Sturzenegger, Cabrera, Aranguren, la cosmética y el pedido de consenso para ajustar. Para el presidente “veníamos bien pero pasaron cosas” ¿Se viene la alternancia? Si la reproducción social alumbra más capital ¿se podrá llegar a un capitalismo bueno?
“Bajá el dólar la puta que te parió”, retumbó en la Plaza Roja de Moscú el cantito de algunas decenas de argentinos irritados porque contrataron su viaje al Mundial con un dólar a 19 pesos que, ahora, se ubica en el rango de los 29 donde, según anticipó el designado ministro de Producción, Dante Sica, va a quedarse, al menos por un tiempito.
Sica va a reemplazar a Francisco Cabrera, el fusible que junto a Juan José Aranguren saltó después de que lo hiciera Federico Sturzenegger, en el contexto de la reorganización del Gabinete en la que se espera la supresión de ministerios que pasarían a tener el rango de secretaría.
¿Cambio cosmético? Sí, pero también el abierto reconocimiento de que el proceso de delegación de soberanía que supone la firma del acuerdo entre el gobierno y el FMI, debe tener un correlato práctico que se verifica en el rediseño ministerial.
Lo que se pretende es que, al menos, se morigere la puja entre facciones que atravesó a lo que va del Gobierno Cambiemos que, ahora, pasa a estar abiertamente cooptado por las decisiones del Fondo.
Para eso este diseño basado en una cartera, a cargo de Nicolás Dujovne, que coordine -más bien administre de acuerdo a lo que decide el FMI- las áreas vinculadas a la economía, finanzas y producción.
Todo porque la impericia exhibida -sobre todo en el terreno político- por el staff gobernante, pone en peligro el objetivo principal por el que construyeron el Proyecto Cambiemos, aquellos sectores más concentrados del capital que actúan en nuestro país y otros que ni siquiera lo hacen aquí.
Entonces, más allá de que el sucesor de Cabrera argumente que el precio del dólar alto se justifica para apoyar al sector industrial o que Javier Iguacel, se presente como un cuadro con más cintura política para renegociar con las empresas energéticas el precio de la nafta que, con la devaluación del 45 por ciento, ya están agazapadas para echarse a la yugular de los consumidores.
Pero aquí debe quedar claro que, además de las responsabilidades que tienen Cabrera y Aranguren -incluso las penales- pasarle a estos ministros la factura por el déficit comercial y el tarifazo es, por lo menos, un reduccionismo peligroso.
Así las cosas, Mauricio Macri decidió avanzar en una línea inusual: hace cambios en su gabinete en medio de la tormenta, de cara a otro momento en el que a caballo de un nuevo vencimiento de Lebac, el mercado va a exigir nuevas prebendas. También cuando el país se hunde en una devaluación del 45 por ciento, con una inflación que ni el dibujo del Indec de Todesca puede disimular y a poco de firmar un documento con el FMI en el que reconoce que, este año, Argentina no va a crecer. Y, crecimiento nulo más inflación -la de este año va a estar por encima del treinta por ciento- es estanflación.
Lo hace cuando -quizás- se esté dando cuenta que la duda comienza a avanzar entre las facciones de poder que lo entronizaron para que sea el ejecutor de su plan, algo que quedó al desnudo cuando no pudo ni siquiera morigerar el camino que conduce a retenciones cero para el agronegocio. Tampoco logró que el precio de los combustibles fuera contenido por dos meses o que el capital financiero desacelerara un poquito su tasa de ganancia, al menos, hasta pasado el chubasco. Ni que un sector que gana mucho, invierte y emplea pocos trabajadores y convierte rápidamente plusvalía en capital en fuga, los capitanes de la industria con Paolo Rocca a la cabeza, dejara de presionar para obtener un “dólar competitivo”.
O que las cinco megaempresas formadoras de precios -asociadas a las que oligopolizan las bocas de expendio- den tregua a una inflación que crece todavía más en los productos que -necesariamente- adquieren los sectores que presentan vulnerabilidad socieconómica.
Con este telón de fondo y cuando Luis Caputo volvió de EE.UU. con la -previsible- mala noticia de que se había acabado el crédito, con el que en sólo dos años el Gobierno Cambiemos sobreendeudó al país, Macri decidió encarar 2018 con una propuesta tan audaz como políticamente ingenua.
El resultado electoral de medio término ya aparecía bastante lejano, cuando apenas pudo cumplir, a medias, su objetivo de convertir en Ley la reformulación de los sistemas laboral y previsional.
Pero pese a esto, cuando la disparada de la inflación ya se veía irreversible, convocó a un “gran acuerdo nacional”...pero para ajustar. Las condiciones en que hizo ese llamado sólo reconocen un antecedente cuando, en 1985, el entonces presidente Raúl Alfonsín convocó a Plaza de Mayo para pedir el aval popular y del resto del arco político, a lo que llamó “economía de guerra”.
Como esa vez, ahora, la sociedad y los universos, sindical y político partidario, mostraron la espalda. Este es el primer indicio que habla de que el capital político del Gobierno Cambiemos podría estarse agotando, algo que desde los sectores del Multiverso Peronista se comienza a advertir y, junto a ello, empieza a construirse en ese imaginario la posibilidad de convertirse en bloque de alternancia dentro del sistema de representación que se consolidó con las legislativas de 2017.
Debe quedar claro que este no es un escenario acabado, lejos está el gobierno de haber agotado las cartas que le quedan por jugar. Pero lo que sí es evidente es que, fácticamente y también cumpliendo ciertas formalidades, quienes ocupan La Rosada avanzaron en la configuración de un escenario que los trasciende.
Y que, además, sienta las bases para la galvanización de un sistema de representación política basado en la alternancia de dos bloques que, de ninguna manera, pretenden cuestionar el statu quo.
¿Veníamos bien?
El pago a los Fondos Buitre en condiciones que ni estos holdouts habían exigido, el posterior sobreendeudamiento, la emisión alocada de Lebac cuyo monto ya supera a la propia base monetaria, son algunas de las medidas en que avanzó el Gobierno Cambiemos que, además de permitir formidables negociados, profundizó la transferencia regresiva de riqueza en una escala nunca vista.
Sin esto es impensable la política energética que reforzó subvenciones para las empresas y castigó con el tarifazo a los usuarios. También el déficit comercial, la destrucción del mercado interno y la producción nacional -especialmente la pyme y mipyme-, el ajuste con su correlato en la destrucción de trabajo que redunda en el desmantelamiento de las estructuras de salud, pensiones y educación de carácter público y universal, pero asimismo en la de ciencia y tecnología, así como la encargada de establecer controles de calidad a aquello que consumimos.
Asimismo, durante los últimos tres meses la política gubernamental hizo que los argentinos perdamos más de once mil millones de dólares que le imprimen una vuelta de rosca más -y drástica- a la constante fuga de divisas que se perpetra desde diciembre de 2015.
“Veníamos bien pero pasaron cosas”, sentenció Macri, ayer en una charla televisada que compartió con Jorge Lanata, que aceptó el argumento como si fuera una verdad canónica.
Está claro que esto es sólo un breve repaso de algunas de las cosas que pasaron durante los dos años y medio de Gobierno Cambiemos en los que, además de los negocios personales de las facciones instaladas en La Rosada, se manifestó una clara determinación de clase que guió cada acto del ejecutivo y administrativo que apuntó -desde el principio- a construir aquello que llaman “cambio cultural”.
¿Habrá algo de casual en todo esto? Nada más lejos de eso. Lo que se hizo desde La Rosada a partir del instante en que Macri se convirtió en presidente, es generar condiciones para llegar al sitio donde se está, esto es, a la delegación de soberanía que se traduce en el acuerdo con el FMI.
Aquí no “pasaron cosas”, sino que se perpetraron actos de gobierno que sólo podían conducir a un lugar: el actual.
Aunque la impericia y voracidad de las facciones que actúan hacia adentro del tándem de poder que ocupa La Rosada, precipitaron la cosa y volvieron menos prolijo al procedimiento, el resultado estaba escrito y pretende poner a Argentina en el lugar que el orden capitalista global le otorga.
Por eso, desde esa mirada, es preciso un Estado que no sea capaz de controlar las herramientas básicas de su economía, lo que favorece condiciones que lo vuelven funcional al proceso de deslocalización y financierización que le asigna el diseño geoestratégico, geoeconómico y geopolítico de ese orden capitalista mundial.
Esto no quiere decir otra cosa que convertir a Argentina en una formación estatal que provea de mano de obra barata a partir de relaciones laborales horribles y en unidades productivas contaminantes. Un país que transforme rápidamente plusvalía en capital financiero que fugue.
La llave dorada
Y es aquí donde se revela el verdadero carácter estratégico del “cambio cultural” que vino a perpetrar el tándem de poder que ahora ocupa La Rosada que sabe que, si fuera preciso, habrá que sacrificar a su herramienta táctica, el Gobierno Cambiemos, en pos de garantizar la reconversión socioeconómica del país.
Para esto, sabe que cuenta con un bloque de alternancia que es incapaz de romper con el corsé que imponen las relaciones del capital que, en esta fase, vuelven imposible ni si quiera soñar con un momento de redistribución de excedente como el que caracterizó el período 2004/2015.
Esto va más allá de la posibilidad de fantasear e incluso creer que es viable construir un “capitalismo bueno”.
Es que mantener esa mirada sería -en el caso de los bienintencionados- un error basado en una perspectiva que ubica al problema en su fenomenología y no en el capital en sí y, por ende, en las propias y únicas relaciones que el capital es capaz de construir.
Cada vez queda más claro que no alcanza con criticar y combatir a las consecuencias que derivan de las relaciones que establece el capital, en el caso de la situación argentina actual, el neoliberalismo o como quiera que se llame a la postura que impulsa el gobierno.
Lejos de esto, es preciso hacer un esfuerzo por deconstruir al capital desde su médula, esto es, en tanto relación social que sirve de pedestal para un determinado tipo de organización social y mecánica civilizatoria.
¿De qué va todo esto? Sencillo, hay que apuntarle al capital por lo que es esencialmente: una forma de relación social que, desde su desarrollo en el ciclo que transita las esferas de producción, circulación y realización, impregna todo tipo de relación social. Esto no es otra cosa que el mercado y la mercantilización, todo como fase paroxística del capital y, por lo tanto, del capitalismo.
Además de la orgía financiera que mediante la altísima tasa de Lebac, las recurrentes corridas, el sobreendeudamiento y el juego ajuste-dólar que sin mucho disimulo impone el gobierno, también está una sociedad que puso a Macri -y todo lo que representa- en La Rosada porque prometió cosas como terminar con “el cepo” al dólar.
Sectores medios que sólo durante 2017 sacaron del país diez mil millones de dólares-turismo. Los gritos de “bajá el dólar la puta que te parió” que suenan en la Plaza Roja, se parecen mucho a los que retumbaban contra “el cepo”, en Plaza de Mayo, durante los cacerolazos que cimentaron la llegada de Cambiemos a Balcarce 50. Es que la estupidez, también es capaz de construir su propia épica.
Al hablar de capital no se puede caer en el reduccionismo de hablar sólo de Fondos Buitre, banca internacional y timba financiera. El capital es una forma de reproducción social.
De ahí que, cualquiera vaya a ser la resolución política del pico de crisis monetaria y financiera que atraviesa Argentina, es prudente tener en cuenta, al menos, dos cosas.
Por muchas razones que reiteradamente se explicaron en NP diario de noticias, en su etapa actual, el capitalismo no puede ofrecer una nueva vía de escape a la crisis autogenerada que esté basada en un momento de reestructuración que garantice la estabilización política y distribución a partir de una expansión del tipo keynesiana. De todas ellas hay una que es central: el capital está colisionando con los márgenes de su propia lógica de acumulación.
De ahí que, en el caso de nuestro país, haya que esperar que aún si al Gobierno Cambiemos se le agotara el tiempo y desde el bloque de alternancia se pretendiera reconstruir mecanismos de redistribución protokeynesiana, lo que se consiga hacer va a ser mucho menos generoso y va a durar menos tiempo que lo que se desarrolló durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
Y es entonces, en este punto, donde la conclusión insoslayable lleva a tener que reflexionar sobre la necesidad de construir alternativa, aún desde adentro de la dinámica que imponen los límites del Estado Liberal Burgués, pero sin caer en el corsé que impone la relación del capital.
Porque, ahora como nunca, es preciso ser izquierda, pero no una izquierda que se piense desde adentro -aunque sea bien a la izquierda- del globo que contiene a las relaciones del capital, sino liberada de ese universo que como sabemos impregna todo tipo de relaciones humanas, también las que construyen política.
La cosa pasa por ser un dispositivo de quienes desde la izquierda del sistema de relaciones del capital, propenden un capitalismo amable y que vive prometiendo capacidad para redistribuir riqueza o, aunque cueste, desestimar la seducción que propone la construcción de ese “capitalismo bueno”, para aceptar el desafío de construir fuerza propia.
Esto implica autonomía y construcción de herramientas propias para dar la lucha, pero siempre desde una mirada no capitalista. La buena noticia es que, para esta tarea, los comunistas tenemos la llave de oro y está en nuestro propio sistema ideológico.