Como en el Cambalache discepoliano, los actores de la política liberal burguesa pugnan por servir a las necesidades de acumulación de la clase capitalista. Quieren institucionalizar el precariado, entonces es hora del proletariado.
Aunque no lo dijo públicamente (ese no es su estilo), durante la semana pasada Mauricio Macri hizo saber por medio de algunas de sus principales propaladoras massmediáticas que se está cansando de Milei y, en este sentido, las palabras elegidas fueron tan duras como amenazantes: “nos está boludeando”. Pero no es la única frase de las dichas durante las últimas jornadas que debe haber sonado como dardos en los oídos del presidente. Es que en tono más amable y con la sonrisa campechana que lo caracteriza, el “tenemos que profundizar la amistad, presidenta” con que el titular de la bancada de senadores de Unión por la Patria culminó un más que amable intercambio con Victoria Villarruel, debe haberle caído a Javier Milei peor que un plato de papas fritas.
Todo en un momento en el que las relaciones entre el Presidente y su Vice atraviesan su peor etapa y en la que Victoria Villarruel continúa recorriendo varios pasillos del Justicialismo, cosechando elogios y fotos con gobernadores y otros dirigentes de una fuerza que presenta un abierto estado deliberativo y busca de su propio destino.
Y esto es así, sobre todo, si se piensa que ya no en pleno recinto, pero sí en declaraciones periodísticas, José Mayans abrió la puerta a la hipótesis de un juicio político contra Milei. “Yo no descarto nada, porque es una persona que está demostrando que tiene una inconsistencia, que está para el psiquiátrico”, recalcó el senador por Formosa, tras lo que añadió. “cada vez va peor, hay gente que ya está harta de Milei”.
Así las cosas, las dos frases tienen un factor común en que disparan sobre quien, pese a todo, mantiene la centralidad del esquema de representación política, aunque, claro está, al parecer algunos comienzan a animársele. Esto se explica en buena medida al repasar tres hechos que tuvieron lugar durante la semana pasada, que todavía no quedaron del todo saldados, y que quizás por primera vez le meten presión real a un presidente que hasta ahora gobernó muy cómodo.
Probablemente sea por los dilemas que plantea esta situación, pero lo cierto es que por primera vez desde que entró a La Rosada, Javier Milei, resignó la oportunidad de viajar a uno de esos cónclaves de la derecha global que tanto lo seducen, cuando se bajó de la de la Conferencia Política de Acción Conservadora convocada en Ciudad de México.
Durante las últimas jornadas Milei recibió tres proyectiles que picaron demasiado cerca de su línea de flotación. Primero perdió la Presidencia de la Comisión Bicameral de Seguimiento de los Organismos de Inteligencia que quedó en manos de Martín Lousteau y que, además, sumó en sus filas a Leopoldo Moreau y Oscar Parrilli, tres legisladores que Milei y su hermana perciben como archienemigos.
Tras cartón la Cámara de Diputados rechazó el DNU 656/2024 que pretendía asignar cien mil millones de pesos a gastos reservados para la Secretaría de Inteligencia del Estado. Y, encima, el PRO le marcó la cancha acompañando el rechazo en una actitud similar a la que tuvieron los senadores de esa fuerza cuando, el jueves pasado, la Cámara Alta le dio sanción favorable a la reforma de la fórmula de movilidad jubilatoria que, aunque plantea un exiguo beneficio para jubilados y pensionados, fue criticada duramente por el ministro de Economía, Luis Caputo, quien inmediatamente pontificó: “el equilibrio fiscal es innegociable”. Como para ponerlo en negro sobre blanco, rápidamente Milei adelantó que va a vetar la ley y que si los legisladores insisten va a judicializar el tema (Ver Plan de lucha y unidad en la acción).
Queda claro que, para la clase capitalista, gobernar es hacerse de las herramientas que suministra el Estado Liberal Burgués para plantear un esquema de negocios que, por supuesto, se diseña para su propio beneficio. Y, como en todo esquema de negocios, hacia dentro mismo del espacio de quienes lo perpetran, existen facciones que presentan intereses que a veces son complementarias y otras contrapuestas.
¿Hasta dónde los gritos que por estas horas Macri pone en el cielo se vinculan a los reclamos que viene haciendo la facción encabezada por el complejo agroexportador y por el reclamo que no oculta a favor de que se avance -en su beneficio- la concesión de la hidrovía? ¿Cuánto habrá tenido que ver en la votación que puso a Lousteau al frente de la Bicameral de Inteligencia, el diálogo que ya pocos ocultan que vienen teniendo actores del kirchnerismo, el massismo, lo que queda del esquema de Horacio Rodríguez Larreta y el propio titular de la UCR?
Es evidente que la llegada de Milei a Casa Rosada tiene mucho que ver con una crisis del sistema de representación política que reviste carácter estructural, pero también lo es que lejos de acabar el 10 de diciembre de 2023, esta situación que alcanza a todo el espectro de la política liberal-burguesa, continúa profundizándose.
Y en este revoltijo donde muchos van y vienen de una punta a la otra de un megaespacio que abarca desde el centro hacia la derecha (y también a la ultra), se exhiben impúdicamente dirigentes y aspirantes a serlo que coinciden en su escasa vocación por salir de su zona de confort, algo que implicaría confrontar abiertamente con un gobierno que, perciben, todavía tiene crédito abierto en una sociedad exhausta tras años de malaria de la que en buena medida ellos son corresponsables.
Lo cierto es que, ya sin demasiado ambages, Macri le muestra las uñas a Milei. El mensaje es claro y dice que tiene con qué hacerle la vida imposible, y hasta que puede juntar o aportar a que se junten los dos tercios que son necesarios para obstruir su gestión e incluso para ponerle luz verde a un juicio político que algunos autoproclamados profetas de la política vienen anticipando desde los albores de la Presidencia Milei.
Van por todo
“En el mismo lodo todos manoseaos”, dijo con razón Enrique Santos Discépolo en un postulado que parece describir cabalmente al actual escenario de representación política, pero ¿qué pasó, se volvieron todos locos? Lo cierto es que no se puede intentar comprender a qué está jugando la clase capitalista que actúa en Argentina, si no se lo interpreta como un correlato de un fenómeno mucho más amplio que transcurre a escala global.
Y entonces resulta prudente advertir de qué va esto de la crisis civilizatoria a la que empuja a la humanidad el propio carácter totalitario que posee en su ADN el sistema capitalista, así como su constante necesidad de expansión hacia todos los ámbitos de la vida humana, algo que a su vez opera como un factor que obstruye e inhibe a los sujetos sociales agredidos de la posibilidad de analizar y comprender la naturaleza misma del problema que invade todas las relaciones sociales, culturales, económicas e ideológicas.
Y, en este contexto, la democracia liberal burguesa no deja de ser una manera de formalización del capital que, llegado el caso, puede avanzar hacia otras formas como en su momento fueron los regímenes fascistas o estas que en los días que corren proliferan de la mano de personajes como Milei. En todos los casos la variante depende de las condiciones de desarrollo histórico de la formación estatal donde tenga lugar, pero asimismo este tipo de democracia, en tanto forma político-institucional del capital, siempre es un correlato del proceso de acumulación del propio capital y por ende de las características que adquiera la producción, circulación y realización.
Su tarea es garantizar, desde la esfera político-institucional un determinado tipo de reproducción social, pero siempre supeditado a las necesidades del capital, por eso es que quienes financian a los aparatos políticos liberal-burgueses, no son otros que grupos corporativos directamente vinculados a los intereses y necesidades de las formas hegemónicas que presenta la clase capitalista.
De ahí también es que ante la creciente dificultad para continuar con sus ciclos de acumulación que la propia crisis del sistema le impone al desarrollo del proceso de producción, circulación y realización del capital, el capitalismo fuerza condiciones más restrictivas también en lo inherente a los derechos políticos y de ciudadanía que constituyen una de las principales banderas formales de la democracia liberal-burguesa.
De esto va -en buena parte- lo que estamos viviendo en nuestro país donde ante la profundización de la crisis cada respuesta de la derecha más clásica, pero también las que provienen del reformismo institucional, presentan cada vez menos capacidad y eficacia. Y esto es así porque a raíz de las propias características que tiene el desarrollo histórico del sistema, el proceso de reestructuración posterior al último momento que adoptó la crisis, es necesariamente más corto en el tiempo y exhibe -en términos de expansión- resultados menos profundos que el anterior y, por lo tanto, nunca alcanzan a compensar y ni siquiera a paliar los daños provocados por la instancia inmediatamente anterior.
Esta es una característica que se fue profundizando y acelerando desde la crisis del fordismo que atravesó los años 70 del siglo 20 y que por supuesto tuvo su coletazo en Argentina. Y se verifica en nuestro país de manera contundente en lo que va del siglo 21, entre otras cosas, en la imposición de un esquema de reorganización de las relaciones laborales por el que se transfiere responsabilidades hacia el universo del trabajo, que así se tiene que hacer cargo de obligaciones que antes corrían por cuenta del universo del capital que de este modo aumenta la cuota de plusvalía por persona. De esto va el precariado que, en su letra no tan chica, es lo que quiere legitimar la reforma laboral consagrada con la Ley de Bases que ahora mismo promete reglamentar más allá del texto original el tándem Sturzenegger-Milei.
Pero no sólo de esto va la cosa. Porque queda claro que lejos de ponerse al margen del proceso económico, tal como pretende el discurso que llevó a Milei hasta La Rosada, su gobierno interviene con toda la fuerza que posee el Estado Liberal Burgués y regula para favorecer el desarrollo de un determinado modelo social. Y para hacerlo echa mano a todas las herramientas que suministra el corpus de leyes propias del Estado, que se instrumentan básicamente por medio de un Código Penal y la fuerza policial. Todo para defender a la propiedad privada individual, de aquellos que no la poseen.
Es que en su acelerada carrera hacia delante, la clase capitalista precisa avanzar en un proceso de mayor concentración de poder y maximización de la tasa de rentabilidad de sus ganancias. Pero también en la búsqueda de legitimación y para eso echa mano a lo que denomina “un cambio cultural” que, básicamente, persigue aniquilar la conciencia de clase que es la punta del hilo de un ovillo del que si se tira un poco, puede descubrirse una construcción atávica y un desarrollo histórico basados en la solidaridad como mecanismo organizativo de resistencia respecto de las injusticias, pero que asimismo se presenta como práctica de apoyo mutuo y acción colectiva por parte de las clases subalternas. Esto es una dinámica de acción colectiva que también puede modificar la percepción que se tiene entre pares y respecto a otras clases antagónicas. Y eso es fundamental, porque resulta clave poder identificar quién es el enemigo de clase.
Por eso es que la clase capitalista y sus alfiles institucionales ponen tanto énfasis a la hora de generar condiciones capaces de favorecer la transformación de proletariado en precariado. Y para ello insisten en la tarea de avanzar en la revisión de la relación entre capital y trabajo que debe apuntalarse en un cuerpo de normas que garanticen condiciones para las que ya se dio el puntapié inicial con la Ley Bases, pero también mediante la naturalización del desempleo, la flexibilización y la precariedad prolongada en el tiempo que asociada a una baja en el nivel salarial provoca una profunda incertidumbre que afecta a todo el universo del trabajo. Y esto es así porque entre las principales premisas del Estado Liberal Burgués está garantizar a rajatabla la propiedad privada individual, una tarea que hace -e hizo- con gobiernos de derecha, pero también con aquellos que pretendían propiciar la llegada de “un capitalismo bueno”.
Pero en la actual etapa del desarrollo capitalista, inmersa a escala global en su Segunda Gran Crisis de Larga Duración, un papel medular de quien administra el aparato del Estado Liberal Burgués, es asegurar que la renta estatal transmute en capital financiero que garantice la prosecución de la ronda de concentración y apropiación de recursos naturales, intelectuales y simbólicos.
De ahí que el Estado Liberal Burgués, en tándem con las corporaciones, regule por medio de la legislación para garantizarle la maximización de ganancias. Y, en la otra cara de la moneda, también regule, esta vez avanzando en normas que desestimen -y hasta impidan- cualquier tipo de asociación entre integrantes de las clases subalternas. Es decir, trabajar para que el proletariado se convierta en precariado en una economía que como la argentina está siendo empujada hacia una terrible y acelerada reprimarización, y en la que la asociación corporativa por medio de la terciarización favorece a la flexibilización configurando un panorama que plantea a los trabajadores un escenario de incertidumbre y fragmentación.
“Necesitamos a las Fuerzas Armadas contra el terrorismo”, es otra de las frases fuertes que dejó la semana pasada y la dijo el ministro de Defensa, Luis Petri, al defender en el Congreso el proyecto de reforma de la Ley de Seguridad Interior que si prospera va a permitir que los militares intervengan en tareas que les están vedadas. Esta iniciativa es un paso más en la profundización de la línea que se trazó con el Protocolo Bullrich ¿Pero por qué aquí y ahora?
En la actual fase de su crisis, la globalización capitalista plantea una organización productiva integrada por una cadena muy compleja que la vuelve susceptible a que cualquier incidente en uno de sus eslabones, dispersos en un amplio territorio, acabe afectando al resto. Esto le brinda una particular capacidad de impacto sobre el conjunto de la economía. Esto es algo que se ve sobre todo en medidas de fuerza que afectan el transporte o la logística, pero también se vio cabalmente cuando a principios de mes, una medida de fuerza de los aceiteros paralizó los principales puertos de Santa Fe.
Por eso es que la clase capitalista necesita reconvertir a las Fuerzas Armadas en una suerte de Guardia Nacional que posea capacidad de intervención rápida en un escenario que se anticipa como de creciente conflicto social, ya que es en el conflicto donde se dan las condiciones prácticas para una superación de la relación social del capital, esto es en la autoconstitución de los trabajadores, del proletariado, desde y para sí misma ante las imposiciones del capital. Pero, asimismo, es donde se plantea la posibilidad de pensar y construir formas de democracia económica a partir de la disrupción respecto al orden dominante y a aquel “mismo lodo” en el que la política liberal burguesa rosquea, mientras un millón y medio de pibes se va a dormir con la panza vacía.