Una jornada de movilización con incógnitas y certezas. Varios frentes, una lucha.
La jornada de ayer volvió a dejar en claro que es imperioso avanzar hacia un plan de lucha que salga al cruce de las políticas gubernamentales, pero que también signifique un paso imprescindible para la construcción de un centro que coordine todas las luchas y demandas que -en forma dispersa- se manifiestan en todo el país.
Y no sólo esto, ya que la dinámica de un plan de lucha que ponga en la calle el reclamo, debe ser también un componente medular del aporte del universo del trabajo -sindicalizado y territorial- al frente opositor que, en la arena política, dispute electoralmente contra el bloque de poder que gobierna desde diciembre de 2015.
Por eso el Partido Comunista, La Fede, la Conat y el MTL dijeron presente en esa movilización que, con epicentro en Buenos Aires, recorrió las principales ciudades del país.
Fue una jornada contundente que expresó la voluntad de avanzar en un esquema que priorice la unidad en la acción, pero en la que también volvió a quedar expuesto el ADN de de la vieja burocracia sindical-empresarial a la que no le quedó otra que movilizar, pero sigue confiada en que puede garantizar la pax que el Gobierno Cambiemos le exige.
El día anterior de la marcha, el titular del gremio de empleados de estaciones de servicio, Carlos Acuña, arregló un acuerdo para ese sector, que estipula una recomposición salarial del 28 por ciento. La cifra se corresponde con el techo que intenta imponer el ejecutivo para las paritarias de este año y está muy lejos del cincuenta por ciento anualizado que, ahora mismo, alcanza la inflación.
Pero el dirigente barrionuevista no es el único que abrió el paraguas antes de que caiga una sola gota.
“La CGT no está evaluando un paro en este momento”, dijo el secretario general de Upcn, Andrés Rodríguez, poco antes de sumarse a otros Gordos que se dieron cita en la marcha.
El Centauro, como le dicen sus amigos por la pasión de Rodríguez por coleccionar caballos pura sangre, dijo que apuesta directamente a “un cambio de gobierno en las elecciones”.
La sintonía es perfecta. “No consideramos que la huelga sea un buen instrumento de solución de conflictos”, dijo el ministro Dante Sica al darle la derecha (nunca mejor dicho) a El Centauro y al resto de burócratas que, desde que Mauricio Macri es presidente, pusieron todo su empeño en la tarea de obstaculizar cualquier intento de construir articulación para avanzar en un plan de lucha. Los resultados están a la vista.
En este sentido, quizás sólo haga falta decir que de acuerdo a datos oficiales, el diez por ciento de los hogares más ricos concentraron -a fines de 2018- el 32,3 por ciento de los ingresos, al tiempo que el diez por ciento más pobre se quedó apenas con el 1,6.
¿Qué quiere decir esto que ni siquiera puede ocultar el Indec? Que la distribución del ingreso fue menos equitativa durante ese año, con lo que profundizó una característica que se manifiesta desde que asumió el Gobierno Cambiemos.
En todos los frentes
Pero la jornada sumó también a otros sectores. “Hay una decisión tomada respecto de convocar, en forma inmediata, a un paro nacional”, dijo desde la CTA de los Trabajadores Hugo Yasky, quien añadió que la medida de fuerza debe llevarse a cabo durante este mes.
Y, en idéntica sintonía, el secretario general de la Asociación Bancaria, Sergio Palazzo, fue claro al aseverar que las condiciones para un paro general contra la política económica del ejecutivo, “están recontra dadas”. Tras lo que aclaró: “hay que tener la decisión política de enfrentar a este gobierno”.
Algo más cauto, el titular de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, Juan Carlos Schmid, dijo que hay condiciones para un paro general, “pero hay que trabajarlo, conciliar posiciones con los demás sectores”.
Mientras que Pablo Moyano no anduvo con vueltas: “la situación no se aguanta más” recalcó, por lo que indicó que Camioneros propicia una medida de fuerza de alcance nacional “antes que termine abril”.
En este punto vale entonces preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias que deje esta jornada. La pregunta lejos está de ser antojadiza, ya que la de ayer no fue la primera jornada de movilización de estas características que tiene lugar desde diciembre de 2015. Y, en todos los casos, lo que se puso en la calle, se diluyó a los pocos días.
Y es importante reflexionar sobre qué dejó hacia adentro de los universos político y sindical, pero también en la interacción de ambos, más aún, en un año en el que el bloque de poder que gobierna desde 2015, debe confrontar electoralmente, bajo el diseño de la alianza que actualmente ocupa La Rosada, u otro.
Son varias las cosas que se ponen en juego de cara a las presidenciales. Una de ellas es la salud del esquema de representación política que tras volar por el aire en diciembre de 2001, avanzó en su consolidación con la aparición de Cambiemos.
Las reticencias a convertir a la jornada de ayer en plan de lucha, tienen que ver -entre otras cosas- con la vocación que tiene buena parte del universo sindical, de consolidarse como actor de ese sistema de representación que requiere el Estado Liberal Burgués.
Pero la jornada y sobre todo la forma en que se construyó, pese al desgano de la burocracia, exhibe que hay un camino positivo, incipiente y plagado de contradicciones, pero abierto.
Una de las cosas que caracterizan a la burocracia sindical es su fuerte instinto de supervivencia, por eso, su participación en la jornada de ayer señala un síntoma al que hay que prestar atención.
Las luces de alerta que se encienden dentro de lo más rancio de la CGT, indican que la vuelta a la calle responde a la presión de unas bases que los vienen desbordando desde diferentes rincones del movimiento obrero. Y esto alcanza también a otros actores que desde posturas honestas, depositan excesiva expectativa en la dinámica que ofrece el parlamentarismo liberal burgués.
Lo de ayer vuelve a exhibir incógnitas y certezas. Deja claro que crece un fermento, que va más allá de las estructuras sindicales que convocaron por vocación y de aquellas que lo hicieron porque no les quedaba otra opción.
Esto habla de la existencia de un sujeto social complejo, que posee intereses contradictorios, pero que tiene un factor común: desde diciembre de 2015 es víctima primaria e inmediata de las políticas gubernamentales.
Esta característica es el pedestal desde el que se construyó la jornada y puede ser el sitio desde donde comenzar a transformar lo que -por ahora- se parece más a una manifestación de instinto gregario, en una construcción que sirva para pasar de la resistencia a la lucha por la ofensiva.
Y es en este punto donde es preciso recalcar que, además, la construcción hacia la que se debe avanzar tiene que interpelar y cuestionar la estructura y dinámicas de la burocracia sindical.
Esto es algo clave a tener en cuenta a la luz de una jornada que volvió a dejar, desde lo concreto y lo simbólico, una mirada interesante, de la articulación entre los universos del trabajo y la política.
Y esto es así porque vuelve a dejar la certeza de que la unidad en la acción es el camino elemental para articular la resistencia que -aunque le pese a la burocracia- las bases jamás resignaron. Pero, asimismo, que esto es indispensable si se quiere transformar esa resistencia en lucha y ofensiva.
Y dicho esto, en este juego de certezas e incógnitas, es donde vuelven a prevalecer las incógnitas.
Como cada una de las expresiones de lucha de estos años, la jornada de ayer no nació del espíritu de conciliación de clases que la burocracia posee en su ADN. Lejos de eso, fueron paridas por el acumulado de sectores de base sindicalizados y sociales que nunca dejaron de luchar.
De ahí que el proceso de maduración de condiciones para pasar a una ofensiva contra lo que sintetiza -al menos por ahora- el Gobierno Cambiemos, no debe agotarse en la perspectiva que plantea la necesaria construcción de un bloque que derrote electoralmente al que está instalado en La Rosada.
Porque la construcción de un centro que articule aquello que está disperso, en el que el universo sindical dialogue con el político desde una perspectiva de clase, es un objetivo urgente que trasciende esta coyuntura.
Es que sería excesivo el esfuerzo hecho en la tarea de lograr el acumulado de resistencia a todo lo que significa el Gobierno Cambiemos, si sólo persiguiera la consolidación de una estructura sindical-burocrática pero “buena”, capaz de aportar pax a un bloque de alternancia al que ahora representa Cambiemos.
Y es aquí donde vuelve a cobrar relevancia aquello del diálogo entre lo sindical y lo político, pero también -y sobre todo- desde qué mirada se propone ese diálogo.
Está claro que -en el mejor de los casos- la construcción de un bloque que corra de La Rosada al Gobierno Cambiemos es un objetivo primario para este 2019.
También es cierto que, dentro del sistema de representación política que habilita el Estado Liberal Burgués, no queda demasiado margen para que ese bloque no sea mucho más que una alternancia.
Pero asimismo, este esquema de alternancia deja resquicios para avanzar más allá del corsé que, al momento, se le intenta poner desde miradas como la que postuló Rodríguez.
Es en este camino que -también ayer- Víctor Kot, entregó las bases programáticas del Partido Comunista a José Luis Gioja, en un encuentro en el que el titular del PJ invitó al Partido a sumarse al “Frente Patriótico”.
La posición es clara y habla de la necesidad de dar batalla en todos los frentes, en el electoral desde la necesidad urgente de frenar a un gobierno que exhibe la cara más criminógena del capitalismo. Pero sin resignar nuestro programa y actitud militante, en la calle, como siempre con las banderas de la clase, las del Sindicalismo de Liberación de Agustín Tosco, a medio siglo del Cordobazo.