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Sáb, Abr
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Política
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La cantidad de aedes aegypti crece al ritmo del precio del repelente. Otra vez, la constatación empírica demuestra que repetir pavadas como aquello del libre mercado, puede servir para llegar a La Rosada, pero no para resolver la vida de las personas.

En Misiones la citronela se cultiva, se procesa e incluso, en muchos lados crece como yuyo, lo que habla de la abundancia que la provincia tiene de esta planta. Por eso la localidad de El Soberbio, que está ubicada sobre el margen del río Uruguay, fue declarada Capital Nacional de las Esencias, debido a su importante producción de aceites esenciales y, fundamentalmente,  de citroneta que es el principio básico para fabricar el repelente para mosquitos que actualmente cuesta conseguir en las góndolas, en momentos en que es más necesario que nunca como
consecuencia de la proliferación de este tipo de insectos, entre otros, de aquel que es vector del dengue.

Para espantar al aedes aegypti es prudente descacharrar y utilizar repelentes, ya que el dengue es una enfermedad que puede ser letal en el caso de personas mayores de 65 años que presentan comorbilidades, pero también entre quienes ya padecieron este mal, porque si vuelven a contraerlo, pueden presentar un cuadro de gravedad.

En este contexto y para corroborar, una vez más, que el capitalismo lo que mejor fabrica es escasez, cuando más se necesita repelente más difícil es conseguirlo. Desde hace un mes mermó considerablemente la provisión de repelentes en Ciudad de Buenos Aires, donde ya se registraron casos de dengue, pero también en el noreste donde el problema ya pasa de castaño oscuro.

Y esto no es todo, ya que cuando se lo consigue, pagarlo es el problema, porque la unidad de 200 ml presentada en atomizador no baja de quinientos pesos en oferta,  mientras que en la mayoría de farmacias y supermercados, los precios van de los mil hasta los siete mil pesos.

Otra alternativa es la vacuna que recientemente fue validada por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica para su aplicación en personas de cuatro a sesenta años, que se recomienda en el caso de quienes ya tuvieron dengue y en los que habitan zonas de riesgo.

Se trata de la vacuna TAK-003 del laboratorio japonés Takeda, pero que en el contexto de un récord de casos de dengue registrados y la alerta epidemiológica, ya presenta un faltante considerable fundamentalmente en las provincias del noreste. En este caso, el precio también atenta contra la posibilidad de que la vacuna llegue a quienes la necesitan, porque cuando se la consigue, en Ciudad de Buenos Aires hay que pagar no menos de cincuenta mil pesos la dosis, mientras que en las zonas calientes del dengue, su precio suele ascender por estos días a los cien mil pesos. Y otra cosa: es necesario aplicarse dos dosis para que el organismo genere inmunidad.

¿Pero mientras tanto qué hace el Estado Nacional al respecto? Nada. Con este asunto de que el mercado viene a resolverlo todo, no se encarga de garantizar la provisión de vacunas, pero tampoco diseñó ni puso en marcha una campaña nacional eficiente que fomente el uso de costumbres adecuadas para prevenir la proliferación de aedes aegypti.

Y todo esto en aras del libre mercado, porque tal como predica el actual Presidente de Argentina, la teoría económica habría demostrado taxativamente que el libre comercio garantiza resultados superiores al que supone un escenario en que haya regulaciones estatales al comercio, como puede ser una ley de abastecimiento que actúe, por ejemplo, cuando hay más mosquitos que repelente dando vueltas por el país.

Pero pasa que, otra vez, este tipo de postulados se exhiben como poco prácticos o simplemente criminógenos a la hora de aplicarlos en la vida real, ya que -hay que repetirlo- los mercados nunca son de competencia perfecta, lo que significa que jamás el productor y el consumidor tienen el mismo poder para actuar sobre los precios y el abastecimiento, sobre todo, cuando el
producto en cuestión es la barrera que impide que un mosquito pique, enferme y mate. Y, entonces, es cuando más allá de las paparruchadas que suelen propalar los economistas de la tele, vuelve a ser prudente recordar aquello que hace un rato escribió Federico Engels, quien sin tener idea que existía aedes aegypti, adelantó que cuando las personas mueren como “víctimas de nuestro desorden social y de las clases que tienen interés en ese desorden”, lo que se está perpetrando no es otra cosa que “un asesinato social”.