G-20, entre lágrimas y frustración ¿El ocaso de una herramienta creada por los poderosos para que el capitalismo sobreviva? La claque adentro, afuera la toma de conciencia.
“Argentina...Argentina”, se oía como telón de fondo mientras el director de cámaras de la transmisión oficial montada por el sistema de medios para el G-20, se quedaba con un plano corto de Mauricio Macri llorando -con rictus conmovido- junto a su esposa que vestía su habitual sonrisa.
Fue durante la gala con la que el presidente agasajó a sus pares del Grupo y otros dignatarios convocados en Buenos Aires para participar de la Cumbre, además de una claque minuciosamente seleccionada que, desde la platea, no escatimaba aplausos y vítores.
Ahí, entre otros, pudo verse a representantes de la Farándula de Gobierno como Mirtha Legrand, Susana Giménez, Federico Andahazi, Flavia Palmiero y Ricardo Darín, mezclados entre Alfonso Prat Gay, Mario Quintana y Federico Sturzenegger.
No resulta difícil imaginar qué significa la palabra “Argentina” para un individuo que, desde el poder que la Presidencia le confiere, poco antes de echar el mocaso insistía con que es preciso avanzar en una reforma laboral que empuje -todavía más- a los trabajadores a la pobreza.
Sobre todo, si la palabra se pronuncia en el contexto de la cumbre de un espacio que nació como respuesta del capitalismo al peor capítulo de su crisis desde el crack de 1930, que tras haber cumplido el objetivo de salvar a la banca y el negocio financiero, languidece casi sin rumbo.
Es que conforme avanza el siglo 21, se comprueba empíricamente que aquellos que tras la Segunda Guerra Mundial pretendían homologar capitalismo con prosperidad, progreso, crecimiento y democracia, sufrían un espejismo o eran malintencionados.
Y desde esa mirada que prioriza la ilusión o la manipulación, es que desde el Gobierno Cambiemos y su massmedia se hizo un esfuerzo por exhibir -a caballo de la Cumbre- un mundo que no existe y lo que es peor, a un Macri actor central de ese escenario.
Así las cosas, de la sonrisa al llanto, todo el acting presidencial choca con una realidad, que se mueve por cosas más tangibles que la ilusión que un sector de la burguesía argentina sigue depositando en la expectativa que le genera esta extraña manera de “volver al mundo” y la “lluvia de inversiones” que esto traería aparejado.
Aquí vale señalar que, desde esa perspectiva, lo de “inversiones” no está atado a la generación de trabajo y, mucho menos, a la prosperidad de las personas.
Y si algún desprevenido todavía tiene dudas, sólo alcanza con advertir el énfasis de Macri, cuando aprovechó la ronda de prensa que dio con Emmanuel Macron para colar el tema de la reforma laboral.
La elección del momento no fue azarosa, el ex ministro del gobierno socialdemócrata -formado en la Banca Rothschild- avanzó sobre derechos laborales y convenios colectivos, apenas asumió como presidente de Francia. Esto, ligado a una política de abiertos beneficios fiscales a la riqueza, ajuste y tarifazo en el precio de combustibles, algo que tiene a su país movilizado en estos mismos momentos.
Pero aunque sea así ¿será posible que esta forma de “volver al mundo” termine con la llegada de las ansiadas inversiones?
Si usted se pasó el feriado mirando la tele y se entusiasmó con tanto boato y gestos de aprobación para el presidente de Argentina, lamentamos decepcionarlo.
En este punto, vale la pena repasar un poco a qué momento de la Crisis de Larga Duración Capitalista corresponde esto del G-20. Aunque fue creado años antes, el Grupo cobra protagonismo cuando estalla el capítulo de la crisis con la quiebra de Lehman Brothers.
Todo lo que parecía color rosa comienza a oler a podrido y, entonces, para salvar al sistema del porrazo que se acababa de pegar, había que ampliar su mesa de legitimación ¿pero por qué?
La respuesta aparece cuando se repasa a quiénes se sumó a esa mesa, pero fundamentalmente cuáles son las principales medidas que se tomaron entonces: salvar a la banca más concentrada, licuar su deuda y habilitar a la Reserva Federal a que realice una emisión de dólares desproporcionada para la que -tal como aparecía- el mercado no estaba preparado.
Y aquí es donde comienza a tener sentido la convocatoria a ampliar la mesa del G-7 y convertirla en G-20 ¿Porque para qué sirven tantos dólares si no hay alguien que los compre?
Por eso es que una década más tarde se ve que los motivos que pusieron en las grandes ligas al G-20, ahora son relativos, porque ya se colocaron los dólares y el sistema financiero global se estabilizó, al menos todo lo que puede estarlo dentro del sistema capitalista.
También de esto va el intento -camuflado tras la “guerra comercial”- del sistema capitalista de disciplinar a la República Popular China, pero -asimismo- en ese episodio está la génesis del momento que atraviesa la economía argentina.
Si se hace ingeniería inversa, se ve con más claridad por qué el Gobierno Cambiemos vuelve a meter al país en la red del FMI. Es que esto se justifica en el estado de cosas que dejó el aceleradísimo proceso de sobreendeudamiento que engordó las cuentas de quienes se benefician con el carry trade (especulación con divisas).
Pero ese proceso de sobreendeudamiento hubiera sido imposible sin el acuerdo celebrado con los Fondos Buitre, que se habilitó de forma tan diligente -sencillamente- porque el sistema necesita colocar la sobreemisión de dólares.
¿Queda claro qué tiene que ver el proceso del que forma parte la génesis del G-20 con lo que pasa hoy y aquí, donde Argentina llega a diciembre de 2018 con un escenario que roza la estanflación y con todas las variables económicas y financieras con resultados negativos?
Lluvia
Entonces es evidente que si la “lluvia de inversiones” no se produjo cuando la economía del país disfrutaba del chorro abierto del financiamiento internacional, fue porque el sentido de tanta generosidad era colocar dinero ficticio, y para nada favorecer la inversión productiva o financiera de calidad.
El negocio es fácil: la nueva emisión de más dinero ficticio permitió sortear el momento de la crisis que devino del estallido de Lehman Brothers, y para hacerlo nada mejor que conseguir formaciones estatales con liderazgos políticos cómplices o permeables, además de territorios ricos en recursos naturales que, después de todo, con eso esperan que paguemos en un mediano plazo.
En mayo, el Banco de Basilea le prestó al Banco Central dos mil millones de dólares, que le aflojaron un poco el nudo de la corbata a Federico Sturzenegger, al menos hasta que se encaminó la cosa con el FMI.
El año pasado, un informe de esa misma casa -como se ve intachable para el gobierno- explicó que el PIB global es de algo así como ochenta billones de dólares, pero el capital ficticio supera al capital real ya que ronda los quinientos billones. Documentos de la Reserva Federal de EE.UU. dicen que llegaría a 1.100 billones, por lo que sólo uno de cada veinte dólares tiene respaldo real.
Queda claro que en la actual fase de su desarrollo, el capitalismo se focaliza en aceitar la dinámica de acumulación por medio de la timba y el engorde de instrumentos financieros como los derivados, lo que lo vuelve cada vez más rentista y parasitario.
Paradójicamente, el sistema capitalista es cada vez más inútil a la hora de convertir dinero en capital, lo que habla de su propia crisis, pero también -y sobre todo- de su esencia.
¿Hace falta explicar de que están hechas las gotas de esa lluvia de inversiones que tanto espera el Gobierno Cambiemos?
De ahí que, más allá de la cuerda que la massmedia de gobierno le pueda seguir dando a la Cumbre, los beneficios que deja son iguales a cero.
Así las cosas, hoy mismo la economía argentina se sigue encaminando a un default de deuda anunciado -para 2022- por el propio FMI que, tal como se aclara en el acuerdo que firmó el Gobierno Cambiemos, espera desembolsar el noventa por ciento de lo acordado antes de octubre de 2019.
Desde ahí será cuestión de encender velas o ponerse a llorar, pero en serio, ya que a partir de ese momento y durante el año siguiente se va a completar lo previsto y, ya en 2021, el país tendrá que comenzar a pagar amortizaciones, pero ya con saldo deficitario. Y, para 2022 y 2023 -a la vuelta de la esquina- los vencimientos de deuda en divisa ascienden a alrededor de 43.500 millones.
Entonces, al día siguiente de la Cumbre del G-20, es decir ahora, el “Argentina...Argentina” que retumbó adentro del Colón sigue sin tener nada que ver con la Argentina real, la que quedó afuera del territorio vallado dentro del cual los grandes jugadores mundiales jugaron, Macri actuó -como pudo- de anfitrión y tuvo su premio en una claque que hasta lo hizo llorar.
Aunque se producen alimentos como para satisfacer la necesidad de toda la humanidad, la inseguridad alimentaria es una realidad. Este ejemplo de algo tan básico, habla de las características del capitalismo que se extienden a la producción de otros bienes materiales. Pero entre la satisfacción de las necesidades humanas y la obtención de beneficios, está clara cuál es la elección.
Es que por su propia dinámica, la revalorización del capital, búsqueda de beneficio, acumulación en contexto de competitividad y crecimiento de la productividad pueden ser infinitas, pero todo esto entra en contradicción con lo finito del ecosistema y, sobre todo, de las personas.
Esta contradicción generó condiciones que alumbraron al G-20, pero también las que están indicando su ocaso.
Como titulaba la telenovela que a finales de los 70 hizo famosa a Verónica Castro, “Los ricos también lloran” y esto se vio dentro del recinto donde Macri se desvivía por quedar bien con quienes tocan la música que se empeña en bailar.
Pero más allá de las vallas que resguardaban la impudicia de vedetongas que aplaudieron a Videla y ahora hacen lo mismo con Macri, la calle decía otra cosa. Porque donde hay explotación hay explotados, pero también hay necesidad de emancipación y de construir niveles colectivos de consciencia que permitan organizar la vida social de una manera no capitalista.