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Mar, Abr
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Tal como pasa ahora mismo en Argentina, alquilar en Portugal se volvió una tarea difícil, sobre todo, si ese es portugués y trabajador.

Durante la esta semana, fueron miles las personas que salieron a manifestar en las calles de las principales ciudades de Portugal para protestar contra la crisis habitacional, pero también para demandar que el Estado intervenga para controlar el precio de los alquileres que, en aquel país, fue aumentado en promedio un once por ciento durante el segundo trimestre del año, con lo que arrastra una suba de casi ochenta por ciento en la última década.

En este contexto, en Lisboa, hubo refriegas entre manifestantes que realizaban pintadas en algunas sucursales bancarias y la policía, pero de acuerdo a lo que señalaron las organizaciones convocantes, en líneas generales, la jornada se desarrolló sin disturbios. Entre ellas está el Movimiento Vida Justa que recalcó que la movilización sale al cruce de las deficientes políticas de vivienda que tiene el gobierno que encabeza el socialdemócrata António Costa.

“Las medidas tomadas por el gobierno son ínfimas”, lamentó esta organización y sostuvo que “tenemos un índice bajísimo de construcción de vivienda social” y ejemplificó que en Portugal es de apenas el dos por ciento, mientras que en Países Bajos llega al treinta, por lo que “como la construcción de viviendas sociales no se resuelve en cinco minutos, es necesario comenzar a construirlas”.

Ya que, puntualizó, “no se puede dejar al mercado funcionar solo, porque cuando pasa esto, los constructores hacen casas para personas que tienen dos millones de euros para pagar, pero no van a construir casas para la clase media ni para la clase trabajadora, de ahí que tiene que haber una intervención reguladora del Estado”. Y, asimismo, el Movimiento Vida Justa planteó que a quienes perciben un sueldo promedio les resulta muy difícil poder acceder a la vivienda, por lo que dijo que preciso que se otorgue aumento salarial generalizado. “Es más que necesario un aumento de salarios”, ya que “no podemos vivir en una situación en la que los salarios no alcanzan para la comida y la casa, tal como pasaba en la época del fascismo”.

La crisis habitacional que vive Portugal se viene agravando desde que hace poco más de una década, cuando agobiado por las imposiciones que le impuso la troika integrada por el Banco Europeo, el FMI y la Comisión Europea, este país otorgó ventajas fiscales y otros tipos de prebendas a sociedades financieras. De la mano de la financierización se aceleró el proceso de gentrificación de las grandes ciudades donde proliferó la construcción y remodelación de viviendas para uso turístico, esto es, para ser empleadas en alquileres de corta duración.

Este proceso fue similar al que poco antes había atravesado a España, donde la cosa acabó con una burbuja inmobiliaria que al estallar dejó un tendal formidable compuesto, principalmente, por trabajadores que perdieron todos sus ahorros y otros tantos que con el correr de los años fueron desalojados porque no pudieron pagar sus viviendas que finalmente pasaron a engrosar los activos de bancos y otras entidades financieras.

Con este telón de fondo, no hace mucho se dio conocer un trabajo de la fundación portuguesa Francisco Manuel dos Santos, donde se da cuenta de que entre 2012 y 2021 el precio de la vivienda fue aumentado un 78 por ciento en Portugal. Y esto es algo que se advierte en la cotidianeidad que se vive en este país, donde en la periferia de las grandes ciudades, comienzan a establecerse campamentos de trabajadores que no pueden acceder a una vivienda digna, por lo que se ven obligados a vivir en carpas.

Todo esto en un escenario en el que se profundiza la especulación inmobiliaria. Cálculos optimistas indican que en Lisboa hay al menos 48 mil viviendas vacías, cuya propiedad está en manos de fondos de inversión extranjeros que especulan con vender o alquilar conforme el precio toque techo.

La cosa es clara y deja en evidencia qué es lo que pasa cuando una matriz financiera desplaza a la mirada productiva de la economía. Casi el noventa por ciento de la inversión extranjera que recibió Portugal durante 2022 se centró en el sector inmobiliario, algo que se ve favorecido por los beneficios gubernamentales que se otorgan a este negocio que convierte a la vivienda en un activo financiero que queda sometido a una extrema volatilidad.