Ayer, domingo 21 de enero, falleció nuestro secretario general Víctor Kot. Gracias por todo lo hecho Víctor…gracias entrañable camarada.
El día que se escriba la historia del Partido Comunista Argentino, cuando se hable sobre la historia de su resistencia, de la lucha que en terribles escenarios adversos como aquel signado por la dictadura genocida o el que se inauguró con la caída de la Unión Soviética, ese día Víctor Kot va a ocupar una de sus mejores páginas. Y lo va a hacer por mérito y derecho propio.
Es que quien fuera secretario general del PC hasta su muerte ocurrida ayer domingo 21, fue uno de los pilares que en base a una férrea convicción, sostuvieron al Partido vivo en medio de las fuertes presiones que buscando su disolución, llegaron con la caída de URSS. Y en esta tarea recorrió aquel difícil camino junto a otros próceres de la talla de Jesús Mira, Lito Sorbellini, Athos Fava, Fanny Edelman y el propio Patricio Echegaray.
Y fue precisamente con Patricio, con quien construyó un vínculo basado en el afecto y la confianza, el compromiso y la lealtad militante, que fue absolutamente fructífero para el Partido a punto tal que resulta casi imposible hablar del uno sin remitir al otro.
Esa relación virtuosa fue clave a la hora de transitar el camino de la reconstrucción de un Partido que estaba herido, constantemente hostigado y algunas veces confundido. En la memoria de los comunistas de cada rincón del país todavía están aquellas recorridas en las que Víctor y Patricio, compartían charlas y sueños, escuchaban y atendían a cada militante, contenían y eran dos más sentados a la mesa de los camaradas.
Porque si Patricio era el hombre de la palabra exacta y el pensamiento justo, Víctor fue el dirigente, el camarada que sabía escuchar, algo que quizás había aprendido de su padre, un destacado dirigente del gremio textil a quien siempre recordaba con orgullo.
Víctor Kot se había incorporado a la militancia durante el principio de la década de los años 60, al calor de las luchas que definían la enseñanza libre o laica. Con este telón de fondo fue dirigente de la Federación de Estudiantes Secundarios, por supuesto, representando a La Fede de la provincia de Buenos Aires. Y, más tarde, tuvo a su cargo la responsabilidad de se secretario de Organización de la FJC bonaerense y poco después en el orden nacional.
Con esas mismas tareas se incorporó más adelante al Partido donde, tras ocupar diferentes papeles, fue designado secretario de Organización y después Adjunto Nacional, tras lo que se hizo cargo de la Secretaría General del PC. Y lo hizo en un momento complejo, ya que asumió esa responsabilidad cuando debió dejarla su amigo Patricio Echegaray, aquejado por una dura enfermedad que finalmente cegaría su vida.
Tal como fue una constante a lo largo de toda su vida, esa vez Víctor tampoco rehuyó esta alta responsabilidad. Y, además, hizo bien su tarea: atando aquello que se había desatado, buscando compaginar lo que estaba desordenado, siempre aportando con serenidad a la construcción de un Partido que contenga a todos y cada uno de sus militantes. Siempre aceptando encargarse de asumir las responsabilidades más difíciles, siempre y en cada momento, teniendo en claro la relevancia de jugar un papel importante en la tarea de construir solidaridad internacionalista, lo que lo llevó a ser un reconocido amigo de Cuba y su Revolución, pero también de cada pueblo que lucha.
De esta etapa, entre tantos otros, queda el recuerdo del examen autocrítico y muy exigente que produjo durante el último Comité Central en el que pudo hablar, antes de que el terrible avance de su enfermedad se lo impidiera definitivamente.
En momentos como estos en los que, ante la fatalidad, el dolor y el pesar parece empeñarse en inhibir la posibilidad de encontrar la palabra justa, quizás resulte prudente ponderar que probablemente de toda su vasta obra, el mejor legado de nuestro secretario general que acaba de partir, sea aquel que le deja al piberío, a esa entusiasta y comprometida juventud que fortalece las filas de La Fede.
Y ese mensaje no debería ser otro que el ejemplo de vida que atravesó los ricos y enriquecedores años que Víctor Kot entregó desinteresadamente al Partido. Un mensaje claro pero contundente, que señala que incluso cuando el mundo parece que se convierte en un lugar horrible, vale la pena luchar. Porque eso es lo hizo Víctor toda su vida, en momentos tan horribles y peores que el actual.
Y entonces, donde sea que ande ahora, sin dudas volverá a aparecer en su rostro su sonrisa tímida y sincera, su palabra breve pero justa que se extiende como una cálida mano de camarada. Y ahí, seguramente, Víctor podrá mirar hacia atrás y ver el resultado de una obra que lo tiene como a uno de sus principales artífices: un Partido que está vivo y pujante, siempre a la altura de los desafíos que plantea luchar para construir un mundo mejor, en el que la palabra humanidad sea un correlato de lo que hacemos las personas. Un mundo, una sociedad comunista.