El secretario Sindical del Partido Comunista, Mario Alderete, analiza las perspectivas de la región en un año clave.
El nuevo año que hemos comenzado a transitar nos obliga a los militantes políticos, sindicales y sociales a detenernos un poco para realizar, entre otras importantes tareas, un análisis retrospectivo acerca de las experiencias protagonizadas durante el ciclo denominado “progresista” y luego, lamentablemente, la agresiva restauración de las derechas pro imperialistas. En ese sentido el 2019 se presenta como un año necesario para repensar sobre el poder y el futuro social en nuestra América Latina y lo que resultaría más certero, según nuestro criterio, es reflexionar acerca de cómo reconstituir el espacio político del progresismo, de las izquierdas, en particular de nuestro partido Comunista, fortaleciendo e incrementando el trabajo organizativo en el seno de los sectores obreros y populares, sin pensar en ellos como simples electores, sino como una fuerza político-social que requiere constituirse en un verdadero poder sostenible en el tiempo, sustento de una alternativa política y económica de transformación estructural; lo cual, a la vez, demanda un trabajo ideológico y cultural permanente, que contrarreste el pensamiento hegemónico de las derechas.
De acuerdo con el Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe 2018, este año la región cerrará con un crecimiento promedio de apenas el 1.2%; pero según sus proyecciones, en 2019 sólo crecerá en un promedio del 1.7%. Pero la dinámica del crecimiento económico igualmente se desacelerará en los próximos años, también en los países desarrollados.
Análisis realizados por la Cepal permiten entender que los gobiernos neoliberales que actualmente y por diversos caminos lograron auparse en el poder tienen la responsabilidad en esta desastrosa conducción económica y en la desaceleración, toda vez que debilitan conscientemente las políticas fiscales bajo el supuesto teórico de que el achicamiento del Estado, el perdón de deudas fiscales, la evasión impositiva, la fuga de capitales, la competitividad achicando salarios y jubilaciones, el endeudamiento externo respetando las instrucciones del FMI entre otras atrocidades, son incentivos para la inversión privada. En tanto, los análisis internacionales demuestran la falsedad de semejantes conceptos que dejan al desnudo las ridículas argumentaciones que intentan cargar las culpas del “atraso” y el “aislamiento internacional” a los gobiernos anteriores de carácter progresistas quienes serían, según ellos, los responsables por la “pesada herencia” recibida.
La Cepal insiste en las políticas públicas: “el fortalecimiento del activo papel de las políticas fiscales para los ingresos e inversiones; el control estatal sobre la elusión y evasión tributaria, así como sobre los flujos financieros ilícitos (como los que van a paraísos fiscales), recalca la necesidad de los impuestos directos, así como los de tipo saludable y verdes; la reorientación de la inversión pública a proyectos de impacto sobre el desarrollo sostenible, la reconversión productiva, nuevas tecnologías e inversión verde; apunta a que se resguarde el gasto o inversión social; y hasta el cuidado sobre la deuda pública, sujeta hoy a la incertidumbre de costos y niveles”.
Es oportuno entonces señalar que sólo
Bolivia demuestra eficacia y superiores resultados sociales, por cuanto el gobierno de Evo Morales acabó con el neoliberalismo y la mitología proempresarial y llevó adelante las políticas y regulaciones públicas coincidentes con la línea de pensamiento anti-FMI, de modo que el motor del crecimiento ha sido la inversión pública, además de que mantuvo e incrementó la inversión social, que mejoró las condiciones de vida y de trabajo nacionales, por lo cual en 2018 creció al 4.4% y se espera que en el 2019 seguirá igual dinamismo.
Pero en manos de gobiernos de derecha política y definición empresarial, que hoy predominan en América Latina, el capitalismo internacional y concentrado está cada vez más agresivo. No bastó su triunfo sobre el ciclo progresista, ni la persecución o la judicialización de la política, utilizadas contra los partidarios y dirigentes de aquellos regímenes (como son los casos por ejemplo de Cristina Kirchner y Lula). Este capitalismo en crisis de la cual no puede emerger, está dispuesto a ejecutar la subordinación total del Estado a fin de que garantice sus negocios en el largo plazo, sin importar el respeto y la vigencia de la soberanía nacional, la precarización de las condiciones laborales, la situación ruinosa de la mayoría de la población, el deterioro de los servicios públicos o el futuro de la sociedad. Según su criterio, si a las empresas les va bien, al país le va mejor.
Contrariando todas estas falsas
argumentaciones, en Argentina la pobreza ha aumentado y las condiciones de vida y de trabajo han empeorado; igual que en Brasil donde se han extendido las normas avasalladoras de derechos y conquistas, se han impuesto las flexibilizaciones laborales, se han liquidado convenios colectivos de trabajo, se desfinancian los sistemas estatales de previsión social y es previsible una situación peor para 2019 de la mano de los más perversos anti valores sociales: misoginia, anticomunismo, racismo, desprecio de lo popular, criminalización de los movimientos sociales, proimperialismo, y así seguidamente.. Como ambos son los países más grandes, el camino emprendido por los mismos intenta ser utilizado como ejemplo para el resto de los países menores en donde las clases sociales mas altas sirvientes del imperio, han recobrado los rasgos que caracterizaron a las viejas oligarquías. Se cumple así una especie de programa común latinoamericanista contra los Estados Nacionales, (el llamado “Grupo de Lima” es un intento y en ese sentido su objetivo inmediato es apuntalar el golpe de Estado en Venezuela legalizando la injerencia del imperialismo norteamericano en ese país hermano), contra el control que deben ejercer sobre el comercio exterior y el sistema financiero, contra los impuestos progresivos que afecten a los que más tienen de tal modo que aseguren una verdadera distribución de la riqueza, contra una política de paz e integración latinoamericana y caribeña y así sucesivamente.
En este escenario, nos parece oportuno hacer una referencia al papel que están desarrollando algunas congregaciones religiosas, en particular las pentecostales, como fue el caso de Brasil, en donde utilizaron ciertos niveles de manipulación y adoctrinamiento para mantener a las clases trabajadoras atomizadas y carentes de un sentimiento de clase que les permita unirse para luchar por la justicia social y que en algunos casos, su eficacia iguala a la que desempeñan los medios monopólicos de información y el manejo de las redes sociales. La derecha no escatima esfuerzos para derrotar a su enemigo. Miente, manipula, tergiversa los hechos. Los troll centers operando (mentiras organizadas), la promoción inmoral de lo que hoy día se ha dado en llamar fake news (noticias falsas), mantienen el mundo de la llamada “post verdad”. Ya no hay verdades, eso no importa; lo único que cuenta es el efecto que se consigue con un mensaje que no condice con la realidad.
En tanto, el ideario de la verdadera izquierda, marxista-leninista no ha desaparecido ni dejado de tener validez porque si hay clases enfrentadas, la verdadera izquierda es la expresión de una de esas clases: la clase trabajadora. Pero no caben dudas que la lucha ideológica, en este momento, tiene como momentáneo ganador al capital.
Por otro lado, los gobiernos progresistas habidos en Latinoamérica en estas últimas décadas no pudieron pasar de propuestas capitalistas redistribucionistas, sin tocar los cimientos básicos de la sociedad. Las fuerzas del capital supieron reacomodarse, y el discurso político de derecha, disfrazado de ser portador de lucha contra la corrupción, el “aislamiento internacional”, el narco tráfico y todo el aparato “inservible” del Estado tomó circunstancialmente la supremacía. Y, si bien hay reacción popular, descontento, expresiones antigubernamentales por todos lados, esos fermentos no encuentran de momento una direccionalidad que permita modificar el sistema dominante. Eso ocurre palmariamente también en nuestro país junto a las circunstancias coyunturales que se imponen en un momento electoral.
De allí entonces que tenga plena validez la propuestas de la unidad amplia, plural, construida desde abajo y dotada de un programa mínimo y de una propuesta política alternativa superadora del límite “progresista”. Pero también resulta claro e indispensable que la clase trabajadora debe constituirse en el sujeto central de tal construcción y para ello, según nuestra visión, debe marchar a conformar una dirección respetuosa del mandato de las bases, capaz de terminar con la burocracia sindical erigida en poder permanente y estructurar un modelo en aptitud de enterrar el verticalismo, que repudie la ideología de la conciliación de clases y que rompa definitivamente con el acostumbrado sometimiento a los designios de los gobiernos de turno. Es decir, como lo sostenía Agustín Tosco, un sindicalismo de liberación.