Falleció el ex DT de la Selección Argentina César Luis Menotti. Tenía 85 años y estaba internado desde principios de abril por un cuadro de “anemia severa”. Se fue un revolucionario del fútbol, que tuvo cercanos y afectuosos vínculos con el Partido Comunista.
Fútbol: ¿Cultura popular o industria cultural? Desde esta relación dialéctica entre ambos conceptos, Nuestra Propuesta suele analizar lo que ocurre en las esferas del deporte más popular del mundo y su indispensable relación con los procesos político-sociales y económicos que nos atraviesan como sociedad.
Pensar esta misma dialéctica es la que nos proponía Cesar Luis Menotti a la hora de pregonar su manera de ver y entender a este deporte de masas que tiene origen en la clase proletaria, que le pertenece al sujeto pueblo, que responde a una cultura popular pero que, al mismo tiempo, es cooptado por las lógicas mercantilistas e ideológicas del capital.
“Hay un fútbol de izquierda y otro de derecha. Los más generosos, los más artistas, los más cultos siempre fueron de izquierda, siempre estuvieron más cerca de mí que lo otro, el mercado. Un fútbol generoso, abierto, comprometido con la gente, el orgullo de la representatividad, el orgullo de la pertenencia... todo eso que pregono me suena más a la izquierda que a la derecha. Después hay otro fútbol, al que no le importa la gente, solamente le interesa el resultado”.
Esta reflexión del Flaco Menotti nos habla de alguien que no sólo desparramaba un conocimiento preciso sobre el fútbol que se vio reflejado en una exitosa carrera como jugador, entrenador y posteriormente director de selecciones nacionales, sino también sobre otros componentes sociales que forman parte de esto de darle a la pelota, que crean diferentes sentidos en torno a este deporte.
Considerado como un verdadero Maestro por otros grandes actores del fútbol mundial, Menotti hablaba de música y libros, citaba autores que había leído y conocido, disparaba críticas al periodismo y pregonaba política en su manera de ver a este deporte, por eso, algo que siempre se le reconoció al Flaco es su transparencia y su honestidad intelectual.
¿De dónde viene su formación? Menotti nunca ocultó su vinculación al PC, algo que desarrolló con bastante intensidad durante los años 60 y 70 a través de su militancia en la Federación Juvenil Comunista. De hecho, en su oficina tenía el cuadro del Che Guevara. Y esto no era sorprendente, porque el Flaco fue oriundo de Rosario, más precisamente de un barrio de trabajadores enclavado en el corazón mismo del cordón industrial del Gran Rosario, es decir, uno de los bastiones del proletariado argentino y de la conciencia liberadora que atravesaba aquella época.
Los Menotti eran vecinos de Florindo Moretti, un histórico dirigente ferroviario y del Partido. Un alambre tejido era el límite que separaba los fondos de los patios de una y otra familia, pero también era el punto de encuentro donde Moretti le pasaba a un adolescente César cada número de Nuestra Palabra, la prensa que por esos años editaba el PC, introduciéndolo así en el pensamiento marxista y revolucionario. Esto fue apuntalando la personalidad y la ideología de un pibe que, aunque sea intuitivamente, ya sabía de qué iba esto de la lucha de clases, porque formaba parte de una familia de trabajadores cercana al peronismo que sufrió en carne propia la represión de La Fusladora. “Balearon dos veces mi casa. Era casi una Unidad Básica”, solía rememorar cada vez que en sus relatos aparecía una pintura de aquellos años difíciles.
Del Globo a la Selección
Como jugador, los diarios de la época hablan de sus grandes condiciones: una extraordinaria pegada, elegancia y una tendencia siempre ofensiva a la hora de jugar, algo que hizo y muy bien durante una carrera que lo llevó a ponerse las camisetas de Rosario Central, Racing, Boca, Santos y hasta durante algunos partidos, la de la mismísima Selección.
Fue un jugador exquisito pero su carrera resultó corta y quizás fue así porque el destino le reservaba un papel extraordinario, pero del otro lado de la línea de cal. Por eso se retiró muy joven y, al poco tiempo, arrancó como director técnico. Su paso como DT por Huracán fue consagratorio. Logró conformar el mejor equipo que tuvo El Globo que, además, fue uno de los que dejaron su marca en el fútbol argentino.
Por su juego atildado, su compromiso y vocación por la búsqueda del arco rival, pero también por su organización, el campeón de 1973 era una perla en medio de un fútbol argentino que a nivel selecciones venía en caída libre.
Por estos pagos el fútbol había perdido su rumbo y la distancia física, táctica y técnica que nos separaba de otras potencias, que se vio como nunca en el Mundial Suecia 1958, profundizó más la improvisación y la desorganización. Así, después de la desastroza actuación de la Selección que la dejó afuera de México 1970, que cuatro años más tarde se volvió a corroborar en un paupérrimo papel en Alemania, la proximidad del Mundial Argentina 78 exigía un cambio de rumbo y con apenas 35 años, ese flaco desgarbado que vestía ropa deportiva y fuma sentado sobre una pelota de fútbol, asumió la dirección técnica de Argentina. Comenzaba una nueva era.
El Flaco plantó bandera para que la Selección se ubicara como la prioridad. Alrededor de su personalidad y su prédica, se pudo construir una organización con la que se logró mantener la identidad de fútbol argentino pero que, a la vez, estuvo a la altura de las exigencias modernas que imponía la transformación que sufría este deporte.
No había tanto misterio en su propuesta, pero Menotti fue el primero que tuvo la decisión de concretarla, más allá de los dirigentes de turno: se requería recorrer minuciosamente por las inferiores de los clubes y también a lo largo y lo ancho de la amplia geografía de un país profundo que, desde la profesionalización del fútbol, había quedado relegada por el centralismo porteño.
Y entonces entre sus primeras decisiones estuvo la de jugar la Copa América con una selección formada por jugadores de equipos de Santa Fe y Rosario. Esta verdadera federalización fomentó el crecimiento del fútbol del interior, creando las condiciones para que la Selección tuviera un marco estable con un plan a largo plazo. Daniel Valencia, Miguel Oviedo y Luis Galván fueron campeones del mundo en 1978 jugando para Talleres de Córdoba, equipo que ni siquiera estaba afiliado directamente a la AFA.
Ese proceso que encabezó Menotti fue una de las bases innegables, desde lo deportivo, para que Argentina se consagre campeón ese año en un mundial marcado por el contexto de dictadura que atravesaba el país. En 1979 con la juvenil Menotti repitió un título y, esta vez, con Diego Maradona como figura.
La situación de Menotti no era cómoda en ese contexto y queda claro que fue tolerado por la Dictadura sólo a raíz de los éxitos deportivos que logró, pero también que aprovechó esa posición para ayudar a militantes que eran perseguidos y durante 1980 fue uno de los firmantes de la solicitada que reclamó por los desaparecidos. “Yo sabía que los dirigentes sindicales eran perseguidos y pude sacar a una chica de la cárcel. Ya había vivido las dictaduras de Aramburu y de Onganía, pero esa crueldad nunca me la imaginé”, reflexionaba cada vez que se le preguntaba sobre aquellos años. Siempre respondía y lo hacía con honestidad.
Ya alejado de la dirección técnica, durante los últimos tiempos se dedicó a ser un hombre de decisión y consulta permanente en la gestión de las selecciones nacionales. Fue clave para sostener lo que a priori sonaba arriesgado: Lionel Scaloni como DT de la Mayor que, sin experiencia previa, pasó de interino a campeón de América y del Mundo lo que demostró, una vez más, que el olfato del Flaco continuaba intacto.
Y este olfato también le sirvió para detectar rápidamente desde dónde viene, hoy por hoy, el principal peligro para el fútbol argentino. Es que el momento histórico requiere luchar contra la implantación del modelo de Sociedades Anónimas Deportivas (SAD), que se intenta imponer como parte de una mirada colonialista y saqueadora, que se quiere quedar con la pelota y tiene a su mejor aliado en el gobierno que encabeza Javier Milei.
Por eso es que, coherente con su forma de pensar y de actuar en la política y en el fútbol, en una de sus últimas entrevistas Menotti cuestionó la posibilidad de convertir a los clubes del fútbol argentino en SAD. “Un club de fútbol es un hecho cultural que en Argentina se fabricó a través de las esquinas de los barrios, no es que vinieron grandes poderes económicos y dijeron: ‘Vamos a crear clubes’. El club lo crea el barrio, el vecino y los sueños de las nuevas generaciones que los siguen defendiendo. Cuando veo estas luchas por privatizar, me pongo muy mal. ¿Privatizar qué? Me duele mucho. Yo siento realmente un peligro por la profunda desculturización que está sufriendo la Argentina”, puntualizó el Flaco en una frase que hoy ya suena como parte de su legado.
Por eso nos quedamos con esta bajada de línea del Flaco Menotti, que habla acerca de su concepción del fútbol entendida como patrimonio de la cultura popular, pero asimismo como una herramienta apta para sumar a la resistencia contra los que quieren apropiarse de lo esencial de La Pelota, para convertirla en una mera mercancía. Pero como en toda contradicción hay una tensión, también en este caso, es nuestro deber tomar ese legado, tensionar aún más y ganar esa discusión en la sociedad, para poder seguir viendo al fútbol como lugar de esparcimiento de la comunidad, con sus propias lógicas de asociativismo y colectivismo social como son los clubes en nuestro país.
En cuestión de valores y significados, esto es algo que se acerca a la idea socialista del deporte, entendido como un bien social y público que debe estar destinado para el bienestar y desarrollo del ser humano. Y esta es la mirada que tuvo y defendió el Flaco, un virtuoso de la pelota, un fabricante de sueños que con un cigarrillo entre los dedos, plasmó en alegría futbolera buena parte de aquello que muchos años antes, había escuchado de boca de un veterano ferroviario comunista que le hablaba desde el otro lado de un alambre tejido en los fondos de una casa, en un barrio obrero de Rosario.