El G-20 lo mira por TV. De los cultores de la eugenesia al keynesianismo para enfrentar a una pandemia que agarró al capitalismo en calzoncillos. Moral y ética comunista, una mirada en tiempos de Covid-19.
La reunión extraordinaria del G-20 que se llevó a cabo ayer por medio de videoconferencia, puso en negro sobre blanco la crisis que expone en calzoncillos a uno de los mitos sobre el que se retroalimenta el capitalismo: la fantasía de la estabilidad del sistema y el presunto derecho que garantiza al consumo irrestricto y masivo de bienes y servicios.
Así quedó expresado en las intervenciones de los principales líderes político-institucionales de las formaciones estatales que, en conjunto, reúnen el 85 por ciento del producto bruto del planeta.
El eje del encuentro se puso en la necesidad de encontrar una estrategia lo más articulada posible, para enfrentar una pandemia que plantea –como nunca antes- una crisis sanitaria y económica.
Y, desde diferentes miradas, se expresó la preocupación por lograr un equilibrio que permita que la crisis sanitaria no le pegue por debajo del cinturón a la crisis que –ahora con más presión- sufre el sistema capitalista.
La palabra de apertura fue la del presidente Alberto Fernández, quien reiteró que entre el dilema de preservar la economía o la salud, va a seguir priorizando “la vida de los nuestros”.
Desde esa mirada humanista que incluyó una cita al papa Francisco, Fernández instó a la creación de un fondo de emergencia ante el coronavirus de escala global y a la cooperación “entre todos para enfrentar mejor equipados de insumos”.
También cuestionó el bloqueo que se perpetra contra Cuba y Venezuela. “Como nunca antes, nuestra condición humana nos demanda solidaridad”, recalcó y añadió que “no podemos quedar pasivos frente a sanciones que suponen bloqueos económicos que solo asfixian a los pueblos en medio de esta crisis humanitaria”.
Asimismo, señaló que las decisiones para enfrentar la crisis “no pueden quedar libradas a la lógica del mercado ni preservadas a la riqueza de individuos o naciones”, tras lo que elogió al FMI y al Banco Mundial.
Vale citar que la semana pasada estos organismos, pidieron que los acreedores suspendan el cobro de intereses de deuda a 76 países –entre los que no está Argentina- para aliviar el impacto de la pandemia del Covid-19. “Celebro que reconozcan lo insostenible de las deudas que soportamos los países más postergados”, dijo Fernández al respecto.
En el caso de nuestro país, el Fondo envió algunas señales, pero todavía nada concreto, mientras que el Banco Mundial otorgó un crédito de trescientos millones de dólares para asistencia social y otro de cinco millones que se destinará a la compra de insumos sanitarios.
Así, lo de esta suerte de Plan Marshall del siglo 21 cuyo trazo grueso delineó el presidente Fernández en el encuentro del G-20, cabalga sobre la oportunidad que se abre a raíz de la necesidad que tiene el propio sistema capitalista, frente a una crisis que lo golpea por debajo de su propia línea de flotación.
Esta reedición de un keynesianismo que aspiraría a lograr –esta vez sí- convertirse en una expresión global, es un correlato de la idea del acuerdo policlasista que está en el ADN de su gestión gubernamental.
Un acuerdo que –en lo doméstico- está costando si se advierte que en medio de la emergencia social provocada por la pandemia, los formadores de precios de alimentos siguen remarcando.
Posturas
Está claro que la postura del gobierno de nuestro país es elogiable y señala un liderazgo entre quienes adoptan medidas sanitarias que priorizan la vida, más allá de las consecuencias que esto traerá a la economía.
Y todo esto pese a las presiones que comienza a recibir, incluso, desde adentro de su propio esquema de sustentación política, para que se flexibilice el aislamiento social.
Del otro lado y a escala global, están quienes abiertamente expresan que la vida de personas, es el precio que se debe pagar para evitar que se pare la economía.
Donald Trump, Jair Bolsonaro, Antonio López Obrador y el ahora covid-19 positivo Boris Jonsohn, son los abanderados de los que sueñan con que -pasada la crisis- quienes adhieran a esa postura, tendrán ventajas comparativas respecto a los que pongan el esfuerzo estatal en pos del resguardo sanitario.
Otra de las posiciones puede resumirse con lo que pasa en otro de los invitados a la cita de ayer. En España, además de despidos de trabajadores en determinadas áreas de la economía, se generalizan los Expedientes de Regulación Temporal (ERT) de empleo que, durante la semana pasada, fueron más de doscientos mil.
Esto no es otra cosa que la suspensión del contrato de trabajo, con lo que los afectados sólo perciben un seguro.
Desde las centrales sindicales se alzan voces que abren el paraguas para advertir que, cuando se acabe la situación actual, la crisis económica que derive, va a ser la excusa perfecta para que estos ERT se conviertan en despidos.
Queda claro que cualquiera sea la característica de la crisis, los que pagan son los mismos. Pero también que si se quiere, hay dónde buscar los recursos necesarios para enfrentar la actual.
Porque si el Covid-19 profundizó la crisis, es porque en realidad, la crisis ya estaba. Y que esa crisis que es sistémica del capitalismo, desde hace rato viene dando señales elocuentes.
Indicios claros en tal sentido, pueden encontrarse en la burbuja bursátil que lleva a la sobrevaloración, la degradación del capital material/productivo en beneficio del financiero y el crecimiento estrepitoso de la deuda pública como mecanismo de apropiación de soberanía en detrimento de las formaciones estatales.
Como se ve, en todos los casos el capital financiero concentrado transnacional es el que está ganando. Y espera seguir haciéndolo cuando acabe la pandemia y tenga lo que va a faltar en aquellas economías que quedarán exhaustas, esto es, liquidez.
¿No será hora, entonces, para que desde el liderazgo de formaciones como algunas que estuvieron ayer en el encuentro, estatales se plantee la necesidad de que ese estado de solidaridad global que reclama Fernández, se traduzca en medidas concretas como la imposición de tasas internacionales que graven con severidad al flujo financiero transnacional y a la actividad de los paraísos fiscales?
La idea ni siquiera es original, ya que hace más de dos décadas la formuló el premio Nobel de Economía James Tobin quien, entre otras cosas, es un férreo defensor del capitalismo.
Cálculos moderados estiman que cada día circulan entre 1,5 y dos billones de dólares en operaciones de movimientos de capital que implican transferencias financieras que sólo buscan la rentabilidad proveniente de de la diferencia de precios o de cotizaciones, que nada tienen que ver con la inversión productiva.
Esto no es otra cosa que lo que en esta parte del mundo llamamos timba financiera.
¿Por qué?
Entonces, si la crisis que ya estaba es sistémica sólo que ahora se profundizó por la pandemia, y está claro que hay de dónde sacar recursos para minimizar sus consecuencias y encima ¡salvar al sistema! ¿Por qué no hacerlo?
En este punto vale advertir que la situación que queda brutalmente expuesta como consecuencia de la pandemia, es un correlato del estallido de 2009 que el sistema sólo logró emparchar.
La crisis de sobreproducción fue determinante para el estallido de 2009 y esto es algo que nunca acabó de superarse, entre otras cosas, porque esa razón es una expresión de la crisis sistémica que atraviesa el capitalismo.
No fue una crisis de coyuntura: el aumento de las fuerzas productivas -sobre todo la producción de cosas inútiles-, coadyuvó con la profundización de la desigualdad, por lo que se obstaculiza la realización de esos productos en el mercado y, así, no se pueden convertir en plusvalía.
Esto sobre lo que Carlos Marx advirtió hace más de un siglo, lleva a una dinámica en la que el capital destruye producción ¿Qué es esto? Deja a millones de trabajadores en la calle y lo que es peor, lo echa del sistema.
¿Cómo se traduce esto? Sencillo, en millones de trabajadores que consumen menos –incluso comida- se quedan sin poder acceder al servicio de salud y muchos pierden la sindicalización y deben buscar establecer otro tipo de redes de autoayuda.
Así las cosas, en esta dinámica donde coadyuvan aumento de la desigualdad y desprotección de la clase trabajadora, nadie debería sorprenderse cuando desde algunos liderazgos globales se plantean posturas eugenéticas a la hora de diseñar políticas que salgan al cruce de la pandemia.
Está claro entonces que la situación actual no salió de un repollo. Lejos de eso, se da en un escenario en el que la economía capitalista global ya estaba contra las cuerdas –entre otras cosas- como consecuencia de la guerra comercial perpetrada por EE.UU. contra la República Popular China en particular, pero que se extiende al resto del mundo.
Esto llevó a que los últimos dos años, se ralentizara el ritmo de crecimiento global y disminuyera el del comercio internacional.
Por eso, la mirada eugenética debe inscribirse en esa propia dinámica imperial que busca –también aquí- conseguir posicionarse mejor a la salida de una pandemia que ya se cobró miles de vidas.
Una salida que promete –más allá de un posible rebote- una profunda depresión en un contexto de una economía capitalista que ya estaba en crisis.
Por eso, en este escenario, vuelve a presentarse la necesidad de librar una lucha en la que la dimensión moral y ética de los comunistas es clave a la hora de enfrentar a la pandemia y su día después. Porque su contexto y consecuencias, deben leerse en clave de lucha de clases.