Javier Milei (y su gobierno) cada vez es más parecido a Carlos Menem. Abren las importaciones, ¿los industriales se quejan? Si hay crisis que no se note, porque si no, queda claro que sólo se explica revisando los fundamentos del capital y el proceso de acumulación capitalista.
“Están masacrando a los ricos”, dijo el diputado por La Libertad Avanza, Alberto Benegas Lynch, al ser consultado sobre la posibilidad de que se pueda disponer una suba del Impuesto a los Bienes Personales para financiar una recomposición razonable y constante de los haberes que reciben los trabajadores jubilados que, al menos por el momento, seguirá rigiéndose por lo que establece el decreto presidencial que de un solo plumazo decidió ignorar lo que se llevó puesta la devaluación del 119 por ciento de diciembre y la inflación de, al menos, los dos meses siguientes.
En este contexto y mientras vuelve a dejar en claro que la única respuesta que tiene para los trabajadores, sean activos o jubilados, son los ataques que perpetra de la mano del Protocolo Bullrich, la Presidencia Milei continúa poniéndole sus fichas a lograr que, cueste lo que cueste, la inflación se acerque al cero. Y eso en un escenario en el que todo indica que va a proseguir la escasez de dólares, no quiere decir otra cosa que el gobierno espera seguir interviniendo en el mercado cambiario, reventando divisas y engrosando la deuda del Tesoro que comienza a acercarse a límites que son más que peligrosos.
De todos modos, a fuerza de recesión, es probable que de aquí a fin de año La Rosada pueda jactarse de haber cerrado aceptablemente las cuentas, pero la cosa puede empiojarse y bastante mal si se mira la perspectiva abierta de cara a 2025. Es que para comenzar, durante el primer trimestre del año venidero hay vencimientos por 6.500 millones de dólares de deuda pública nominada en moneda extranjera, a lo que se debe sumar otros 7.400 millones con compromisos de pago entre abril y julio, así como 5.800 millones que se tienen que abonar de agosto a diciembre.
La cosa es clara. Javier Milei sabe que buena parte del crédito que tiene está atado a la promesa de la baja de la inflación, algo que hasta ahora consiguió aunque más no sea si se compara la actual con la resultante del salto que él mismo le hizo dar al IPC cuando, ni bien entró a La Rosada, perpetró la megadevaluación de diciembre que por supuesto se trasladó a precios.
Pero casi nueves meses más tarde hasta esa alquimia parece estar languideciendo, más aún si se advierte que cada vez le queda menos margen para pisar (aunque sea un poquito) a algunos precios de la economía como los de las tarifas, que a la corta tienen un serio impacto en toda la cadena que acaba en los precios de góndola. Y también por las necesidades que le impone su obsesión por el déficit cero con el que espera poder, finalmente, seducir a organismos internacionales o corporativos que le presten dólares.
En este escenario, la inflación se encarnizó con mayor dureza sobre precios regulados que, como en el caso de los combustibles, fueron aumentados hasta tres veces más que el promedio que registraron los de alimentos durante los últimos ocho meses.
Y es en este marco que el gobierno anticipó que avanza hacia una absoluta desregulación del ingreso de alimentos extranjeros, pero también en lo que sería una drástica reducción de aranceles a la importación de insumos difundidos, esto es, productos industrializados que se emplean para la elaboración y comercialización de otros productos.
¿Qué quiere decir todo esto? Por un lado que se asiste a un intento desesperado por sostener el índice inflacionario en un rango aceptable, aunque esto implique resignar absolutamente el camino de la mejora del nivel de actividad económica como vía para lograrlo. Esto también quiere decir que se va a continuar afectando letalmente el nivel de actividad de la industria alimenticia y en las plantas que producen insumos, por ejemplo, aquellas que lo hacen para la siderurgia y que fabrican planchas de aluminio que se utilizan en una amplia gama de productos que van desde los que aparecen en las góndolas de los supermercados hasta la industria automotriz.
Estas medidas ya deberían haber provocado la reacción de los sindicatos de esos rubros, porque tarde o temprano van a generar una nueva oleada de despidos que le pondrá más presión a un escenario en el que la desocupación ya comienza a ser una preocupación para un universo del trabajo, que como si esto fuera poco se ve agredido por una creciente depresión salarial y el avance del precariado (Ver Y en el mismo lodo, todos manoseaos).
Y en este punto cabe citar que de acuerdo a un reciente informe que fue elaborado por el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, el 46 por ciento de los trabajadores en Argentina se ve obligado a desempeñarse en condiciones de precariedad, mientras que en el segmento que va de los jóvenes de 18 a 24 años edad esta cifra crece hasta llegar al setenta por ciento.
Por otra parte, datos oficiales reconocen que desde que Milei se convirtió en Presidente, más de nueve mil fábricas de distinto volumen debieron cerrar sus puertas y que la cantidad de trabajadores conveniados que fueron despedidos, asciende a una cifra superior a los doscientos mil. Pero pese a esto, la reacción que aparece en el universo del capital es tibia y sumamente complaciente con los planes gubernamentales.
Es que el modelo que intenta imponer la Presidencia Milei es, antes que nada, un esquema de brutal y rápida transferencia de riqueza desde el universo del trabajo hacia aquel del capital, pero también plantea la consagración de la destrucción, por vía legislativa, de derechos básicos que la clase trabajadora adquirió con muchos años de lucha. Y entonces, aunque este barajar y dar de nuevo plantee redefiniciones hacia dentro mismo de la clase capitalista que actúa en el país, todo eso no dejan de ser contradicciones secundarias y así lo saben leer quienes tienen claro que la inflación es una cara de lo que denominan “puja distributiva”, pero en esencia no es otra cosa que un episodio de la lucha de clases, tal como lo es la definición sobre qué perfil productivo debe tener una formación estatal como Argentina (Ver A la pesca de un dólar).
Quizás esto explique la extrema cautela que presenta un arco que va desde Techint hasta la industria textil, que con la recesión y el gobierno pisando la brecha cambiaria a lo que ahora se le suma la baja del Impuesto País, van a seguir sintiendo que les muerden los tobillos con la entrada indiscriminada de manufacturas e insumos industriales.
Desnaturalizar
Este telón de fondo recesivo y un aparato productivo, fundamentalmente el industrial, que se hunde ante la mirada complaciente de los empresarios, se parece más a la década menemista que esto de tener un presidente fascinado con sus romances con damas de la farándula. Claro que con su Blitzkrieg, Javier Milei está logrando en menos de un año varias cosas para las que Carlos Saúl Menem tuvo que esforzarse un poco más.
Todo esto vuelve a poner sobre el tapete algunos de los diferentes niveles que adquiere la dinámica de crisis que atraviesa el capitalismo y que afecta a todos los aspectos de la institucionalidad del Estado Liberal Burgués. Pero asimismo, pone en superficie lo falaz de las miradas y, por lo tanto, de las recetas que se propone desde el liberalismo y la economía clásica, pero también desde las posturas reformistas de saga keynesiana.
Unos dejaron atrás el culto a Adam Smith para adoptar su versión más gurkha, que cabalga sobre la idea de que el sistema económico se autorregulará para superar una situación de crisis que no atribuyen al mercado, sino a conductas inadecuadas de actores económicos, fundamentalmente, al universo del trabajo y al Estado. En esto está la Presidencia Milei que hace hincapié en que, con el universo del trabajo y los sindicatos domados o destruidos, finalmente la mano invisible del mercado va a estar liberada para actuar.
De la vereda de enfrente, pero en el mismo barrio, keynesianos, neokeynesianos y protokeynesianos de diferente pelaje, le apuntan banqueros y financistas, que se habrían pasado de la raya aprovechando la mirada gorda de gobiernos que liberalizan la timba del crédito y las finanzas.
Por eso, al menos desde lo discursivo, se presentan como una suerte de cruzados que combaten a la extrema financierización que fagocita a la economía real y productiva. De ahí que para ellos alcanzaría con poner en caja a ese “capitalismo malo”, para que se produzca el advenimiento de otro “bueno”.
Ambos hablan aún si especificarlo, de una democracia que se permite ser formal y hasta política siempre y cuando no afecte la maximización de la tasa de rentabilidad de la clase capitalista, pero nunca lo hacen sobre una democracia económica. Por eso es que tal como se ve con asombrosa claridad en estos días, el proletariado no es invitado a participar sobre el debate ni en la puja que puedan sostener estos dos campos, que también disputan el imaginario social a partir de ciertos parámetros que vale la pena revisar.
Por eso es que nadie del gobierno y la oposición parlamentaria habla sobre cosas que resultan evidentes y, por lo tanto, no aparece en esta disputa que se desarrolla dentro de los márgenes que establece la cosmovisión liberal burguesa, una mirada que ubique a la crisis de la que ese proyecto es consecuencia y componente central, como epifenómeno de la propia dinámica del capitalismo.
¿Qué quiere decir todo esto? Que la crisis sólo se puede explicar si se revisan los propios fundamentos del capital, pero también es hija de las contradicciones inherentes al proceso de acumulación capitalista. Por eso es que en cualquier parte, el capitalismo es sinónimo de crisis: de tipo periódica y de larga duración. Y de ahí también es que para poder advertirlo y así avanzar hacia una toma de consciencia crítica, es preciso desnaturalizar orden social burgués.
Entonces es dudoso que alcance con encontrar una zona de confort adentro pero a la izquierda del sistema. Lejos de eso, resulta preciso colocarse por afuera de las relaciones que establece el capital, esto es, el sistema capitalista. Esto es pensarnos desde la posibilidad de construir mecanismos capaces de reorganizar -bajo formas no capitalistas- a la producción, la generación de riqueza y la distribución de bienes, pero también a la vida social.
Y esto es así porque a raíz de las características del momento que atraviesa la propia crisis capitalista, no se asiste a una situación en la que al actual descalabro le pueda suceder otro momento en el que fácilmente se consiga una estabilización derivada de nuevos pactos sociales y actores políticos que, desde la burguesía, sean capaces de reestructurar a las diferentes facciones del capital para construir una nueva hegemonía social. Una idea de ese tipo no tiene ni el combustible ni los actores necesarios.
De esto van las constantes señales que se intercambian entre la Presidencia Milei y la clase capitalista que actúa en Argentina. Y el mensaje que es tan claro como peligroso, ya que deja en evidencia que si los trabajadores no se plantan, el ajuste y la recesión van a ser sólo el comienzo de esta historia.
Porque la extensión y la forma que adquiere la explotación, está necesariamente vinculada a las formas de acumulación del capital ¿Y entonces cabe preguntar si puede ser posible una recomposición del pacto social previo al proceso que derivó en el triunfo electoral que puso a Mile en La Rosada? ¿Puede retrotraerse la situación cuando se avanza en la modificación drástica de buena parte de la relación que hay entre los universos de capital y trabajo?
La pregunta está abierta. Pero lo que está más claro es que, así como existe una relación directa entre forma de acumulación y de explotación, la lucha de clases se produce en relación a la propia explotación. Por eso siempre está -al menos- en forma latente. Y también de ahí es que atender la tarea que implica la reorganización de esa lucha de clases es más importante que el posible pacto hacia el que pueda mutar el momento del desarrollo capitalista que ahora mismo atraviesa la Argentina, un momento que, hoy por hoy, tiene a Milei con el mazo de cartas entre sus manos, sentado ante un paño verde en el que varios jugadores -algunos verdaderos peso pesados- se miran de reojo porque saben que ningún crupier es eterno.