Con la pandemia algunos la levantan con pala. El capitalismo, sus mitos, la emisión y el salario ¿Qué tendrá que ver todo esto con el precio de la docena de huevos?
Días atrás, el ministro de Agricultura Luis Basterra, recalcó que el ejecutivo está “trabajando para que no se disparen los precios, sobretodo en el pan” y que se está “siguiendo muy de cerca el abastecimiento”.
Lo dijo después del 3,9 por ciento que incrementó en marzo el rubro Alimentos y bebidas no Alcohólicas, y en la previa de que el Indec revele la variación que hubo durante abril, mes para el que ya se conocieron algunas proyecciones de consultoras privadas.
Una síntesis de ellas, da cuenta de que entre los rubros con mayores subas están frutas y verduras, pescadería y panadería con 9,5, 8,7 y casi cinco respectivamente.
Hasta aquí todos datos que, decimal más decimal menos, coinciden con lo que cualquiera puede ver cuando se acerca al supermercado.
¿Entonces qué estará pasando? Después de que se disparara la remarcación junto con el inicio del aislamiento social y obligatorio, el ejecutivo nacional reforzó su política de precios máximos que, en líneas generales, se encuentran en las grandes cadenas de supermercados.
¿Pero pasará lo mismo en los comercios de proximidad? En este punto hay que recordar que el escenario previo ya exhibía una importante dispersión de precios, pero con el aislamiento social la cosa se pone peor, porque se imposibilita comprar más allá del comercio de cercanía.
Mientras tanto, los minoristas echan la culpa a los mayoristas, estos a los productores y así sigue la cadena de reproches a la hora de responder por qué aumentan los precios.
Es verdad que son muchos los factores que intervienen en la formación de precios de góndola y que existen restricciones vinculadas a la logística, el abastecimiento de energía y aquella derivada de las características del intercambio comercial y los requerimientos que impone el pago de la deuda. Todos problemas de tipo estructural que es preciso revisar.
Pero no es menos cierto que la disparada de precios de alimentos, tiene pocas las justificaciones en este momento en el que está congelado el precio de los combustibles y la tarifa de servicios, al tiempo que se acordaron recortes salariales y suspensiones, entre otras formas de flexibilización de la relación entre el capital y el trabajo.
Pero también hay una marcada suba del consumo de este tipo de productos, lo que permite que el dinero que el Estado pone por medio del pago de salarios en el sector privado y otros tipos de subsidios, vaya casi sin escalas a las empresas dedicadas a productos de primera necesidad.
¿Quién paga el precio de la inflación?
La concentración es un dato clave a la hora de intentar comprender por qué aumentan los productos en la góndola. Una treintena de empresas de capital multinacional, controlan el mercado de alimentos de Argentina.
Pero esto no es todo. En Europa o EE.UU. estas empresas suelen tener tasas de rentabilidad diez veces menores a las que logran en nuestro país. Por supuesto que, pese a eso, allá también ganan y mucho.
Otro dato a tener en cuenta es que Argentina produce materia prima suficiente para autoabastecerse de alimentos, pero esa materia prima está dolarizada, por lo que a la hora de pagar el producto final, se pretende que el precio sea el mismo que en lugares como Europa o EE.UU.
Va quedando claro que todo esto aporta a la elaboración de un combo inflacionario. Pero asimismo, que las corporaciones empresarias del sector son determinantes en la gestación del proceso inflacionario del que también son sus beneficiarias, ya que la inflación mejora sus posiciones en la puja establecida por la distribución de renta.
Y, además, en la obtención de plusvalía, ya que este fenómeno fomenta peores condiciones de explotación para los trabajadores que se ven empujados a perder poder adquisitivo, así como a emplear casi la totalidad de sus salarios en la adquisición de bienes de primera necesidad.
Entonces, es aquí cuando vuelve a quedar en evidencia de qué va eso de la competencia y los mercados libres.
Es que detrás de este mito fundacional del capitalismo, aparece el oligopolio que a partir del carácter estructuralmente simbiótico que posee la corporación empresarial con el Estado Liberal Burgués, condiciona decisiones gubernamentales y es quien –finalmente- fija los precios de alimentos a partir de fórmulas que les permitan garantizar su tasa de rentabilidad, incluso en tiempos de pandemia.
Así las cosas, en un escenario en el que carece de posibilidad de acceder al mercado de crédito y financiamiento internacional, el gobierno nacional inyecta dinero en el bolsillo de trabajadores y empresarios, para mantener niveles de consumo y actividad económica por encima de la línea de flotación.
Y, aunque lo hace en base a emisión, sabe que esto no puede ser eterno y, por eso, busca otras fuentes de financiamiento. Básicamente de esto van el proyecto de Ley que busca gravar extraordinariamente a las hiper fortunas que actúan en el país, y los intentos que se hacen por obtener una restructuración de la deuda externa que sea sustentable.
Por ahora desde el universo del capital, miran para otro lado y evitan criticar demasiado lo de la emisión, sobre todo porque esta herramienta es la que está pagando –vía subsidio a las empresas- hasta la mitad de los salarios de gran parte del sector privado.
Menos comprensivos son con la iniciativa que ya estudia el Congreso. Las recientes irrupciones caceroleras apuntan a presionar para que ese proyecto jamás se convierta en Ley.
¿Pero qué puede pasar el día después? Porque supongamos que se descubre una vacuna contra el Covid-19 y todo vuelve a ser como antes. El escenario en que se encontraría la economía global si pasara eso ya mismo, sería terrible. Por supuesto que la de Argentina no escapa a esa consideración.
Sin intentar hacer futurología se puede aseverar que, entonces, rápidamente desde el universo del capital y sus propaladoras arreciará el reclamo de que la situación se salde mediante otro ajuste y una nueva ronda de avance sobre derechos adquiridos del universo del trabajo.
Entonces habrá que estar muy despiertos, porque van a volver con la letanía de que el salario es responsable de la inflación, sin fijar su mirada en el universo del capital que, desde hace décadas, viene construyendo una crisis que ya existía al comenzar 2020 y que el Covid-29, sólo permitió profundizar y exhibir.