora mismo con la escalada inflacionaria.
Por eso es que desde una mirada moral, ética y política, como enfoque de coyuntura es preciso luchar por la recomposición salarial de emergencia y la reducción de horas de trabajo que, además, son dos iniciativas desde las que se puede interpelar a buena parte del universo del trabajo que es agredido por las condiciones que impone actualmente el sistema. Y esto es necesario si se tiene en cuenta, desde una perspectiva táctica, todo lo que puede jugarse de cara a las Presidenciales de octubre.
Pero más allá de todo esto, como comunistas, no podemos resignar la mirada estratégica que excede largamente los tiempos electorales que plantea la dinámica del Estado Liberal Burgués. Y esto es el principal aporte que podemos hacer en la construcción de una maquinaria electoral que sea capaz de enfrentar y derrotar a la derecha.
Asimismo, es evidente que no va a ser desde las posibilidades que ofrece la agenda establecida por los ciclos electorales, donde se va a construir la herramienta que pueda solucionar las irracionalidades y desastres que provoca el capitalismo. Y entonces es aquí donde se presenta una diferenciación clara de por qué y para qué es preciso la construcción de práctica política propia y, por ende, de espacios aptos para multiplicarla. Ya que nuestra construcción política está vinculada a la presencia en barrios y localidades, en cada frente donde está el conflicto que es preciso poner en evidencia y sobre el que debemos actuar aportando a la construcción de representación de la clase trabajadora.
Porque, si por ejemplo hablamos de inflación, necesariamente debemos hacerlo de la actual fase de desarrollo del sistema capitalista que está atravesada por la voracidad que genera su propia dinámica de acumulación. Y esto vuelve epidérmicas algunas contradicciones que en otros momentos el sistema pudo ocultar, pero que ahora quedan todavía más al desnudo y ayudan a poner en negro sobre blanco de qué va esto de la lucha de clases.
Pero también este escenario que deriva y habilita una crisis permanente del sistema, profundiza la desigualdad, en tanto que pone en superficie algunas contradicciones que la derecha advierte y sobre las que actúa, ofreciendo respuestas cada vez más autoritarias. Contradicciones para las que el reformismo -en cualquiera de sus formas- adolece de capacidad para actuar. De ahí que el conflicto es inevitable, como es indispensable que como comunistas actuemos sobre él, asumiendo la representación de la clase oprimida en momentos en que se intenta imponer un sentido común desde el que se busca legitimar los cambios estructurales regresivos que impone el momento que atraviesa la crisis capitalista, destruyendo el tejido social que operó como organizador durante más de seis décadas.
Este momento foquista que tiene a la inflación como herramienta de la clase capitalista, aporta a macerar con la lectura de cada IPC a cada vez más personas que lisa y llanamente ya no puedan planificar sus vidas, lo que las pone en una situación de suma fragilidad y listas para aceptar otra vuelta de rosca de un capitalismo que sólo puede ofrecer más desigualdad.
Pero como donde hay un oprimido habrá resistencia y lucha, es un deber reafirmar nuestra mirada estratégica y construir agenda propia, porque queda claro que no va a ser sino con la construcción de herramientas propias que tracen una vía socialista, como se va a poder acabar -entre otras cosas- con la inflación pero también con los factores que la provocan.