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Vie, Abr
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Política
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El pasado 5 de mayo la fábrica de Paternal notificó que cerró sus puertas dejando a cientos de familias en la calle.

El 5 de mayo fueron notificados mediante una nota informal que la fábrica Tejedurías Naiberger cerró sus puertas. Desde ese entonces, 122 familias quedaron sin nada luego del maltrato por parte de unos dueños que decretaron la quiebra y dejaron sin novedades a los trabajadores. Tras la llegada del nuevo síndico, los empleados continúan organizados y en lucha para sostener la fábrica, señalando que “hay esperanza” ya que se plantean la continuidad de la empresa.
La fábrica ubicada en La Paternal, barrio de la Ciudad de Buenos Aires, lleva noventa años produciendo lencería y corsetería femenina. En el conflicto intervinieron desde la Unión de Cortadores de la Indumentaria (UCI), el Sindicato Obrero de la Industria del Vestido y Afines (Soiva) y el Sindicato de Empleados Textiles de la Industria (Setia). “A partir del 5 de mayo los trabajadores se encontraron con una nota de los directivos de Tejedurías Naiberger, avisando que hacían cese de actividades. Desde ese momento intervenimos tres gremios. Pedimos intervención urgente al Ministerio de Trabajo, tuvimos tres audiencias.
Lamentablemente no pudimos lograr los resultados que esperaba la gente y nosotros. Estamos a la espera de una decisión de la jueza porque en medio de las audiencias ellos presentaron su propia quiebra”, comentaron desde el Setia.
El abandono, quiebra y situación de incertidumbre de 122 familias se enmarcan en un contexto donde, pese a que el gobierno nacional firmó un DNU que prohíbe las cesantías y tiene vigencia hasta julio, el desempleo sigue en crecimiento rondando el 28 por ciento según un informe de la UCA.
Es evidente que, ante la pandemia, el capital profundizó aún más el avance sobre el trabajo, con ejemplos como los de Techint en los que el Estado se mostró incapaz de frenar el avance sobre los trabajadores.
Y como si esto fuera poco, a la incertidumbre laboral y al aumento de la precariedad se le suma una persistente pérdida de poder adquisitivo ante el aumento de precios en los alimentos, que no hace más que empujar a más personas a la pobreza.