En la Ciudad de Buenos Aires y a 99 años de su natalicio se le realizó un acto homenaje al histórico líder de la Revolución Cubana, Comandante Fidel Castro. El Embajador de Cuba en Argentina, Pedro Pablo Prada, fue el orador central de la jornada y aseguró que “sentimos como Fidel las injusticias y lucharemos sin tregua contra sus causas y causantes, hasta erradicarlas”.
A sala llena, la actividad tuvo lugar en el Espacio Experimental Leónidas Barletta y estuvo organizada por el Movimiento Argentino de Solidaridad con Cuba, la Unión de Residentes Cubanos en Argentina y el Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini”. Entre las distintas fuerzas políticas presentes hubo una nutrida delegación del Partido Comunista encabezada por su secretario general, Jorge Kreyness.
El anfitrión del acto, en nombre del CCC “Floreal Gorini”, fue el dramaturgo y actor Manuel Santos Iñurrieta, quien recitó un poema de Juan Gelman dedicado al revolucionario cubano. Mientras que el cierre musical estuvo a cargo de Alexia Massholder que, entre otras canciones, interpretó “Milonga para Fidel”, de Osvaldo Pugliese, y “El Necio”, de Silvio Rodríguez.
El discurso de Prada
Queridos amigos de Cuba, que es decir, amigos de Fidel:
Mucho antes de que Fidel fuera conocido en la Argentina, y mucho antes de que las dos repúblicas establecieran relaciones diplomáticas, sus pueblos, que venían de una historia azarosa, habían trazado una ruta de abrazos en la que descuellan los nombres de José Martí, de los presidentes Roque Sáenz Peña y Juan Domingo Perón y del comandante Ernesto Guevara, junto a otros, cientos, miles, que tejieron la historia común.
Argentina no olvida que apenas cuatro meses después del 1 de enero de 1959, Fidel Castro, convertido ya en líder de la revolución cubana, llega a Buenos Aires para participar en una reunión del llamado Grupo de los 21 (de la OEA). El gobierno de la República lo declara Huésped Oficial. Interviene durante 90 minutos ante la reunión y describe con profundidad las causas de la trágica condición económica y social de la región.
Fue el primer viaje de Fidel a estas tierras del sur, de cuatro que hizo durante su vida. Y el impacto fue tal, que lo más lúcido de la dirigencia política, de la academia, del periodismo y de la intelectualidad de la época comenzó a viajar en masa a La Habana. Con ellos también llegaron los maestros alfabetizadores de 1961, los médicos y estudiantes de medicina; los perseguidos por las dictaduras militares.
Fidel volvió a la Argentina en 1995, para participar en la V Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado y de Gobierno, celebrada en San Carlos de Bariloche; en 2003, para asistir a la toma de posesión presidencial de Néstor Kirchner, y regresó en 2006, invitado a la XXX Cumbre del Mercosur, que tuvo lugar en Córdoba.
Conversador insaciable, Fidel hizo trascendentes esos encuentros en los que se actualizaba de las ideas y la política local, de la informada visión argentina sobre los acontecimientos de la región, del panorama artístico y literario, y cómo todo ello se reflejaba a través de la economía y la vida cotidiana.
Sin embargo, sus ideas viajaron todo el tiempo; lo hicieron durante años. Continúan haciéndolo hoy.
De ello conocen amplio y por igual el pueblo, las organizaciones políticas, los líderes y los gobiernos argentinos, los militantes de las mismas ideas revolucionarias y sus adversarios ideológicos, las víctimas de las dictaduras militares y sus familias perseguidas, los que nacieron después, “acorralados” por el neoliberalismo más salvaje, los empresarios que nos han acompañado con comprensión por las enormes limitaciones de un país bloqueado y necesitado de recursos, que no renuncia a honrar sus compromisos con sus socios y aliados.
Un episodio de la relación entre Fidel y la Argentina no se conoce suficientemente por esos deberes de la prudencia y la discreción diplomáticas, y que ha sido manipulado con la falaz pretensión de avergonzar a quienes respetan y admiran al líder cubano, y desacreditar a la Revolución. Se trata de la posición asumida por Cuba y por Fidel en 1982, con motivo de la guerra de las Malvinas.
Quien no sintió nunca el dolor de ver ondear sobre su tierra, ocupada militarmente, un pabellón extraño, rodeado de fusiles y alambradas, como lo vemos los cubanos en la bahía de Guantánamo, no puede entender ese sentimiento y esa conducta, que no se basan solo en ideología, sino en la razón histórica, en el derecho internacional, en sus principios, y en un sentido amplio de dignidad, solidaridad, antimperialismo y patriotismo latinoamericano.
Ese legado permanece vivo hoy para la política exterior cubana y en las huellas de su actuación en numerosos organismos internacionales y regionales.
Fidel anduvo muchas otras veces por la Argentina: lo hizo en la presencia y voz del presidente de la República, Osvaldo Dorticós, cuando en 1973 se firmó en Buenos Aires el restablecimiento de relaciones diplomáticas con el gobierno de Héctor Cámpora.
Estuvo presente en la resistencia desmoralizadora frente a sus torturadores de los jóvenes diplomáticos cubanos Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena Hernández, secuestrados, asesinados y desaparecidos tras el golpe cívico-militar de 1976.
Volvió en los más de mil 300 muchachos graduados en universidades cubanas, en los miles de argentinos que recuperaron la vista en las cirugías del Centro Oftalmológico Dr. Ernesto Che Guevara, de Córdoba, o en los otros miles que han aprendido a leer y escribir a través del Programa de Alfabetización Yo, sí Puedo. Ambos proyectos –el Centro Oftalmológico y el Programa de Alfabetización- son obras de la Fundación Un Mundo Mejor Es Posible, que también nació del aliento y fe que puso Fidel en los amigos solidarios que la fundaron y hoy la sostienen con enormes esfuerzos. Ellos aprendieron del líder cubano que quien no es capaz de sacrificarse por los demás, es incapaz de sacrificarse para sí.
Fidel también viajó en los diálogos inteligentes y fecundos con Raúl Alfonsín, Néstor Kirchner y Cristina Fernández, y en las polémicas ardorosas y principistas con otros de sus gobernantes. Siempre se ha imaginado cómo habría sido el encuentro con Juan Domingo Perón. No tuvo lugar, pero los diálogos intermediados por John William Cooke y el Embajador Emilio Aragonés, y la correspondencia hecha pública, revelan los hondos desvelos comunes de los dos estadistas por los destinos de ambos pueblos, de la Patria Grande y de la humanidad. Y no voy a hablar de los diálogos con el Che, porque esos son entre cubanos.
Para no pecar de omisos, no han escaseado desde Argentina los denuestos contra Fidel. Desde las críticas de ultraizquierdistas que sueñan con revoluciones de manual, hasta las acciones de odio oligárquico, proimperialista y mercenario. Ni siquiera faltó un escribiente rioplatense que se atrevió a un ridículo augurio de “hora final de Castro”, del que Fidel se burló durante 25 años, hasta que decidió partir por voluntad propia.
Sin embargo, han sido mucho más grandes, apasionadas y expresivas, como solo pueden serlo entre los argentinos, las manifestaciones de amor y solidaridad hacia el revolucionario cubano, hacia la revolución que él lideró y hacia el pueblo que la protagoniza, quiere, transforma y defiende.
De ello dan fe los desafíos atrevidos al cruel bloqueo económico, comercial y financiero con el que Estados Unidos ha pretendido rendirnos por hambre y enfermedades que causen “sufrimientos y desesperación”.
Lo demuestran el silencioso apoyo en el rescate de los restos del Che Guevara y sus compañeros, el acompañamiento en la búsqueda de los restos de nuestros diplomáticos desaparecidos, los reclamos por la liberación de un niño raptado en Miami o de cinco luchadores antiterroristas presos injustamente, las airadas denuncias por las desvergonzadas mentiras y ofensas contra Cuba, la creación y las ideas compartidas de artistas e intelectuales y la solidaridad eficaz en el período especial que sobrevino al derrumbe soviético y en ocasiones de catástrofes naturales.
A 99 años de fecunda vida, el ejemplo de Fidel conserva intacta toda su fuerza, vigencia y trascendencia. Sus ideas y palabras constituyen visiones radicales y enciclopédicas que, desde las epopeyas del siglo XX, marcan claves importantes de los nuevos escenarios de lucha en el siglo XXI, e invitan a renovar el pensamiento crítico, fuerza motriz de las grandes transformaciones sociales y de las revoluciones hacia el porvenir.
Fidel siempre nos recuerda la necesidad de defender y ensanchar la cultura y el conocimiento como pasos previos de toda resistencia y libertad verdaderas. Brinda enseñanzas para la lucha política y social, en lo individual y en lo colectivo, destacando siempre la moral personal y pública, el valor del ejemplo y la necesidad de concertar, aliar, unir fuerzas frente a un adversario capaz y mañoso que sabe enconarnos y dividirnos para avanzar en sus metas, y que si para lograrlo debe vulnerar las propias reglas del sistema que ha creado, lo hará sin el menor escrúpulo.
Las ideas de Fidel enseñan y subrayan algo que los argentinos deben conocer y es de pura inspiración martiana: los hombres, como los pueblos, se miden por las veces que se levantan, y no por las veces que caen; que no hay metas imposibles ni contrarios invencibles, y que nunca se puede defraudar a los pueblos. Que siempre triunfamos si somos militantes genuinos, animados por sentimientos de amor, solidaridad, latinoamericanismo, internacionalismo y antimperialismo. Que no hay adversario invencible si hay ideas claras, un programa de lucha, una organización y un líder honesto dispuesto a todo riesgo para marchar al frente de un pueblo que sufre.
Como las palabras de Fidel son siempre humanas, educadoras, rebeldes y punzantes, se prestan al debate tan caro a la gente de esta tierra y suenan como sus cacerolas –las de verdad, las vacías-, que protestan contra las dictaduras y los desmanes del neoliberalismo, y celebran frenéticas los triunfos populares.
Queridos amigos:
Hoy comienza el año del Centenario de Fidel. Nos enorgullece haber sido hijos y nietos de su tiempo y lo vamos a conmemorar en Cuba, aquí y en todo el mundo.
Cuba lo recibe en una etapa feroz y destructiva de la larga guerra que los Estados Unidos libran contra nuestra Patria. Hemos asumido la libertad de vivir sin tener precio y venceremos en ese desafío.
Sentimos como Fidel las injusticias y lucharemos sin tregua contra sus causas y causantes, hasta erradicarlas. Lo imaginamos hoy en Gaza, donde no solo se juega la vida de los palestinos, sino el destino moral del mundo. Y eso nos alienta.
Creemos como él, que Patria es humanidad.
Honrémoslo sin pompa, con actos sencillos y leales y, sobre todo, con hechos revolucionarios.
Celebremos su cien años con la vindicación de sus ideas.
¡Que viva Fidel!