Natalia del Barco es trabajadora de prensa, militante del Partido Comunista de Entre Ríos e integrante del Comité Central del PCA. En relación al caso paradigmático de Pablo Grillo y al ataque, en líneas generales, del gobierno de Javier Milei contra el periodismo que no esconde sus críticas a las políticas oficialistas, escribió para Nuestra Propuesta la siguiente columna.
El fin de semana pasado se publicaron en redes sociales las dos últimas fotos de la cámara del compañero Pablo Grillo, imágenes que se convierten en la prueba irrefutable del ataque que lo dejó al borde de la muerte.
Son un documento inalterable de su compromiso como trabajador de prensa y de su mirada sobre lo que sucede en Argentina desde diciembre de 2023. Un documento inalterable sobre el fortalecimiento del aparato represivo del proyecto de Estado en el gobierno de Milei y Bullrich. Un documento inalterable que denuncia la complicidad del Poder Judicial, que aún no ha llamado a declarar al Cabo Héctor Guerrero.
La secuencia de fotos marca un antes y un después en varios sentidos. Pablo haciendo su trabajo, documentando la situación de represión del 12 de marzo frente al Congreso (que podría ser la de cualquier miércoles desde que les viejes se organizan), y luego, su cámara completando la escena, con Pablo ya tendido en el piso. También es un antes y un después porque abrió el debate sobre la capacidad de los trabajadores de prensa para estar en la línea de los conflictos. Este debate, que se disfrazaba bajo el discurso de "cuidar a los trabajadores/as", en realidad esconde el objetivo de quitarlos de los lugares donde es importante estar... Si a Pablo le sucedió algo, fue porque fue "irresponsable con su autocuidado".
Este discurso es una vuelta de tuerca más en el intrincado camino de odio y descrédito que lleva adelante el "ejército de odiadores" comandado por Milei: la prensa debe permanecer quieta y callada, armando el dispositivo que justifica la virtualidad del 1,5% de inflación mensual, el aniquilamiento de las funciones sociales del Estado, y el alud de trabajadores y trabajadoras públicas y privadas expulsadas del sistema formal de trabajo por ser supuestas "ñoquis". Y el medio o trabajador que no cumple con ese rol asignado es un "ensobrado". Porque nada le viene mejor a un gobierno con características fascistas que montar un dispositivo de propaganda binario: "estás conmigo o sos el enemigo".
Caemos entonces como sociedad en una espiral de guerra interna donde los y las trabajadoras de prensa son el nuevo enemigo que el presidente agita desde la tribuna de la posverdad tuitera, y que no tarda en dar el salto al espacio físico, real y material, donde varias compañeras son amenazadas (y decido terminar siempre en femenino porque este gobierno desarrolla un mecanismo de odio especial sobre las trabajadoras, mujeres, militantes, críticas).
Si la justicia no actúa ante las pruebas irrefutables de la intencionalidad que guió el disparo del Cabo Guerrero y aún no lo llama a declarar, es nuestra obligación levantar la obra de Pablo como un documento inalterable que denuncia el vaciamiento, la represión, la pobreza y el servilismo del régimen de los gobiernos neoliberales.