Con esta columna de Ana María Ramb, periodista, escritora y dirigente del Partido Comunista, damos inicio a una serie de artículos que iremos publicando a lo largo de esta semana en ocasión al 80 aniversario de la Victoria sobre el nazifascismo.
A 80 años de la capitulación incondicional de las fuerzas nazis en Berlín ante el general soviético Serguei Zhúkov (líder maximo del Ejército Rojo), la ciudadanía y el gobierno de Rusia, las naciones europeas, más el resto del mundo que atesora reservas democráticas y auténtica vocación de paz con justicia, celebramos en este mes de mayo el aniversario de la finalización de la mayor tragedia bélica del siglo XX. La rendición de las fuerzas militares germanas, con lo que se daba conclusión a la Segunda Guerra Mundial, se conmemora en el Viejo Continente el 8 de mayo, mientras que en Rusia y otros países que integraban la URSS, por razones de huso horario, se celebra el día 9.
Para 1939, un monstruo crecía fuera de previsión. Las naciones imperialistas habían tolerado el surgimiento del nazifascismo en Europa porque se trataba de una excrecencia propia del sistema capitalista, que así cuestionaba la existencia del paradigma politico alternativo representado por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Fundada tras la Revolución de 1917, la URSS abarcaba buena parte de Eurasia y de otros países vecinos, y se había organizado como una federación de repúblicas gobernadas por "soviets"; es decir, por consejos de trabajadores y soldados. Que su ejemplo se multiplicara en Occidente y también en el resto del planeta, hacía trepidar de pánico e indignación a los popes de las élites y corporaciones hegemónicas.
Cuando vieron a la horrible criatura fuera de todo control, en plena tarea de ejecutar el mayor genocidio de la Historia con judíos, comunistas, discapacitados, gitanos y homosexuales como blancos principales, y ya en plan de expansión más allá de toda frontera con el objetivo de lograr "más espacio vital para Alemania", no sólo en Europa sino también en Asia y África, no fueron capaces de poner freno a su monstruosa creación.
La Alemania regida por Adolf Hitler invadió Polonia el 1 de septiembre de 1939. Asi comenzó la Segunda Guerra Mundial: Gran Bretaña y Francia declararon la guerra al gobierno del Tercer Reich. Que ya no estaba solo, sino que había construido una alianza militar, primero con Japón (Pacto Antikomintern, 1936), el que derivó luego en el Pacto Tripartito llamado Eje, con la inclusión de la Italia fascista gobernada por Benito Mussolini.
Expansionismo, militarismo, belicismo y acendrado anticomunismo eran algunas de las coincidencias que vinculaban a estos tres socios. En 1935, la Italia de Mussolini había invadido Etiopía, y en 1931, el Imperio del Sol Naciente había hecho lo propio con Manchuria, en China. En 1938, Alemania anexó los Sudetes, región de Checoslovaquia. Contaba con el permiso acordado por Gran Bretaña, Francia e Italia en el Pacto de Munich, donde Alemania, a cambio, se comprometía formalmente a detener sus ambiciones territoriales. Las dos primeras potencias hacían oídos sordos a las reiteradas convocatorias soviéticas a conformar una coalición antifascista. De modo que la traición de Hitler a lo pactado en Munich no debía sorprender.
El 7 de diciembre de 1941, el ataque de la Armada japonesa a la base naval yanqui de Pearl Harbor en Hawai catalizó la entrada de los Estados Unidos en el conflicto, y su ingreso a la alianza de los Aliados, constituída por Gran Bretaña y Francia.
Para 1942, a sólo tres años de iniciado el conflicto, la Alemania nazi había alcanzado su máxima extensión territorial en el Viejo Continente, desde la península de Bretaña, en el extremo occidental de Francia, hasta casi las puertas de Moscú, la gran capital de la Unión Soviética. Esto último, como principal motivo de la Operación Barbarroja, nombre en clave dado por Hitler a su plan de invasión del territorio soviético, concretada el 22 de junio de 1941. En lo ideológico, el plan era destruir el paradigma socialista y, en lo económico, apoderarse del petróleo de la cuenca del Cáucaso. Y someter al pueblo soviético a la explotación y la esclavitud. O a expulsarlo de su territorio para implantar colonias alemanas.
Un NO rotundo a la resignación
No contaban Hitler y sus socios con el temple del heroico del pueblo ruso, con la firmeza y consecuencia en las decisiones del Gobierno soviético encabezado por Josif Stalin, con la inteligencia e idoneidad de los altos mandos militares (que jamás eludieron la primera linea de combate), y con el arrojo y abnegación de sus soldados.
Son muchas las batallas y acciones que se desarrollaron en el Frente Oriental, comandado por las fuerzas de la URSS, con la conducción del general Georgui Zhúkov. En una breve retrospectiva, nos detendremos en los más notables hitos de la inolvidable epopeya que consiguió desbaratar los planes de exterminio y destrucción pergeñados por el nazifascismo.
Batalla de Moscú. (Del 30-9-1941 al 7-1-1942)
Culmina la Operación Barbarroja. La Wehrmacht (fuerzas armadas del Tercer Reich) perfora las lineas de defensa soviéticas y llegan a avanzar a 24 km de la gran capital de la URSS. Stalin decide que el Gobierno ha de permanecer en esa ciudad. Más aun, el aniversario de la Revolución iba a festejarse en Moscú con el acostumbrado desfile militar, lo que significaría un gran aliento para la moral del pueblo y las tropas. La Luftwaffe o fuerza aérea germana multiplica sus acciones hasta la llegada del invierno. El factor climático pone coto así las actividades de los nazis, que dividen sus acciones en dos etapas. Las tropas siberianas traídas por Zhúkov desde China obligan a los invasores a retroceder hasta 250 km de Moscú. Se desvanece la infalibilidad de la blitzkrieg, método sorpresivo y ultra rápido de pinzas, porque la Wehrmacht ha tenido que emprender la retirada. Pérdidas humanas: los alemanes, de 250.000 a 400.000 entre muertos, heridos y capturados; los soviéticos, entre 600.000 y 1.300.000, cifras equivalentes al número de pérdidas sufridas al cabo de toda la Segunda Guerra Mundial por Gran Bretaña y los Estados Unidos, sumadas las dos naciones juntas. Las fuerzas nazis rotan hacia otro objetivo: Stalingrado.
Batalla de Stalingrado. (Desde 17-7-1942 al 2-2-1943)
Una de las mayores batallas de la Gran Guerra Patria, y la más cruenta y costosa, que incluyó trincheras urbanas, combates cuerpo a cuerpo y la participación de la población civil, duramente atacada, sobre todo por la Luftwaffe. La consigna de Stalin "Ni un paso atrás" traducía el fervor popular. Hitler soñaba con su victoria en esta ciudad (hoy Volgogrado) porque provocaría un enorme impacto para su prestigio personal, y también una eficaz propaganda para el régimen nazi.
Stalingrado, gran ciudad industrial, centro productor de armamento, tanques y tractores, importante en la navegación del río Volga, era y es un pasaje hacia los yacimientos petrolíferos del Cáucaso. Hubo al principio numerosas victorias para las fuerzas alemanas, bajo el mando del general Von Paulus y el control a distancia de Hitler, pero la contraofensiva soviética y la resistencia popular fueron cambiando la situación, lo que obligó a las fuerzas nazis a convocar la ayuda de otros ejércitos suyos, incluyendo una división de tanques Panzer. Entre tanto, el general soviético Timoshenko estuvo al mando de varias formaciones, incluyendo la aérea; recibió la ayuda del diseño táctico de Zhúkov y otros altos mandos. Es admirable, en ésta y otras batallas contra las fuerzas nazis, la actividad partisana, con lucha cuerpo a cuerpo contra el enemigo, ataques casi suicidas a los Panzer y sabotaje a sus reservas de gasolina, lubricantes, municiones y repuestos. Contrariando las reiteradas órdenes de Hitler, Von Paulus se rinde el 31 de enero. Bajas nazis: más de 800.000 entre muertos, heridos o capturados. Rendidos: 91.000. Bajas soviéticas: 1.100.000 entre muertos, heridos y capturados.
Entre los voluntarios caídos estuvo Rubén Ruiz Ibárruri, de 22 años, hijo de la Pasionaria, heroína de la República Española. Bajas de civiles: 40.000. La batalla de Stalingrado marca un punto de inflexión en la lucha del Frente Oriental y en toda la guerra. Es la derrota catastrófica de las fuerzas de un régimen que se consideraba imparable e invencible, y que pretendia dominar el mundo.
Batalla de Kursk. (Del 5-7-1943 al 23-8-1943)
A partir del gran fracaso de la Wehrmacht en Stalingrado, Hitler necesitaba con urgencia una victoria decisiva para recuperar la iniciativa bélica. Ideó entonces la Operación Ciudadela para apoderarse de Kursk, recuperada por el Ejército Rojo en febrero. Así, se pasaría de una retirada caótica (como la de Stalingrado) a una ofensiva organizada. Y exitosa. Era preciso para esto acortar la linea del Frente Oriental que, con astucia y consecuencia, los soviéticos habían extendido desde el Báltico hasta el mar de Azov, con el objetivo de diversificar y dividir las fuerzas germanas. Kursk, tercera ciudad soviética en orden de importancia, rica en depósitos de hierro y uno de los principales centros ferroviarios de la URSS, fue el escenario del la mayor y más mortífera batalla entre tanques de la Historia, que tuvo lugar en el asentamiento de Prokhorovka. Fue también una confrontación muy costosa, en términos de aviones derribados en su primer día de combate y en tanques destruidos. Si los mandos soviéticos llegaron a saber con anticipación que Kursk estaba en la mira de Hitler, se debió a la certera información recibida de la Orquesta Roja, red de inteligencia conformada por luchadoras y luchadores antifascistas dispersos en Europa, pero en contacto asiduo con funcionarios del Komintern.
Disponer de esos posibles datos no aliviaría la tarea defensiva de la ciudad. El Ejército Rojo concentró en esa zona sus recursos bélicos más modernos. Los germanos sumaron a sus pertrechos los temibles tanques Panzer y Tiger y a sus comandantes de mayor prestigio, siempre bajo las órdenes de Hitler. Hubo un triunfo inicial en la cercana ciudad de Járkov.
Entre tanto, Stalin aumentaba su confianza en las propuestas de sus altos mandos en la región. No lo defraudaron. Los contraataques soviéticos y las enormes pérdidas de soldados y tanques que sufrió Alemania trasladaron toda iniciativa, toda ofensiva, a manos de los soviéticos, que abrazaron con vigor esa merecida oportunidad a lo largo de toda la contienda.
Participaron en total 6.000 tanques y 2.000 aviones. Los soviéticos perdieron 860.000 soldados, entre muertos, heridos y capturados. Los alemanes, entre 341.000 y 430.000. Mientras tanto, había tenido lugar el desembarco de los Aliados en Sicilia, durante el Gobierno fascista de Mussolini. La derrota de las fuerzas nazis en Kursk subrayó la declinación iniciada con la frustrada toma de Stalingrado. Para entonces, hacía tiempo ya que el mundo sabía de los campos de concentración y exterminio dirigidos por el régimen nazi.
Sitio de Leningrado. (Del 8-9-1941 al 27-1-1944)
Con la complicidad de Finlandia y la cooperación de la División Azul cedida por el gobierno español de Francisco Franco, el asedio de la Wehrmacht sobre esta bella ciudad, uno de los faros culturales de Europa, se prolongó durante 29 meses. Sus habitantes tuvieron que convivir con bombardeos diarios y un despiadado bloqueo que les impedía abastecerse de alimentos e insumos, con los servicios básicos en colapso o desactivados. Se calcula que, de los tres millones de habitantes con los que contaba al inicio, murió un millón y medio, por las acciones bélicas, o por hambre y frío, puesto que en invierno suelen registrarse temperaturas de 30 grados bajo cero. Construida por el emperador Pedro el Grande y, durante períodos, capital del reino, en 1917 había sido cuna de la Revolución bolchevique; destruirla tendría un gran valor simbólico para las fuerzas nazis, y un efecto humillante para el pueblo soviético. No imaginaban los nazis la fortaleza, la capacidad de resiliencia y patriotismo de toda aquella digna población.
El general Zhúkov, en el momento más crítico, organizó la resistencia; más allá de apostar francotiradores y francotiradoras, hubo ancianos, mujeres y niños que levantaron fortificaciones, camuflaron con redes las fachadas de importantes centros públicos, cosieron ropa para los soldados, pasaron grabaciones con ruido de tranvías para fingir que estaban en funcionamiento. Se armó por el lago Ládoga un corredor de escape para niños, enfermos y ancianos, pero estos últimos dejaban su lugar a los pequeños. Al cabo de cinco días de lucha, el 19 de enero de 1944, las tropas soviéticas, bajo el mando del general Govorov, abren brechas en las lineas de asedio al Oeste y al Sur de Leningrado. El día 21, despejan por completo de fuerzas germanas la línea férrea de Murmansk a Leningrado. Y el 30, el ferrocarril de Leningrado a Moscú. El criminal sitio de 900 días ha terminado.
Batalla de Berlín. (Del 16-4-1945 al 2-5-1945)
La estruendosa victoria soviética en Kursk puso en evidencia que el avance de las fuerzas ganadoras sobre Alemania era imparable y que el sueño de Hitler de invadir la URSS, imposible. El 6 de junio de 1944, la exitosa invasión aliada en Normandía, Francia, reafirmaba el principio del fin. El 21 de abril de 1945, se lanza el primer ataque sobre Berlín, capital del Tercer Reich. El 30 de abril, las fuerzas soviéticas dirigidas por el general Zhúkov comienzan la captura del Reichstag. Encerrado junto a Eva Braun en su búnker, en los sótanos de la Cancillería, Adolf Hitler se suicida con ella. A la jornada siguiente, Día de los Trabajadores, ondeaba sobre el Reichstag, verdadero símbolo del nazismo, la gloriosa bandera roja con la hoz y el martillo, y a la siguiente jornada, luego de combates cuerpo a cuerpo y oficina por oficina, el edificio quedaba vaciado de nazis.
La toma de Berlín fue la batalla final del teatro europeo de operaciones de la Segunda Guerra Mundial. Ante la mesa de rendición se encontraron dos mariscales. En nombre de las fuerzas del Tercer Reich, firmó la capitulación Wilhelm Keitel y, en nombre de los vencedores, suscribió la aceptación Gueorgui Zhúkov. El número de bajas fue altísimo: 80.000 mil soviéticos y 50.000 alemanes. Meses antes, mientras las fuerzas soviéticas ya estaban a 70 km de Berlín, en la Conferencia de Yalta, Crimea, el 11 de febrero de 1945, Winston Churchill, Franklin Delano Roosevelt y Josif Stalin, en representación de Gran Bretaña, los EEUU y la URSS, respectivamente, habían planificado dividir su dominio sobre Berlín. Esta ciudad iba a contener el muro que separaría dos bloques y dos paradigmas políticos en confrontación durante la Guerra Fría: capitalismo y comunismo.
Se estima que un tercio del total de pérdidas humanas durante el conflicto fueron aportadas por la URSS: unas 26.600.000. Sumatoria de más de 10 millones de militares y 15 millones de civiles. Algunos historiadores llevan la cifra total a 31 millones, porque tienen en cuenta los soldados soviéticos muertos en cautiverio dentro de prisiones alemanas, y a personas desaparecidas.
El fervor patriótico de la población civil alcanzó a niños y adolescentes; se registraron 300 mil acciones de arrojo, por las que muchos y muchas fueron condecorados. Merecieron también distinciones las llamadas por los nazis "Brujas de la Noche", durante las acciones en Stalingrado y otras batallas. Se trataba de 115 mujeres que convencieron a los mandos soviéticos de conformar un Regimiento Aéreo de Bombardeo Nocturno. Edad promedio: 22 años. Su eficacia, disciplina y precisión fueron proverbiales, y varias de ellas, consagradas como Heroínas del Pueblo.
A modo de modesta conclusión
Hemos recordado la gesta de un pueblo heroico que enfrentó al nazifascismo al desnudo, que lo dio todo en esa lucha, que acompañó las acciones del Ejército Rojo, liberador de ciudades cautivas y de campos de concentración y exterminio, y que, en esa epopeya, alcanzó al fin la victoria. Sobre las cenizas aún humeantes de la tragedia, reorganizó su sociedad para construir el futuro.
¡Gloria al valeroso pueblo ruso!
¡Honor a su Ejército Rojo!
Rever estas páginas de la Historia del mundo nos interpela en nuestro presente aqui, en la Argentina. Estamos viviendo un drama ciclónico, con reminiscencias de pasadas dictaduras. Y no podemos olvidar traiciones de gobiernos que, tras una envoltura democrática, se encogían ante el poder de los grupos dominantes. El establishment local, siempre ávido de las mayores ganancias, dispuesto a dar por tierra los derechos ganados por el pueblo al cabo de largas luchas, y siempre pendiente del poder global que hoy ve tambalear su hegemonía, hoy festeja la aparición del neofascismo en nuestro país.
Si lo es o no, es una discusión bizantina que ya no puede distraernos, mientras su actor principal, como el flautista de Hamelin, con sus melodías de odio, repudio, violencia y exclusión, pretende conducirnos al abismo, para consolidar un régimen persecutorio, irracional, corrupto y entregador de nuestro territorio, de nuestros recursos naturales y de nuestra posición geopolítica ¿Es que somos inocentes ratoncitos, prontos a caer en el vacío? Convocar a abandonar la resignación paralizante, esa paciencia que parece ya indiferencia, y levantar las banderas de los que lo dieron todo por nuestra primera Independencia se vuelve una tarea urgente. No dejemos que la Patria sucumba ante el despojo y el desgarramiento. El pueblo en el espacio público viene dando muestras de que sus reservas democráticas no van a permitirlo.
Antifascismo en acción es la clave.
* La ilustracción que acompaña la nota es de Sergio Ibaceta, Sec. del PC de La Pampa e Ilustrador.