Del capitalismo “malo” al capitalismo “bueno”, la pobreza (y los pobres) siempre están ahí ¿Será cuestión de gobierno o cosa de sistema? Aunque digan que no existe, la lucha de clases está viva.
En La Rosada descorchan champagne y, los más audaces, se animan a anticipar que este es el comienzo del “segundo semestre” que vienen prometiendo desde que se hicieron con el gobierno.
Pero la desaceleración de la curva inflacionaria que ayer anunció el Indec -el 3,2 por ciento- supera estimaciones previas de consultoras privadas y anticipa –al menos- un 45 por ciento para el cierre de 2018, lo que coloca al índice inflacionario de Argentina como uno de los más elevados del mundo, al tiempo que se pone cerca del rango que tenía en 1991.
Es cierto que 3,2 es bastante menos que el 5,4 al que se catapultó la suba de precios en octubre, pero también es verdad que a la hora de establecer los motivos que llevaron a esta desaceleración, aparecen como factores determinantes la recesión de la actividad económica y la relativa calma del precio del dólar.
Queda claro que recesión quiere decir contracción de demanda interna, esto es que usted está consumiendo menos. Salud y Alimentos están entre los rubros que más aumentaron.
Y otro dato preocupante: de acuerdo a un trabajo de la consultora Scentia, el consumo de bebidas, alimentos, artículos de tocador y limpieza se derrumbó casi un seis por ciento, las ventas de las cadenas de hipermercados disminuyeron 3,7 y en los autoservicios 8,5 por ciento.
Mientras tanto, la otra clave para comprender esta desaceleración, la calma cambiaria, deviene de un esquema sumamente frágil en el que la relación del precio de la moneda estadounidense con las tasas representa una verdadera bomba de tiempo.
Y otro dato que es necesario tener en cuenta: comparado con noviembre de 2017, el Indice de Precios al Consumidor (IPC) creció 48,5 por ciento.
Alarmante
Pero este no es el único dato que se conoció ayer. El Observatorio de Deuda Social de la UCA adelantó su relevamiento sobre el tercer trimestre del 2018, en el que señala que en el país la pobreza alcanza al 33,6 por ciento de la población del país, esto es, 13,6 millones de personas.
El Observatorio indica que la combinación de inflación, devaluación y recesión es determinante para que, en sólo tres años, el Gobierno Cambiemos marque el record de pobreza de la década.
Vale recordar que ya la medición que la UCA hiciera durante el tercer trimestre, advertía que el 28,2 por ciento de las personas de Argentina eran pobres, pero ahora el índice supera –incluso- al pico de 32,3 que durante 2016 había alcanzado la Presidencia Macri, tras el sacudón que significó la devaluación que dispuso apenas comenzó su mandato.
De esta manera, el actual gobierno profundiza los niveles de pobreza que durante con la presidencia de Cristina Fernández, nunca bajaron del 24 por ciento y llegaron a tener picos del 29.
El trabajo del Observatorio señala también un amesetamiento de los índices de indigencia, al tiempo que advierte que los nuevos pobres, son mayoritariamente personas que provienen de los sectores medios no profesionales y de la clase obrera.
Por su parte, cuando se habla de indigencia, entre quienes cayeron en ese estado se destaca la cantidad de trabajadores en relación de informalidad, sobre todo aquellos que hacen changas.
El conurbano bonaerense continúa siendo la región donde más se hace sentir la pobreza y la indigencia que ahí afecta a un 43,3 por ciento de la población. En esta región también creció la indigencia.
Por otro lado, en lo que hace al grupo etario, el relevamiento de la UCA resalta que pobreza y la indigencia siguen pegando más fuerte entre los menores de edad de todo el territorio nacional, donde el 51,7 por ciento de los pibes de hasta 17 años es pobre y el 10,9 indigente.
En este contexto, el Gobierno Cambiemos le sigue pegando al que está tirado en el piso. Y si para muestra alcanza con un botón ahí está el precio de la harina, cuya alza sobresale por encima de la del salto que dieron prácticamente todos los precios de la economía.
En lo que va de 2018, este insumo básico de la mesa de las personas que están en mayor estado de vulnerabilidad socioeconómica, se catapultó 169,91 por ciento. Y esto no es todo, al tope de la lista también están los fideos que llevan una suba acumulada de 90,01, la docena de huevos con 84,06 y el pan francés con 75,90.
Una buena noticia
Los datos que se conocieron ayer hablan de pobreza y miseria y, fundamentalmente, de desigualdad cuya causa no es cuestión de mejor o peor gestión del Estado Liberal Burgués (ELB). Lejos de eso, el problema es el propio ELB y, por ende, el tipo de relaciones que establece el capital.
Y, entonces, en este punto es preciso volver a preguntar si es posible que no haya pobreza dentro de un sistema que –en cualquiera de sus miradas- naturaliza la desigualdad.
En el ADN del capitalismo está la necesidad de explotar todas las dimensiones de la vida de las personas, por eso la relación de clase se construye a partir de cuánto se apropian unos pocos del trabajo de los otros muchos y, sobre todo, qué beneficio extraen de esta manera.
Nadie quiere ser pobre, menos aún indigente. Nadie quiere que lo exploten y por eso la lucha de clases existe y está siempre latente.
Pero para que crezca en nivel de consciencia y pueda explicitarse, es preciso que los trabajadores –el proletario- identifique aquellos elementos y formas que adopta la explotación hoy y aquí.
Pero también las causas de la explotación y, por lo tanto, las alternativas de lucha ahora existentes.
Es que, aunque las causas últimas son siempre las mismas, cada momento histórico tiene su propia mecánica de explotación, pero también puede ofrecer nuevas alternativas de lucha por la emancipación.
Porque por más que desde la versión talibán del capitalismo se empeñen en querer reemplazar al proletariado por el precariado, y desde la mirada reformista se pretenda negarla, la buena noticia es que la lucha de clases sigue viva.
Por eso es que, en el mejor de los casos, la tarea es construir los mecanismos que permitan avanzar en la articulación y reorganización de la lucha de clases.
Y para ello el actual momento de la crisis capitalista ofrece una oportunidad ya que, como pocas veces antes, pone en superficie las contradicciones que existen entre el propio sistema y los intereses de la clase trabajadora.
Asimismo, es evidente que a las formas de explotación clásicas que impone el taylorismo, se suman ahora otras más sutiles derivadas de formulaciones como el capitalismo cognitivo, que lleva la explotación –y dependencia de las personas- a niveles todavía más profundos.
Pero, pese a eso, está claro que en cualquiera de los casos, la respuesta a la explotación necesita de procesos de organización de la clase trabajadora, que faciliten la tarea de identificar y combatir las consecuencias, pero también las causas de la desigualdad, la dominación y la explotación.
Y es aquí donde vuelve a cobrar relevancia la formación de consciencia propia, porque el capitalismo no va a volverse bueno, humano y social como –bien o malintencionadamente- prometen quienes señalan que la pobreza es sólo cuestión de gestión del ELB.
Y, desde ahí, confían en que con la vuelta a una nueva fase keynesiana del capitalismo y que, desde su Estado Social, se puedan llevar adelante regulaciones que inauguren un ciclo de redistribución de la riqueza, creación de trabajo y crecimiento del poder adquisitivo de los salarios.
Pero, comprender la dinámica que establece el capital, es saber que cada vez que el capitalismo atraviesa un pico de su crisis, nunca vuelve a la generar las condiciones inmediatamente anteriores a ese momento.
Y también implica tener claro que el diseño keynesiano está condenado a tener cierta eficacia, sólo en mercados nacionales donde una redistribución mínima de capital social pudo hacerse –entre otras cosas- a expensas de la explotación perpetrada en otras partes del planeta.
Pero el keynesianismo en todas sus versiones es inviable en escala global, que es la que impone el capitalismo en tanto sistema-mundo.
Pese a esto, esta mirada reformista fue eficiente cuando se la utilizó como palo en la rueda de la lucha de clases. Un dato interesante a la hora de evaluar qué lugar debe ocupar la idea de un remozado “pacto social” que, desde esa perspectiva que confía en un “capitalismo bueno”, se instala en los albores de un año elecciones presidenciales. Y, en tal caso, será cuestión de reflexionar sobre las posibilidades de interacción que existen entre quienes postulan esa mirada y aquellos que creemos que es necesario profundizar la tarea de reorganización de la lucha de clases.